viernes, 30 de noviembre de 2018

El colmo de la Copa Libertadores: la final postergada del Superclásico se juega en Madrid y Boca juega pero apela al TAS (Jornada)




Un una jornada muy intensa, llena de versiones sobre distintas sedes en el extranjero y con presiones presidenciales para que vuelva a jugarse en la Argentina, la Conmebol decidió a última hora de la tarde que la final postergada de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors se dispute el domingo 9 de diciembre en el estadio Santiago Bernabeu, en Madrid.

Parece el corolario perfecto para una Copa manchada desde principio a fin, con quejas permanentes de clubes por mala inclusión de jugadores, a los que la Conmebol no supo responder con precisión acerca de sus antecedentes, o con muy mala o nula utilización del VAR o con expulsiones incongruentes, y ahora, con una final de un torneo que evoca a los libertadores del continente sudamericano jugada en la capital del país del que justamente se independizó el continente.

Alejandro Domínguez, el cuestionado presidente paraguayo de la Conmebol, ya tenía la decisión tomada de que la final se jugara pese a la sólida fundamentación de Boca acerca de los incidentes producidos el 24 de noviembre pasado en el Monumental, cuando el micro de los jugadores xeneizes fue atacado a piedrazos por hinchas de River.

Domínguez, incluso, se había adelantado al fallo de la Comisión Disciplinaria de la Conmebol, que es independiente de la presidencia y que de esta forma se vio tan condicionada por estas declaraciones y por el documento que emitió el mandatario, que incluso de los cuatro miembros del tribunal, el presidente del mismo, el también paraguayo Eduardo Gross Brown, la vicepresidenta del organismo, la venezolana Amarilis Belisario, y el chileno Cristóbal Valdés, quien quedó fuera de la votación fue el brasileño Antonio Meccia, quien, ya se sabía, iba a votar por la postura de Boca y que, según fuertes versiones no desmentidas, fue apartado porque se necesitaba que saliera uno de los miembros para que el número fuera impar.

El fallo tardaba horas en salir pero a los crecientes rumores de que la final sería en Madrid luego de que aparecieran varias alternativas (primero Qatar, luego Medellín, Miami, San Pablo, y finalmente París, Moscú y Barcelona), por dos razones fundamentales: la primera fue la reiterada insistencia del presidente argentino, Mauricio Macri, para que se volviera a jugar en el país por la mala imagen que quedaría en el exterior acerca de la incapacidad manifiesta para organizar un evento de esta naturaleza, lo que fue apoyado por el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (“la ida se jugó en la Bombonera y no pasó nada”).

Macri aprovechó la nueva visita al país del ítalo-suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, para exponer en el G-20, para presionar mediante su mayor representante en temas diplomático-futbolísticos, Fernando Marín (a cargo también de la candidatura para el Mundial 2030), para que dialogara con el máximo dirigente del fútbol mundial para que éste, a su vez, convenciera a Domínguez de rever la situación y que la final se jugara en la Argentina.

La segunda razón estaba relacionada con la muy mala relación entre Domínguez y Daniel Angelici, el presidente de Boca. Pocas veces en la historia, un club poderoso consiguió tanto apoyo político antes de un fallo tan trascendente, porque los clubes brasileños y uruguayos apoyaban a los xeneizes, y fueron estos mismos los que se habían unido en el pasado al titular boquense para configurar lo que dieron en llamar la Liga de Clubes Sudamericanos, un símil de la Asociación de Clubes Europeos (ACE) que litiga con la UEFA en Europa.

En aquella ocasión, Domínguez desmontó esta Liga después de que Angelici no pudiera pasar en la Conmebol el llamado “Test de Idoneidad”, una forma de controlar a los dirigentes mediante sus actuaciones en sus empresas privadas y el manejo de sus clubes, algo parecido a lo que ocurre en la Asociación Uruguaya (AUF), que entró en crisis y está a punto de ser desafiliada de la FIFA desde que dos de sus candidatos en las elecciones no pasaron el mismo test.

Por este motivo, Domínguez intuía que un fallo en contra de las pretensiones de Boca de que no se jugara el partido, sería decisivo contra su propio futuro en la Conmebol, si es que Angelici está determinado en arremeter con la idea de la Liga, más allá de que se mostró contra el fallo y aseguró que su club, más allá de jugar la final de Madrid, continuará el caso apelando y luego lo remitirá al máximo tribunal mundial deportivo , el TAS, con sede en Lausana, pero que puede emitir un dictamen tal vez en marzo o junio de 2019 cuando ya desde hace rato se haya resuelto la Copa Libertadores en la cancha para un lado o para el otro.

Finalmente, las presiones gubernamentales argentinas no tuvieron el efecto deseado y la final de la Libertadores se jugará en el Santiago Bernabeu.

Por otra parte, River fue sancionado por la Conmebol con dos partidos como local que sean organizados por esta entidad, y a puertas cerradas, desde 2019 y deberá pagar una multa de 400 mil dólares.

Evidentemente, un fallo de Conmebol que deja disconformes a los dos finalistas, aunque un poco más a Boca, que reclamaba que no se jugase la final, aunque River deberá compartir público con su rival cuando la ida sólo tuvo hinchas xeneizes.

Ni bien se conoció el fallo de Conmebol, estallaron las preguntas sobre qué ocurrirá con las entradas ya vendidas por River en Buenos Aires, si los que compraron entradas para el Monumental serán respetados para Madrid, quién acredita para el partido y muchos otros elementos burocráticos en una jornada de locura y de cambios permanentes.

Otros, ya comenzaron a circular los memes de rigor, algunos de ellos, con el cambio en el diseño de la Copa que se pone en juego en la final, ahora con orejas mucho más grandes, y demasiado parecida a la Champions League, la llamada “Orejona”.

Al fin de cuentas, una copa de pura cepa sudamericana, que comenzó a jugarse en 1960, se definirá en España. Una incongruencia más de las tantas de 2018, y el colmo para un trofeo que evoca a los héroes americanos de la lucha por la independencia…de España. Y todo por la impericia y la incapacidad local. Habrá que cruzar el océano para definir la Copa.

jueves, 29 de noviembre de 2018

El colmo de la Copa Libertadores: la final postergada del Superclásico se juega en Madrid y Boca juega pero apela al TAS (Jornada)




Un una jornada muy intensa, llena de versiones sobre distintas sedes en el extranjero y con presiones presidenciales para que vuelva a jugarse en la Argentina, la Conmebol decidió a última hora de la tarde que la final postergada de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors se dispute el domingo 9 de diciembre en el estadio Santiago Bernabeu, en Madrid.

Parece el corolario perfecto para una Copa manchada desde principio a fin, con quejas permanentes de clubes por mala inclusión de jugadores, a los que la Conmebol no supo responder con precisión acerca de sus antecedentes, o con muy mala o nula utilización del VAR o con expulsiones incongruentes, y ahora, con una final de un torneo que evoca a los libertadores del continente sudamericano jugada en la capital del país del que justamente se independizó el continente.

Alejandro Domínguez, el cuestionado presidente paraguayo de la Conmebol, ya tenía la decisión tomada de que la final se jugara pese a la sólida fundamentación de Boca acerca de los incidentes producidos el 24 de noviembre pasado en el Monumental, cuando el micro de los jugadores xeneizes fue atacado a piedrazos por hinchas de River.

Domínguez, incluso, se había adelantado al fallo de la Comisión Disciplinaria de la Conmebol, que es independiente de la presidencia y que de esta forma se vio tan condicionada por estas declaraciones y por el documento que emitió el mandatario, que incluso de los cuatro miembros del tribunal, el presidente del mismo, el también paraguayo Eduardo Gross Brown, la vicepresidenta del organismo, la venezolana Amarilis Belisario, y el chileno Cristóbal Valdés, quien quedó fuera de la votación fue el brasileño Antonio Meccia, quien, ya se sabía, iba a votar por la postura de Boca y que, según fuertes versiones no desmentidas, fue apartado porque se necesitaba que saliera uno de los miembros para que el número fuera impar.

El fallo tardaba horas en salir pero a los crecientes rumores de que la final sería en Madrid luego de que aparecieran varias alternativas (primero Qatar, luego Medellín, Miami, San Pablo, y finalmente París, Moscú y Barcelona), por dos razones fundamentales: la primera fue la reiterada insistencia del presidente argentino, Mauricio Macri, para que se volviera a jugar en el país por la mala imagen que quedaría en el exterior acerca de la incapacidad manifiesta para organizar un evento de esta naturaleza, lo que fue apoyado por el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (“la ida se jugó en la Bombonera y no pasó nada”).

Macri aprovechó la nueva visita al país del ítalo-suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, para exponer en el G-20, para presionar mediante su mayor representante en temas diplomático-futbolísticos, Fernando Marín (a cargo también de la candidatura para el Mundial 2030), para que dialogara con el máximo dirigente del fútbol mundial para que éste, a su vez, convenciera a Domínguez de rever la situación y que la final se jugara en la Argentina.

La segunda razón estaba relacionada con la muy mala relación entre Domínguez y Daniel Angelici, el presidente de Boca. Pocas veces en la historia, un club poderoso consiguió tanto apoyo político antes de un fallo tan trascendente, porque los clubes brasileños y uruguayos apoyaban a los xeneizes, y fueron estos mismos los que se habían unido en el pasado al titular boquense para configurar lo que dieron en llamar la Liga de Clubes Sudamericanos, un símil de la Asociación de Clubes Europeos (ACE) que litiga con la UEFA en Europa.

En aquella ocasión, Domínguez desmontó esta Liga después de que Angelici no pudiera pasar en la Conmebol el llamado “Test de Idoneidad”, una forma de controlar a los dirigentes mediante sus actuaciones en sus empresas privadas y el manejo de sus clubes, algo parecido a lo que ocurre en la Asociación Uruguaya (AUF), que entró en crisis y está a punto de ser desafiliada de la FIFA desde que dos de sus candidatos en las elecciones no pasaron el mismo test.

Por este motivo, Domínguez intuía que un fallo en contra de las pretensiones de Boca de que no se jugara el partido, sería decisivo contra su propio futuro en la Conmebol, si es que Angelici está determinado en arremeter con la idea de la Liga, más allá de que se mostró contra el fallo y aseguró que su club, más allá de jugar la final de Madrid, continuará el caso apelando y luego lo remitirá al máximo tribunal mundial deportivo , el TAS, con sede en Lausana, pero que puede emitir un dictamen tal vez en marzo o junio de 2019 cuando ya desde hace rato se haya resuelto la Copa Libertadores en la cancha para un lado o para el otro.

Finalmente, las presiones gubernamentales argentinas no tuvieron el efecto deseado y la final de la Libertadores se jugará en el Santiago Bernabeu.

Por otra parte, River fue sancionado por la Conmebol con dos partidos como local que sean organizados por esta entidad, y a puertas cerradas, desde 2019 y deberá pagar una multa de 400 mil dólares.

Evidentemente, un fallo de Conmebol que deja disconformes a los dos finalistas, aunque un poco más a Boca, que reclamaba que no se jugase la final, aunque River deberá compartir público con su rival cuando la ida sólo tuvo hinchas xeneizes.

Ni bien se conoció el fallo de Conmebol, estallaron las preguntas sobre qué ocurrirá con las entradas ya vendidas por River en Buenos Aires, si los que compraron entradas para el Monumental serán respetados para Madrid, quién acredita para el partido y muchos otros elementos burocráticos en una jornada de locura y de cambios permanentes.

Otros, ya comenzaron a circular los memes de rigor, algunos de ellos, con el cambio en el diseño de la Copa que se pone en juego en la final, ahora con orejas mucho más grandes, y demasiado parecida a la Champions League, la llamada “Orejona”.

Al fin de cuentas, una copa de pura cepa sudamericana, que comenzó a jugarse en 1960, se definirá en España. Una incongruencia más de las tantas de 2018, y el colmo para un trofeo que evoca a los héroes americanos de la lucha por la independencia…de España. Y todo por la impericia y la incapacidad local. Habrá que cruzar el océano para definir la Copa.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Que lo jueguen en la luna o en marte





Nos queremos vengar de lo que nos hicieron en 2015 con aquello del certificado trucho por el gas pimienta. Nosotros argumentamos que las piedras fueron unos metros más allá, pero la culpa es de la Ciudad porque nos gastamos una fortuna en el operativo de seguridad. Entonces nosotros decimos que si la Conmebol nos descalificó en 2015, ahora le toca a ellos y nuestros jugadores no pueden morir en un estadio. Tienen familia. Entonces nosotros decimos que ellos firmaron un documento aceptando jugar en nuestra cancha y con público y no pueden pedir que les den la Copa. Eso es traición. No, traición es irse corriendo en 2015 a Asunción a llevar un certificado trucho conseguido en la madrugada. Vamos a Luque con todo. Tenemos a un ex SIDE con contactos en el Tribunal. Nosotros tenemos a la gente de los torneos sin competencia, que siempre tira para nosotros y si hay dudas, hasta tiene siempre un videíto a mano para mostrar que fue penal aunque el VAR no lo haya visto. Pero nosotros tenemos al brasileño, que representa allí a todos los equipos calientes con ellos, por la impunidad con que pasaron. Sí, pero nosotros tenemos la historia de la amistad de nuestro ex presidente con el padre de Él. Claro, pero no te olvides que nuestro actual presidente es muy amigo de Él y por eso llegó antes a Paraguay, para tratar de ver si podían conversar. Sí, pero nosotros tenemos al abogado aquel de la intervención, muy amigo del más alto nivel de los juristas deportivos, para hacer lobby. Si es por eso, nosotros tenemos al que más pesó en las decisiones de FIFA en este tiempo. Pero nosotros tenemos al Presidente. Sí, pero no te creas que el Presidente quiere la Copa sin jugar. No le conviene porque sería mostrar que no podemos organizar ni un partido de bochas. Es que quedó claro que ustedes no lo pueden organizar, porque en nuestra cancha se jugó sin problemas.  Además, llevamos a Chiqui. Claro, porque ustedes se quejan pero en la AFA manejan todo. Y bueno, ustedes en la Conmebol, si hasta el presi de ustedes está en una de las comisiones de FIFA. Sí, pero eso es porque en la AFA ni votamos. Ustedes en Conmebol tienen tanto poder que lograron sacar de la decisión al brasileño, porque sabían que votaría por nosotros. Ustedes quieren ganar sin jugar, y eso no tiene ninguna lógica ni ética. Parece que en 2015 no pensaron lo mismo. Y parece que tienen graves problemas con las barras bravas, porque en el allanamiento les encontraron ya no entradas para reventa, sino una impresora de entradas.  Qué me dicen si el secretario de Seguridad de la Ciudad es amigo del presidente de ustedes. Ah, ¿sí? ¿De qué cuadro es el ex secretario de Seguridad y de cuál el que lo reemplaza, que es hijo de un ex presidente de ustedes? ¿Y de qué cuadro es hincha el secretario de seguridad de la Nación? ¿No es acaso hermano del delator del FIFA Gate y el que le ayudó a pagar su millonaria fianza en Nueva York? ¿Ah sí? ¿Y por qué ustedes en la AFA tenían en el Tribunal de Disciplina a un tipo que les aconsejaba a los jugadores lo que tenían que decir para evitar sanciones?
¿Por qué no lo terminan jugando en la luna, o en marte? Acaso sea la forma de terminar con todo esto y que sólo vayan las barras bravas. Con pasaje de ida. Estamos podridos.


martes, 27 de noviembre de 2018

Boca tiene razón pero va en coche (bus) al muere






Esta edición de la Copa Libertadores 2018 no podía terminar de otra manera. Todo ha sido tan espurio, con jugadores confusamente habilitados, con decisiones tardías, con trato desigual a unos clubes respecto de otros, con sanciones que fueron y vinieron, como ocurrió en el Caso Dedé, con un VAR descontrolado, que lo único que faltaría es que se falle acerca de un campeón en los escritorios.

Dentro de esta locura de dirigentes ineptos en una Conmebol a puertas cerradas para la prensa, Boca aparece muy complicado a partir de una determinación dirigencial basada en haber apretado el acelerador desde una insólita presión generada por los jugadores de mayor peso en el plantel (Fernando Gago, Carlos Tévez y Pablo Pérez) y por miembros de comisión directiva enceguecidos y fanatizados, el sábado pasado por la noche, en el hotel de la concentración, luego de los escandalosos incidentes alrededor del Monumental.

Uno de los aspectos destacables para ser dirigente es el equilibrio, la templanza, la visión a futuro, el saberse manejar entre pares, pero en la alta competencia deportiva y con tantos intereses en juego, y más aún si se trata del máximo objetivo de su ciclo, es lograr intuir, leer lo que ocurre en su contexto, aún teniendo razón.

El convivir dentro del marco de una institución, por más corrupta que ésta sea (como es el caso de la Conmebol) implica, a veces, leer que si se tiene razón (como le asiste a Boca en este caso) pero es claro que el presidente de la entidad (Alejandro Domínguez) no es proclive a decidir una final en los escritorios, el insistir con no jugar el partido es lo mismo que un suicidio con mucha premeditación.

Es así de contradictorio: Boca tiene razón (porque ya hay pruebas contundentes de que el micro de sus jugadores recibió piedras hasta la puerta del estadio y porque éticamente fue recibido a los golpes y River era el club organizador, que así consta en el reglamento de Conmebol) pero la Conmebol piensa y actúa de otra manera.

De esta forma, si Daniel Angelici, el presidente de Boca, cree que porque las pruebas sean contundentes, la Conmebol lo va a aceptar, está en un muy posible grave error, porque antes, cometió él mismo dos errores importantes: uno forzado, y el otro, a medias.

El forzado ocurrió en la tarde del sábado en el Monumental, cuando no le quedó otra que aceptar la “mano tendida” de River (que sabía que Boca estaba entre la espada y la pared) y firmó un documento, refrendado por su rival y el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, en el que acepta jugar al día siguiente en el Monumental y con público, y en el que admitió también que en la agresión al micro hubo “una piedra” (sic) –algo que luego fue objeto de críticas duras de sus compañeros de comisión directiva- y sólo pudo rescatar, a su favor, que el partido sólo se jugaría “con los jugadores en condiciones”, algo que tiene un corto alcance porque si Conmebol decidiera jugarlo el 8 de diciembre, no habría excusas.

El error no forzado (del todo) ocurrió el sábado a la noche, cuando sabiendo que tenía firmado este documento de “Pacto de Caballeros” con River (que en su momento, en 2015, corrió a llevar a Paraguay un certificado oftalmológico extraño y en la madrugada), Angelici no tuvo el equilibrio emocional, la capacidad de disuadir, la visión a futuro, como para frenar el ímpetu de sus jugadores de mayor peso como Gago, Tévez y Pérez, que junto con otros dirigentes presionaron para cambiar el eje de la protesta.

Así es que Angelici, con un documento que firmó y dice lo contrario, y con una Conmebol que sabe que quiere jugar la final a toda costa (negocios son negocios) aunque no se debería porque Boca tiene razón, igual insiste en que todo se decida en los escritorios y tiene todas las de perder.

Acaso, Boca podría forzar jugar una final fuera del Monumental y sin público, y luego apelar al TAS, pero si Angelici insiste en no jugarlo y rechaza la decisión de la Conmebol de que la final se determine en la cancha, muy posiblemente le haga perder la Copa sin haberlo intentado.

Además, una apelación al TAS no sólo no garantiza ganar el caso (y la Copa), aunque cuente con más chances, sino que postergaría una definición por varios meses, lo cual afectaría el Mundial de Clubes y eso, a su vez, colocaría a Boca enfrentado con la Conmebol y con la FIFA, un asunto sin retorno por mucho tiempo.

Por eso, Boca tiene razón pero no parece ir por buen camino. Tener razón, en determinados contextos, no sólo no garantiza nada sino que, al contrario, si la vista se nubla en la obcecación, puede ocasionar graves perjuicios.

Y Boca, como decía el genial Jorge Luis Borges en su cuento sobre los sucesos de Barranca Yaco con el caudillo Facundo Quiroga, va en coche al muere.

lunes, 26 de noviembre de 2018

El Superclásico del fracaso y una gran ocasión perdida (Jornada)





Era la gran ocasión. Nunca, en 59 ediciones, la Copa Libertadores de América había tenido la posibilidad de reunir a los dos equipos más grandes de la Argentina, Boca Juniors y River Plate, en una final para decidir el campeón y justo ocurrió en la última chance a doble partido, porque desde 2019 será con sede única y neutral.

Era la gran oportunidad, con los dos más grandes del país, de mostrar al mundo del fútbol una fiesta, justo con el partido que en todo el mundo coinciden en que se trata del mejor para asistir, el que resulta imperdible y que incluso algunos medios del Primer Mundo venden como “algo que hay que ver antes de morir” y que gana cualquier encuesta como espectáculo deseado.

Pero una vez más, ganaron los violentos, los que decidieron arrojar piedras a la llegada del autobús que trasladaba a los jugadores de Boca al Monumental, hasta la propia puerta del estadio, generando lesiones oculares en el capitán xeneize, Pablo Pérez, en el chico Gonzalo Lamardo, y vómitos en varios componentes del plantel.

Las responsabilidades todavía se están determinando. Algunos la atribuyen a una interna de la barra brava de River, enojada por no tener permiso para ingresar al Monumental, o porque se le secuestraron mucho dinero y entradas (¿verdaderas?) en un departamento.  Y que entonces habría hecho causa común con un sector policial para despejar la zona de la llegada del micro de los jugadores de Boca para entorpecer el partido y perjudicar a sus dirigentes.  Todo puede ser en un fútbol en el que desde hace rato, las minorías interesadas como parte del negocio le vienen ganando por goleada a la mayoría silenciosa que sólo quiere ver un partido.

Lo cierto es que muchos periodistas acreditados, que llegaron desde distintos países y que aman a la Argentina, su gente, su cultura, dispuestos a presenciar una final histórica, se fueron antes de tiempo, sin ver la definición, hastiados, enojados y decepcionados, y en muchos casos, sin querer saber más nada del tema y convencidos de que quienes les aconsejaban no motivarse porque se encontrarían con un desastre, tenían razón.

El fútbol argentino, al cabo, tuvo la ocasión, por una vez, de convertirse en un fenómeno planetario, al punto de que hasta en España muchos acabaron aceptando, luego del increíble entrenamiento de Boca a puertas abiertas del jueves en la Bombonera con un lleno total y veinte mil personas afuera, sin poder ingresar, que el Real Madrid-Barcelona, clásico global de este tiempo, era muy poco al lado de este enfrentamiento entre los clubes argentinos.

Pero no sólo eso: con estas postergaciones (que pueden convertirse en suspensión si mañana a la mañana en Luque, en la sede de la Conmebol, se determina, tras la reunión de los presidentes de los clubes argentinos y del de la entidad sudamericana, que la final no sigue por descalificación de River, cosa poco probable), el fútbol nacional ayudó a fortificar ante el Primer Mundo la idea de “sudacas”, incapaces de organizar nada, y tironean por cada uno de los detalles para su propio lado, dando una imagen de falta absoluta de civilidad.

Hay varias capas de responsabilidad en lo ocurrido. La que surge nítidamente es la de River, por ser el club organizador del partido, y porque alrededor de su estadio es que se produjo la agresión a los jugadores de Boca, y porque ningún jugador de su plantel (no así su director técnico, Marcelo Gallardo ni su presidente, Rodolfo D’Onofrio) se acercó siquiera a sus rivales ocasionales para preocuparse por su estado de salud.

Luego, aunque con mayor fuerza y ya sin sorprender a nadie, aparece una insólita Conmebol. Una entidad sospechada, desde que el paraguayo Alejandro Domínguez asumió el cargo, que tarda horas y horas para cualquier decisión, que aparece demasiado interesada en recaudar multas, y que no supo informar bien a los clubes participantes por jugadores mal incluidos, que dio lugar a interminables debates de escritorio con reclamaciones, quejas y apelaciones.

Pero también, una entidad que toma misteriosas decisiones, como querer hacer jugar un partido que a todas luces no podía desarrollarse por la lesión de los jugadores de Boca y el estado anímico de algunos de ellos, y que mientras se seguía pateando la pelota para adelante, la gente esperaba horas en las tribunas del Monumental para saber qué hacer.

Al cabo, la Conmebol permitía un partido que ni River podía aceptar, pero su sagaz presidente, Rodolfo D’Onofrio, entendió lo ocurrido y decidió entonces ceder la posibilidad de una postergación por un día para hacerle firmar a su par boquense, Daniel Angelici, que se juegue en la misma sede y con el mismo público. Esto sólo pudo ocurrir por el disparate mayúsculo de la Conmebol de forzar que se jugara un partido imposible, sólo por los intereses de la TV (el canal emisor justo aprovechó para anunciar una renovación de derechos por cuatro años) y para quedar bien con la ilustre presencia del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, que tenía un vuelo a Suiza para el día siguiente.

Ya firmado ese papel y con el partido postergado, cuando Boca regresó a su hotel de concentración, sus dirigentes produjeron un viraje. Estudiaron bien la situación y entendieron que tenían todas las chances de ganar la final en un reclamo formal a la Conmebol, apoyados en el antecedente del partido del gas pimienta de los octavos de final de 2015.

Sorpresivamente otra vez, River emitía un comunicado sosteniendo que el partido se jugaba, siempre amparado en el canal de TV de los derechos, con un silencio total de Conmebol, y con Boca decidido a no jugar por el imposible estado de algunos de sus jugadores (Pérez, el capitán, tiene un certificado médico que le impide jugar por seis días).

Finalmente, y con gente que ya había entrado por segunda vez al Monumental a la espera, por segunda vez, que se decidiera algo, la Conmebol salió de su lamentable letargo para anunciar, ahora sí, la suspensión sine díe y convocar a los dos presidentes a una reunión decisiva para mañana a las 10 de la mañana en la sede de Luque, en Paraguay.

La Conmebol había conseguido que un torneo con más reclamos extradeportivos que fútbol, acabara con una final esperpéntica en la que tiene demasiada incidencia por su propia impericia, pero sin que por eso haya que soslayar el desastre total de la dirigencia futbolística argentina, a la que desde hace mucho tiempo que no le interesa la gente ni el espectáculo ni la ética.

Asistimos, finalmente, a lo que pudo ser un espectáculo y no es otra cosa que la cara del gran fracaso nacional, sin capacidad para convivir entre hinchas de dos equipos, con miles aplaudiendo acciones violentas, siendo cómplices con ellas, con connivencia entre barras bravas y policías, con dirigentes tironeando por intereses mezquinos.

¿Algo nuevo bajo el sol? Nada, acaso un nuevo Cromagnon de los tantos en todo orden en esta triste y mediocre Argentina que supieron conseguir, que se burla siempre de la ley y de los reglamentos creyendo que la impunidad será eterna.

Esto mismo que ocurrió en el frustrado Superclásico, sucede cada día en los torneos locales, en los del ascenso, en las ligas federales, pero no tiene ni el centimetraje, ni los espacios radiales ni de TV planetarios que tuvo éste. Esa es la única diferencia. A mayor difusión, más ruido en la caída. ¿O acaso es casual que haya 328 muertos por violencia en el fútbol argentino y unos cincuenta desde que se prohibió el acceso de los hinchas visitantes?

Pase lo que pase, el fracaso está consumado. El fútbol argentino perdió una gran oportunidad de ser considerado distinto. Todo sigue igual, o peor. Muy lejos de lo que algún día fue.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Argentina perdió la oportunidad de globalizar su Clásico (Yahoo)




Un reconocido periodista español admitió cerca del pasado fin de semana, luego de observar por televisión desde Madrid cómo 55 mil personas llenaban la mítica “Bombonera” de Boca Juniors, en Buenos Aires, tan sólo para observar un entrenamiento del equipo, que se preparaba para la gran final de la Copa Libertadores de América de dos días más tarde, y cuando otras veinte mil se quedaron sin poder ingresar, que eso era algo insuperable, y que ni siquiera un Barcelona-Real Madrid podía acercarse.

Para la Conmebol, la Confederación Sudamericana de Fútbol, que dos acérrimos adversarios de la misma ciudad, Buenos Aires, como Boca Juniors y River Plate, llegaran a una final para dirimir quién será el campeón continental, era un sueño que llevaba mucho tiempo y que desde la primera edición, en 1960, nunca había podido ocurrir, primero porque la Copa Libertadores sólo era jugada por los campeones de cada país, y luego, porque el reglamento no permitía una final entre dos clubes compatriotas.

Recién en los últimos años esto cambió y justo en la última edición con dos finales, una en cada estadio (desde 2019 se jugará un partido único, cuya primera sede será la de Santiago de Chile), dos de los equipos más fuertes del mundo, y de una tremenda rivalidad, pudieron encontrarse, con todo el condimento que esto agrega a la hora del enfrentamiento más importante de su muy rica historia (Boca es el club argentino con más títulos, y seis de ellos son de esta Copa, mientras que River lleva tres trofeos de esta clase).

Entonces, el mundo del fútbol se preparó para una fiesta. Era el partido perfecto. La ocasión incomparable para viajar a Buenos Aires a observar lo que tantos medios de todo el planeta pregonaban. Revistas especializadas de los países con mayor tradición en Europa recomendaban asistir a un clásico argentino como una de las cosas imperdibles que un ser humano debe hacer antes de morir.

Esto se vio reforzado por un muy buen partido en la ida, en la Bombonera de Boca, cuando empataron 2-2 con un ritmo trepidante, sólo ante hinchas locales porque en la Argentina no se permite el acceso de los visitantes debido a la creciente ola de violencia en los estadios (las estadísticas marcan 328 muertos en la historia y 40 de ellos, desde 2014, cuando ya regía la prohibición de hinchas visitantes).

Como el reglamento de la Copa Libertadores indica que en las dos finales no cuenta como doble el gol fuera de casa, finalmente el empate 2-2 en la ida se anuló y el del regreso, en el Monumental de River Plate, acababa siendo, en verdad, una final a partido único, aunque sólo con hinchas locales.

Fue entonces que la expectativa se multiplicó. El sábado 24 de noviembre, se definiría la Copa Libertadores en una final de una notable paridad y con cerca de mil periodistas acreditados de todo el mundo, y por si fuera poco, ante la presencia del presidente de la FIFA, Gianni Infantino.

Pocos lo dudaban. Este partido, era lo mejor que le podía pasar al fútbol argentino luego de que otra vez, en el Mundial de Rusia, su selección nacional desilusionara al quedar eliminada ante Francia en los octavos de final, y nuevamente decepcionaba al planeta que Lionel Messi, un jugador extraordinario que marcó una época, perdiera otra chance de coronarse.

También era una muy buena chance para la Conmebol de tratar de mejorar una pésima imagen luego de permitir que durante toda esta Copa hubiera toda clase de confusiones con jugadores que estaban mal incluidos por varios equipos, y que permitieron reclamos de los clubes adversarios que la entidad sudamericana tardaba horas o días en resolver. O de sustentar el muy mal uso del VAR en determinadas ocasiones, con resoluciones desastrosas en muchos partidos decisivos.

River-Boca era, entonces, el partido perfecto, y la prensa mundial se estaba convenciendo (española incluída) de que no había ninguna comparación posible, por rivalidad, pasión e historia, ni siquiera con un Real Madrid-Barcelona.

Sin embargo, todo se comenzó a hundir un par de horas antes del partido, cuando el autobús de los jugadores de Boca fue atacado a piedrazos por decenas de hinchas de River, que se encontraron con que había demasiadas facilidades para llegar hasta el rodado, sin apenas protección policial.

Dos de los jugadores de Boca, entre ellos su capitán y pieza clave del equipo, Pablo Pérez, aparecieron con lesiones en sus ojos, mientras otros llegaron al estadio vomitando, pero la Conmebol, en otro absoluto desatino, insistió en que el partido se jugara de todos modos, y con todo el público ya instalado dentro del estadio durante horas. Ante la negativa de Boca, que llevó a Pérez a un hospital cercano para ser evaluado –se comprobó que uno de s ojos tiene la visión disminuida en un 40 por ciento por haberle ingresado esquirlas de vidrios de la ventanilla del bus-, Conmebol decidió posponer dos veces la hora del inicio, hasta que finalmente River se congració con Boca, y a cambio de que su rival aceptara jugar al día siguiente sin que el estadio fuese suspendido, y ante el mismo público, logró posponer todo para el domingo a la misma hora.

Finalmente, tampoco se jugó el domingo. Boca insistió en que si tiene varios jugadores que no están en condiciones de jugar, no puede presentarse así a una final, y la Conmebol terminó aceptando esto y citando a los presidentes de ambos clubes a una reunión en su sede de Paraguay para determinar una nueva fecha, aunque Boca considera reclamar la descalificación de su rival.

Esta final entre Boca y River, que pudo colocar su partido como el mejor del planeta, que pudo ayudar a una difusión mucho mayor que la actual, terminó en cambio mostrando al mundo la peor imagen posible, la de un fútbol que no sabe sostenerse, que vulnera permanentemente el reglamento, y que le da un protagonismo inusual a los violentos, ayudados por la impericia de las autoridades locales en materias de seguridad, y por los dirigentes de los clubes, que sólo tratan de sacar algún interés para los suyos.

Los medios españoles pueden respirar aliviados. Real Madrid-Barcelona podrá ser un Clásico más ligado a la actualidad o a las estrellas que albergan, y no tendrá la historia del “Superclásico” argentino, pero sí que suele ser una fiesta y, al menos, el partido se juega, no se suspende, ni se deja al público por muchas horas en las tribunas sin saber qué sucede.

El fútbol argentino perdió una oportunidad histórica, gane quien gane la Copa Libertadores. El crédito, ahora, es mucho menor que antes. Y por responsabilidad propia.

Cuando el Barcelona se negó a jugar ante el Atlético por la Copa del Rey (Infobae)





Lo más parecido a lo que sucede con la dirigencia y los jugadores de Boca Juniors, que no quieren jugar la segunda final de la Copa Libertadores ante River Plate, ocurrió en 2000, cuando el Barcelona se negó a enfrentar al Atlético Madrid en la revancha de las semifinales de la Copa del Rey en 2000.

El 24 de abril de 2000, el Barcelona debía jugar como local, en el Camp Nou, ante el Atlético Madrid por la revancha de la semifinal de la Copa del Rey, luego de haber sido derrotado en la ida por 3-0 en el viejo estadio Vicente Calderón, pero venía teniendo problemas por no poder contar con un número importante de jugadores, que habían sido cedidos a las distintas selecciones nacionales.

La Real Federación Española de Fútbol (RFEF) había dispuesto jugar este partido de Copa del Rey aprovechando un hueco en el intenso calendario anual porque se disputaban partidos de selecciones nacionales en todo el mundo y entonces el Barcelona solicitó que se suspendiera ese compromiso con el Atlético Madrid por no contar con jugadores suficientes para afrontarlo, pero no consiguió posponerlo.

Entonces, ocurrió algo extraño, que todavía hoy se recuerda en España. Se abrió el Camp Nou para el público, pero el Barcelona, dirigido por el holandés Luos Van Gaal, salió a la cancha con diez jugadores y un único suplente –el arquero Arnau-, que se dirigió al banco, mientras el entonces capitán, nada menos que Josep Guardiola, se acercó al árbitro asturiano Manuel Díaz Vega, y le comunicó que la decisión del equipo es la de “no jugar” ante el Atlético Madrid.

Guardiola le dio la mano al árbitro, y éste le comunicó lo sucedido a los jugadores del Atlético Madrid,  que llevaban quince minutos en el césped, y ambos equipos se retiraron del campo de juego y luego el Barcelona, que intentó evitar una sanción por todos los medios y con toda clase de recursos y apelaciones desde su entonces presidente Josep LLuis Núñez, no pudo evitar la sanción del Comité Español de Disciplina deportiva (CEDD) de excluirlo de la competición, suspenderlo para la siguiente, y el pago de una multa de dos millones de pesetas.

 "El Barcelona no puede acceder a que sus jugadores disputen el partido, porque entiende que su convocatoria es nula de pleno derecho; vulnera los derechos deportivos, sociales y económicos del Barcelona; y finalmente porque no puede sumarse a una decisión federativa que entraña la adulteración, desvalorización y desprestigio de una competición oficial, ni puede asumir la responsabilidad de participar en la farsa en que consistiría la disputa de este partido en las condiciones en que lo ha situado la Federación, porque todo ello entrañaría una falta de respeto de respeto al adversario, a los socios, al público, a los patrocinadores y al Rey", sostenía el comunicado del club para explicar su ausencia en el partido.

"No podemos competir. Y no pensamos hacer el ridículo. ¿Es que acaso Hesp deberá jugar de delantero?", se defendía después el presidente Núñez, el alusión al arquero holandés. Luego se explicó desde la dirigencia azulgrana que la decisión de salir a la cancha y allí negarse a jugar partió de la idea de no abandonar premeditadamente el partido, para no exponerse a sanciones mayores y mostrar cierta disposición, aunque sus jugadores no se habían entrenado especialmente ni se habían concentrado en la previa.

En esas horas anteriores al partido, el excéntrico presidente del Atlético Madrid, Jesús Gil y Gil, se paseaba entre el vestuario y el césped preguntando por noticias, al igual que lo que ocurría en las despobladas tribunas del Camp Nou entre los desorientados aficionados que ya habían ingresado o merodeaban el estadio.

El Barcelona formó ese día con Hesp; Carles Puyol, Dehu, Abelardo, Sergi: Guardiola, Xavi, Gabri; Simao y Dani. En las tribunas colgaba una pancarta que decía “España teme otra noche mágica. Federación y medios, corruptos”.

"La decisión de no jugar es unánime. Estoy completamente de acuerdo. No implica esto romper con la Federación porque Joan Gaspart es nuestro representante. No había visto nada igual en setenta años", dijo entonces el vicepresidente del Barcelona, el argentino Nicolás Casaus. La empresa que poseía los derechos de transmisión, Audiovisual Sport, anunció que exigiría una indemnización.

Sin embargo, para la temporada siguiente, la 2000/2001, el Barcelona entró en el sorteo de la Copa del Rey siguiente, porque en el final de la temporada anterior había sido reelecto como Ángel María Villar como presidente de la RFEF y por este motivo, otorgó varias medidas de gracia, y una de ellas fue reincorporar al Barcelona a la competición.

Quién es Pangrazio, el médico de Conmebol que dijo que Boca podía jugar en el Monumental pese a las lesiones de sus jugadores, con foto suya en el FIFA-Gate y goleador de Olimpia en los ochenta




Osvaldo Pangrazio, el director del departamento médico de la Conmebol, se encuentra en el ojo de la tormenta. Boca Juniors le apunta por haber documentado que sus jugadores estaban en condiciones de disputar el Superclásico del Monumental pese a las lesiones por el ataque al micro, y junto con otros colegas de la entidad fue denunciado por falsificación, estafa y ejercicio ilegal de la medicina.

Detrás de estos hechos, Pangrazio tiene una larga historia vinculada al fútbol y a la medicina desde que debutó en el humilde club  Presidente Hayes, ante Olimpia, en 1976, con el equipo ya descendido. Lo suelen describir como un centrodelantero “inconstante, certero con la cabeza, duro en el choque, y hombre de área”, con 1,88 metro de estatura y 82 kilos de peso.

Tras dos años, pasó al Nacional de Asunción y en 1980 fue transferido al Veracruz de México y al año siguiente, al Deportivo Pereira de Colombia, pero tuvo que regresar a Paraguay para finalizar sus estudios de medicina. Jugó en Guaraní en 1981 para pasar al club de sus sueños, Olimpia, en 1982 y hasta 1987. En 1988 no tuvo problemas en fichar para Cerro porteño, su máximo rival, “por seis meses y para poder jugar la Copa Libertadores”.

La Copa Libertadores parece haberlo marcado mucho. Suele decir que su mejor gol fue el que le hizo en 1983 a América de Cali en el último minuto, con Olimpia. Y que los dos mejores equipos en los que jugó fueron el Olimpia de 1982 (con Luis Cubilla de DT) y el de 1983 (con otro uruguayo, Sergio Markarián). “Allí encontré lo que quería como futbolista. Tuve la fortuna de ganar cuatro campeonatos y participar de la Copa Libertadores”, sostiene.

Pero Osvaldo Pangrazio Kullak (nacido el 7 de noviembre de 1957 en Asunción) nunca descuidó la medicina. Estudió Ciencias Médicas en la Univ Católica de Asunción y se especializó en Alemania, a donde se fue en 1988 (se graduó en 1986). Se especializó en Traumatología y Ortopedia en Bochum. Volvió en enero de 1997 y se acopló al plantel de Olimpia (1997-99) y ya luego, por la vía privada.

Su objetivo era viajar a especializarse en Alemania pero lo ayudó el azar.  “En 1987 llegó a Paraguay una selección de jugadores senior que recorría América del Sur. Llegaron con el dueño de una fábrica, que también jugaba, y enfrentaron a Olimpia y Cerro Porteño. El ex jugador Hugo Talavera, en una cena de ellos con Olimpia, me dijo que hablara con el médico de la delegación porque yo ya estaba estudiando alemán porque ya pensaba en irme para especializarme. Nos hicimos amigos y me terminaron invitando y así me fui a estudiar allá”, relata.

En Alemania se casó con Patricia Sticker, con dos hijas Ana Valentina, nacida en Alemania, y Ana Catalina, nacida en Asunción.

Según relata el ex arquero de la selección paraguaya José Luis Chilavert, Pangrazio “es pariente de Juan Ángel Napout-condenado a nueve años de prisión en el FIFA-Gate por el Tribunal de Nueva York en agosto pasado, por los cargos de fraude y asociación ilícita” y que con este dirigente en ascenso (llegó a la presidencia de la Federación Paraguaya en 2003), “no hubo control antidoping cuando Olimpia fue campeón de América en 2002, y  Pangrazio era el médico del plantel”.

En el expediente que tiene el Tribunal de Nueva York por el caso Napout en el FIFA-Gate, aparece Pangrazio junto con él mostrando un fajo de dólares. Quienes lo conocen desde hace años lo recuerdan como “el chico de los mandados de Napout, el que le llevaba y traía cosas de una ciudad a otra”.

“Pangrazio es traumatólogo y no oftalmólogo para chequear los ojos de los jugadores de Boca. Es un felpudo de Dominguez y antes, de Napout. Vergüenza mundial”, llegó a twittear Chilavert en su cuenta. “Vergüenza mundial de la Corrupbol, el jefe Infantino y su director financiero Dominguez. Dan prioridad al dinero por encima de la salud de los jugadores de Boca. Así matan al fútbol”, insistió el ex arquero.

Pero para Pangrazio, los problemas no terminaron sino que todavía tienen un recorrido desde que El 27 de noviembre pasado, los cuatro médicos de la Conmebol (los otros son Francisco Mateu, Jorge Pagura y José Veloso) fueron denunciados de oficio por falsificación, estafa y ejercicio ilegal de la medicina por lo ocurrido con los jugadores de Boca en el Monumental.

La causa quedó radicada en la Fiscalía 30 del Juzgado en lo Criminal y Correccional 7. El motivo es que estos profesionales declararon el domingo 24 que “desde el punto de vista médico no existe una causal para la suspensión del encuentro” luego de visitar al plantel de Boca en el vestuario, aunque los mismos médicos reconocieron que no revisaron ni a Pablo Pérez ni a Gonzalo Lamardo.

Jorge Batista, médico de Boca, puso en duda la disposición y el trabajo de los médicos de Conmebol que ingresaron al vestuario. Según relató, Pangrazio y Mateu ingresaron al vestuario y le pidieron que anotara los nombres de los jugadores de Boca lesionados y que después “me dijeron que podían hacer una excepción de uso de medicamentos terapéuticos por la situación que estaban pasando los jugadores y ahí me pidieron que hiciera una nota”

“Teníamos a Fernando Gago con los ojos y labios hinchados, es muy alérgico, Agustín Almendra no podía respirar, Cristian Pavón estaba vomitando y Esteban Andrada estaba abombado y acostado en una camilla. “Cuando los médicos de la Conmebol me dijeron que anotara lo hice en una hoja de cuaderno y cuando vuelvo del sanatorio Otamendi me entero de lo que había pasado, que los médicos no lo revisaron y que afirmaban que podían jugar”, relató.

En el Sanatorio Otamendi, PP8 úlcera en la córnea por una astilla de vidrio, atendido por el Dr Alejandro Weremczuk, quien confirmó que el volante sufrió “una conjuntivitis química, erosión conjuntival inferior”, y que se encontraba “molesto”
“Es una vergüenza. Yo estaba en el hospital y el partido se estaba por jugar. Guillermo Barros Schelotto me llamó y me dijo que fuera porque se jugaba y yo iba a jugar igual.

 No conozco al médico de la Conmebol. Es una vergüenza que diga que estaba en condiciones. Nunca fue solidario con nosotros”, se quejó amargamente Pablo Pérez, quien ya recibió el alta médica luego de concurrir varios días al hospital para seguir siendo examinado.

En 2016, Pangrazio había sido designado “Hijo dilecto de la ciudad de Asunción”  por la Junta Municipal” por su trayectoria deportiva. “Es un ejemplo vivo para los jóvenes porque jugando al fútbol y estudiando a la vez pudo cristalizar los dos sueños”, resaltó el concejal Ireneo Román.

Pangrazio, que se presenta en su cuenta de Twitter @opangrazio como “Médico, traumatólogo y ortopedista. Director de la Comisión Médica de la Conmebol”, seguramente viajará a Madrid para la final del 9 de diciembre tratando de que por una vez las aguas se calmen y deje de estar, al menos por un tiempo, en el ojo de la tormenta.














sábado, 24 de noviembre de 2018

Un Superclásico que esperaba el mismo mundo que no alcanza a comprender tanta violencia y tanto despropósito (Jornadaonline)





Costó días de negociaciones para que River Plate y Boca Juniors llegaran a un acuerdo en las fechas de la disputa de la  tan esperada final de la Copa Libertadores de América, y cuando se decidió que el partido definitivo, del Monumental, se jugase este sábado 24 de noviembre, fue, en buena parte, por la cercanía a la trascendente reunión del G-20 en la ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, ni la seguridad de River, ni la de la ciudad, pudieron garantizar que la entrada del micro con el plantel de Boca al Monumental fuera en paz y los jugadores recibieron una pedrada que rompió los vidrios de varias ventanillas y quedaron afectados por haber recibido gas pimienta, lo cual, en cualquier parte del mundo civilizado, hubiese implicado no sólo la suspensión inmediata del partido, sino también la clausura del estadio.

Pero estamos en la Argentina, país en el que muchos dirigentes y comunicadores culpan a “los inadaptados de siempre” por el “incidente”, en vez de admitir, por fin y luego de 327 muertos por violencia en el contexto del fútbol, que lejos de eso, son adaptados y funcionales a un sistema en el que cada parte tironea para su lado tratando de sacar hasta la más mínima tajada.

Por eso, en el marco de una Conmebol impresentable que permitió y hasta propició una Copa Libertadores de escritorio, con una suma impresionante de desprolijidades y disparates, y cuyos dirigentes ya debieron de renunciar hace rato, la entidad sudamericana que preside el paraguayo Alejandro Domínguez, en vez de seguir lo que indicaba el sentido común, volvió a exhibir esa exasperante lentitud que dejaba sin noticias a los miles de hinchas ya instalados en el Monumental para presenciar una final que debía comenzar a las 17,15, pero luego se fue postergando para las 18, después hasta las 19, 15, hasta que llegó la confirmación de la postergación definitiva para mañana a las 17 y en el mismo lugar.

¿Qué fue lo que ocurrió en el medio? Una suma de disparates, comenzando por la presión que ejercieron los factores de poder para que el partido se jugara allí mismo, pese a los jugadores de Boca afectados física y psicológicamente.  A tal punto fue así, que Pablo Pérez, con esquirlas en su ojo izquierdo, fue trasladado para su observación al Sanatorio Otamendi, a una media hora de distancia del Monumental, y la ambulancia regresó a apenas veinte minutos del último inicio anunciado, el de las 19,15.

Boca, a través de algunos dirigentes, y de los jugadores Fernando Gago y Carlos Tévez, dos de los mayores referentes del plantel, afirmaba a cada momento que el equipo no estaba en condiciones de jugar, River se mantenía en un extraño silencio, los dirigentes de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA) brillaban por su ausencia en vez de defender a sus afiliados, y la Conmebol insistía en jugarlo, aunque fuera más tarde y con iluminación artificial, mientras los hinchas llevaban horas esperando en las gradas.

Hasta se rumoreó que el ítalo suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, llegó a amenazar a Daniel Angelici, presidente de Boca, con que una ausencia del equipo implicaría ser “descalificado” (sic) del certamen, aunque no queda claro tampoco por qué Boca no aceptó que Pérez fuera revisado por los médicos de Conmebol, como hizo saber en un comunicado la entidad sudamericana.

Así fue que al rato, y ante la euforia de los hinchas de River, el preparador físico de Boca, Javier Valdecantos, salió al césped del Monumental con los conitos de los entrenamientos previos, pero eso duró muy poco, porque ya a la hora del tercer inicio tras los dos pospuestos por la Conmebol, River, mediante su presidente Rodolfo D’Onofrio y su director técnico, Marcelo Gallardo, se avino a suspender el partido, y sumarse a la causa de Boca.

Luego, con los hechos consumados, y con Angelici destacando el gesto de River, D’Onofrio aclaró los tantos: en una hábil negociación, le propuso a su par xeneize el respaldo para la suspensión para mañana a las 17, a cambio de que “hiciera algo, ya que tenés más acceso a las autoridades municipales” para que el Monumental no fuera clausurado, como temía.  Y ahora parece que será una clausura "light".

En verdad, si la Bombonera fue clausurada el jueves pasado a minutos de un lleno conmovedor cuando abrió sus puertas al entrenamiento en forma gratuita a sus hinchas y hubo alrededor de 75 mil personas para una capacidad de 55 mil y algunos cientos rebosaron las posibilidades, ¿qué decir de un estadio con los incidentes que hubo en el final en sus pasillos o en el que, en sus alrededores, algunos de sus hinchas agredieron a los jugadores rivales, en su micro?

Si en 2015, en el episodio del gas pimienta que afectó a los jugadores de River por los octavos de final de la Copa Libertadores, no se jugó el segundo tiempo en la Bombonera, se le dio por ganado a River, y se clausuró la cancha de Boca, ¿cómo entender que mañana se juegue en el mismo escenario y con público local como si todo fuera una postergación temporaria y sin mediar ningún episodio de violencia?¿Cómo entender que el Monumental se clausure pero desde el lunes o que todo pase por una multa?

Por parte de la Conmebol, todo indica que su genuflexión hacia los detentadores de derechos de TV y su necesidad de que el partido se jugara si o sí en el día, y su sumisión ante el poder de Infantino, que ya tenía pasaje de regreso a Europa para mañana por razones de trabajo, operaron para tanto sinsentido, sin importarle los jugadores de Boca o los hinchas de River.

Y en cuanto a la seguridad, si no se pudo resguardar la llegada de un micro con jugadores a un estadio, ¿cómo hará la ciudad para mantener el orden en el G-20, con los principales mandatarios del mundo, si no fuera por la ayuda de organismos internacionales?

En todo caso, el mundo futbolístico esperaba un partido tan bueno o mejor que el de la final de ida en la Bombonera, pero no pudo ser. Otra vez la Argentina mostró la peor cara, y terminó de confirmar que no se trata de inadaptados, sino de uno de los tantos Cromagnones que nos sobrevuelan cada uno de los días del año.

Julio Grondona murió en julio de 2014, pero para esta dirigencia futbolera y política nacional, todo se reduce al “siga, siga” de la mediocridad. Siempre parece que toca fondo, pero siempre hay lugar para algo peor.