domingo, 27 de mayo de 2018

Los secretos de un Real Madrid acostumbrado a ganar títulos (Yahoo)



                                                   Desde Kiev



Hay equipos acostumbrados a perder. Cuando llega el momento de la definición de un título, suelen caerse anímicamente, o algún jugador se lesiona inesperadamente, u ocurre alguna circunstancia ajena a lo habitual que altera el desempeño durante ese partido.

Hay otros, como el Real Madrid, acostumbrados a ganar. Ya es tan habitual que suelen jugar mejor en las finales que en los trayectos hacia ellas. Si hiciéramos el ejercicio de preguntarnos antes de la última final de la Champions cuál de los dos equipos podría acabar conforme con su participación en este torneo pese a perder el partido decisivo, rápidamente diríamos que es el Liverpool, mientras que los blancos sólo tomarían como válida su campaña de ser campeones de Europa. Esa es una enorme diferencia entre ambos que podría formare parte de una primera explicación.

Pero si justamente tomáramos toda esta Champions desde sus inicios, es claro que el Real Madrid esta vez no parece haber hecho méritos suficientes para ganarla por decimotercera vez y sin embargo,  ahí están otra vez sus jugadores ofrendando la “Orejona” a Las Cibeles ante sus fervorosos hinchas.

Entonces, podríamos preguntarnos cómo es que este Real Madrid -segundo en la fase de grupos detrás del Tottenham, que sufrió tanto en Londres, o que tuvo que remontar ante el PSG en el Santiago Bernabeu en octavos, o que pasó por los pelos ante la Juventus con un muy discutido penal a Lucas Vázquez en el último minuto, o que se sirvió de un grave error de Ulreich ante el Bayern Munich en Madrid o gracias a una evidente mano dentro del área de Marcelo reconocida por el propio lateral brasileño- pudo llegar tan lejos.

Y tal vez la respuesta a esa pregunta no sea tan sencilla o tan directa. Porque creemos que el Real Madrid acaba ganando en Europa por una sumatoria de factores que pasan primero que todo por la enorme tranquilidad de su entrenador, Zinedine Zidane, que como pocos, sabe administrar un vestuario repleto de estrellas y aunque no sea un tacticista puro, al haber sido un espléndido jugador y buen observador, puede conocer al dedillo los puntos débiles de sus adversarios y también sabe transmitir confianza en los suyos, como cuando en los últimos meses consiguió lo que antes nadie había podido: que Cristiano Ronaldo aceptara que podía parar en algunos partidos o ni viajar en otros de segundo orden, para dar prioridad a los que valen la pena.

Luego, hay que referirse a la riqueza de la plantilla, porque además de los titulares, hay un banquillo excepcional que cuando ingresa alguno de sus componentes casi que no se nota la diferencia de calidad pero todo esto sumado a que el Real Madrid se dio el lujo de repetir el mismo once inicial que en la final de la temporada pasada, con rival distinto e idéntico resultado final.

Pero además, claro, existen los imponderables, los errores ajenos los arbitrajes, y es muy extraño pero en esta Champions, todo eso favoreció como nunca al Real Madrid, aunque en muchos casos, para que esto ocurra, debe haber antes una enorme posibilidad de aprovechamiento de esas ocasiones, como por ejemplo ocurrió con  Karim Benzema ante las sucesivas equivocaciones de Sven Ulreich en la semifinal ante el Bayern o de Loris Karius en la final ante el Liverpool.

Tal vez en otra ocasión, el delantero podía aprovechar o no esos errores, pero el Real Madrid saca provecho total y absoluto de ellos porque tiene, además una calidad y un poder de fuego extraordinarios. Así como Karius regaló dos goles, algo poco común en una final, también Gareth Bale, que tuvo un último mes de grandísimo nivel, convirtió un gol extraordinario de vaselina, y acabó siendo elegido como la figura del partido decisivo de Kiev.

Un equipo que reúne a dos de los mejores volantes del mundo como Luka Modric y Toni Kroos, que saben siempre lo que hay que hacer, en cada momento del partido, o un goleador extraordinario como Cristiano Ronaldo, o un lateral de excelencia como Marcelo, o un portero que se muestra seguro y sólido como Keylor Navas, puede tener mucha suerte pero sabe utilizarla en su favor por aquello de que la cuestión no es tener fortuna sino saber luego qué hacer con ella.

Contra el Liverpool, además, ocurrió otro hecho inesperado, como el de la lesión de Mohamed Salah, el jugador de referencia del Liverpool, que alteró completamente a su equipo al punto de pasar de dominador a dominado en un solo instante. También es importante para ser campeón el manejo de esos momentos, y el Real Madrid suele dar muestras de estar preparado para todo y en cualquier circunstancia.

No se ganan tres Champions consecutivas (algo que nadie consiguió con este formato desde 1992) o cuatro en cinco años, sin una base sólida por más suerte que se tenga.
Madrid se asienta entonces como capital del fútbol europeo. Real Madrid, campeón de la Champions y Atlético Madrid, de la Europa League, por lo que tendremos en agosto un derbi madrileño en Talin, Estonia, por la Supercopa europea, y si la temporada 2018-19 arranca con Madrid de epicentro, acaba con el Wanda Metropolitano como sede de la final de la Champions.

Para el fútbol español, se trata de la quinta Champions consecutiva, porque de las últimas cinco, el Real Madrid ganó cuatro y el Barcelona (2015), la restante. Un dominio abrumador.

Real Madrid gana la 13ª Champions en el anti-día del arquero (Jornada)




                                                      Desde Kiev



Si en fútbol hay un “Día del Arquero”, la actuación del arquero alemán del Liverpool, Loris Karius, quien regaló dos goles en esta final, será uno de los hechos recordados en la historia, casi como el “anti Día”, al igual que la decisiva lesión del egipcio Mohamed Salah en el primer tiempo en los “reds”, todo lo cual fue aprovechado por el Real Madrid y su enorme poder de fuego para ganar 3-1 y llevarse la Decimotercera Champions League para su riquísimo palmarés, el más importante del mundo.

Al contrario de lo que las cifras podrían indicar, el Real Madrid nunca fue un claro dominador del partido, y lo que sí hizo muy bien, al igual que en toda esta competencia, fue aprovechar todos los errores rivales y rematar el partido en cada oportunidad.

De esta forma, además, y bajo la dirección de un Zinedine Zidane que siempre se mantuvo en un segundo plano, el Real Madrid hace historia y logra algo inédito, como es el hecho de llevarse tres Champions consecutivas.

Ya lo había conseguido el propio Real Madrid y en cinco oportunidades seguidas entre 1956 y 1960 pero en el formato anterior de Copa de Europa, y luego, tanto el Ajkax holandés como el Bayern Munich, ambos en los años setenta.

Tras un empate sin goles en el primer tiempo, que dejó como saldo principal la lesión del egipcio Mohamed Salah (reemplazado por Adam Lallana), y también, aunque menos determinante, la de Daniel Carvajal (por quien ingresó Nacho), lo más fuerte llegaría más tarde.

El segundo tiempo trajo bajo su brazo muchas emociones más. La primera llegó a los 5 minutos, cuando pareció un dejá vu de la semifinal. Otra vez un arquero alemán, así como Sven Ulreich del Bayern en el Santiago Bernabeu, en este caso Loris Karius, se equivocó gravemente y sirvió el gol a Karim Benzema.

En una fracción de segundos, Karius quiso sacar con la mano, pero con tanta mala fortuna que la pelota dio en el cuerpo de Benzema, que estaba a pocos metros, y el francés sólo tuvo que empujarla a la red, igual que en semifinales.

Parecía irremontable para un Liverpool tocado por la salida de Salah y este golpe pero los ingleses fueron con todo a buscar el empate y cuatro minutos más tarde, lo consiguieron por una atropellada del senegalés Sadio Mané.

Desde ese momento, el partido se pareció al inicio, por la misma presión alta de los “reds”, casi asfixiante, pero bastó que el Real Madrid avanzara una vez para que apareciera su enorme poder de fuego y Gareth Bale, que había ingresado por Isco (que tuvo dos oportunidades claras, una de ellas aprovechando un rechazo para mandar la pelota al travesaño), sacó una especie de chilena, muy bella, que superó de emboquillada a Karius.

A partir de ese momento, el Real Madrid se asentó en el campo, hizo correr la pelota y aunque el Liverpool siguió con el mismo ímpetu, los minutos fueron corriendo. Y aunque los ingleses buscaron llegar hasta un buen Keylor Navas, las mejores ocasiones llegaron de contragolpe por Cristiano Ronaldo y Benzema, con buenas respuestas de Karius y de su defensa.

Pero quedaba lugar para otro tremendo error de Karius y fue a los 37 minutos del segundo tiempo, cuando Bale remató desde lejos, no parecía muy complicado, aunque sí potente, pero la pelota se le escapó de las manos al arquero alemán y así Real Madrid se colocó 3-1 impensadamente y a minutos de coronarse campeón por decimotercera vez.

viernes, 25 de mayo de 2018

Andrés Iniesta: Sencillez y coherencia de un testarudo genial que hizo historia en el Barcelona y en la selección española (Infobae)




                                                     Desde Barcelona



Andrés Iniesta llora. Acaba de marcar el gol de su vida, de volea, venciendo a Maarten Stekelenburg en Johannesburgo y la selección española se consagra campeona mundial por primera vez en su historia en 2010.

También lloró cuando tenía 12 años y se dio cuenta de que sus padres ya habían puesto marcha hacia su pueblo, Fuentealbilla, a pocos kilómetros de Albacete, y lo habían dejado en La Masía, en los juveniles del Barcelona, para iniciar una vida de adulto, por su propia elección. Y llora ahora, a cada rato, en un acto en el auditorio del club de sus amores, rodeado de sus compañeros del plantel, dirigentes y familiares en el momento del adiós a su etapa de jugador con estos colores.

Parece que Iniesta es como cualquier jugador de primer nivel. Rodeado de muchísima gente conocida, protagonista de hechos históricos del fútbol, y sin embargo, es capaz de recordarlo todo, o casi todo, con una sensibilidad poco común, al punto de tener que dedicarle especialmente un párrafo, un instante, a cada uno de los que tuvieron que ver con su carrera. Por eso, en el palco del Auditorio 1899 en el Camp Nou, también se encuentra Josefina, la cocinera de La Masía que hacía lo que podía para que comiera unas espinacas que no le gustaban.

Iniesta acaba de cumplir los 34 años (11-5-1984), y desde que tiene uso de razón, se recuerda a sí mismo jugando al fútbol en la calle, con un sándwich de chorizo en una mano, y con una pelota de goma blanca ya desgastada de tanto patearla,  hasta que quedaba todo oscuro y la madre o la abuela tenían que ir a buscarlo, o en el patio del colegio, con un solemne árbol de testigo en el patio “Polideportivo”. Solía jugar con chicos al menos cuatro años mayores, porque se aburría con los de su edad.

La madre regenteaba un bar, “Luján”, como su apellido, mientras su padre, José Antonio, seguidor del Athletic de Bilbao y que había sido volante en el Atlético Ibañés, manejaba una cuadrilla de albañiles de la zona.

Era claro que Andrés jugaba demasiado bien al fútbol aunque sólo tenía siete años y al aparecer un anuncio en los diarios en el que se informaba que el Albacete probaría chicos pata las divisiones inferiores, quiso aprovechar la oportunidad. También su primo Manuel lo recomendó, pero le dijeron que no cumplía con los requisitos.

Pero los Iniesta son duros, tenaces, y entonces José Antonio acudió a Pedro Camacho, que había sido director técnico suyo y hermano del ex jugador del Real Madrid y la selección española, José Antonio Camacho, y si bien acabó aceptando, le advirtió que hay unos 50 kilómetros entre Fuentealbilla y Albacete. “Los tengo contados, son 46”, fue la respuesta.

Andrés comenzó a jugar fútbol siete pero pasado el año, cuando ya tenía los 8 de rigor y se hizo una nueva prueba, quiso pasar a la categoría siguiente. Necesitó muy pocos minutos y ya había convencido al jurado y se destacó rápidamente. Todos querían jugar con él pero él elegía siempre a los peores, para respaldarlos  y solía llegar algo tarde porque el padre tenía que hacer malabares para recorrer cada día tantos kilómetros para llevarlo y regresar a su trabajo.

 “Para algunos, éramos los tontos del pueblo. A mi padre lo tachaban de loco por creer que su hijo podía llegar a futbolista. Sí, estaba loco. También se preguntaban por qué mi madre se aguantaba tanto. ¿Y qué? ¿Acaso ocurre algo si alguno se queda a medio camino?  Se pregunta Iniesta en el magnífico libro “La Jugada de mi vida”, escrito por Marcos López y Ramón Besa, en el que que recuerda que sus padres “no tenían ni para pagar las letras pero pagaron un dineral para comprarme las Adidas Predator en cuanto salieron porque querían ver a su hijo con los mejores botines del momento”

Eran los tiempos del Dream Team de Cruyff e Iniesta admiraba a Laudrup (le 
imitaba una jugada, la “croqueta”) y a Guardiola, del que le encantaba eso de mirar a todos lados antes de recibir la pelota.

Con tan poca edad, Iniesta ya era muy serio. Todos recuerdan este aspecto de alguien que a tan corta edad parecía saber lo que quería para su futuro y estaba absolutamente determinado. Un ex compañero suyo al que le decían “Chapi” por su parecido al recordado ex lateral del Barcelona Albert Ferrer, contó que la noche previa a un partido en un importante torneo infantil en Brunete comenzó a saltar por las camas y que Iniesta le dijo “José, apagá la luz por favor, mañana tenemos partido a las diez y media. Ahora, ¡a descansar!”.

Como siempre ocurre, hay una situación de azar que marca en la vida. Y ocurrió en ese torneo de Brunete de 1996 en un torneo cada vez más mediático relacionado con el reconocido periodista español José Ramón de la Morena. Albert Benaiges, ligado al Barcelona, quedó deslumbrado por un Iniesta de 12 años que casi no hablaba y huía de cualquier contacto (“Hable con mi padre, hable con mi padre”), pero Benaiges no podía hacer eso, porque estaba de buzo con el escudo del Barcelona y todos los demás equipos se darían cuenta, por lo que envió a un representante del club, el Sr Fábregas, que estaba de traje y corbata.

Iniesta llevaba la camiseta 5,  a veces de blanco y a veces de rojo. Llegó a semifinales y fue eliminado por el Racing de Santander, que en cuartos había eliminado al Atlético del “Niño” Fernando Torres . Iniesta ya había estado en el torneo de 1995 pero no había aparecido tanto. En 1996, Albacete terminó tercero y él fue elegido mejor jugador del torneo. En cuartos, cuando nadie lo pensaba, el Albacete había eliminado por penales al Real Madrid. Habían puesto tribunas especiales porque había llegado a ver el torneo nada menos que Lorenzo Sanz, el presidente blanco.

En ese torneo, otro chico, Jonatan Valle, marcaba goles maradonianos en el Racing, pero bastó que un dia llegara Radomir Antic, el director técnico del Atlético Madrid que ese año ganaría el Doblete (Liga y Copa del Rey) y dijera “ustedes no tienen ni puta idea, el mejor de todos es el 5 del Albacete, que no se equivoca nunca”.

Cuando terminó la competencia, De la Morena fue a buscar a Iniesta al hotel Alcalá de Madrid, donde se hospedaban todos los chicos, para el premio. Allí el chico dijo dijo que su padre era albañil “pero dejará de serlo cuando yo sea figura, lo quiero bajar del andamio”. Como mejor jugador, Iniesta ganó un viaje a Puerto Aventura, que aprovechó la familia para pasar a conocer las instalaciones de La Masía en Barcelona. Allí, todos se convencieron de que era un lugar posible para Andrés, quien ya era seguido de cerca por Oriol Tort, un gran caza talentos del club.

Lo cierto es que a mediados de setiembre de 1996, cuando ya había pasado el límite de tiempo que le había dado el Barcelona para que se decidiera, Andrés le pidió a su padre que llamara al club para aceptar la propuesta. “¿Por qué ahora, hijo?”, le preguntó el padre. Por qué ahora, hijo? “Porque sé que es lo que tú quieres. No te puedo dejar sin esa ilusión después de todo lo que has luchado por mí”, respondió el chico de 12 años.

Es el día de hoy que Iniesta recuerda con pelos y señales aquel viaje desde Fuentealbilla hasta Barcelona con el Ford Orion azul con su padre, su madre y su abuelo materno. Iba para quedarse en La Masía y apenas se dijeron algunas frases de ocasión. El silencio era total. Había un clima de tristeza por la separación, más allá de que era algo soñado por Andrés.

“Parece absurdo, pero es cierto: el peor día de mi vida lo he pasado en La Masía…tuve una sensación de abandono, de pérdida, como si me hubiesen arrancado algo de adentro, en lo más profundo de mí. Fue un momento durísimo. Yo quería estar allí, sabía que era lo mejor para mi futuro…pero pasé por un trago muy amargo, tuve que separarme de mi familia, no verlos todos los días, no sentirlos cerca…lo elegí yo, es verdad”, recuerda Iniesta.

Mientras los padres hablaban con Juan César Farrés, director de la residencia, el arquero de los juveniles, José Bermúdez, de 17 años, y con un  porte tal que Iniesta le llegaba poco más que a la cintura, le mostraba las instalaciones al chico. Iniesta lloraba y lloraba. Compartiría litera con Jorge Troiteiro, y los padres y su abuelo materno se fueron a un hotel a unos 200 metros, apenas cruzando la calle Maternidad.

José Antonio no aguantaba en el hotel y estuvo a un paso de buscar a Andrés para llevárselo al pueblo, pero fue frenado por Mari, su esposa: “si se va y no triunfa, lo habré perdido por 6-7 años. Si se va y triunfa, también. Siempre pierdo….si te lo llevas eres un egoísta porque piensas en ti pero no en él. Dale la posibilidad de probarlo. Ahora no podemos acobardarnos”. Iniesta pensó que sus padres se marcharían en la noche, pero a la mañana siguiente aparecieron por La Masía y lo acompañaron al colegio. Con él iba también Troiteiro. Se dieron dos besos en la mejilla como si todo fuera como siempre.

La primera vez que volvieron sus padres, al mes, Iniesta ya los esperaba una hora antes sentado en la rampa. Mirando cada coche a ver si se veía el Ford Orion azul pero a pocos km de llegar se les quedó el coche en la autopista y hubo que llamar a la grúa.
“En el canal que hay en el pueblo no caben las lágrimas que derramó entonces mi nieto”, suele decir su abuelo Andrés Luján.

El día del debut en el Infantil B del Barcelona, se quedó dormido No sabe bien por qué. Se fue sin desayunar. Ganaron al final 8-0 a la peña Cinco Copas y marcó 4 goles.
A ese chico triste que iba superando el trauma de a poco, Benaiges se lo llevaba al cine junto con su hijo para distraerlo, o a una piscina con bolas de espuma en un parque infantil.

Jordi Mesalles, otro chico de la época, cuenta que no se perdían un partido del Barcelona de Van Gaal. Se sentaban todos cerca y él admiraba a Cocú, y al haberse ido Michael Laudrup al Real Madrid, Iniesta miraba más a Josep Guardiola.

El gran escaparate de Iniesta y su generación fue la Nike Cup, un torneo muy prestigioso, y en el Camp Nou, ante 20.000 personas, y era la final ante Rosario Central. El Barcelona lo había goleado en el inicio del torneo pero la cosa se puso mal hasta que Iniesta fue de media punta. Vino la remontada, con un “gol de oro” suyo, el presagio de lo que serían el gol al Chelsea y el de la final del Mundial. Fue elegido mejor jugador del partido y Guardiola fue el encargado de darle el trofeo. Le dijo “Dentro de 10 años, yo estaré sentado en una grada para verte jugar”. Fue en 1999 pero pasaría  menos tiempo para que eso ocurriera.

Cuando Lorenzo Serra Ferrer era el DT del equipo, bajó a las inferiores a ver a Iniesta y consideró que debía estar cerca de referentes como Guardiola y Xavi. “Yo no descubrí nada. Andrés era un genio. Un fenómeno de la naturaleza como jugador y persona. Jamás lo dudé”. Llamó a La Masía y pidió que avisaran a Iniesta que mañana se entrenaba con el Primer equipo. “Quise premiarlo por su liderazgo en el campo, por su actitud con los compañeros, por su comportamiento en el colegio. Entendía el juego, sabía de memoria la filosofía del Barcelona. Sabíamos que con él no íbamos a fallar”. Serra Ferrer estaba a cargo de todas las inferiores. Iniesta pasó rápido por el Juvenil A y por el Barcelona B porque todos ya lo conocían.

Jordi Gonzalvo, el último DT que tuvo en juveniles, descubre algo distinto: “Tiene una mentalidad como la de Carles Puyol. Son distintos por fuera, pero se parecen mucho más de lo que ellos creen. Andrés es mucho más rebelde de lo que parece. Sabe disimular la mala leche que lleva adentro pero la tiene, claro que la tiene, pero la contiene apretando los dientes. Es más, creo que Andrés necesita ese punto de rebeldía. Unos lo muestran pegando gritos, él no. Lo muestra jugado, superando todas las adversidades con una pelota”.

Había estado ya a punto de debutar en diciembre de 2001, en tiempos convulsionados de crisis y cambios de DT. Carles Rexach lo puso en el banco en el derbi contra el Español en el anterior estadio de Montjuic. Xavi y Gerard López estaban lesionados, pero optó finalmente por el francés Christanval para jugar en el medio al lado de Cocú. El Barcelona perdió 2-0.

Ya para el inicio de la temporada 2002-03, Louis Van Gaal, que creía en la necesidad de renovación con jóvenes de la cantera, lo convocó para iniciar la temporada con la Primera pero él tenía justo Europeo sub-19 con la selección. Sin embargo, el holandés le dijo que fuera y que a la vuelta se sumara. El 29 de octubre de 2002 debutó con la número 34 ante Brujas. El Barca ganó 0-1 con gol de Juan Román Riquelme. “Salí y pásalo bien. Hacé lo que más sabés, jugá al fútbol”. Fue titular en los últimos 6 partidos de Van Gaal como DT.

Ya con otro holandés, Frank Rikjaard, pasó por una etapa especial en la que no hubo feeling, aunque eso apareció especialmente en la final de la Champions League de 2006 en París ante el Arsenal. Iniesta sentía que había jugado bien ante Benfica y Milan, los partidos anteriores en el camino de la final. Incluso había invitado a amigos a verlo a París, cuando a pocos minutos del partido se enteró de que no sería titular. En el medio entrarían Edmilson, Deco y Van Bommel. “Fue uno de los momentos más duros que viví”, cuenta Iniesta.

El Barcelona no encontraba el partido. Sol Campbell había puesto en ventaja a los ingleses, que amenazaban en cada contragolpe por Thierry Henry. En un momento del primer tiempo, Samuel Eto’o se acercó al banco de suplentes a preguntarle a Ten Cate, ayudante de Rikjaard, si había alguna chance de que entrara Iniesta. “Lo estamos pensando”, le contestaron. Efectivamente, Iniesta entró para el segundo tiempo por Edmilson. Henry cree que ese partido “lo cambió Iniesta. Por una hora aguantamos pero él empezó a girar y me mató porque se iba en velocidad y nosotros estábamos con 10 (por expulsión del arquero Jens Lehmann). Hasta ahí, me las venía arreglando bien”.

“Las cosas que me dijo Rikjaard antes de entrar al vestuario, al bajar del bus para la final, me las guardo para mí”, dice hoy Iniesta.. Txiki Beguiristain, director deportivo, no sabe qué fue lo que le dijo Rikjaard pero él le dijo al oído al DT en los festejos “debes hablar con Andrés”. Rikjaard tampoco nunca aclaró qué fue lo que dijo.


En 2009, en Stamford Bridge, durante la primera Champions de Guardiola como DT, el Barcelona venía de ganar 2-6 al Real Madrid en el Bernabeu, pero el tiempo se iba, con el  ya casi clasificado por un gol de Essien, sin que el Barcelona pudiera rematar al arco de Peter Cech hasta que en el minuto 92, Iniesta sacó un derechazo acomodando la pelota un poco atrás, de adentro hacia afuera, y con ese mítico gol, que festejó de una manera loca, impropia de él, su equipo consiguió el pase a la final de Roma ante el Manchester United.

A partir de ese momento, la idolatría de los hinchas culés era total. Era aplaudido cada vez que tocaba la pelota. El Barcelona festejaba su título de Liga ante el Villarreal pero Iniesta se había vuelto a lesionar otra vez muscularmente, la cuarta en la misma temporada. No podría jugar la final de la Copa del Rey ante el Athletic, ni la de la Champions en Roma. También parecía ya que se perdía con la selección la Copa Confederaciones de Sudáfrica.

Pero Iniesta no se dio por vencido y le dijo al doctor Ricardo Pruna “Estaré en Roma”. La final de la Copa del Rey en Mestalla estaba complicada. 1-1 en el entretiempo con goles de Toquero y de Yaya Touré, cuando Guardiola les dijo en el vestuario: “Andrés se rompió porque cuando remató en Stamford Bridge, en su pierna estaba depositado todo el barcelonismo. ¡Juguemos ahora por él!”. En 20 minutos, el Barcelona liquidó el partido con goles de Messi, Bojan y Xavi de tiro libre.

Iniesta salió a jugar la final de la Champions muy delicado. De hecho, no podía patear porque ahí es cuando más trabaja el recto anterior. Pruna estaba pendiente de sus movimientos. Le había pedido “no patees, por favor”. Guardiola le dijo “aguantá lo que puedas, ¿ok?” Pero a los 10 minutos  se sacó de encima a Carrick, habilitó a Eto’o, que se le fue a Evra con un movimiento, y definiría para el primer gol y luego Messi, de cabeza, aumentaría la diferencia.

Paco Seirulo, el preparador físico, dice que los músculos de Iniesta “son como él, un misterio. De fibras blancas, compactos, como una liebre del campo que nunca sabes por dónde te va a salir…es un genio”.  Pero la alegría por el título duró poco. Iniesta estaría 4 meses y 2 días sin poder jugar. “Pensé que sería el mejor verano de mi vida, pero fue el peor”.

Iniesta mismo trata de definirlo en  “La jugada de mi vida”, pero dice que no sabía bien qué le pasaba, dejó de ser él mismo, y aunque pasaba todas las pruebas, había algo en su cuerpo que no podía definir. Al volver de las vacaciones, se resintió. En medio de esa situación, se acercó Puyol para decirle que su amigo Dani Jarque, defensor del Español, había muerto. “A partir de ahí empezó mi caída libre hacia un lugar desconocido. Vi el abismo…y fue entonces cuando le dije al doctor “No puedo más”. Hugo un momento de mi vida en el que mi cuerpo dijo basta. “Estuviste muchos años escuchando y complaciendo a todo el mundo. Ahora es tiempo de escucharte y darte tiempo a vos mismo”. ¿Qué explicación le doy a eso? Que dentro de mí me quedé sin nada. No era consciente de eso. Pensaba que era un superhombre y que lo aguantaría todo. Pero no”, trata de explicar.

Puyol tiene su idea: “Andrés lo somatiza todo, quizá por eso se lesiona tanto. Creemos que podemos con todo, pero no es así”. No comía y a veces se iba antes de los entrenamientos porque ya se lo había adelantado Guardiola: “sólo importas tú, si te sientes sin ganas, te vas del entrenamiento cuando quieras”. De la Morena dice que tuvo “un amago de depresión”.

La forma de darse cuenta de que estaba curado fue extraña: esperó a que todos durmieran en el hotel de Johannesburgo, y entonces salió a correr por el pasillo para probarse, justo antes del Mundial. Fue su forma secreta de estar seguro de que ya estaba bien, que la crisis había pasado. Raúl Martínez, uno de los dos que trabajó con él en la recuperación (el otro fue Emili Ricart) descubrió un tejido que provocaba desorganización en la pierna y se la desbloqueó, mientras Ricart le limpió la mente con un video que le hacía ver cada noche antes de dormir. “Sólo puedo decir que deportivamente, Raúl me salvó la vida. Conoce mi cuerpo y mis reacciones como si me hubiese parido”.

Por si fuera poco, el 13 de abril de 2010 se lesionó el isquiotibial derecho (“pensé que no llegaba al Mundial”). Iniesta lloraba y lloraba bajo la ducha, con el capitán Puyol hablándole: “ánimo, Andrés, todo irá bien. Tienes que hablar con Raúl” pero Iniesta parecía no escucharlo, ni a Seirulo. Finalmente, habló con Martínez, quien le dijo que llegaría bien al Mundial “y una vez allí, haremos todo lo posible para que tu cuerpo vuelva a La normalidad”. Ese Mundial fueron inseparables. Por la noche, en la concentración, pasada la cena llegaba “el momento Raúl”. Iniesta se estiraba en la camilla y el otro trabajaba en sus músculos. Luego veía siempre el video de Ricart.

A una semana del Mundial, Iniesta maravillaba en un amistoso ante Polonia en Murcia, pero a los 39 minutos pidió el cambio y todos se asustaron. Desde el cuerpo médico cuentan que hubo un pinchazo y prefirieron preservarlo pero llegaba con un desgarro fibrilar, con el muslo derecho casi roto. Llegó, de todos modos, al partido inaugural ante Suiza, pero a la hora salió lesionado por un golpe de Lichsteiner. Como siempre, fue reemplazado por Pedro y se tocaba la parte posterior del muslo. Había sentido una especie de calambre luego de haber jugado un muy buen partido. España comenzó perdiendo, hubo críticas a Del Bosque, e Iniesta estaba en gran duda para Honduras para lo que quedaban cinco días (”en esos días lo pasé muy mal”) pero Martínez parece que hizo un clic y encontró lo que pasaba.

“Es difícil entenderlo y a veces pienso que no acabo de entenderlo. Iniesta es difícil, es abstracto, es un enigma, nunca sabes en qué piensa, vive en su mundo, como si estuviera desconectado, desconfiado de entrada. No se puede ingresar en su cerebro, pero es un reloj suizo y los dos hemos aprendido qué ajustes hay que hacer, y ahora había que rearmonizar su cuerpo. Y eso hicimos”.

Iniesta comenzó a sentirse bien. Tan bien que en un micro tensionado en el camino a enfrentar a Chile para definir el grupo, le dijo a Valdés “hoy hago un gol y te lo dedico” y cumplió. O después del gol de Puyol en la semifinal ante Alemania, cuando le decían que era el más importante de la historia de la selección y el respondía “ojala sea sólo hasta el domingo en la final”, Iniesta dijo “de eso me encargo yo”. Y así fue. 

Y tras el gol a Holanda en el que varios compañeros casi se caen al foso por el envión en el abrazo, salió corriendo y se sacó la camiseta española y abajo tenía otra que decía “Dani Jarque, siempre con nosotros”. Lo había conocido en los juveniles, ganaron juntos el europeo sub-19 a Alemania con gol de Fernando Torres.

“Cuando recibo la pelota, no escucho nada. Cuando la controlo, siento que se para el mundo. No sentí nada, sólo silencio. La pelota, el arco, yo…un poco antes de que me pasaran la pelota, di un  paso atrás para no caer en offside aunque sabía que no estaba en offside, fue instintivo. Y después hay que aguantar, aguardar el momento exacto para enganchar bien la pelota. Allí sólo mandaba yo. La pelota era la manzana de Newton y por lo tanto, yo era Newton. Sólo tenía que esperar que la ley de la Gravedad haga bien su trabajo”.

El remate dobló la mano derecha del arquero. Iniesta jugó 6 de los 7 partidos del Mundial y fue elegido el mejor de la cancha en 3, la final incluida.
Hoy, para quienes lo conocen de cerca es inconcebible este Iniesta sin su mujer Anna, decoradora de interiores y asesora de imagen, sus dos hijos –perdieron un tercero- y sus padres y hermana, con los que conforma un núcleo granítico y regresa siempre a Fuentealbilla, donde tiene viñedos.


El respeto de sus compañeros es reverencial y se notó especialmente en los actos de despedida de estos días. Incluso Xavi Hernández, compañero suyo de tantas batallas y tantos recitales con la pelota, lloraba a mares de emoción en el acto del Auditorio. En el primer entrenamiento de Iniesta en el Camp Nou, Guardiola le dijo a Xavi: “Tú me quitarás el puesto, pero este chico nos lo va a quitar a los dos”. También Pep suele decir que el fallecido Tito Vilanova tenía razón en su definición sobre Iniesta: “No corre, se desliza”, mientras que para Vicente Del Bosque, es uno de los más grandes porque es un maestro de la relación espacio-tiempo”

Lionel Messi dice que se parecen bastante aunque los dos son de poco hablar. “En el vestuario ocupamos rincones distantes pero somos de hablarnos con la mirada. Él es más un armador de juego. Me gusta tenerlo cerca cuando el partido se pone duro, raro, áspero”.

Tan genial como impredecible, acaso el mejor ejemplo de lo que es Iniesta sea algo que ocurrió en el inicio de la temporada 2008-09 en el Barcelona. Era el debut de Guardiola como director técnico, y el inicio de con una derrota ante Numancia en Soria y un empate ante el Racing de Santander en el Camp Nou.

Empezaron las críticas, del tipo “el peor arranque de la historia”. Sólo Cruyff apoyaba desde una columna en “El Periódico”: “Este Barca pinta bien, muy bien, yo no sé qué vieron ustedes”. Guardiola parecía solo, muy joven, y con dos muy malos resultados. Estaba en su despacho cuando alguien golpeó la puerta:

“¡Hola míster! Quédese tranquilo, lo ganaremos todo, estamos por el buen camino. Sigamos así, vale? Jugamos increíble, lo pasamos fabuloso en los entrenamientos. No cambiemos nada, por favor. ¡Jugamos de puta madre! ¡Este año vamos a arrasar!”

Y ese Barcelona arrasó y fue campeón e inscribió uno de los capítulos más gloriosos de la historia del fútbol. E Iniesta es ya parte fundamental de esa historia, aunque el tiempo sea inexorable y haya decidido, entre lágrimas, dar un paso, siempre elegante, al costado.























Todo sea por la final de la Champions en una ciudad imposible (Infobae)



                                         
                                                     Desde Kiev



Sarham Hussain, Abdul Nadim y Hussein Nadiadi comparten dos pasiones: el Liverpool y la medicina. Los tres han dejado unos días los estudios en la República Checa, cerca de Praga, para viajar a Kiev en autobús para seguir a su club querido, que no llega a una final de Champions League desde 2007.

Para eso, intentaron comprar entradas, pero ya pasaban los mil euros cada una y ante la imposibilidad económica, decidieron jugarse a ver lo que sucedía en la propia capital ucraniana, para lo que viajaron desde Praga hasta Kiev en casi un día, comiendo mal y durmiendo a duras penas.

Pero en medio del viaje se encontraron con otra pesadilla: al llegar al límite entre Polonia y Ucrania, el autobús se detuvo dos horas porque se trata del paso del último tramo de la Unión Europea (UE) hacia fuera de ella. Entonces, hay que cumplimentar el trámite de entregar el pasaporte (más en su caso, que no parecen  físicamente europeos y los llenaron de preguntas) para que les fuera devuelto media hora más tarde, pero además, de ambos lados de la frontera.

Los tres estudiantes son fanáticos del Liverpool. Van siempre a Anfield, y opinan que no pueden dejar de acompañar al equipo porque una final puede suceder “una vez en la vida” y con ellos coinciden Dale y Julia, una pareja inglesa de cuarenta años de la tierra de Los Beatles que no tiene entradas, que va dispuesta a buscar algo en la reventa, aunque “sin exagerar” y que decidió tomar un tren desde Cracovia y sumarse al llamado “Fan Zone” donde se concentran los hinchas “Reds” si no hay manera de ingresar al Estadio Olímpico.

Si se considera que el estadio tiene capacidad para 63.000 espectadores y la UEFA apenas repartió 12.800 entradas para cada club finalista, la gran pregunta es a dónde fueron a parar más de 50.000 entradas cuando en Kiev el público parece mostrar más curiosidad por lo exótico de la llegada de tantos turistas fanáticos del fútbol que interés real en el acontecimiento.

Ya hay consenso general en que la elección de la sede de esta final por parte de aquella UEFA de Michel Platini en 2015, que hoy parece lejana con la conducción del esloveno Alexander Ceferin, es un fracaso y parece claro que no habrá pronta repetición de un escenario semejante para las próximas definiciones. Por lo pronto, la final de la Champions 2019 será en el Wanda Metropolitano del Atlético Madrid, y la de 2020, en Estambul, que ya lo fue en 2005.

Si los hinchas del Liverpool suelen acompañar al equipo en una cantidad generalmente cuatro veces mayor a la cantidad de entradas que recibe el club (porque muchos apuestan a la compra en reventa y otros no tienen problemas en ir a la Fan Zone, con la idea de que el equipo sienta que no está solo), esta vez el Real Madrid llegó a devolver cerca de 3000 entradas, aunque Ceferin admita sólo mil de ellas, y se mantiene el silencio sobre que el club blanco habría puesto la condición de que esas entradas no se les entregara a su rival.

Ramón, un fanático del Real Madrid, sólo encontró la vía de Barcelona-Nápoles para llegar al objetivo de Kiev, por la poca cantidad de vuelos diarios, y tampoco consiguió lugar en los charters que suele poner el club porque estaban agotados y tampoco eran baratos, y además, había que anotarse a tiempo.

El otro problema grande es el alojamiento. Lugares hay, y bastantes en todo Kiev y alrededores, pero muchos inquilinos se encontraron que aunque hicieron las cosas a tiempo en sitios como Booking.com o airbnb.com, los dueños cancelaron los acuerdos para subir los precios al doble, triple y hasta cuádruple. Hay habitación es de hotel que ya rondan los mil euros la noche.

Todo esto contrasta con los precios en la vida diaria. Viajar en metro cuesta 0.20 dólar y la comida es baratísima, aunque es bastante complicado el transporte y también la comunicación porque son muy pocos los que hablan otro idioma, y casi siempre, jóvenes. Los mayores sólo hablan los idiomas del este y salvo en algunos lugares especiales, casi todos los carteles están en cirílico.

Cuando mañana a las 21,45 horas local (15,45 de Argentina) empiece la final entre Real Madrid y el Liverpool, se escuchará a los hinchas reds cantar el tradicional “you never walk alone” (nunca caminarás solo) y vaya si será verdad: para superar tantos obstáculos hay que amar demasiado al club y al fútbol.



martes, 22 de mayo de 2018

El río como hilo conductor del fútbol más bello (Revista Istor, México)




Si hay un hilo conductor entre las selecciones nacionales que practicaron el fútbol más bello en todos los tiempos, acaso sea el agua como ámbito inspirador, en algunos casos a partir de ríos como el Danubio en Europa o el de La Plata, a principio del Siglo XX, o ya a mediados del mismo, las playas de Río de Janeiro. En todos los casos, los ríos fueron, accidentalmente o no, fuente inspiradora de muchos de los equipos que han dejado la mejor huella. Si hubo dos selecciones que no pudieron demostrar con títulos mundiales todo lo que significaron, pero hicieron escuela con similitudes sorprendentes pese a su lejanía geográfica y cultura, esas fueron las de Austria en Europa y Argentina en Sudamérica. En el resto de los casos, Hungría en Suiza 1954, Brasil en México 1970 y Holanda en Alemania Federal 1974, su fútbol ha quedado marcado a fuego en la historia de los Mundiales.

LA MARAVILLA DEL WUNDERTEAM






La selección austríaca, más conocida como el “Wunderteam” (Equipo Maravilloso), se constituyó alrededor del río Danubio, el segundo más largo de Europa detrás del Volga, que se extiende desde la Selva Negra en Alemania y atraviesa diez países, y entre otras ciudades, Viena y Bucarest. Es por eso que la selección austríaca creó en fútbol lo que se dio en llamar “La Escuela del Danubio” en los años treinta, aunque tendría influencia en los llamados “Mágicos Magyares” de Hungría en los años cincuenta, y en “La Naranja mecánica” holandesa de los setenta.
El “Wunderteam” tuvo, a su vez, influencia escocesa porque su emblemático entrenador, Hugo Meisl, se nutrió de su gran amigo y colega británico Jimmy Hogan, a quien llevó consigo a Austria. Ese estilo escocés que transmitía Hogan consistía en jugar el balón al ras del suelo, con pases cortos, ataque permanente, una enorme presión en posición de ataque para no dejar jugar al adversario y especialmente, una posesión casi total de la pelota, con lo que su rival no podía hacerse de ella y por lo tanto, no podía molestar.
Hasta ese momento, el fútbol que dominaba la escena europea era netamente el inglés, que prefería el balón en lo alto, con juego aéreo, centros precisos para que los delanteros concretaran con sus cabezas, aprovecharan los rebotes o dieran pases en profundidad con pases largos para explotar la velocidad. Meisl tomó también de su amigo Hogan el cambio en el cuidado de los futbolistas, a los que fue profesionalizando en el aspecto no sólo físico sino también alimentario, al introducir la dieta proteínica y reducir el consumo de carne para aumentar el de frutas e hidratos de carbono.
Meisl, también impulsor de la Copa Mitropa, antecesora de lo que luego fueron la Eurocopa y la Copa de Europa, había asumido como entrenador austríaco en 1912 pero la Primera Guerra Mundial había interrumpido su trabajo dos años más tarde, al punto de que luego debió formar parte del ejército por cinco años. Meisl regresó en 1919 y fue en ese momento cuando pudo poner en práctica, por fin, sus ideas, que terminarían dando sus frutos en los años treinta, especialmente entre 1931 y 1935, al punto de que Austria con el “Wunderteam” se constituyó, en opinión casi unánime, en la mejor selección europea de su tiempo.
El equipo austríaco tuvo como base a un jugador fundamental, mágico, como sin dudas fue Matías Sindelar, el mejor de Europa. Lo llamaban también “Der Papierene” (“el bailarín de papel”). Era muy delgado y frágil y por su virtuosismo técnico también fue conocido como “El Mozart del fútbol”. Sindelar era atacante (jugaba con el número nueve en su espalda) pero el “Wunderteam” era un equipo completo, con una defensa con estrellas como Karl Sesta y Franz Wagner, volantes como Josef Bican (oficialmente, el segundo máximo goleador de la historia) y Karl Zischek, y extremos como Johan Horvath y Rudolph Vierti. El equipo practicaba un sistema virtuoso que marcó época con la llamada WM, un sistema 3-2-5, con muchos jugadores en posición de ataque, con gran movilidad y con un planteo claro de su entrenador Meisl: “Antes de incluir a un torpe, preferiría jugar con diez”.
El 12 de abril de 1931, el Wunderteam estableció una racha de 14 partidos invicto que incluyó dos goleadas a Alemania (en ambos casos 5-0, tanto en Berlín como en Viena), 8-2 a Hungría y nada menos que 5-0 a Escocia, en la primera derrota de este equipo ante una selección no-británica. Al fin, la derrota llegó en el mítico Stanford Bridge de Londres ante Inglaterra por 4-3 en un partido para muchos inolvidable.
Austria se encaminaba con fuerza hacia el Mundial de Italia en 1934, con apenas una sola derrota posterior a Inglaterra, ante Checoslovaquia, en una serie con 28 victorias y un empate, y 102 goles en 31 partidos, siendo el último amistoso el disputado ante la que sería su gran rival de la época, la Italia de los tiempos del fascismo de Benito Mussolini, a la que vencería 4-2 en Turín.
Austria revalidó en el Mundial su condición de favorita venciendo a Francia primero, a Hungría en cuartos luego, aunque en un partido muy violento en el que varios de sus integrantes terminaron lesionados y justo cuando en semifinales esperaba la Italia del entrenador Vittorio Pozzo, gran amigo de su colega Meisl. Italia, impulsada por Mussolini hacia una victoria que ayudara a entronizar al fascismo, y con Giuseppe Meazza como único capaz de disputarle el centro europeo a Sindelar, dispuso de un cerrojo para controlar a una Austria desgastada, pero Pozzo destinó especialmente al argentino nacionalizado Luis Monti[1] para la marca del “Jugador de Papel” bajo la lluvia de San Siro, a lo que se sumó una brillante actuación del arquero local Giampiero Conti y sospechosos fallos del árbitro sueco Iván Eklind. Los locales marcaron un gol a poco de comenzar el partido a través de otro argentino nacionalizado,  Enrique Guaita. La derrota fue un duro golpe para un equipo que ya no sería nunca más el mismo, se rompería incluso la relación entre Meisl y Pozzo, y perdería también ante Alemania por el tercer lugar.
Dos años más tarde, otra vez Austria se encontraría con Italia en la final de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 y volvería a perder. El “Anschluss”, la anexión de Austria por parte del Tercer Reich el 12 de marzo de 1938, marcaría el fin de este equipo, con el agregado de un partido amistoso entre Alemania y Austria previo al Mundial de Francia de ese año, ante la presencia del líder nazi Adolf Hitler. Pese a las órdenes de no convertir goles, Sindelar cambió de postura en el segundo tiempo y tras uno de los tantos, bailoteó frente al palco del Fuhrer. De hecho, ese fue su último partido, vivió desde entonces en la clandestinidad y el 23 de enero de 1939 se lo encontró sin vida junto a su novia María Castagnola. Dos años antes había fallecido Meisl, de un ataque al corazón, dejando algunos conceptos muy claros. Para jugadores técnicos e inteligentes, no puede haber esquemas fijos. Empezando por el arquero, todos deben colaborar en el trabajo constructivo y eficaz. Ni siquiera el arquero puede lanzar la pelota sin un plan. Hasta el arquero puede construir un ataque si pasa el balón con precisión. Los once futbolistas deben estar en continuo movimiento para que el adversario no pueda anticipar sus intenciones. Un volante puede avanzar por sorpresa y marcar un gol, pero en ese caso, un compañero debe tomar su posición. No hay quedarle la pelota al pie a un compañero sino delante de él, al espacio libre, para no detener el avance. El sistema de Meisl no era en realidad un sistema, se trataba de inteligencia, velocidad y sorpresa como claves del éxito. Otras dos selecciones, décadas más adelante, retomarían estos conceptos para marcar otras épocas.


[1] Protagonista de la primera final como albiceleste ante Uruguay en 1930, cuando se dijo que fue amenazado en el entretiempo y bajó su rendimiento en la etapa final y luego emigró.




ARGENTINA Y EL DOMINIO SIN CHANCES MUNDIALISTAS





Con unos pocos años de diferencia con el Wunderteam, y alrededor de otro río, el de la Plata, la selección argentina desarrolló algunas situaciones con bastante paralelismo. Su dominio continental fue casi total, ganando los torneos sudamericanos (antecedentes de la Copa América) de 1937, 1941, 1945, 1946 y 1947, el primero bajo la dirección técnica de Manuel Seoane y el resto, de la de Guillermo Stábile. Tanto Seoane como Stábile habían sido estrellas de las primeras décadas del siglo XX (Stábile había sido el máximo goleador del Mundial de Uruguay 1930).
En los años cuarenta, con el aumento de la población en las grandes ciudades, los beneficios que la Argentina tuvo como país exportador con la crisis europea tras la Segunda Guerra Mundial y la posibilidad de desarrollar la técnica en los llamados “potreros”, donde la pelota picaba mal y había que aprender a dominarla, el fútbol argentino se pobló de grandes cracks que emergían de los clubes seguidos masivamente por sus hinchas.
En los primeros años del Siglo XX, el fútbol argentino había conseguido desplazar a los británicos que habían introducido el deporte desde su llegada a los principales puertos, debido a que, sin mucha conexión con los austríacos, habían desarrollado, de fondo, la misma idea de juego: el toque corto, al ras, de atrás hacia adelante, en lo que llamaron “pared” y una técnica distinta y propia: la “gambeta”, un recurso para eludir a rivales en recortes individuales con lo que se resolvían muchas jugadas durante los partidos.
El fútbol argentino vivió en los años cuarenta la definitiva expansión de sus equipos como Boca Juniors, River Plate, Racing Club, Independiente, San Lorenzo, Huracán o Vélez Sársfield en Buenos Aires, que desde la llegada del gobierno populista de Juan Perón consiguieron fondos estatales para construir o ampliar sus estadios.
La proliferación de cracks era tal, que en los torneos sudamericanos, la selección argentina se permitía alterar un equipo A y uno B con la misma eficacia, utilizando la defensa completa de un equipo, los volantes de otro y el ataque de un tercero, siempre bajo el sistema 2-3-5, muy parecido al austríaco. Jugadores como Norberto Méndez (máximo goleador argentino en la historia de los sudamericanos, con 17 tantos), José Manuel Moreno, Angel Labruna, René Pontoni (el ídolo del Papa Francisco), Rinaldo Martino, Vicente De la Mata o Alfredo Di Stéfano eran grandes estrellas reconocidas como tales en el continente, dando verdaderos recitales de fútbol en un tiempo de enorme romanticismo, aunque con el obstáculo de gran aislamiento de Europa.
La gran deuda de este fútbol argentino fue el no haber podido confirmar su dominio ante equipos europeos. Desde 1930, cuando jugó ante Yugoslavia, hasta 1951, que por fin viajó a Wembley para disputar un amistoso ante Inglaterra (que por eso se sobredimensionó)[1], no tuvo posibilidad de competir y probarse ante conjuntos del Viejo Continente. El fútbol argentino tuvo otros obstáculos en ese tiempo, uno interno y el otro, externo. El interno fue la incapacidad dirigencial, que tras haber perdido por escaso margen de votos la organización del Mundial de 1938 a manos de Francia, expresó su disgusto no asistiendo a los Mundiales de 1950 y 1954 (especialmente al primero de ellos, que acabó ganando el vecino Uruguay), aunque el oro panamericano de 1951 y 1955 refuerzan la idea del dominio continental albiceleste. El factor externo está relacionado con la imposibilidad de disputar los Mundiales de la década, 1942 y 1946, a causa de la segunda Guerra Mundial.
Acaso un ejemplo de la potencia, la elegancia y la fiesta que significaba el fútbol argentino fue lo ocurrido para el Sudamericano de Guayaquil, Ecuador, en 1947, cuando había tal proliferación de cracks que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) determinó una Comisión Especial para la convocatoria al equipo nacional, que llamó a un plebiscito popular. De éste surgió una selección que de 22 jugadores contó con nueve delanteros (Boyé, Méndez, Pontoni, Moreno, Loustau, Sued, Cerviño, Fernández y Di Stéfano) relegando a Martino (luego titular de la selección italiana y campeón con la Juventus), De la Mata (integrante de un tridente mágico en Independiente con Antonio Sastre y el paraguayo Arsenio Erico en los años treinta), Labruna o Pedernera, integrantes de la célebre “Máquina” de River Plate. Esa selección ganó de manera brillante el torneo en Ecuador.
De todos los equipos argentinos, si hay uno para destacar y que marcó época, ese fue, sin dudas, “La Máquina” de River, compuesta por cinco delanteros: dos extremos (Muñoz y Loustau), dos internos (Moreno y Labruna) y un centrodelantero (Pedernera) que jugaba atrasado e ingresaba como una flecha por el medio, de sorpresa, pero que era capaz de organizar la jugada, aunque los dos internos tenían una enorme capacidad de gol y una creatividad absoluta. Todo funcionaba, y luego Pedernera fue reemplazado por Di Stéfano, antes de su espectacular paso por Millonarios de Colombia y especialmente, el Real Madrid. Sin conocer lo que había ocurrido años atrás con el Wunderteam, del otro lado del océano, el ataque argentino terminaba siendo sin un nueve de área, llegando desde atrás, es decir, con cierto parecido al esquema de los austríacos.
El fútbol argentino contaba con una organización en sus equipos, pero quedaba gran espacio para la creatividad con una gran libertad de decisión del jugador, siendo el entrenador quien en todo caso, tomaba determinaciones generales o la alineación del equipo al tener que elegir entre tantas estrellas. Roque Máspoli, el gran arquero uruguayo campeón mundial en el mítico “Maracanazo” de 1950 en Brasil, comentaba en un documental que “nosotros no tuvimos temor ante los locales en ese torneo, pero sí en cambio temíamos a los argentinos cuando debíamos enfrentarlos. A veces en el túnel, antes de ingresar, conversábamos con Shubert Gambetta (defensor) sobre lo que podía pasar y decíamos “hoy nos hacen cinco” o “mirá quién juega adelante para ellos. Por suerte, Argentina no fue rival nuestro en ese Mundial”.[2]
El historiador Eduardo Cantaro recuerda en sus redes sociales que para una primera programación del Mundial de Brasil de 1950, el primero que se disputaría desde 1938 a causa de la interrupción por la Segunda Guerra Mundial, los cuatro cabezas de serie de los grupos que se planteaba el Comité Ejecutivo de la FIFA eran Brasil (local), Italia (campeón mundial), Inglaterra (que por fin aceptaba participar en un torneo de esta naturaleza), y Argentina (considerado como mejor equipo del mundo). Luego, la AFA decidió no participar, como tampoco lo había hecho en Francia 1938 o en el Sudamericano de 1939 en Lima, Perú.
En aquel Mundial de 1938, había sobresalido el brasileño Leónidas da Silva, “El Diamante Negro”, quien luego reconoció que casi todo lo que era “lo aprendí de mi compañero argentino Antonio Sastre en el San Pablo”, que fue campeón en cinco de los diez torneos de la década de los Cuarenta. San Lorenzo de Almagro, que había sido campeón argentino en 1946 con una recordada delantera (Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva), salió de gira europea a principios de 1947 y alcanzó a golear a la selección española  (que tres años más tarde saldría tercera en el Mundial de Brasil) por 6-1.
César Luis Menotti suele sostener que para que años más tarde haya nacido un jugador genial como Lionel Messi, antes debió haber un Maradona, y para que naciera un Maradona, antes debió haber un Kempes, y antes de Kempes un Sívori y antes, un Di Stéfano, un Moreno o un Pedernera[3]. A esto, Menotti agregado es difícil que pueda nacer un genio del fútbol en países sin tradición y estilo.




[1] La revancha se disputó dos años más tarde en Buenos Aires, con un triunfo para cada uno.
[2] Colección “Los Mundiales”, Aldus Editorial, 1994, Buenos Aires, Argentina.
[3] Ver entrevista con Menotti por Pablo Aro Geraldes: http://arogeraldes.blogspot.com.br/2009/11/cesar-luis-menotti-pablo-aro-geraldes.html


LA MAGIA MAGYAR DE LOS AÑOS CINCUENTA

Con el precedente del Wunderteam de quince años atrás, es una obligación mencionar entre los mejores equipos de la historia a la selección de Hungría de los años cincuenta, dueña de grandes hazañas pero más que todo, de haber dejado una enorme huella con su fútbol genial, aunque igual que su antecesora, haya tenido que atravesar por trágicas circunstancias que acabaron con ella y que fueron ajenas al deporte. También el equipo húngaro se construyó a la vera del río, desde la ciudad de Budapest, conocida también como “la Perla del Danubio”.

La selección húngara había sido campeona olímpica en los Juegos de Helsinki, en 1952 y llegó a permanecer invicta durante 32 partidos. Se la llamó “El Equipo de Oro” y contaba con algunos jugadores de extraordinaria calidad como los delanteros Josef Toth, Sándor Kocsis, Nándor Hidegkuti, Zoltan Czibor pero en especial, a su gran figura, Ferenc Puskas. La base de este equipo era el Budapest Honved, cuatro veces campeón húngaro en los años cincuenta.
Con esta actuación olímpica, Hungría agrandó el mito cuando su fama generó que fuera invitada a jugar un partido amistoso en Wembley ante Inglaterra. Ese día quedó grabado a fuego para los amantes del fútbol estético porque los magyares se impusieron por un fabuloso 3-6, siendo el primer conjunto no británico que se impuso en ese estadio y para que no quedaran dudas, se volvió a imponer en la revancha de Budapest, en 1954, por 7-1
Sir Bobby Robson llegó a jugar ante aquel equipo húngaro en Wembley y recordó tiempo después que “nos sorprendió un nuevo sistema de juego que no habíamos visto antes. Ni conocíamos a esos jugadores ni a Puskas. Recuerdo que algunos de ellos estaban en el servicio militar”. Ese partido también generó un terremoto táctico porque los jugadores húngaros utilizaban en sus espaldas números que no estaban exactamente relacionados con sus posiciones en el campo. Es que, conceptualmente, los números no significaban nada. Tal como había ocurrido con el Wunderteam o con La Máquina de River, el nueve que utilizaba Higdekuti era puramente anecdótico porque jugaba retrasado, más cerca de Bozsik como dos mediapuntas que generaban juego mientras que Puskas (10) y Kocsis (8) aparecían como interiores cuando eran, en verdad, jugadores de área.
La gran revolución táctica húngara pasaba por el retraso de su centrodelantero, lo cual determinaba que las defensas rivales se confundieran a la hora de marcar y si a ello se le suma la movilidad del resto del equipo, resultaba muy complicado contrarrestarlo. De esta forma, la selección húngara impondría otro sistema, el 4-2-4, que terminaba con años de la WM (3-2-5), que luego utilizaría también Brasil para ganar en el Mundial siguiente, en Suecia 1958, con un jovencito y debutante Pelé.
Lógicamente que para el quinto Mundial, el de Suiza en 1954, cuando la fiesta retornó a Europa luego de 16 años, Hungría era natural candidata al título. Dirigida por Gusztav Sebes, su prestigio y las expectativas aumentaron cuando tras golear 8-2 a Alemania en la fase inicial, llegó el gran choque ante Brasil y pudo vencer 4-2 en un violentísimo partido que se dio en llamar “La Batalla de Berna” por los cuartos de final. Un saldo de tres expulsados, mientras que Puskas, ausente por lesión, le arrojó un botellazo a Pinheiro, aunque las acciones violentas ya habían comenzado en los vestuarios antes del partido.
Ya en semifinal esperaba Uruguay, bicampeón del mundo e invicto en los Mundiales porque los celestes no habían participado en Italia 1934 ni en Francia 1938, y en una memorable semifinal, nuevamente apareció el talento de los grandes jugadores magyares para imponerse 4-2 aunque los sudamericanos llegaron a igualar un partido que parecía perdido y rozaron la hazaña otra vez.
Hungría no parecía tener contra en ese Mundial. Llegaba a la final ante la misma Alemania de Sepp Herberger a la que había goleado al inicio y todos reconocían su gran fútbol, que se basaba en características muy nítidas: se trataba de un fútbol total, sin posiciones fijas, posesión casi total de la pelota, presión sobre el rival, fluida triangulación de pases y búsqueda permanente del arco rival.
Claro que para eso, el entrenador Sebes sostenía que necesitaba jugadores aptos no sólo técnicamente sino también en su estado físico y con notable sentido táctico. Si ante Brasil había sido la Batalla de Berna, la final ante Alemania se conoce como “El Milagro de Berna” por la increíble remontada germana que de perder 2-0 acabó ganando 3-2 con un líder como Fritz Walter que de esta forma comenzó a alimentar en el estadio de Wankdorf el mito de una selección que ya lleva atesorados cuatro títulos mundiales.
Sin embargo, hay que señalar otros factores en esta final, como la sensacional actuación del arquero alemán Toni Turek, que evitó una goleada monumental de los húngaros, ayudado por la siempre necesaria fortuna de tres remates en los palos y un Puskas aún sin su mejor forma porque continuaba arrastrando una lesión que generó que lo infiltraran y que no llegara en buen estado para el segundo tiempo.
Si bien las posibilidades futbolísticas de los “mágicos magyares” parecían intactas, con otro invicto de 18 partidos durante dos años hasta caer ante Turquía, todo se complicó por razones externas cuando en 1956, Hungría fue invadida por el Ejército Rojo soviético. Por ese entonces, el director técnico nacional, Bela Gutman, que provenía del MTK, promovió una gira por distintos países para recaudar fondos para el plantel, pero la FIFA y el gobierno soviético declararon ilegal al equipo, que comenzó a recibir ofertas de asilo político para sus jugadores. Sin embargo, justo al participar de la primera Copa de Campeones de Europa, el Honved visitaba Bilbao para jugar ante el Athletic cuando estalló la Revolución Húngara en Budapest y Czibor, Kocsis y Puskas ya no regresaron a su país ni jugarían más para su selección, al igual que el gran arquero Gyula Grosics.
Tras dos años inactivos a causa de no poder inscribirse legalmente, Puskas acabó firmando contrato con el Real Madrid para ser una notable figura en un inolvidable equipo comandado por el argentino Alfredo Di Stéfano que ganó cinco Copas de Europa consecutivas, mientras que sus compañeros Czibor y Kocsis emigraron, respectivamente, a Italia y Suiza, aunque ambos acabaron jugando por el Barcelona. El sueño de aquel gran equipo húngaro se había terminado.

LA MARAVILLOSA RESPUESTA DE BRASIL AL CERROJO SESENTISTA

Para muchos, la selección brasileña que participó en el Mundial de México en 1970 fue el mejor equipo de fútbol de la historia. Desde los números, los datos son incontrastables.  Ganó todos los partidos del torneo, pero además se impuso también en todos los de la fase de clasificación (ante Paraguay, Colombia y Venezuela, de local y de visitante) pero aún así, esta explicación es nimia en comparación con lo que dejó como recuerdo de espectáculos brillantes.
Poco antes de iniciarse el Mundial, el entrenador Joao Saldanha (comentarista y de militancia comunista) dejó su lugar a Mario Lobo Zagallo. Saldanha no era querido por el dictador Emilio Garrastazú Médici (al que Chico Buarque le dedicaba canciones como “Aparta de mí ese Caliz”, haciendo juego con la palabra “cállese”, o “A usted no le gusto, pero a su hija sí” y un partido amistoso de preparación ante Bulgaria (0-0) en el que Pelé ocupó el banco de suplentes e ingresó casi al final, fue la excusa para su salida.
 La decisión estaba tomada y acabó siendo revolucionaria: el ataque estaría compuesto por cinco números diez en sus equipos (Pelé en el Santos, Gerson en el San Pablo, Tostão en el Cruzeiro, Roberto Rivelino en el Corinthians y Jairzinho en el Botafogo). La estrategia consistía en que Gerson, Pelé y Rivelino llegarían a la zona final del rival para definir, Tostão pivotearía de espaldas al arco contrario, y Jairzinho se volcaría como extremo por la derecha.
Pero los movimientos, que parecían insólitos y desafiantes al orden establecido en los años sesenta, en los que se habían impuesto equipos con tácticas rígidas del “Catenaccio” (Cerrojo) italiano, no terminaban allí. Porque Wilson Piazza era volante en el Cruzeiro pero fue retrasado como marcador central para desempeñarse al lado de Brito, y por los costados quedaban un muy técnico Carlos Alberto, con gran vocación de ataque,  por la derecha, y Everaldo, el mejor defensor, por oficio y garra, de los cuatro, por el costado izquierdo. Como volante central, completaba un Clodoaldo con una cintura capaz de quitarse de encima dos jugadores en una mínima parcela de césped. Con todos ellos, el arquero Félix, apenas mediocre, no tuvo demasiado desgaste.
El resultado de todas estas variantes tácticas no pudo ser mejor. Un fútbol maravilloso de principio a fin con un Brasil en estado puro, fiel representante de la alegría por el juego, el clásico “jogo bonito”, caracterizado por los toques de balón, una técnica exquisita, laterales muy ofensivos que acompañaban los ataques y una cadencia que demostró también que si la pelota corre con precisión, no es necesario correr demasiado, sino lo justo.
También ayudó al juego brasileño que justamente desde el Mundial de 1970 se comenzaron a utilizar las tarjetas amarilla y roja para sancionar las faltas y hubo mayor cuidado que en el Mundial anterior, el de Inglaterra 1966, en el que los brasileños sufrieron infracciones violentísimas que, por ejemplo, acabaron sacando a Pelé de la competición.
Quedan para el recuerdo el taco de Tostão en el gol de Pelé ante Rumania, el golazo de Jairzinho ante la Inglaterra campeona mundial 1966 (1-0) en la fase de grupos, el que comenzó con un dribbling de Rivelino hacia los dos costados, y en el que Tostão atrajo a tres defensores rivales para ayudar a su compañero, y Pelé, a otros tres diferentes;  la milagrosa atajada de Gordon Banks ante un cabezazo a quemarropa de Pelé,  o el remate desde la mitad de la cancha de éste ante Víctor, el arquero checoslovaco, o el amague maravilloso del “Rey” ante el gran arquero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz en la semifinal (3-1) aunque el remate cruzado final haya rozado el palo, o el perfecto salto de cabeza de Pelé ante Tarcisio Burgnich en el primer gol de la final (4-1) ante Italia (“Saltamos juntos, pero cuando yo estaba en la tierra, él seguía en el aire”, confesó tiempo después el defensor azzurro, quien agregó que “yo había pensado, para motivarme, que Pelé era de carne y hueso, como todos, pero estaba equivocado”).
El título mundial conseguido por Brasil estuvo lejos de llegar atravesando un lecho de rosas. Comenzó perdiendo ante Rumania y tuvo que revertir el resultado  en la fase de grupos, fue durísimo el triunfo ante Inglaterra. En el formidable partido ante el mejor Perú de su historia, por los cuartos de final (4-2) hubo 49 remates al arco (27 de Brasil y 22 de Perú), mientras que sufrió ante Uruguay en semifinales, con la sombra de aquel torneo increíble perdido en el Maracaná en 1950 y aunque caía 1-0 pudo dar vuelta el marcador para ganar 3-1 en una deslumbrante actuación de Pelé, para finalizar floreándose ante la Italia que representaba el Catenaccio de los sesenta luego de haber estado 1-1 por varios pasajes.
Brasil acabaría rematando la faena en un pletórico estadio Azteca con un prodigioso gol de su capitán, Carlos Alberto, tras un pase “de memoria”, sin mirar hacia la punta, de Pelé, para que el lateral rematara con potencia al gol. No sólo Brasil se quedaba definitivamente con la Copa Jules Rimet tras ganarla por tercera vez, sino que lo hacía de la mejor manera, dando lugar al mito de “La Copa del Mundo es nuestra” [1] y además, terminaba con aquella gran derrota que había experimentado esta sensacional generación de cracks en su niñez, con la humillación del Maracanazo ante Uruguay en 1950[2].
Brasil fue una fiesta del fútbol y entre tantos cracks, Pelé emergió como la gran estrella y se convirtió, con toda justicia, en “O Rey”. “Brasil jugó un fútbol digno de las ganas de fiesta y la voluntad de belleza de su gente”, llegó a escribir el notable Eduardo Galeano[3], mientras que el poeta escocés Alastair Reid  imaginó que si un marciano preguntara qué es el fútbol. “un video de Brasil-Perú de México 70 lo convencería de que se trata de una expresión artística”.



[1] Como cantaba por ese entonces el gran poeta y diplomático Vinicius de Moraes.
[2] En “Anatomía de una derrota”, L&PM, 1986, Pablo Perdigão cuenta que quería advertirle al arquero brasileño Barbosa que estuviera alerta en el momento del fatídico gol de Alcides Chiggia pero por prestarle atención al escritor, la pelota volvía a escabullírsele de las manos.
[3] “Fútbol, a sol y a sombra”, Eduardo Galeano, Siglo XXI, 1995

LA NARANJA MECANICA DE MICHELS Y CRUYFF

Cuatro años más tarde, en el Mundial 1974 de Alemania Federal, muchas cosas habían cambiado. Brasil ya no era el mismo equipo ante la falta de varios jugadores claves (Pelé , Gerson, Tostão y Carlos Alberto, entre otros) y sería el momento acaso de la última gran revolución táctica en la historia del fútbol.
En este caso, la selección holandesa retomaría la tradición del Wunterteam de los años treinta y de Hungría de los cincuenta, aunque la adaptaría a los nuevos tiempos a partir de la base del Ajax que marcaría una época como tricampeón de la Copa de Europa (1971, 1972 y 1973)  y del Feyenoord, con jugadores como Haan, Krol, Rep, Rensenbrink, Van Heneggem y especialmente Johan Cruyff, el estandarte y considerado uno de los mejores cinco jugadores de la historia. Marinus Michels es considerado el padre del sistema táctico que fue dado en llamar “La Naranja Mecánica”, debido a la conmoción que generó por aquellos tiempos la película del mismo nombre de Stanley Kubrick[1].
Había llegado al Ajax en 1965, y alcanzó a ganar cuatro ligas holandesas y la Copa de Europa de 1971 cuando fue contratado por el Barcelona, aunque el club holandés siguió triunfando en Europa y hasta se consagró campeón intercontinental en 1972, ante Independiente de Argentina.
De fondo, el sistema era el mismo de sus antecesores, pero a mucha mayor velocidad, con presión muy alta, con extremos, pero con la aparición de un aspecto inédito: la indiferenciación de la mayoría de las funciones generales aunque no tanto las específicas. Todos atacan y todos defienden, con una presión asfixiante y sin un centrodelantero puro, por la sencilla razón que al recuperar el balón muy adelante, todos pueden llegar a la definición, así como un delantero original puede acabar robando la pelota en defensa y ser el motorizador del inicio de la jugada.
La selección holandesa no disputaba un Mundial desde Francia 1938 y la expectativa por lo que pudiera realizar este equipo, fue mayúscula. Michels sostenía que, tal como ocurriera con Hungría de los años cincuenta, el estado físico de los jugadores resultaba fundamental para poder cumplir con todos los requisitos y en especial, porque al estar todos capacitados para atacar y defender apareció la novedad del “relevo”. Al subir al ataque un defensor, otro compañero debía trasladarse a su posición para ocupar esa plaza.
Sin tener el virtuosismo técnico de Brasil, el juego más mecanizado pero al fin de cuentas estético por la veloz circulación de balón y su constante búsqueda del gol, también acabó siendo otra respuesta al Catenaccio defensivista de los sesenta y a aquellos partidos lentos y aburridos de la década anterior. En aquella Holanda de Michels, Rep y Rensenbrink  (uno de los dos únicos jugadores de ligas extranjeras, en el Anderlecht de Bélgica) solían ir al ataque por sorpresa, con Cruyff  (Barcelona) como máximo ejecutor y una especie de director técnico dentro de la cancha, con su notable jerarquía, pero el termómetro del equipo era Neeskens, el volante central.
Tras sorprender en la fase de grupos, en la que otra vez el arquero uruguayo Mazurkiewikz fue figura (2-0) tanto como ante Brasil cuatro años antes, Holanda tuvo uno de sus mejores partidos ante Argentina en la segunda fase, a la que no sólo goleó 4-0 sino que el arquero Jongbloed (que portaba el misterioso número 8 en su espalda) llegó a tocar el balón una sola vez en todo el partido y gracias a un pase hacia atrás de un compañero.
Tras eliminar también con claridad a Brasil, Holanda se encontró en la final ante el rival más predecible, la Alemania Federal del “Kaiser” Franz Beckenbauer, un organizador como Wolfgang Overath y un goleador implacable como Gerd Müller. Al fin de cuentas, las selecciones de Alemania y Holanda reproducían el gran duelo europeo de equipos de entonces entre los germanos del Bayern Munich y los “oranges” del Ajax.
Si bien Holanda partía como favorita y comenzó ganando 1-0 con un penal de Neeskens sin que ningún alemán tocara la pelota desde el inicio del partido hasta sacar del medio tras el gol, otra vez, como en Berna en 1954, los alemanes daban vuelta la final y terminaban imponiéndose para ganar su segundo título mundial. Sin embargo, el fútbol recordará por siempre el notable aporte de la máquina de jugar al fútbol que fue, en 1974, el gran equipo naranja de Michels y Cruyff.
Si bien posteriormente ningún equipo ha podido alcanzar el nivel de los anteriormente mencionados, hubo excelentes campeones, partidos memorables, e intentos de buen fútbol por parte de varias selecciones, algunas tomando como punto de partida un proyecto más colectivista (Holanda en la Eurocopa 1988, por ejemplo) o el otro, más ligado a lo estético (Francia, entre 1982 y 1986, Brasil en los años’90, España entre 2008 y 2012).
Cabe al lector, quizás, encontrar sus preferencias en los últimos Mundiales y las relaciones que algunos proyectos han tenido, por ejemplo, con las propuestas anteriores o con otros estilos combinados.


[1] Filmada en 1971.