jueves, 30 de junio de 2016

Recuerdos del Mundial 1986 IX: La final




Los últimos segundos ya no se aguantaban más. Parecía que el partido no terminaría nunca y que los relojes se habían congelado. No podíamos creer lo que decían aquellas banderas desplegadas por todo el estadio azteca con el “Perdón, Bilardo” porque seguíamos convencidos de que había sido el genio de Diego Maradona el factótum y recordábamos bien el “juego, juego” que pedía el público en la fase de grupos, en el estadio de Ciudad Universitaria, pero entendimos que en ese momento, el exitismo nublaba la vista.

Varios bajaron al césped del estadio, pero nosotros ayudábamos al gran Arturo Miguel Heredia de LV3 (hoy cadena 3), luego diputado nacional, para quien éramos “Gary Lineker”, por la cercanía de nuestro apellido, y entonces, dada nuestra juventud, descendimos hasta la zona de vestuarios, porque había rumores de que se podía acceder.

Sin embargo, nos encontramos con una fila de policías mexicanos, con palos, como si fuera una barrera futbolística antes de un tiro libre. Algunos con sus handies comentaban para sus radios que los uniformados estaban agrediendo (cosa que si bien no era cierta, terminaba siendo una táctica para convencerlos), otros, como nosotros, apelábamos al ablandamiento desde el diálogo y cuando parecía que allí nos quedaríamos, apareció el brazo solidario de quien menos esperábamos, Julio Grondona, para tironearnos hacia adentro.

La puerta era un caos. Hubo que esperar bastante tiempo porque había una multitud y se escuchaban cánticos de todo tipo. Grondona aprovechó el pasillo, antes de meterse en el vestuario, para colocar su dedo índice de una mano dentro de un círculo hecho con el índice y pulgar de la otra y se lo mostraba a Miguel Vicente, enviado del diario Clarín.

En la puerta, Eduardo Cremasco, ex jugador de Estudiantes y uno de klos dueños del restaurante de comida argentina “Mi Viejo”, en la esquina del centro de prensa, pedía a los gritos que no entrara más gente porque el salón estaba completo y el clima era asfixiante.

Alcanzamos a ingresar justo a tiempo, antes de que ya se prohibiera el acceso de más gente. El “Gordo” Carlos Muñiz, entonces jefe de Deportes del diario La Nación, aparecía tirado en una camilla, en el fondo, porque había perdido el aire.

Al primero que vimos, al girar a la izquierda, fue al “Vasco” Julio Olarticoechea, quien con el ropero abierto, se cambiaba y silbaba una canción, con total serenidad. La preguntamos si tomaba consciencia de lo que había ganado y nos dijo que sí, pero que “ya está, ya pasó”. Le respondimos que no tenía ni la menor idea de lo que en ese momento sería la Argentina y lo que iban a vivir todavía, y remató “No, ya está para mí. Ya me descargué con mi viejo, que se me fue hace poco y listo”.

Dejamos al Vasco para sumarnos a un reportaje colectivo con Jorge Burruchaga, el autor del gol de la victoria ante los alemanes. Como nos sumamos tarde, quedamos un poco de costado pero pasamos la mano por debajo de los grabadores y se la estrechamos efusivamente. Siendo de la misma generación, teníamos un lindo trato ya desde Buenos Aires.

Al irse un par de colegas, al concluir sus notas, nos fuimos ubicando mejor cerca de “Burru”, cuando alguien le preguntó cómo se imaginaba Gualeguay, su ciudad natal, en ese momento. Burruchaga se quebró. No pudo seguir hablando. Aún conservamos su “snif” en la cinta. No pudo mantener la cabeza erguida y nosotros, que estábamos ya de frente, lo palmeamos. Por esas cosas del destino, escuchamos un “clic” y era el fotógrafo de la agencia AP que inmortalizó ese instante, increíble para este periodista que cubría su primera Copa del Mundo.

Más a un costado, Oscar Ruggeri dedicaba el título “a todos esos que nos criticaron tanto”.

En la subida al estadio, a entregar los testimonios, intentamos llamar a los familiares desde un teléfono empotrado, pero daba ocupado. Luego vino el reencuentro con el entrañable Luis Blanco, con el que salimos del Azteca en medio de unos festejos tremendos. México DF parecía argentino, todo de celeste y blanco.

Volvimos al Hotel Presidente Chapultepec, sede del centro de Prensa, en el elegante barrio de Polanco. El lobby estaba todo adornado con los colores argentinos, y el pianista no paraba de tocar tangos, que canturreábamos con euforia. Cada vez llegaban más periodistas argentinos, y sudamericanos que se sumaban a los festejos.

La esquina del restaurante “Mi Viejo” era una locura, y por si fuera poco llegó el micro con los jugadores, aunque sólo pasó por allí, tocando bocina, con la mayoría asomada a las ventanas. Jorge Valdano le gritaba a Luis Blanco, ambos de Las Parejas.

Nos perdimos con Luis y otros amigos sin destino, en algo que es lo más parecido a la felicidad. Uno de los momentos más hermosos que este periodista vivió.

Diez años después, una tarde, tras salir del estadio  José Amalfitani , el día que José Luis Chilavert se retiró ante Colón de Santa Fe, volvíamos en el colectivo 86, lleno, parados y tomados del caño escuchando Radio Continental. La transmisión ya había finalizado y había comenzado el siguiente programa, el de Alejandro Apo, quien se puso a leer un texto.

Nos sonó conocido, demasiado conocido. Apo hacía referencia a la final del Mundial de México 1986 y de los festejos posteriores. Algo nos empezó a dar escalofrío. Hasta que Apo nos mencionó y citó nuestra descripción de aquél día memorable en el libro “Maradona, rebelde con causa”.


Tal vez allí nos terminamos de dar cuenta de que uno de los días más felices, por suerte, quedaron escritos, como una marca indeleble de todo lo que vivimos y que intentamos, en estas líneas, compartir.

martes, 28 de junio de 2016

Mis recuerdos del Mundial 1986 VIII: Luis Blanco




Con el paso del tiempo, no coincidimos en el momento exacto en el que nos conocimos. Lo cierto es que el azar, tan caprichoso, determinó que un día, antes de que comenzara a jugarse el Mundial 1986, conociera a Luis Blanco. Fue, creo yo, en el Centro de Prensa del Hotel Presidente Chapultepec y a metros de nosotros, César Luis Menotti daba a conocer sus candidatos a ganar la Copa y Argentina no estaba entre ellos.

Con Luis compartimos momentos que uno atesorará mientras viva, por todo lo que significó que para ambos, ese haya sido el primer Mundial, que la selección argentina lo acabara ganando y con un Maradona imperial, y porque quien esto escribe era un muchacho muy joven, con las típicas veleidades de la clase media porteña, con la falta de paciencia, rozando la intolerancia.

Luis, unos años mayor aunque muy joven también, ya era padre de familia y a quien uno vio sufrir en el Día del Padre por estar lejos de los suyos, al punto de plantearse seriamente regresar a Las Parejas, su ciudad.

Silenciosamente, con el ejemplo diario, con sus opiniones abiertas, con su don de gentes, con esa cultura no declamada sino adquirida con el interés, la curiosidad, la duda y el permanente intercambio con la realidad, fuimos aprendiendo cosas y especialmente, fuimos queriendo cada vez más al amigo hasta convertirse en un hermano de la vida.

Con Luis aprendimos del cancionero latinoamericano, pero especialmente, y nos quedó para siempre, que los pueblos tienen características, no virtudes o defectos. Y que el camino por la rectitud es posible, aún en una ciudad chica, y con los dirigentes demasiado cerca.

Compartimos alegrías, enojos, discusiones fuertes, desayunos en Guadalajara con el maestro Joao Saldanha, diálogos increíbles con Diego Lucero, Juan de Biase y tantos periodistas de primer nivel, cantamos y viajamos juntos, nos sentamos en la mesa de Lineker y Butcher, gracias a un enigmático colega israelí.

Y también nos emocionamos hasta las lágrimas cuando el árbitro dio por terminada la final ante Alemania en el Azteca y este jovencito, con barba incipiente, se quebró  por fin, para retomar la calma y seguir con su trabajo.


Ya luego llegaron otras vivencias, Juegos Olímpicos –como cuando en Seúl bajamos tras los 100 metros llanos, porque sospechábamos que algo había sucedido tras el triufo de Ben Johnson-, otros Mundiales, muchas visitas a Las Parejas, y una amistad que continúa y que me genere este agradecimiento a la vida por haber tenido tanta fortuna por haber conocido a una persona con los valores de Luis.

lunes, 27 de junio de 2016

Chile generó otra frustración argentina (Yahoo)




Parece una maldición, pero en verdad, no lo es. La selección argentina quedó otra vez a las puertas de un título que no gana oficialmente desde 1993, al caer por penales ante Chile en la final de la Copa América Extra de los Estados Unidos, como hace un año en Santiago por la misma competición, y es la tercera decisión consecutiva desde que cayera ante Alemania en el alargue de la final del Mundial de Brasil 2014.

Hay que hurgar mucho en la historia del fútbol para encontrar una situación semejante. Que una selección con estrellas requeridas por todos los equipos, que tiene al mejor jugador del mundo, Lionel Messi, haya perdido tres finales consecutivas en tres años seguidos, la del Mundial 2014 en Brasil, y las de las dos Copas América 2015 y 2016, sin haber podido marcar un solo gol en tres partidos con tiempo suplementario incluído.

La desazón fue tan grande, que hay que ver si fue dicho en caliente, pero Messi anunció, dos horas más tarde de perder la final, que dejará de jugar en la selección argentina y que la decisión es “definitiva”, lo que abre un nuevo frente de crisis para el equipo albiceleste.

Al cabo de todo el torneo, algo que ya había ocurrido en la Copa América pasada, la selección argentina fue el equipo más regular pero la sensación era que no había tenido, excepto a la misma Chile en la fase de grupos, a la que venció 2-1, ningún rival de una talla complicada, sino equipos muy accesibles.

Chile, en cambio, fue de menor a mayor en el torneo. Comenzó frío, con una derrota ante Argentina, apenas si le ganó 2-1 a la débil Bolivia con un dudoso penal sobre la hora, y recién en cuartos de final ante México, produjo una actuación sobresaliente, sorprendiendo con un 7-0 inapelable.

Desde ese momento, el equipo que ahora dirige el argentino Juan Pizzo fue creciendo en el juego y en su convicción por la posesión de la pelota, con toques a mucha velocidad, y llegando a la portería rival con mucha gente y así eliminó rápidamente a Colombia en semifinales.

Argentina había goleado a Estados Unidos, el equipo local, por 4-0, con mucha autoridad, pero todo se iba asemejando a la Copa América de 2015 cuando también había goleado a Paraguay en la misma instancia 6-1 para perder en una ajustada final ante Chile, por penales.

Otra vez ahora, cuando la selección argentina tuvo que salir a jugar una final, con el peso de las dos derrotas anteriores en la misma instancia, el equipo ya no fue el mismo.

Un Angel Di María otra vez limitado por una lesión, Ezequiel Lavezzi ausente por  otra, Javier Pastore sin haber jugado nunca por otra dolencia, el entrenador Gerardo Martino optó por cambiar el esquema táctico que le había dado éxito y en el que basó su filosofía. Del 4-3-3 pasó repentinamente a un 4-3-1-2, que en verdad acabó siendo, con la expulsión de Marcos Rojo, un 3-3-2-1, con Messi y Ever Banega detrás de Gonzalo Higuaín primero, y de Sergio Agüero más tarde.

El equipo argentino repitió mucho de lo que ya vivió en las otras dos finales como para recurrir al azar, algo que hizo Martino tras el partido en la conferencia de prensa.

Porque Higuaín volvió a tener una clara situación de gol frente al arquero Claudio Bravo y no la pudo concretar. Porque quedó con un jugador de más por quince minutos en el primer tiempo cuando fue expulsado en Chile el volante Marcelo Díaz, y cuando se lesionó Alexis Sánchez, quien arrastraba un golpe en el primer tiempo.

Chile, en cambio, jugó como siempre. En una final muy pareja, apostó al toque, a cortar el juego argentino, a presionar lo más arriba posible. En definitiva, a respetar un estilo que comenzó hace ya muchos años con Marcelo Bielsa como entrenador, y que siguió aunque ya haya sido reemplazado por Jorge Sampaoli y Juan Pizzi, casualmente, todos argentinos.

Para Chile, la ratificación de un excelente momento, con las ideas claras, con una gran generación de jugadores que sacan todo el beneficio posible de la situación.

Para el fútbol argentino, un momento de enorme desconcierto que excede el propio juego. Con Messi (que además falló su penalti) dando por cerrada una etapa, con Martino perdiendo, en lo particular, su tercera final de Copa América consecutiva (la primera con Paraguay en Argentina 2011), y tal vez, con la propia AFA desafiliada de la FIFA por los enormes problemas institucionales internos, por los que los jugadores se quejaron públicamente en las redes sociales en los días previos en la final.

No puede ser casualidad que este equipo argentino haya perdido tres finales consecutivas. Es demasiado, y la explicación no pasa sólo por el juego.

Si el fútbol argentino no sabe qué torneo local se jugará en menos de dos meses, cuando comience la nueva temporada, si no se sabe quién es el presidente de la AFA por disputas internas y la FIFA deberá tomar parte en la semana próxima, entonces debe plantearse seriamente en cuánto ayuda a que se consigan títulos.

El problema no parece ser de Messi, Agüero o Higuaín. Todos ellos, y el resto de los jugadores albicelestes, son estrellas en sus equipos.

Entonces, es el momento de tratar de ser introspectivos, pensar, parar la pelota y cambiar una filosofía negativa que comenzó hace muchos años.


Para Chile, es el momento de la mayor felicidad futbolística de su historia.

Anatomía de una (nueva) derrota




El título no es casual. Está escrito tras algunas horas de sueño complicado. De vueltas y vueltas entre sábanas y frazadas tratando de analizar lo ocurrido anoche en el estadio Met Life de Nueva Jersey y, por lo tanto, con cierta distancia, escasa aún, con los hechos.

La selección argentina volvió a perder una final, otra vez por penales, otra vez sin marcar un gol en el partido decisivo y van tres consecutivas, dos seguidas contra Chile, y sin haber sido inferior al rival. Lionel Messi lleva cuatro finales perdidas con la camiseta argentina. Javier Mascherano lleva seis. En ambos casos, jugadores que son absolutamente considerados como estrellas mundiales y con infinidad de títulos conseguidos con el Barcelona. ¿Se trata de una casualidad, de una maldición?

Suena demasiado pobre como explicación. Rápidamente hay que decir que no se trata de un problema técnico. Los jugadores argentinos, uno por uno, posición por posición, son de los mejores del mundo. Algunos, directamente los mejores en su puesto. En otros casos, estarán superados por dos o tres pero siempre están dentro de la élite. ¿Y entonces?

Entonces sucede que el fútbol es un deporte colectivo, de equipo. Y que los equipos, a su vez, están dirigidos por un técnico. Y todo el plantel está inmerso en una estructura dependiente de una federación, en este caso, la AFA.

Les propongo entonces un poco de paciencia para este análisis, que tratará de no extenderse demasiado.

Esta selección argentina de la Copa América Extra de los Estados Unidos participó de un “dejà vu” porque las situaciones se repiten como martillazos. Incluso, en muchos casos, se ven venir. Otra vez Gonzalo Higuaín perdiendo un gol imposible, por tercera vez consecutiva. Otra vez las lesiones que impiden que varios de los jugadores importantes, se limiten o directamente se ausenten. Otra vez los penales sin fortaleza anímica.

Pero repetimos: no es un problema técnico. Sostuvimos en este blog que el trayecto de la selección argentina no daba garantías, que había que verla ante rivales de más peso, como podía ser Chile pero también México (antes del mismo Chile) o Colombia. Y pasó lo que podía pasar.

Creemos que esta selección argentina está inmersa en problemas serios provenientes de varias causas, pero nos centraremos en tres, las estructurales, las psicológicas y las del entrenador.

Las psicológicas están relacionadas con el entrenador, Gerardo Martino, perdedor de casi todas las finales que disputó siendo jugador (salvo cuando acudió como refuerzo en 1991 para Newell’s contra Boca) y perdió tres finales de Copa América consecutivas y también chocó nada menos que la Ferrari del Barcelona, cierto es que en este caso con la atenuante de que no le ficharon jugadores y lo trajeron para que pusiera la cara para que no lo hiciera uno de los conocidos blaugranas-.

Martino, en el antimanual de la psicología, habló en la previa tanto de “perder” como de “ganar”, y fue siempre un director técnico demasiado permeable al corporativismo de los jugadores, que terminó desgastando el sistema que él creía que debía utilizarse, el clásico 4-3-3 con posesión de pelota, que era un avance de los tiempos anteriores de Aejandro Sabella de jugar al error del adversario.

Desde que se hizo cargo de la selección argentina hace poco menos de dos años, el equipo se fue desdibujando, porque Martino tiene mejores convicciones que ideas, y no pudo plasmarlas salvo ante rivales menores o en partidos ocasionales.

Y en buena parte de las causas de no poder aplicar estas ideas aparece la relación con el corporativismo al que desde hace muchos años, y con la complacencia de buena parte del periodismo vernáculo, nos vienen acostumbrando los jugadores, desde cuando en 2006 la generación anterior no le dejaba lugar a la actual, y la actual responde ahora con la vendetta de no dejar a la que sigue, con el viejo concepto argentino de las pequeñas mafias en todos los órdenes de la vida. A muchos les ha pasado en oficinas, grupos de cualquier tipo. Y los jugadores, como nosotros, son argentinos y repiten en el microsistema lo que siempre vieron en el macro.

Entonces, Carlos Tévez no estuvo para el Mundial de Brasil y no iba a estar siquiera en la Copa América 2011 (pero en ese momento aparecieron los sponsors que lo exigieron y hubo que ceder), a Guido Pizarro se le dice que no venga, con todo el trámite ya hecho, porque al final Lucas Biglia pidió seguir en la Copa aunque sólo pudiera regresar en el final, y maltrecho. Y Mauro Icardi no es convocado por esos “códigos del fútbol”, aunque la rompa en el Inter y sea joven y entonces para los Juegos Olímpicos se lo pone debajo de la lista y sale todo tan mal que aún así queda primero por fallas del sistema.

Y tampoco se tiene del todo en cuenta a Paulo Dybala, porque están “los de siempre” aunque siempre, siempre, en las finales hagan lo mismo.

Martino cedió a todo esto. Cedió al corporativismo de los señores de las cuentas de cientos de millones de euros que mandan y determinan qué se hace en cada momento, si se habla o no se habla con la prensa, y con cuáles de los periodistas, los que se quejan de que las habitaciones de los hoteles siete estrellas aún no están hechas y tienen que esperar en el lobby cinco minutos. No vaya a ser que venga un hincha argentino a molestar con un pedido de autógrafo. Eso, a los señores no les gusta.

Entonces, la selección argentina Salió a jugar la tercera final consecutiva en tres años sin Javier Pastore, que no estaba en condiciones de venir por lesión pero es “gomía”, con Biglia lesionado, y que llegó hasta los penales, con Ever Banega con una sobrecarga, con Angel Di María (otra vez) lesionado, con Ezequiel Lavezzi lesionado, y todo seo lo fue limitando, hasta cambiar el sistema táctico y renunciar a sus propias convicciones en pos de hacerle caso al corporativismo de los jugadores.

Pero no es todo. Martino también le hizo caso al otro corporativismo, al del periodismo deportivo nacional, el que en buena parte, desde medios poderosos, le vino con el mismo tachín tachín de siempre de que “hay que adaptarse”, “modernizarse” y esperar al rival para contragolpear, en vez de tener la pelota, como es lo que el director técnico cree.

Martino sabe bien que la selección argentina no había merecido ganar la final porque en todo caso, el partido fue parejo, pero lo afirma en la conferencia de prensa sin más, sin base, sin argumentos. Lo afirma y punto, porque es lo que debe decirse, lo que “il faut”. Declaraciones vacías, de ocasión. Nada más que eso. Muy pobre para un director técnico de una selección argentina con semejantes jugadores y semejante expectativa.

Pero Martino, y así entramos en las últimas causas, las estructurales, no tendría siquiera ante quien presentar una renuncia, que creemos que debe hacerlo. Que se entienda bien: no es el único responsable, pero sí es más responsable que los jugadores porque no supo o no pudo imponer sus ideas y cedió ante los corporativismos. Y debe ofrecer, al menos, su renuncia para ser o no ratificado por la AFA. Y no hay a quién ofrecérselas porque hoy, en la AFA, no sólo no se sabe quién es el presidente sino que ni siquiera se sabe si mañana no estará ya desafiliada de la FIFA.

Esta selección argentina tiene desde hace años metido el corporativismo, por el cual hay jugadores que son dueños del equipo, porque nunca hubo una dirigencia a la altura.

La dirigencia del fútbol argentino es paupérrima de nivel, mediocre, lamentable, incapaz de resolver nada importante, al punto de generar el hartazgo de Lionel Messi, un crack como difícilmente el fútbol argentino vuelva a tener por muchos años y acaso, nunca.

Es más, varios jugadores habían prometido que hablarían tras la final sobre todo lo que vieron y padecieron no sólo en la Copa sino desde hace años, como aquella durísima discusión de Javier Mascherano con los dirigentes en el césped durante el último entrenamiento antes de la final del Mundial.

Esta dirigencia se deglutió los tiempos de Diego Maradona con un solo título y ahora se está devorando los de Lionel Messi, sencillamente porque no puede seguir allí. Peor hoy que antes, en los tiempos post´-grondonistas, es una vergüenza que sea la FIFA la que le tenga que decir a la AFA que sus estatutos son vetustos y antidemocráticos. Es lo que hay.

Esta dirigencia eligió a Martino por ser el único de la fila, el más permeable. Porque no hay proyecto, sólo corporativismo. Jamás se planteó en serio el aspecto psicológico, el pensar por qué esta generación, y la anterior, siempre pierden en las finales. No. La psicología parece tabú. Se trabaja con coachs o semejantes, la ciencia no tiene interés. No la tuvo tampoco para acudir a los sociólogos para ver si se solucionaba por fin el tema de la violencia del fútbol. Nada de nada. Sólo importa hacer caja. Y la consecuencia, es la que vemos.

Lograron que Messi se hartara, que Mascherano se hartara, que cracks de los mejores equipos europeos no rindieran. Nunca pensaron la selección como un equipo en serio, de profesionales de élite, pero que deben ser entonces conducidos por dirigentes y entrenadores y científicos de élite y con una disciplina normal y de trato igualitario para un conjunto de esta naturaleza.

Párrafo final para Messi: no es cuestión de que se vaya o se quede. Es cuestión de que se lo rodee de gente que valga la pena, de jugadores que elija el director técnico y no el corporativismo ni los intereses, que integre un plantel en el que haya dirigentes para solucionar problemas y proyectar el futuro. Si no, seguirá todo como siempre.

Messi no es uno en la selección y otro tipo en el Barcelona. Simplemente, en el club catalán está rodeado de una estructura en serio, y se trata de sacarle el mejor rédito y ese rédito pasa por hacerlo correr muchos menos metros, aprovechando lo que es, un formidable finalizador de jugadas y no un armador, que para eso tienen a Andrés Iniesta.

En Argentina, Messi juega casi solo. Triple cinco, por el eterno pánico a perder que desde hace 60 años tenemos por haberlo importado del Mundial de Suecia, cuando el fútbol argentino comenzó a copiar a los europeos lo físico y lo táctico y se olvidó de jugar.

Y entre los “gomías” lesionados que no debieron estar, y el miedo a perder, Messi acaba rodeado de rivales, y hace falta que eluda a siete para llegar mano a mano con el arquero.

Esta selección argentina ya dio lo que podía dar. Suena difícil que quienes perdieron tantas finales, puedan revertir la situación. Es otra generación perdedora y no porque no haya con qué ganar, pero fue superada por las causas que enumeramos.

Pero los dirigentes, esos que van invictos porque nunca juegan, también cumplieron un ciclo. Días pasados sostuvimos que el fútbol argentino estaba atravesando su propio 30/12/2001. Ayer en Nueva Jersey, terminó el día y estamos hoy en el “Día Después”.

Que se vayan casi todos. El fútbol argentino necesita refundarse.


sábado, 25 de junio de 2016

Mis recuerdos del Mundial 1986, VII: Bochini estaba para jugar



Había ingresado en el segundo tiempo por primera vez en el torneo. Fue cuando el genial Diego Maradona le dijo “pase maestro, lo estábamos esperando”, a su ídolo de los tiempos en los que iba a ver a Independiente en su niñez.

En verdad, Bochini nunca se sintió parte de ese plantel. Sentía el fútbol de otra manera y también sabía a la perfección que ingresó en la lista definitiva de los 22 a último momento y porque Julio Grondona, el presidente de la AFA, lo veneraba desde sus tiempos de mandatario de los rojos, cuando “el Bocha” lo llevó a ganar tres Copas Libertadores y una intercontinental (luego ganaría una más de cada una).

Para eso, Grondona había tachado de la lista a Alejandro Sabella y lo había reemplazado por Bochini.

Tras la semifinal que la selección argentina le ganó con claridad a Bélgica 2-0 en el estadio Azteca (acaso el mejor partido del equipo albiceleste en el torneo), iniciamos, con varios colegas, el intento “fuera de programa” de llegar al vestuario ganador.

Por supuesto que no estaba permitido por la organización pero la joven edad de ese momento nos impulsaba hacia movimientos temerarios. Una hilera de policías mexicanos, con palos, impedían el paso bastante lejos del objetivo. Sin embargo, el grupo que este escriba integraba, se decidió a presionar.

Cuando parecía imposible ya, se nos ocurrió gritar a los dirigentes de la AFA que vimos por detrás de los policías y ellos, en un gesto que aún se recuerda por la solidaridad, nos arrastraron hacia la puerta.

Cuando estábamos por ingresar, dimos con un pasillo en el que apareció un muy sereno Bochini, con el que conversamos un rato, hasta que nos animamos a la pregunta que teníamos en la mente.  Si no le parecía bien que, si en la final el equipo argentino fuera ganando con holgura, Carlos Bilardo lo pusiera aunque fuera, unos minutos como homenaje a su larga y exitosa carrera.

Para eso, le dimos el ejemplo de lo que había ocurrido cuatro años antes, en el Mundial anterior, con Franco Causio, a quien había hecho ingresar el DT Enzo Bearzot, como homenaje, cuando ya Italia se imponía holgadamente a Alemania en el Santiago Bernabeu.

“Es que yo estoy para jugar los 90 minutos”, respondió Bochini, con naturalidad. Le explicamos entonces que no lo dudábamos, sino que si un equipo que gana no se toca y ya había una base jugando y que llegó a la final, sus chances de ser titular parecían escasísimas, casi nulas.

“Sí, pero yo estoy para jugar los 90 minutos”, insistió. Retomamos la justificación, porque pensamos que no nos entendía, pero a su tercera respuesta igual, nos resignamos.

Un año más tarde, en 1987, Bochini cumplió 500 partidos en Independiente y desde la redacción de Diario Popular, el “Negro” Díaz, jefe de deportes, llamó a este cronista para que intentara, dado su diálogo con el crack de los rojos, una larga entrevista con este motivo.

Este escriba se dirigió a Regatas Avellaneda, lugar de entrenamiento, se presentó ante Bochini, le comentó la idea y el crack marcó el encuentro para una hora y media más tarde, a la que acudimos.


Allí, nos dijo que comenzáramos pero que antes, nos tenía que aclarar algo: “En esa final, yo estaba para jugar los 90 minutos”.

viernes, 24 de junio de 2016

El 30/12/2001 de la AFA




Ocurrió 15 años más tarde, pero a la AFA le empieza a ocurrir lo que le pasó a la Argentina a fines de 2001. Aquella crisis terminal que parecía que rompía al país en pedazos con el “Que se vayan todos”, cuando el sistema político no pudo dar más respuestas de ninguna clase, ahora llegó, por fin, al fútbol argentino, destrozado y con mil vueltas.

Ya sin su presidente post-grondonista, el impresentable Luis Segura (el mismo que ya había sido sorprendido con la reventa de entradas durante el Mundial de Brasil 2014 y procesado ahora por los fondos del Fútbol Para Todos por la jueza María Servini), la AFA vivió una jornada de furor e incendio de sus estructuras.

El 24 de junio de 2016, casualmente día del cumpleaños 29 de Lionel Messi y el 38 de Juan Román Riquelme, dos de los excelsos jugadores de la modernidad, parece que hubiera sido un mes, o un año, y terminó asemejándose tanto al 30 de diciembre de 2001 de la Argentina, que a último momento, para no encontrar paz, el dirigente Damián Dupuillet, a quien la FIFA designó interinamente en la AFA, redactaba una carta por la que se rechazaba la disposición de la FIFA, conocida en el mediodía.

En efecto, por si faltaba algo para que la crisis estallara definitivamente, y a cuatro días de la Asamblea en la que se votaría por fin la Superliga (se seguía negociando con ese objetivo), la FIFA tomó la medida de que en 15 días se conformara un Comité de Regulación, con integrantes ajenos a la AFA y que de ninguna manera podrían presentarse a la presidencia de la entidad en las próximas elecciones.

Este Comité de Regulación, cuyos integrantes no se conocen aún, debería funcionar hasta el 30 de junio de 2017, cuando se llamaría a elecciones luego de reformar el actual estatuto, lo que la FIFA calificó como “adaptación a los que rigen en la esfera de la FIFA”, dejando al ex presidente de Ituzaingó, Dupiellet, grondonista confeso y sostenedor de la inicial candidatura de Luis Segura para volver a ser el mandatario de la AFA, a cargo de la entidad interinamente hasta la conformación del citado Comité.

Esta decisión es realmente extraña en cuanto al momento de ser tomada (a dos días de la final de la Copa América extra de los Estados Unidos, que deja a los dirigentes que acompañaban a la selección argentina sin ninguna representatividad, justo después de un inusualmente duro tweet de Lionel messi quejándose de ellos), y cuando el lunes parecía el día más claro, tomando en cuenta que el martes iba a desarrollarse la Asamblea por la Superliga y ya no obstruía el desempeño del equipo nacional.

Pero aún es más extraña la designación de Dupiellet, abogado graduado en la Universidad de El Salvador y quien se desempeña en el Juzgado laboral número 1 de Morón, porque si Segura fue procesado por la jueza Servini y ya dijo que el 30 de junio dejaría la conducción de la AFA, pero permanece como representante de la Conmebol ante la FIFA, no parece plausible ni lógico que un continuador de su política venga a transparentar a la entidad futbolística argentina.

Sumado a eso, sigue en pie que el presidente Mauricio Macri, como se viene sosteniendo desde este blog, no quiere bajo ningún punto de vista, que Hugo Moyano, el presidente de Independiente, pueda tener el control de la AFA, mientras que muchos clubes del Nacional B y algunos chicos de Primera A, no aceptan la propuesta de reparto de dinero de la Superliga de Marcelo Tinelli y los demás dirigentes de clubes grandes que vaciaron la entidad del fútbol argentino, a sabiendas de que no les dan los votos para reformar los torneos.

Si no fuera por la decisión de Dupiellet, lo dispuesto por la FIFA es inobjetable en lo general, porque no hay ninguna posibilidad de un acuerdo interno serio entre los impresentables dirigentes de los clubes argentinos, pero faltaba un punto más.

Por la noche, enterada la jueza Servini de la disposición de FIFA sin haberla consultado (habría que ver si esto era necesario, sólo porque hay veedores puestos por ella misma, cuando delegados de la FIFA y de la Conmebol ya pasaron por Buenos Aires y monitorearon la situación), estalló de ira y convocó para el lunes a una reunión urgente con Dupiellet, el Gobierno y la Inspección General de Justicia, para determinar los pasos a seguir pero en principio, se rechazaría la decisión de FIFA, lo cual tiene consecuencias de una gravedad inusitada para el fútbol argentino.

Ya el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, se lo había advertido a Macri (algo que más de un diario silenció por conveniencia) sobre que una intervención gubernamental no sería aceptada y mucho menos, entonces, un rechazo a una medida concreta desde Zurich, lo cual significaría una lisa y llana desafiliación.

Y una desafiliación implica que la selección argentina no podría sumar puntos ni seguir participando en la clasificación para el Mundial 2018, ni Boca jugar la Copa Libertadores, ni los clubes clasificados, la Copa Sudamericana, ni River la Recopa Sudamericana.

Dos apuntes: sería deseable que la FIFA designara, para presidir interinamente el Comité de Regulación, a una personalidad ajena al mundo del fútbol y que tuviera un prestigio incuestionable, como, se nos ocurre, Luis Moreno Ocampo, quien ya estuvo a punto de formar parte del Comité de Ética de la entidad internacional, fue fiscal del histórico Juicio a las Juntas Militares en 1985 y presidente del Tribunal Penal Internacional en La Haya.

También queda definitivamente de lado la frase de Grondona, tan aceptada y repetida por muy buena parte de la prensa y los protagonistas del fútbol, acerca de que la AFA “son los clubes”, una enorme simplificación que en verdad esconde la idea de que todo se puede decidir entre treinta tipos amigos alrededor de una mesa, en vez de que distintos organismos internos, de manera participativa y democrática, determinen las políticas del fútbol argentino.

A eso es lo que la FIFA llama “adecuar los estatutos” desde una AFA que, en pocos días descubrieron, es autoritaria, vetusta y unitaria.

Esta AFA es la que vivió un día de locura, de situación límite total, sin un presidente claro, y con la conducción que llegó hasta hoy, y que deambula sin representatividad por Estados Unidos, con varios dirigentes procesados por corrupción por el Fútbol Para Todos.

Este es el fútbol argentino que supieron conseguir.


miércoles, 22 de junio de 2016

Ho visto Maradona y ho visto Messi



Yo estuve allí.  Hace 30 años, en el Azteca, como testigo de la mejor historia futbolística, la más rica, cuando la selección argentina no sólo venció a la inglesa por los cuartos de final del Mundial de México, lo cual ya significa bastante por las enormes diferencias culturales y deportivas.

Estuve allí, y fui testigo del mejor gol de la historia, cuando Diego Maradona, con el más puro estilo argentino, gambeteó a tanto inglés para empujar la pelota hacia la red y desatar el delirio y al mismo tiempo, generar una leyenda.

Ese gol no fue uno más por el contexto futbolístico, por la factura, y porque incluye ribetes históricos en lo deportivo y en lo social.

En lo deportivo, porque desde el fútbol argentino nació contrapuesto al inglés. Si el de los británicos tuvo su fuerte el juego aéreo, el nuestro fue siempre por abajo, al ras del suelo.

Acaso la inmensidad de la pampa, o el dominio de la pelota en los potreros, pero lo cierto es que “la nuestra” siempre fue por abajo, y así los “ingleses locos” fueron abandonando las canchas para dar paso a otra manera de jugar al fútbol, ya no al football.

Y ese gol de Maradona vino a reivindicar nuestro estilo, el que muchos volcados al negocio se empeñan en abandonar y otros lo olvidaron buscando retirar la camiseta número diez, confundiendo fútbol con NBA.

En lo social, ese gol y esa victoria 2-1, que también encierra aquel primer gol con “la mano de Dios”, para muchos fue reivindicatorio por lo ocurrido cuatro años antes en la Guerra de Malvinas, que tantas vidas destrozó, empujadas por un delirio de una dictadura asesina.

La brillantez del gol de Maradona, que por suerte puede recordarse a cada instante gracias a la tecnología, y en audio, con la emoción que nos brindó el mejor relato que jamás haya existido, con el talento de Víctor Hugo Morales (que este escriba apenas conoció tiempo después), puede compararse con el hipotético instante en el que Michelángelo mostró al mundo su David, o escuchamos por primera vez la Novena Sinfonía de Beethoven, o algunos de los clásicos de Los Beatles, o ingresamos por primera vez en el Hermitage de San Petersburgo.

Y pensar que en el momento sublime de tal manifestación artística, nos lesionamos porque el colega Jorge Ruprecht se nos cayó de los pupitres aledaños por lo que significó la euforia en los festejos.

Luego vino todo lo demás, las anécdotas, el tiro en el palo de Carlos Tapia, el nucazo insólito de Olarticoechea para evitar un empate inminente (que prueba que el partido fue más parejo de lo que ahora se dice), y el intento de reivindicación del “Negro” Héctor Enrique, reclamando autoría en el “pase-gol” a Maradona.

Desde la perspectiva de hoy, treinta años después, uno se sigue preguntando acerca del milagro del fútbol argentino, que entre tanto basural, siempre pueda crecer una flor como la de Maradona en aquel tiempo, o que el propio Diego, o nosotros mismos, hayamos podido ser testigos, hoy, de otro genio como Lionel Messi, capaz de todo tipo de proezas.

Acaso Messi sea uno de los culpables de que este periodista de hoy siga conservando la expectativa y aquella ansiedad de aquel joven con remeritas y bolsitos azules al hombro que partió a su primer Mundial sin saber que sería testigo de semejante obra de arte que perdurará por siempre para los amantes del fútbol.

¿Cómo no sentirse un privilegiado? Ho visto Maradona, y ho visto Messi.


martes, 21 de junio de 2016

Mis recuerdos de México 86, VI: El día antes del Argentina-Inglaterra



El 21 de junio de 1986 habíamos vuelto muy cansados de la concentración de la selección argentina en “Las Águilas” del América. Era tanta la tensión por lo que se vivía en las horas previas del partido de cuartos de final entre el equipo albiceleste y los ingleses, tanta la información que llegaba desde Buenos Aires, que se hablaba más del contexto que de fútbol.

Se decía que el equipo argentino saldría con una camiseta con el mapa de las Islas Malvinas, o días antes hubo un rumor acerca de una mínima posibilidad de que no se presentara a jugar. Cosas que, decían, se debatía en el Congreso mientras el Mundial continuaba su marcha.

Tal vez por esta razón, o al menos así lo explicitaron cuando ocurrió, es que en pleno entrenamiento, de repente, apareció Robert “Bobby” Charlton, un símbolo del fútbol inglés, campeón mundial en 1966 y quien en ese torneo enfrentara al equipo argentino justamente en cuartos de final, en Wembley, para “apaciguar los ánimos”.

Charlton llegó, como no podía ser de otro modo en esos tiempos, acompañado por José María Muñoz, y procedió a saludar a los jugadores y se tomó fotos con varios de ellos.
Por la tarde, ya en el centro de prensa, conversábamos con el entrañable Luis Blanco sentados en una de las mesas cuando un colega canoso, de poco más de cuarenta años, se nos acercó y miró con curiosidad nuestras acreditaciones colgantes. Se detuvo en la mía y repitió, casi escupiendo, mi apellido como si buscara confirmación: “¿Levinsky”, “¿Jewish?”.

Se presentó inmediatamente. Su nombre era Pinjas pero pidió que lo llamáramos “Pini”, de Israel, y tras unos minutos de simpática charla, nos hizo una propuesta que generó grandes dudas. Nos dijo que iría con su coche al hotel de la selección inglesa y si queríamos acompañarlo, porque tenía muy buenos contactos allí.

A Blanco y a mí nos pareció poco creíble. ¿Qué contactos podía tener en la selección inglesa un periodista israelí? ¿No estaría exagerando? De todos modos, ya la propuesta parecía osada y en verdad, era poco lo que teníamos para perder, así que accedimos.

Luis y yo nos sentamos atrás y Pini iba acompañado de una fotógrafa griega, y fuimos dialogando todo el viaje hasta llegar al hotel Holliday Inn, cerca del aeropuerto Benito Juárez, y cuando descendimos del coche, ya tuvimos nuestro primer impacto: en el lobby descubrimos nada menos que a Dino Zoff, el gran arquero italiano que había sido campeón mundial cuatro años antes, en España, y que ya había abandonado el fútbol.

“¡Dino!....¡Pini!”, exclamaron el israelí y el italiano, fundiéndose en un fuerte abrazo, con la presentación de la fotógrafa griega, y los dos periodistas argentinos, que observaban atónitos y confirmaban que no había exageración en los contactos prometidos.

Seguimos unos metros y dimos con un hermoso paisaje al fondo del lobby. Una zona parquizada, con mesas al aire libre, mucho verde, y Pini nos sugirió que nos sentáramos, que ya volvería. Con él se fue la fotógrafa helena. No fueron muchos minutos, y Pini regresó con Gary Lineker y Terry Butcher, a quienes nos presentó.

Charlamos por poco menos de media hora y la palabra que más escuchamos fue “Maradona”, pero en medio de la conversación, algo nos distrajo. Luis, que alternaba la mirada entre lo que ocurría en nuestra mesa con el hermoso parque, en un momento señaló hacia una extraña pareja que recorría la zona verde.

Al poder girar la vista hacia allí, la sorpresa fue total. La chica, joven, iba acompañada de un señor más bajo, de mayor edad, y que había formado parte del Estudiantes múltiple campeón de los años sesenta, que se mantenía en el ámbito del fútbol. ¿Acaso un espía de Bilardo en la concentración inglesa?

Con los años, el colega israelí pasó a tener una notable influencia en el mundo del fútbol. Llegó demasiado lejos. Pero podemos afirmar que visto lo que hemos visto, imposible que nada proveniente de él nos pueda sorprender.


lunes, 20 de junio de 2016

Que el árbol del resultado no tape el bosque del juego




La selección argentina jugará mañana la semifinal de la Copa América Extra contra un equipo estadounidense que tiene como basa el orden, algunos buenos jugadores, y la condición de local. Esos son los principales argumentos que esgrimirá en Houston.

Entonces, no sorprendería que el conjunto nacional llegara a una tercera final consecutiva, tomando en cuenta la competitividad de su adversario.

En estas horas, no sólo el director técnico, Gerardo Martino, sino varios jugadores del plantel, hicieron hincapié en “la teoría de los 19 partidos”, lo que significa que esta selección, desde el Mundial de Brasil 2014, ya consiguió jugar todos los partidos de las tres competiciones consecutivas, tomando en cuenta las dos Copas América, la de 2015 y la actual.

Este dato no deja de ser ilustrativo en comparación con otras selecciones argentinas del pasado. De hecho, ninguna anterior lo alcanzó, pero esto no debe llamar a engaño o no debe confundir lo que se refiere al juego del equipo.

Quien sigue este blog sabe que nuestras pretensiones son altas en cuanto al juego tratándose de un plantel que, del medio hacia adelante cuenta con jugadores de gran calidad, capaces de elaborar mucho más de lo que generan actualmente.

Se parte de un problema filosófico: hay quienes discuten la inutilidad de la posesión de la pelota si ésta no ayuda a la finalización de las jugadas. Sin embargo, lo que desde muchos medios se le plantea a Martino sobre la supuesta efectividad de la cesión de la pelota al contrario para jugar a su error, está comprobado, es sumamente riesgoso, desde el mismo resultado, y mucho más aún, un mal camino en cuanto a la idea.

Esto ya había aparecido en el ciclo anterior cuando Alejandro Sabella era el entrenador. Cuando el equipo argentino parecía que arrasaba en la clasificación mundialista, con “los cuatro fantásticos” matando en la definición, desde este blog dijimos que se trataba sólo de una primavera basada en que ninguno de los rivales de esa clasificación generaba demasiados problemas porque todos ellos tendrían muchos errores aprovechables.

La mayor dificultad iba a aparecer cuando, por fin en un Mundial, la selección argentina tuviera que enfrentarse ante un equipo que no se equivocara tanto como España, Alemania, Holanda. Ya ante los holandeses se sufrió durante el partido, y en la final, aunque la propia  Alemania cometió algún error poco usual, ya conocemos el resultado.

Tener la pelota en fútbol jamás puede ser un problema, porque se depende de uno mismo. Eso no quita que cuando el rival salga no se pueda o deba presionar, pero la cuestión es la filosófica. ¿A qué jugar?  Y una pregunta un poco (apenas) más osada: ¿A qué jugar cuando se tiene la pelota? En verdad, ¿”se juega” cuando no se tiene la pelota y se apuesta a que el otro se equivoque?

Vamos a suponer que el rival es España, y que enfrente, están Busquets, Iniesta, Cesc, Silva. Que se plantean tener la pelota y Argentina, jugar al error de los de Del Bosque. Y que pasan los minutos y los de del Bosque no se equivocan. Que hacen correr la pelota, los argentinos no la consiguen y el tiempo corre.

¿Qué haría la selección argentina con “los fantásticos” de arriba? ¿Cómo se harían de la pelota para, una vez que la tuvieran, poder definir?

Pero vamos más allá. Tratemos de responder qué hacer cuando sí se tiene la pelota. Porque esta selección argentina corre mucho. Demasiado. La sensación es que muchos goles se pierden por la velocidad. Porque cuesta poner el freno, cuando es la pelota la que debe correr.

Les propongo un ejercicio: si tienen la posibilidad de ver algún partido de la selección española en la Eurocopa, traten de seguir, aunque sea por unos minutos, en diferentes pasajes, los movimientos de Andrés Iniesta. Cómo siempre se muestra libre, cuántos metros corre, cuánto camina.  O hagan lo mismo con Busquets, con Cesc, con David Silva.  Y España (siguiendo con “la teoría de los 19 partidos” que se repite desde la concentración argentina, lleva dos Eurocopas seguidas ganadas y un Mundial de los últimos dos. Alemania tomó el mismo camino que España, y no parece irle mal tampoco.

Otros puntos a corregir de la selección argentina pasan por la salida desde el fondo y algunas dudas en el arquero Sergio Romero.

Cuando sale desde Ramiro Funes Mori, éste tiende a reventar la pelota sin destino. ¿Será por esto de que no interesa mucho tenerla? Mientras que Romero sigue pagando en los centros, porque no domina su propio área en el juego aéreo, no así por abajo, tapando claras situaciones de gol.

El dilema sigue siendo el mismo como en los últimos años. A qué jugar. Definir una forma y mantener ese estilo, en lo posible, que nos represente y que tenga personalidad propia y que se plantee, siempre, teniendo la pelota y no dependiendo de los demás.
Ya lo dice, orgullosa, una bandera que siempre flamea en Anfield, la cancha del Liverpool: “Para aquellos que miran por TV, los Reds son los que siempre tienen la pelota”.


Cuando esa idea se haga carne, no se necesitarán teorías como la de “los 19 partidos”. Los resultados irán llegando, naturalmente.

La Copa América del Pacífico (Yahoo)




Por muchos años, durante todo el siglo XX, muchas federaciones sudamericanas, las de países sin tanta tradición en títulos, se quejaron de los favores y prebendas que recibían las más ganadoras, que eran las que dominaban políticamente la Confederación (Conmebol).

Con sede en Asunción del Paraguay desde mediados de los años ochenta, cuando Nicolás Leoz suplantó al peruano Teófilo Salinas como presidente de la Conmebol, se dijo que Argentina y Brasil dominaban a la institución y como tácito acuerdo entre ellos, prefirieron colocar allí a un tercero en cuestión para que no hubiera desequilibrios.

Una vez que en mayo de 2015 se conoció el FIFA-Gate y tuvieron que renunciar los dirigentes de todas las federaciones y Leoz fue desplazado, aunque por su compatriota Alejandro Domínguez, la Conmebol tuvo que hacer un “lavado de cara” y cambiar su perfil.

Ya no hubo las mismas sospechas de arbitrajes, la Copa América Extra, por el Centenario de la competencia, se decidió jugar en un territorio nada habitual, el de los Estados Unidos (que de hecho, ni siquiera pertenece a la Conmebol) y no parece casualidad, más allá de lo futbolístico, que por primera vez en tantos años, los seleccionados de los países del lado del Océano pacífico, los de menos trayectoria, hayan tenido un mayor protagonismo.

Pero ¿Hubo acaso mucha sorpresa en la rápida eliminación de Uruguay, Brasil y Paraguay? Si es por el potencial de los dos primeros, tal vez sí, pero si es por las ausencias y por el juego, ya no tanto.

Uruguay no pudo contar nunca con su mejor jugador, acaso el mejor delantero del mundo, Luis Suárez, quien fue protagonista de una escena que en cierto modo puede compararse a la mordida con Giorgio Chiellini, cuando sin estar en condiciones de jugar en el partido decisivo de la fase de grupos ante Venezuela, golpeó la cabina en la que se encontraba su entrenador, Oscar Tabárez, al protestar por no haber sido incluído (algo que se aclaró horas más tarde).

Sin Suárez, los celestes nunca encontraron un reemplazante de un nivel parecido para que jugara al lado de Cavani en el ataque y en el medio, faltó un jugador más armador de juego, y dispuso de un 4-4-2 con dos externos con buen manejo (Carlos Sánchez y Nicolás Lodeiro) pero sin profundidad.

Brasil se encuentra en una etapa de transición, que le volvió a costar la pronta salida de Dunga como entrenador, igual que antes del Mundial 2014. Sin ninguno de los once que perdieron aquel fatídico 7-1 ante Alemania hace dos años, se trata de una generación de jugadores hábiles como Filipe Coutinho, Willian o Douglas Costa, pero la ausencia de su máxima estrella, Neymar, reservada para los Juegos Olímpicos, se pareció mucho a aquella de la semifinal de 2014, por lesión.

A Brasil le había tocado un Grupo B más que accesible con Ecuador (el más fuerte de los tres rivales), Perú (que marcha más en la clasificación para el Mundial 2018) y Haití, el equipo más pobre y con menos recursos de los 16 de la Copa, y sin embargo, si bien vapuleó a los haitianos (7-1), no pudo marcar goles en los otros dos partidos y no pudo llegar a los cuartos de final.

Paraguay tampoco pudo pasar su Grupo A, superado por los locales de los Estados Unidos y por Colombia, y también en una transición al terminar ya el ciclo de figuras emblemáticas como Roque Santa Cruz o Nelson Haedo Valdez, y en cambio parece claro el tiempo de Miguel Almirón, figura del Lanús campeón argentino pero que el entrenador Ramón Díaz (que renunció al cargo una vez eliminado) reaccionó tarde para colocarlo como creativo.

En cambio, al margen de Argentina, que mantiene su potencia y sus jugadores claves, los que más han destacado han sido las selecciones del “Pacífico”, como Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.

Chile, tras un mal comienzo con Argentina, fue reaccionando hasta acercarse al nivel que consiguió en la Copa de 2015, que acabó ganando. Aún sin su mejor jugador, Jorge Valdivia, que no fue convocado por el entrenador Juan Pizzi, Alexis Sánchez, Eduardo Vargas y una presión alta, ayudaron al buen funcionamiento colectivo.

Colombia no está desarrollando su mejor fútbol, pero desequilibra a partir de tres jugadores muy importantes: James Rodríguez, muy superior a sus performances en el Real Madrid, Juan Guillermo Cuadrado, y Edwin Cardona, con una gran actuación de David Ospina en el arco. Ellos suplen con su talento parte del funcionamiento que no volvió a parecerse a lo que se vio en Brasil 2014.

Perú, como en las otras dos Copas anteriores, volvió a demostrar que sabe cómo jugar esta clase de competencias, con una estructura renovada y sólida, con Christian Cueva, que se va asentando como nueva figura, y con la vigencia de un potente delantero como Paolo Guerrero.

Venezuela, que al igual que Perú no estaba realizando una buena clasificación para el Mundial y que parecía que había dado varios pasos atrás, ha vuelto a muy buenos rendimientos desde que el entrenador Rafael Dudamel se hizo cargo del equipo.

Dudamel dotó de un buen sistema táctico, con la revelación del joven Adalberto Peñaranda, del Granada español, y sacando jugo a jugadores ya consolidados, como el volante Tomás Rincón y el delantero Salomón Rondón, ahora acompañado por otro atacante para tomar nota, Josef Martínez.

Un párrafo especial para el buen desempeño del equipo estadounidense, que sin una estrella (más allá de la vigencia del volante Michael Bradley o el delantero Clint Dempsey, o el arquero Brad Guzan), ha conseguido un rendimiento regular con un buen trabajo táctico del alemán Jürgen Klinsmann.

Ha sido, más allá de quien gane, la Copa del Pacífico, que muestra cómo ha cambiado el fútbol desde el FIFA-Gate del año pasado.