sábado, 31 de octubre de 2020

Maradona cumple 60 años y sigue tratando de reinventarse, aunque no juegue más desde hace tiempo (Once, Perú)


 

“Que se vayan todos”, se hartó Diego Maradona. “Tengo 60 años y hago lo que quiero”, les dijo a sus interlocutores. La escena transcurrió apenas días atrás en el country de Berisso, a donde se mudó poco tiempo atrás, desde Bella Vista y tuvo como origen un cuestionamiento que ensayó su hija Giannina (la ex esposa del delantero del Manchester City, Sergio Agüero, que le dio un nieto, Benjamín), al verlo servirse un nuevo vaso de vino en plena reunión.

Ya no juega más al fútbol desde que en 1997 participó de su último Superclásico ante River en el Monumental, cuando fue reemplazado por Juan Román Riquelme, ahora vicepresidente de Boca Juniors y con quien no se habla desde 2008 (algunos siguen tratando de reunirlos), pero Maradona cumple 60 años en medio de varias preocupaciones, ilusiones relacionadas con el regreso del fútbol, pautado en la Argentina para este fin de semana luego de siete meses y medio de parón, y cierto miedo de contagiarse de coronavirus, con sus comorbilidades, por lo que se mantiene aislado de todo, sin salir ni a la puerta y tanto es así, que ni siquiera podrá formar parte, personalmente, de la campaña “Las Diez del Diez”, organizada junto al Gobierno nacional de Alberto Fernández y la Cruz Roja para ayudar a chicos carenciados y potreros de la zona mediante la subasta de camisetas con su autógrafo y una dedicatoria.

Muchos se preguntan cuál es la fascinación que genera este personaje al que ya muchos argentinos ni siquiera vieron jugar y sólo pueden apreciarlo por alguna repetición de sus jugadas por la TV, o apelando al Youtube, pero lo cierto es que ya desde que en el final de la temporada pasada se hizo cargo de la dirección técnica de Gimnasia y Esgrima La Plata, que se encontraba último en los promedios del descenso y su destino parecía inexorable, generó una euforia tal que el club inscribió en una semana a cinco mil nuevos socios y reventó las tribunas pese a los malos resultados que continuaron.

Nada importó. Ni siquiera un Maradona balbuceante, que lloraba con facilidad ante cualquier declaración, y que renqueaba al andar, ayudado por un musculoso guardaespaldas. Hasta la hermana de la ex presidente y actual vicepresidente argentina Cristina Fernández de Kirchner, fanática de Gimnasia, le gritó desde el fondo en una de sus primeras conferencias de prensa, para que le firmara su camiseta, que llevaba puesta.

Los clubes rivales lo recibieron como si fuera un rey sin corona y se puso de moda entregarle algún recuerdo, ya sea una plaqueta y hasta algunos, como Newell’s Old Boys, donde jugó siete partidos en 1993, le colocó un asiento especial, casi como un trono, para que se sintiera más cómodo al sentarse en el banco de suplentes, durante la Superliga pasada, en la que su equipo terminó perdiendo contra Boca, el club de sus amores, que de esta forma se consagró campeón con un gol de Carlos Tévez, uno de los jugadores que más aprecia.

De todos modos, y como suele pasar en el más que imprevisible fútbol argentino, la AFA terminó suspendiendo los descensos por dos años, por cuestiones políticas, entre las que no estuvo exento el deseo de beneficiar a un ídolo como Maradona, quien, además, tiene una excelente relación con el presidente Fernández, hincha confeso de Argentinos Juniors, el club en el que Diego se inició y cuyo estadio del barrio de La Paternal lleva su nombre. De hecho, Fernández recibió a un Maradona en bermudas en la Casa Rosada, la casa de gobierno argentino en la zona de la Plaza de Mayo, en el centro de Buenos Aires.

Claro que para que se concretara la anulación de los descensos, Maradona tuvo que hacer antes las paces con el presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, a quien antes defenestró, especialmente cuando éste designó a Jorge Sampaoli para dirigir a la selección argentina en la última etapa de la clasificación Mundialista y para Rusia 2018. Durante la ceremonia del sorteo de ese Mundial, Maradona le dijo públicamente al DT, y ante todos los medios del mundo, que el equipo tenía que mejorar mucho porque “no jugaba a nada”. Tras el flojo desempeño en el torneo por parte del conjunto albiceleste, la AFA presentó un video con el nuevo torneo de la temporada con un pasaje por gran parte de la historia argentina pero Maradona nunca apareció en él, pero ahora en 2020 ya todo era abrazos y elogios entre uno y otro, y de buenas a primeras, el ex 10 fue entrevistado por el sitio web de la AFA.

Y algo parecido, aunque meses más tarde, ocurrió con el showman de la TV Marcelo Tinelli, a la par presidente de San Lorenzo y de la nueva Liga de Fútbol Profesional que organiza los certámenes argentinos, y que también es miembro de una comisión de la lucha contra el hambre, organizada desde el Gobierno de Fernández. Tras un largo tiempo sin relación, se abrazaron durante un amistoso jugado semanas atrás en el Bajo Flores, donde san Lorenzo oficia de local, y llegó la paz absoluta en el contexto de la pelota.

Pero todo se desinfló con la pandemia. Aquel Maradona eufórico de marzo dio lugar a otro con muchos vaivenes anímicos que además de tener que cuidarse de la pandemia, debió experimentar una mudanza desde su casa de Bella Vista, cerca de La Plata, donde vivía para poder estar cerca del día a día de Gimnasia porque era tan estricto el sistema de ingreso de visitas, que con todo el clan que lo rodea, terminó molestándolo y se trasladó a Berisso, otra localidad cercana a la capital de la provincia de Buenos Aires, caracterizada por sus diagonales.

Maradona vive momentos de auténticas batallas entre los que lo rodean, y su círculo íntimo fue variando en el tiempo y ahora lo componen su abogado Matías Morla, por el que pasan las entrevistas y cualquier comunicación externa, especialmente burocrática y mediática, Víctor Stinfale -un oscuro empresario y abogado que llegó a estar detenido por una fiesta electrónica en una discoteca en la que murieron cinco jóvenes, y está ligado al club Deportivo Riestra, que ascendió de la Tercera (Primera B) a la Segunda (Nacional B) con extrañas ayudas arbitrales, llegó a decir que “si Hitler me diera un millón de dólares, lo defendería” y tuvo como clientes VIP a conspicuos barrabravas y narcotraficantes- y al médico Leopoldo Luque, con el mismo nombre y apellido que el goleador argentino en el Mundial 1978.

Morla y Luque aparecieron mucho en los medios, en este tiempo, para mostrar a un Maradona híper activo, aunque recluido en su casa, pendiente de los entrenamientos y fichajes de Gimnasia, aunque quienes llevan los trabajos más cercanos al plantel son sus ayudantes y ex jugadores Sebastián “Gallego” Méndez y Adrián González. La idea sigue siendo transmitir que el ex astro hable por las redes y muestre que ha bajado muchos kilos, que hace constantemente movimientos físicos para recuperar la salud y que se encuentra en perfecto estado, aunque todo esto se relaciona con que otro sector, el de sus hijas, intenta denunciar que Maradona está sufriendo “abducción intelectual (un estado de abandono, como si estuviera secuestrado) y que cuesta acceder a él por estar rodeado por estos nuevos personajes, incluso con guardaespaldas (uno de los cuales tuvo Covid y por eso, por temor, Diego estuvo aislado en estos días).

En esos vaivenes anímicos, Maradona suele tener en su casa a una de sus últimas hijas reconocidas, Jana (a la que tuvo con Valeria Sabain, una mesera de la disco “La Diosa”), quien se lleva bien con una de sus ex, Verónica Ojeda, que llega con su hijo en común, Diego Fernando (de siete años), pero que no se habla con sus hijas Dalma y Giannina, mientras el ex crack ya rompió definitivamente con la también ex futbolista Rocío Oliva y se encuentra nuevamente enfrentado con su ex esposa Claudia Villafañe, a quien acusa por fraude y enriquecimiento ilícito durante el matrimonio, que finalizó en 2004. Parecía que a principios de este año, la relación iba mejorando al hacer causa común tras un acuerdo al que Morla llegó para que en los próximos días se lance en todo el mundo la serie de Amazon Prime “Sueño Bendito”, contando su vida, pero Claudia siente que no queda bien parada, se enojó y las cosas volvieron a complicarse.

A todo esto hay que sumarle que apareció otra chica que le reclama paternidad, Magalí Gil, de 24 años, y con dos hijas, y que desde febrero optó por la vía judicial para conseguir la prueba de ADN, y lo mismo ocurre con otro joven de 22 años, Santiago, quien indica que es fruto de una relación de Maradona con su madre ya fallecida, Natalia Garat, de la ciudad de la Plata, en 2001. Si se agregan entre tres y cuatro hijos que habría tenido durante su estancia en Cuba a principios de este siglo (dos mujeres, Joana y Lu, y dos varones, Javielito y Harold), el ex astro del fútbol totalizaría justo once hijos (si agregamos a Dalma, Giannina, Diego Jr, Diego Fernando y Jana), los justos para armar un equipo, como ironizan algunos medios que los despliegan en una cancha como si fueran jugadores. No es casualidad entonces que se hayan visto remeras por la calle con la irónica inscripción “Yo no soy hijo del Diego”. Tampoco, que entre tanto tironeo familiar, Maradona aparezca siempre con un barbijo que lleva una foto de él, en tiempos muy jóvenes entre sus fallecidos padres “Chitoro” (Don Diego”) y “Tota” (Dalma Salvadora Franco).

Mientras tanto, el doctor Luque no deja de reconocer en los distintos programas de TV (durante un largo tiempo, cuando se anunció la serie de su vida por internet, programas de prime time le llegaron a dedicar hasta media hora diaria al culebrón, con la reaparición de su ex agente Guillermo Cóppola incluido, y con quien Maradona se abrazó el día del Boca-Gimnasia de marzo pasado en la Bombonera) la adicción de su afamado cliente por la bebida, a lo que se sumó que días pasados lo complicó que el delantero de Gimnasia Nicolás Contín se contagiara de Covid-19, lo que lo hizo regresar a la idea de recluirse, algo que lo disgustó mucho. Por si faltara poco para que creciera su miedo, días pasados falleció de coronavirus su cuñado Raúl Machuca, a los 77 años.

Aún así, Maradona tuvo tiempo de atender a la revista “France Football” por su aniversario 60, no sin antes exigir a cambio que le restituyeran un nuevo Balón de Oro honorífico que le otorgaron en 1995 (nunca lo ganó antes porque en sus mejores años en Europa sólo se concedía a los nacidos en el Viejo Continente), debido a que el que le entregaron hace 25 años quedó en una casa de su padre que se incendió. La revista gala argumentó que no tenía una réplica pero decidió pagar los cinco mil euros del costo y así fue que el ex crack llegó a manifestar que no hay en el mundo un jugador como Lionel Messi y Cristiano Ronaldo y que le gustaría “hacerle otro gol con la mano a los ingleses”.

“Extraño el fútbol igual que todos. No hay un argentino que quiera que no se juegue”, dijo también Maradona, harto de esperar y ansioso porque se vuelva a jugar. Al cabo, el fútbol es la sal de su vida y lo que lo puede rescatar de tantos reclamos, tironeos y vicios.

Maradona cumple 60 años y con distintos actores en su vida, con riñas, peleas, micrófonos y cámaras, lo que mejor le sigue sentando es la pelota, aquella que no se mancha, según sentenció aquella inolvidable tarde de despedida en una Bombonera repleta que coreaba su nombre, algo que sigue motivándolo, en el fondo de su corazón.

 

 


viernes, 30 de octubre de 2020

Entre tironeos familiares, cuidados y fútbol, Maradona cumple 60 años (Jornada)


  

Inefable, un Diego Maradona mucho más parecido a Don Diego, su padre, que a aquel chico que prometía en el programa televisivo “Sábados Circulares” de Pipo Mancera -a principio de los años Setenta- que sus sueños eran jugar en Primera y salir campeón mundial con la selección argentina, cumple sesenta años en medio de tironeos familiares de todo tipo, cuidados intensivos y reclusión en La Plata por haber estado cerca de alguien con positivo de Covid-19 y siguiendo de cerca a su Gimnasia y Esgrima, que debutará justamente hoy a las 19 ante Patronato de Entre Ríos.

Nacido un 30 de octubre de 1960 en Lanús y criado en Villa Fiorito con enormes carencias aunque nunca le faltó un plato de comida, Maradona atravesó todo tipo de situaciones en su vida que más que de sesenta años, parece que hubiera sido de centenares o miles si tomamos en cuenta sus repetidas apariciones en los medios masivos de comunicación, sus momentos de felicidad o de derrumbe, como no sólo los argentinos sino gran parte del planeta pudieron ser testigos.

Más allá de todo lo que es como personaje mundial (uno de los rostros más conocidos del mundo, incluso hoy, que no juega desde hace casi un cuarto de siglo), por su enorme carisma, puede decirse que Maradona es alguien que pudo vencer muchas veces a la adversidad reinventándose a sí mismo, y por lo tanto, un gran luchador.

Lo hemos visto mil veces llorar, balbucear, insultar (como aquella vez, en primer plano para las cámaras del mundo, cuando el himno argentino fue silbado en los instantes previos a la final de “Italia 90”), discutir, así como también reírse, utilizar esa ironía tan particular de parte de un tipo tan intuitivo como él (como aquello de “se le escapó la tortuga”, dedicado al entonces embajador estadounidense en la Argentina en los tiempos del menemismo, James Cheek), contar anécdotas graciosas, cantar, bailar, o hacer “fulbito”. Maradona es el hombre de los mil looks, rubio y con mucho sobrepeso en sus tiempos de Cuba, a principios de siglo, o morocho y musculoso, con remeras escotadas, en la cinta del gimnasio, preparándose para el frustrado Mundial de los Estados Unidos 1994.

Maradona es mucho más que un genial futbolista, que fue capaz de dar una de las más grandes alegrías del último medio siglo a los argentinos, no sólo con el título mundial en “México 1986” sino dos partidos antes, cuando marcó dos goles históricos ante Inglaterra en los cuartos de final, el primero, con “La mano de Dios” (otra de sus grandes ocurrencias), justo cuatro años después del conflicto bélico de las Islas Malvinas, con lo cual simbólicamente representaba algo así como “la trampa al tramposo”, pero aún más el segundo, no sólo majestuoso en su concepción sino con estilo bien criollo, utilizando gambetas en su recorrido hasta el final, y a ras del suelo, en contraposición al estilo británico del juego aéreo.

Y es mucho más que un futbolista porque así lo reclamó su fuerte personalidad, que, creemos, está relacionada con ese inmenso amor paternal que recibió desde que nació, ese cobijo inicial que nunca lo presionó, que siempre lo acompañó y respetó en sus decisiones, de manera callada, con autenticidad, y que le dio el respaldo para oponerse a todo Poder, llámese AFA, FIFA, Iglesia, Gobiernos o ideologías.

Tal vez por eso, no tuvo empachos para reclamar por los horarios de los partidos en “México 86” en una ciudad con mucha altitud sobre el nivel del mar, o declarar que el sorteo para “Italia 90” estaba arreglado, o que le habían hecho trampa en “Estados Unidos 94” o para afirmar, tras su primera visita en los años Ochenta, que en Cuba no vio chicos descalzos por la calle, y eso le costó que muchos medios comenzaran a destratarlo o a tomar distancia, aunque él respondió admirando cada vez más las figuras de Fidel Castro o de Ernesto “Che” Guevara.

Capaz de descoser una pelotita de golf (como cuando fue invitado a Oxford y deslumbró a sus interlocutores), o de papel o una naranja, como lo venía demostrando dese sus tiempos de “Fulvipibe”, cuando era alcanza pelotas en Argentinos Juniors y la gente desde las tribunas le pedía que se quedara al terminar los entretiempos de los partidos en los Setenta, a Maradona se lo puede relacionar con momentos brillantes de fútbol, aunque para nosotros, el mejor momento de su carrera fue el de la primera etapa, entre su debut de 1976, a los 15 años (la primera pelota que tocó fue un caño al volante de Talleres de Córdoba Juan Domingo Patricio Cabrera) y su contratación por el Barcelona, en 1982, cuando, en el medio, ganó un Metropolitano con Boca asociado a otro talento, Miguel Brindisi, y especialmente, el fenomenal Mundial sub-20 de Japón en 1979.

De todos modos, se entiende la idolatría de los hinchas napolitanos, que lo colocaron en un altar hasta convertirlo en un semidiós, luego de hacerles ganar dos Scudettos y una Copa UEFA, algo inédito en su historia, además de defenderlos y hasta dividirlos cuando en la previas de la semifinal del Mundial 1990 ante la selección local, en el San Paolo, recordó aquello de que se olvidan todo el año de que los del sur también son italianos y generó un terremoto y hasta algún diario se preguntó si se creía Garibaldi.

Toda esa locura le costó muy caro porque no podía ni salir a la calle y vivió experiencias únicas, intransferibles, pero también enfermó por muchas de ellas, pero es imposible ponerse en su lugar: a nadie de nosotros, al regresar a nuestras casas, le sucede de tener en su contestador automático del teléfono mensajes del Gobierno, del kiosquero de la esquina, del Rey de España, de la hermana, de un periodista por una entrevista o un director de cine desde Bangladesh.

Maradona, además, es mucho más que un jugador de fútbol porque pese a compartir de mesa chica de los grandes cracks de todos los tiempos, acaso con Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff y Lionel Messi, fue líder tanto fuera del campo de juego como dentro de él. No fue capitán sólo por representar como nadie a su Selección sino por derecho propio. Se puso a su equipo al hombro y se infiltró para poder estar presente, y lo hizo hasta con el tobillo a la miseria y sin quejarse.

Por esas extrañas casualidades, hemos tenido la inmensa suerte de coincidir generacionalmente y en distintos torneos gracias a esta bendita profesión. Lo vimos campeón Mundial en nuestra primera cobertura, en la euforia de eliminar a Italia para luego derramar toda la bronca en la final de Roma ante los alemanes en 1990, llorar y deprimirse cuando le “cortaron las piernas” en 1994, cuando la FIFA lo sacó del Mundial porque ya lo había usado luego de que dos años antes obligara al Nápoli a venderlo al Sevilla porque le convenía tenerlo a gusto para vender entradas y derechos de TV, y tampoco fue clara la contraprueba del antidoping en Los Ángeles, tal  como detallamos en 1996 en el libro “Maradona, rebelde con causa”.

No puede estar sin el fútbol, y cuando dejó de jugar, buscó estar cerca de alguna manera, siendo DT y hasta dirigiendo a la selección argentina en Sudáfrica 2010 (lo que pareció mucho más el pago de una deuda de Julio Grondona por lo ocurrido en 1994) y nada menos que a un joven Lionel Messi, así como pasó por cualquier club que quisiera contratarlo, sea de Emiratos Árabes o la Segunda de México y pasando ahora por Gimnasia, desatando la locura y casi cinco mil socios nuevos, a los que ni les importó que podían irse al descenso, y si no se fueron acaso sea porque justamente Maradona ocupa el banco de suplentes, motivo por el que posiblemente, también el torneo que retorna en este fin de semana empiece el día de su cumpleaños.

El mismo Maradona que es recibido con entusiasmo en cada cancha y al que cada club le coloca un asiento especial, cual rey sin corona a la altura del banco de suplentes, también tuvo duros enfrentamientos con la prensa, que fue capaz de treparse a su ligustrina para relatar cómo y qué cenaban sus hijas, o que llegó a sacarlo en directo por TV en las peores condiciones posibles.

Más de una vez estuvo al borde de la muerte, como a fines de 2000, en Uruguay, o en medio de alguna de sus internaciones en la Argentina, por lo difícil que le resultó siempre manejar esa desmesura que transmite, y mantuvo a miles de argentinos, y fanáticos del mundo, en  vilo, que enviaron plegarias por él. Cuando fue desplazado del Mundial de 1994, la Argentina vivió uno de los días más tristes que puedan recordarse, aunque siempre quedan los alegres demasiado adelante y por eso, tantas canciones alusivas, como “Dale alegría a mi corazón” (Fito Páez), “Estadio Azteca” (Javier Calamaro), o cuando Rodrigo dejó para siempre ese remate que dice que “regó de gloria este suelo” (“La mano de Dios”).

Con una familia extendida entre contactos estrechos y distantes, y nuevos y viejos amigos, rencores y amores que mutan en el tiempo y de manera constante, Maradona siempre fue auténtico, sin anestesia ni diplomacia.

Pudo haber deambulado por el mundo vendiendo relojes de marca o tarjetas de crédito, o como simple embajador, pero no es así ni lo siente y tomó partido por la Venezuela de Maduro, o prefirió inmiscuirse en la grieta nacional o tomar partido a favor de los organismos de Derechos Humanos porque es así, tomarlo o dejarlo.

Exagerado, trazó siempre una línea roja para cada una de sus motivaciones, y colocó a sus conocidos de un lado o del otro de la misma, y tal como dijo en su multitudinaria despedida en la Bombonera en aquel noviembre de 2001, “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.

Acaso por todo esto, la gran pregunta para su vida provino del mejor relato de la historia después de su gol más recordado, “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”.

 

 

 

Inefable, un Diego Maradona mucho más parecido a Don Diego, su padre, que a aquel chico que prometía en el programa televisivo “Sábados Circulares” de Pipo Mancera -a principio de los años Setenta- que sus sueños eran jugar en Primera y salir campeón mundial con la selección argentina, cumple sesenta años en medio de tironeos familiares de todo tipo, cuidados intensivos y reclusión en La Plata por haber estado cerca de alguien con positivo de Covid-19 y siguiendo de cerca a su Gimnasia y Esgrima, que debutará justamente hoy a las 19 ante Patronato de Entre Ríos.

Nacido un 30 de octubre de 1960 en Lanús y criado en Villa Fiorito con enormes carencias aunque nunca le faltó un plato de comida, Maradona atravesó todo tipo de situaciones en su vida que más que de sesenta años, parece que hubiera sido de centenares o miles si tomamos en cuenta sus repetidas apariciones en los medios masivos de comunicación, sus momentos de felicidad o de derrumbe, como no sólo los argentinos sino gran parte del planeta pudieron ser testigos.

Más allá de todo lo que es como personaje mundial (uno de los rostros más conocidos del mundo, incluso hoy, que no juega desde hace casi un cuarto de siglo), por su enorme carisma, puede decirse que Maradona es alguien que pudo vencer muchas veces a la adversidad reinventándose a sí mismo, y por lo tanto, un gran luchador.

Lo hemos visto mil veces llorar, balbucear, insultar (como aquella vez, en primer plano para las cámaras del mundo, cuando el himno argentino fue silbado en los instantes previos a la final de “Italia 90”), discutir, así como también reírse, utilizar esa ironía tan particular de parte de un tipo tan intuitivo como él (como aquello de “se le escapó la tortuga”, dedicado al entonces embajador estadounidense en la Argentina en los tiempos del menemismo, James Cheek), contar anécdotas graciosas, cantar, bailar, o hacer “fulbito”. Maradona es el hombre de los mil looks, rubio y con mucho sobrepeso en sus tiempos de Cuba, a principios de siglo, o morocho y musculoso, con remeras escotadas, en la cinta del gimnasio, preparándose para el frustrado Mundial de los Estados Unidos 1994.

Maradona es mucho más que un genial futbolista, que fue capaz de dar una de las más grandes alegrías del último medio siglo a los argentinos, no sólo con el título mundial en “México 1986” sino dos partidos antes, cuando marcó dos goles históricos ante Inglaterra en los cuartos de final, el primero, con “La mano de Dios” (otra de sus grandes ocurrencias), justo cuatro años después del conflicto bélico de las Islas Malvinas, con lo cual simbólicamente representaba algo así como “la trampa al tramposo”, pero aún más el segundo, no sólo majestuoso en su concepción sino con estilo bien criollo, utilizando gambetas en su recorrido hasta el final, y a ras del suelo, en contraposición al estilo británico del juego aéreo.

Y es mucho más que un futbolista porque así lo reclamó su fuerte personalidad, que, creemos, está relacionada con ese inmenso amor paternal que recibió desde que nació, ese cobijo inicial que nunca lo presionó, que siempre lo acompañó y respetó en sus decisiones, de manera callada, con autenticidad, y que le dio el respaldo para oponerse a todo Poder, llámese AFA, FIFA, Iglesia, Gobiernos o ideologías.

Tal vez por eso, no tuvo empachos para reclamar por los horarios de los partidos en “México 86” en una ciudad con mucha altitud sobre el nivel del mar, o declarar que el sorteo para “Italia 90” estaba arreglado, o que le habían hecho trampa en “Estados Unidos 94” o para afirmar, tras su primera visita en los años Ochenta, que en Cuba no vio chicos descalzos por la calle, y eso le costó que muchos medios comenzaran a destratarlo o a tomar distancia, aunque él respondió admirando cada vez más las figuras de Fidel Castro o de Ernesto “Che” Guevara.

Capaz de descoser una pelotita de golf (como cuando fue invitado a Oxford y deslumbró a sus interlocutores), o de papel o una naranja, como lo venía demostrando dese sus tiempos de “Fulvipibe”, cuando era alcanza pelotas en Argentinos Juniors y la gente desde las tribunas le pedía que se quedara al terminar los entretiempos de los partidos en los Setenta, a Maradona se lo puede relacionar con momentos brillantes de fútbol, aunque para nosotros, el mejor momento de su carrera fue el de la primera etapa, entre su debut de 1976, a los 15 años (la primera pelota que tocó fue un caño al volante de Talleres de Córdoba Juan Domingo Patricio Cabrera) y su contratación por el Barcelona, en 1982, cuando, en el medio, ganó un Metropolitano con Boca asociado a otro talento, Miguel Brindisi, y especialmente, el fenomenal Mundial sub-20 de Japón en 1979.

De todos modos, se entiende la idolatría de los hinchas napolitanos, que lo colocaron en un altar hasta convertirlo en un semidiós, luego de hacerles ganar dos Scudettos y una Copa UEFA, algo inédito en su historia, además de defenderlos y hasta dividirlos cuando en la previas de la semifinal del Mundial 1990 ante la selección local, en el San Paolo, recordó aquello de que se olvidan todo el año de que los del sur también son italianos y generó un terremoto y hasta algún diario se preguntó si se creía Garibaldi.

Toda esa locura le costó muy caro porque no podía ni salir a la calle y vivió experiencias únicas, intransferibles, pero también enfermó por muchas de ellas, pero es imposible ponerse en su lugar: a nadie de nosotros, al regresar a nuestras casas, le sucede de tener en su contestador automático del teléfono mensajes del Gobierno, del kiosquero de la esquina, del Rey de España, de la hermana, de un periodista por una entrevista o un director de cine desde Bangladesh.

Maradona, además, es mucho más que un jugador de fútbol porque pese a compartir de mesa chica de los grandes cracks de todos los tiempos, acaso con Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff y Lionel Messi, fue líder tanto fuera del campo de juego como dentro de él. No fue capitán sólo por representar como nadie a su Selección sino por derecho propio. Se puso a su equipo al hombro y se infiltró para poder estar presente, y lo hizo hasta con el tobillo a la miseria y sin quejarse.

Por esas extrañas casualidades, hemos tenido la inmensa suerte de coincidir generacionalmente y en distintos torneos gracias a esta bendita profesión. Lo vimos campeón Mundial en nuestra primera cobertura, en la euforia de eliminar a Italia para luego derramar toda la bronca en la final de Roma ante los alemanes en 1990, llorar y deprimirse cuando le “cortaron las piernas” en 1994, cuando la FIFA lo sacó del Mundial porque ya lo había usado luego de que dos años antes obligara al Nápoli a venderlo al Sevilla porque le convenía tenerlo a gusto para vender entradas y derechos de TV, y tampoco fue clara la contraprueba del antidoping en Los Ángeles, tal  como detallamos en 1996 en el libro “Maradona, rebelde con causa”.

No puede estar sin el fútbol, y cuando dejó de jugar, buscó estar cerca de alguna manera, siendo DT y hasta dirigiendo a la selección argentina en Sudáfrica 2010 (lo que pareció mucho más el pago de una deuda de Julio Grondona por lo ocurrido en 1994) y nada menos que a un joven Lionel Messi, así como pasó por cualquier club que quisiera contratarlo, sea de Emiratos Árabes o la Segunda de México y pasando ahora por Gimnasia, desatando la locura y casi cinco mil socios nuevos, a los que ni les importó que podían irse al descenso, y si no se fueron acaso sea porque justamente Maradona ocupa el banco de suplentes, motivo por el que posiblemente, también el torneo que retorna en este fin de semana empiece el día de su cumpleaños.

El mismo Maradona que es recibido con entusiasmo en cada cancha y al que cada club le coloca un asiento especial, cual rey sin corona a la altura del banco de suplentes, también tuvo duros enfrentamientos con la prensa, que fue capaz de treparse a su ligustrina para relatar cómo y qué cenaban sus hijas, o que llegó a sacarlo en directo por TV en las peores condiciones posibles.

Más de una vez estuvo al borde de la muerte, como a fines de 2000, en Uruguay, o en medio de alguna de sus internaciones en la Argentina, por lo difícil que le resultó siempre manejar esa desmesura que transmite, y mantuvo a miles de argentinos, y fanáticos del mundo, en  vilo, que enviaron plegarias por él. Cuando fue desplazado del Mundial de 1994, la Argentina vivió uno de los días más tristes que puedan recordarse, aunque siempre quedan los alegres demasiado adelante y por eso, tantas canciones alusivas, como “Dale alegría a mi corazón” (Fito Páez), “Estadio Azteca” (Javier Calamaro), o cuando Rodrigo dejó para siempre ese remate que dice que “regó de gloria este suelo” (“La mano de Dios”).

Con una familia extendida entre contactos estrechos y distantes, y nuevos y viejos amigos, rencores y amores que mutan en el tiempo y de manera constante, Maradona siempre fue auténtico, sin anestesia ni diplomacia.

Pudo haber deambulado por el mundo vendiendo relojes de marca o tarjetas de crédito, o como simple embajador, pero no es así ni lo siente y tomó partido por la Venezuela de Maduro, o prefirió inmiscuirse en la grieta nacional o tomar partido a favor de los organismos de Derechos Humanos porque es así, tomarlo o dejarlo.

 

Exagerado, trazó siempre una línea roja para cada una de sus motivaciones, y colocó a sus conocidos de un lado o del otro de la misma, y tal como dijo en su multitudinaria despedida en la Bombonera en aquel noviembre de 2001, “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.

Acaso por todo esto, la gran pregunta para su vida provino del mejor relato de la historia después de su gol más recordado, “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”.

 

 

sábado, 24 de octubre de 2020

El Real Madrid se aprovechó del momento de confusión del Barcelona (Jornada)


 

El Real Madrid se llevó ayer, en Cataluña, una gran victoria por 3-1 en el Clásico español, al aprovecharse del momento de enorme confusión que vive el Barcelona desde hace varios meses aunque en realidad, lo que ocurre en el césped es sólo un correlato de lo que acontece fuera de él, con varios jugadores de peso enfrentados a la comisión directiva, que a su vez puede caer en unos días si prospera una moción de censura.

No es que el Real Madrid esté jugando bien tampoco, sino que simplemente, en comparación con su gran rival de la liga española, al menos tiene cierto orden mínimo y un criterio para moverse en el terreno de juego, consciente de sus limitaciones, especialmente desde que hace dos temporadas perdiera nada menos que a Cristiano Ronaldo.

Desde ese instante, apareció un Real Madrid más utilitario. Su entrenador, Zinedine Zidane (invicto en el Camp Nou en los seis clásicos que dirigió hasta ahora), entendió bien que pese a haber sido un finísimo jugador en el pasado, eran tiempos para un esquema un poco más conservador, y liberar en el ataque a Karim Benzema, que antes había trabajado para Cristiano Ronaldo y eso lo limitaba en sus movimientos, más allá incluso de que en el partido del sábado no lució como en la temporada pasada.

Pero al menos, el Real Madrid es un equipo sólido atrás, con un Sergio Ramos (al cabo, la figura del partido) imperial en el fondo, bien acompañado por Raphael Varane, y con un esquema que agrupó a varios volantes con despliegue, desde el uruguayo Federico Valverde (autor del primer gol), hasta el brasileño Casemiro, y hasta con un talentoso como Marco Asencio sumándose cual obrero cualificado, para dejar arriba, solos, a un veloz Vinicius Junior y al citado Benzema, apoyados en la precisión de Toni Kroos, un diez atrasado.

No es demasiado y de hecho, es bastante poco para lo que fue el Real Madrid en un pasado reciente, y es así como viene de perder en su debut en la Liga de Campeones de Europa como local ante los ucranianos (en realidad, podría decirse que son brasileños disfrazados de tales) del Shakhtar Donetsk, que al terminar el primer tiempo en el estadio Di Stéfano, se imponían por 3-0 (terminaron 3-2).

Sin embargo, al Real Madrid, en esta Liga Española devaluada, que perdió a varios jugadores de renombre, le alcanza con este esquema conservador ya no sólo para ganar el torneo pasado sino para vencer ahora, y de manera holgada(aunque más en el resultado que en el trámite) al Barcelona, y hasta con el lujo de que Daniel Carvajal fuera reemplazado por Nacho como lateral derecho, y al lesionarse éste tuviera que recurrir a un delantero original, como Lucas Vásquez, para suplirlo atrás y lo hizo sin dificultades mayores.

La pregunta necesaria es por qué al Real Madrid le alcanza con eso ante el Barcelona y en el Camp Nou, por más vacío que esté a causa de la pandemia y cuando el público suele jugar un partido especial, por la enorme rivalidad (deportiva y política) que existe.

Y esto sucede porque es el Barcelona el que viene cayendo en picada y porque en este tiempo se cumple a rajatabla aquella sentencia de que para que un equipo pueda pretender funcionar bien, tienen que estar mancomunadas las tres patas: dirigencia, cuerpo técnico y jugadores, y no es lo que ocurre, y se nota demasiado.

Desde el punto de vista institucional, las heridas no están curadas luego del culebrón del burofax, por el que Lionel Messi intentó irse en el pasado verano europeo, y si al final se quedó fue para evitar problemas con el club que lo albergó hace veinte años, cuando era adolescente, pero está claro que es cuestión de tiempo y que en ocho meses quedará libre o bien esperará para saber qué comisión directiva se conformará luego de las elecciones presidenciales de marzo, si no es que la actual conducción no termina yéndose antes si es que prospera (como todo indica) una moción de censura de los socios en su contra, cuando ya recogieron 12 mil firmas y se necesitan 16 mil y quedan por contar otras 8 mil.

Si el propio entrenador holandés Ronald Koeman aceptó ante la prensa que no sabe si pudo convencer a Messi con su proyecto (que además podría ser de apenas ocho meses si una nueva conducción decide traer a otro director técnico como ya amenaza uno de los principales candidatos, Víctor Font, quien promete a Xavi Hernández, ahora en Qatar), el argentino parece desconectado de todo, y apenas interviene, aunque cuando lo hace, aflora su talento natural, y mucho peor lo pasa el francés Antoine Griezmann, campeón mundial con Francia hace dos años, que terminó en el banco azulgrana por sus inexistentes actuaciones, pero que sigue luciendo cuando se pone la camiseta “blue” de su selección.

Por si fuera poco, justo en los días previos al clásico, los cuatro capitanes (Messi, Gerard Piqué, Sergio Busquets y Sergi Roberto) enviaron una durísima carta a la comisión directiva en la que se quejan por la pretendida rebaja salarial, en la misma semana en la que Piqué dio una entrevista en la que manifestó que los dirigentes pretenden ahorrar con la excusa de la cuarentena pero se gastaron un buen dinero en contratar una agencia de marketing que atacó a varios de los jugadores del club (entre ellos, Piqué y Messi).

¿A qué juega el Barcelona? Es bastante difícil saberlo. Es cierto que se trata de un equipo  en transición, que se desligó de jugadores más grandes (Arturo Vidal, Iván Rakitic, Luis Suárez) y otros como Arthur o Nelson Semedo, para incorporar a jóvenes como Pedri, Trincao o Sergiño Dest (quien demostró buenas condiciones ante el Real Madrid), pero por el momento, el único que brilló es Ansu Fati, ya más adaptado a la categoría y con un rodaje que le permitió ser también convocado a la selección española.

El Barcelona es, aún, una suma de voluntades, pero no un equipo armado y mucho menos, con claridad conceptual, y lo empieza a pagar caro con esta segunda derrota consecutiva en la Liga (la anterior había sido ante el Getafe) matizada por un triunfo fácil ante un rival muy inferior como los húngaros del Ferencvaros por la Champions.

Si bien la defensa no parece tener demasiados inconvenientes y tampoco el arco (el brasileño Neto reemplazó bien al alemán Marc Ter Stegen), y con un Jordi Alba que va recuperando su estado físico tras una mala temporada pasada, el problema empieza cuando hay que salir desde la zona central, con un Busquets que si bien nunca fue veloz, lo salvaba la colocación pero ahora aparece ya demasiado lento, y con un desperdiciado, hasta ahora, Frenkie De Jong, un jugador contratado para otro tipo de despliegue, como el que le hizo descollar en el Ajax. Sin muchas posibilidades de crear, tampoco Pedri parece adaptado todavía al esquema, y no parece el mejor camino dejar a Ansu Fati solo arriba, porque Messi no es un nueve puro ni lo siente, y suele bajar a asociarse en la creación pero sólo encuentra allí a Coutinho, en un juego tan previsible que facilita que se le corte el circuito. Además, le falta el gol que dejó ir con Suárez, y al que nunca reemplazó (aunque se habla de la llegada del holandés Memphis Depay para el próximo mercado de pases).

Cuando los jugadores no se sienten a gusto en un esquema, se nota demasiado y esto es lo que pasa con un Barcelona que parece tener la cama en la cocina y el inodoro en el cuarto, con las piezas demasiado revueltas en una casa que se cae a pedazos y que aún así, pudo emparejar las acciones en gran parte del partido por la actitud conservadora del Real Madrid, que sólo apareció cómodo desde el 2-1 con el penal de Ramos, y que sentenció cuando Luka Modric (que ingresó como suplente) aumentó el marcador en el final con un notable gol, digno de su talento.

No es que el Real Madrid tenga un gran pronóstico jugando de esta manera y acaso no le alcance en Europa por este camino, pero el Barcelona va a sufrir mucho más si al menos no ensambla sus partes dentro y fuera de la cancha, algo que no parece fácil en un año electoral y con el estado de situación actual. Y el campo de juego es un fiel reflejo de lo que ocurre afuera, como no puede ser de otra manera.

 


viernes, 23 de octubre de 2020

Las mejores 20 anécdotas de los 80 años de Pelé (Infobae)


 

1)    Cuando la selección uruguaya consumó la hazaña de ganarle a Brasil 2-1 en el Maracaná para quedarse con el título mundial en 1950, Pelé vio llorar a su padre, Dondinho, también ex futbolista que truncó su carrera por una lesión. Le prometió entonces que en el futuro, él ganaría una Copa del Mundo. Lo consiguió apenas ocho años más tarde, en el Mundial de Suecia 1958, y luego ganó dos más, en Chile 1962 y en México 1970.

2)    El 7 de junio de 1970, Brasil venció a la entonces vigente campeona, Inglaterra, por 1-0 durante el Mundial de México, pero para muchos, el mayor recuerdo es el cabezazo de Pelé que logró desviar con una gran atajada el arquero Gordon Banks, considerada la mejor de la historia de los mundiales.  “El arquero llegó desde ningún lugar. En el instante en que cabeceé, estaba junto al palo derecho. Al instante siguiente, no. En el mismo momento, estaba a la izquierda y salvó su arco”, detalló años más tarde el astro brasileño.

3)    Exactamente a las 23:11 del miércoles 19 de noviembre de 1969, Pelé marcó el gol mil de su carrera (no todos fueron oficiales y terminó concretando 1284), de penal, y a un arquero argentino, el “Gato” Edgardo Andrada, en un Santos-Vasco da Gama por la “Taꞔa de Prata” (Torneo Roberto Gomes Pedrosa). Pudo haberlo concretado en el partido anterior, ante el Bahía, ante una enorme expectativa porque ya llegaba con 999 tantos a ese compromiso y estuvo muy cerca porque tras una combinación con Coutinho, eludió al arquero hacia la derecha y sacó el remate cruzado pero un defensor (Nildo) alcanzó a rechazar en la línea.  “Sentí miedo. Me arrancaron la camiseta y conseguí apartarme para que otros me pusieran una nueva, pero con el número mil, y me pidieron que diera una vuelta olímpica para que todos vieran mi nueva casaca”, relató Pelé sobre aquel inolvidable momento.

4)    El 11 de septiembre de 1963, Santos visitó a Boca por la revancha de la final de la Copa Libertadores. Los brasileños habían ganado 3-2 en la ida y estaban empatando 1-1 con un gran dominio del equipo argentino, cuando Pelé hizo una picardía que enfrió el partido. Se cambió los pantalones en el círculo central. Ocho minutos más tarde, liquidó la final con un golazo y el Santos fue campeón. “Jamás sentí un terremoto igual que aquel de la Bombonera cuando un equipo ingresa a la cancha. “No sé si se le rompió la tira o lo hizo a propósito, pero pidió cambiarse los pantalones porque decía que se le caían. Rattín lo levantaba y ayudaba y yo le gritaba ‘dejalo, pisale los tobillos así no juega más. A mí allá me cagaron a patadas y vos lo levantás’. Pelé, que escuchaba lo que pasaba y hablaba bien en castellano, me decía ‘Sanfillippo, voce e bom jugador, pero malo’. Ahí  nos frenamos”, contó José Francisco Sanfillippo, autor de los dos goles de Boca en Brasil y del que marcó en la Bombonera.

5)    Pelé se retiró del fútbol el 1 de octubre de 1977 en un partido homenaje jugado entre el Cosmos y el Santos en el estadio de Los Gigantes de Nueva York. El brasileño gritó entonces “Amor, amor, amor. Estoy muy feliz y quiero aprovechar la oportunidad para pedirles que ayuden siempre a los desamparados, especialmente a la niñez, necesitada de todo el mundo”. “Todo el mundo debería agradecerte. Tenés una cabeza y un corazón que permitieron poner los pies al servicio del fútbol y todos los deportistas de mundo deberían inclinarse ante tus pies”, le dijo entonces Muhammad Alí

1)    En 1984 hizo campaña política en Brasil para que la dictadura militar que llevaba veinte años en el poder, convocara a elecciones. Entonces, apareció con la camiseta de la selección de su país con la inscripción “Directas Ya” y levantando la Copa Jules Rimet, ganada definitivamente por los brasileños. “Hasta hoy sueño con aquel gran gol, cuando me puse la camiseta brasileña con la inscripción del slogan ‘Directas Ya’. Creo que ayudó al pueblo brasileño en su camino por la libertad, y eso es inolvidable”.

6)    En la semifinal del Mundial de México 1970, Pelé no pudo culminar en gol una de las grandes maravillas de su carrera. Recibió un pase en profundidad de Tostao, quedó solo, en velocidad, frente al arquero Ladislao Mazurkiewicz, ante quien amagó tocar hacia un costado pero dejó correr la pelota para irse por el otro lado, y ya con su rival vencido, sacó un remate cruzado, pro la pelota rozó el palo izquierdo. Dos años más tarde, por el torneo Nacional de 1972, Norberto Alonso se dio el lujo de concretar un gol con la misma jugada, nada menos que ante el vigente campeón de América, Independiente, al que River goleó 7-2 y ante el arquero Miguel Ángel Santoro.

7)    Pelé debutó en los mundiales el 19 de junio de 1958 y con apenas 17 años. Brasil había comenzado ganándole 3-0 a Austria, pero tras empatar 0-0 ante Inglaterra y ganarle 2-0 a la Unión Soviética en la fase de grupos, el director técnico Vicente Feola (que luego dirigiría a Boca) decidió darle lugar a la joven promesa en el equipo titular, ante Gales, por los cuartos de final, y  marcaría su primer gol con el estadio Ullevi de Gotemburgo como testigo.  Después, anotaría un triplete ante Francia en semifinales (5-2), y un doblete en la final ante Suecia (5-2), la selección local, para consagrarse campeón. En total, marcaría 12 goles en los cuatro mundiales que jugó.

8)     La primera experiencia de Pelé en un equipo fue de muy jovencito, en el Baurú Atlético Clube (BAC), en el que también había jugado su padre, Dondinho. El club había contratado como DT a Waldemar de Britto, quien había jugado el Mundial de Italia 1934 para la selección brasileña, En septiembre de 1953, el Diario de Baurú publicó un aviso invitando a los niños y jóvenes entre los 8 y los 16 años,  de la ciudad (a 345 kilómetros de San Pablo), para probarse. De Britto se sentó en la tribuna y eligió a los que consideró los mejores 25. Un mes más tarde, el 29 de octubre, pelé debutó en el “Baquinho” (chicos del BAC) ante el Gerson Franca FC y empataron 3-3 aunque Pelé se desató en el partido siguiente, con un 21-0 al San pablo y metiendo 7 de esos goles. Entre partidos amistosos y oficiales, Pelé marcó 148 goles en 33 partidos en 1954 y a seis fechas del final del torneo, ya era campeón de la Liga Baruense. Y volvió a conseguir el título en 1955. Allí fue convocado por el Santos.

9)    Pelé debutó en la selección brasileña con una derrota ante Argentina. Fue el 7 de julio de 1957 por la Copa Roca y en el Maracaná. Los albicelestes ganaron 2-1. Casualmente, en aquella oportunidad se produjo el primer gol del brasileño (que había entrado como suplente por Del Vecchio) con su equipo nacional, y el último de Ángel Labruna con el suyo (ganaba Argentina 1-0).  Tras el empate de Pelé, volvió a aumentar Miguel Ángel Juárez dos minutos más tarde. Brasil ganaría el clásico siguiente, tres días después y en el Pacaembú de San Pablo, por 2-0, con otro gol de Pelé.

10)                      El 3 de junio de 1964, la selección argentina se consagró campeona de la Copa de las Naciones, en la que también participaron Portugal e Inglaterra, al vencer a Brasil por 3-0 en el estadio Pacaembú, con goles de Ermindo Onega y Roberto Telch (2). En esa oportunidad, no sólo Amadeo carrizo le atajó un penal a Gerson sino que Pelé sufrió la ajustada marca del capitán argentino Antonio Rattín (“dejá, del negro me encargo yo”, dijo a uno de sus compañeros, y su respuesta fue “pero sin violencia. Rattín, sin violencia”). Ante la impotencia de no poder tener el contacto deseado con la pelota, rompió el tabique nasal de José Agustín Mesiano, defensor de Argentinos Juniors, con un cabezazo. Después, fue a visitarlo para saber cómo estaba, pero en completo anonimato.

11)                      Tras ganar la tercera Copa del Mundo para la selección brasileña, en México 1970, Pelé decidió retirarse del equipo nacional, y aunque hubo algunos rumores de que a último momento volvería para jugar su quinto Mundial en Alemania 1974, se mantuvo en su decisión y ya no volvió a vestir la casaca verde-amarilla. Se despidió en julio de 1971 con dos partidos, uno en el Morumbí de San Pablo y otro en Río de Janeiro. En el primero, marcó un gol contra Austria.

12)                      Del Santos se retiró el 11 de octubre de 1974 tras 18 años de carrera profesional en su único club en Brasil. En el momento del adiós, se puso de rodillas, abrió los brazos en cruz, se levantó y se dirigió a la tribuna popular, agradeció a Dios y dio una vuelta olímpica. Un hincha que se trepó al campo de juego le tironeó la camiseta, que pudo defender con un brazo. “Esta no, esta es mía, por favor, sal de aquí”, le dijo, rodeado de micrófonos, cables y cámaras de fotos y de televisión. Llevaba puesta la camiseta negra y blanca a tiras verticales, dijo “gracias” varias veces, y se metió en el vestuario. “Esta camiseta quedará para mi sala de trofeos”, dijo minutos más tarde.

13)                      Pelé conoció personalmente a Diego Maradona el 9 de abril de 1979, a instancias del periodista Guillermo Blanco, de la revista “El Gráfico”, quien organizó la reunión junto con su colega Batista, de la revista brasileña “Placar”, muy difícil de implementar por las complicadas agendas de ambos protagonistas. Conversaron una hora, en el hotel Copacabana Palace, y Pelé se animó a tocar algunas canciones en su guitarra, hasta que Pelé tomó de la mano a Maradona, de 18 años (el brasileño tenía 38) para darle consejos: “Cuida tu cuerpo y cuida tus entrenamientos. Hay una responsabilidad atrás”, le dijo. Cuando se despidieron, Pelé le dijo a Don Diego, padre de Maradona :”Papá, cuide al chico, ¿eh?” y a Diego, “Que Dios te dé a vos toda la suerte que me dio a mí, que nunca tuve un golpe grande”.

14)                      Tras el éxito en el Mundial de Suecia 1958 a los 17 años, a Pelé le tocó volver a jugar un Mundial en 1962, en Chile, con una selección brasileña otra vez repleta de cracks, a los que se sumaba un extremo derecho de notable habilidad, “Mané” Garrincha. Tras el debut con triunfo por 2-0 ante México, Pelé se lesionó  en el segundo partido, en el 0-0 ante Checoslovaquia, a la que luego vencería en la final. Desde ese momento, no pudo seguir jugando y fue reemplazado por Amarildo, que tuvo tan buena actuación que al terminar el torneo fue contratado por el Milan, aunque luego se convirtió en leyenda en la Fiorentina.

15)                      El 24 de marzo de 1998, el gobierno de Brasil del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso oficializó la Ley 9.615, propiciada por Pelé, en aquel entonces ministro extraordinario de Deportes, y quien llevaba dos años trabajando en el proyecto, pese a la oposición del presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), Ricardo Teixeira (ex yerno del entonces titular de la FIFA, Joao Havelange). “Ha sido uno de los goles más difíciles de mi vida. El deporte brasileño está preparado ahora para el Siglo XXI”, dijo un exultante “Rey” al conocer la aprobación en el parlamento. Entre los artículos más destacados de la ley, se obligaba a los clubes a transformarse en empresas en dos años y se acababa el derecho de retención a los jugadores por parte de los clubes, y todos obtendrían la libertad de acción al acabar sus contratos no más allá de 2001.

También se obligaba a los clubes-empresas a pagar impuestos,  por lo que podían tener investigaciones fiscales, o permitía a los clubes conformar sus propias ligas y desligarse de la federación. Se la llamó “Ley Pelé”.

16)                      Pelé fue símbolo del Santos y llegó a presidirlo, pero no era hincha de ese club, sino de otro. Recién hace pocos días, confesó al canal “Pilhado”, de Youtube, que el club de sus amores es el Vasco da Gama, de Río de Janeiro, pese a haberse criado en Baurú, cerca de San pablo y haber transcurrido gran parte de su vida en San Pablo (de donde es Santos). “La mayoría de mis amigos y los amigos de mi padre eran todos de Corinthians o del BAC (Baurú Atlético Clube, donde Pelé se inició). No sé por qué yo salí del Vasco da Gama, Me empezó a gustar el Vasco y me hice del Vasco”. Y aclaró: “no es que fui hincha del Vasco sino que lo sigo siendo” Fue justamente al Vasco da Gama que Pelé le marcó su gol número mil. Sin embargo, se dio el gusto de jugar con esa camiseta. “Fue en el Maracaná, en una especie de partido amistoso, un combinado entre Santos y Vasco”, recordó.

17)                      Una de las películas de fútbol más recordadas en Hollywood es “Escape a la victoria”, que se refiere a la historia de la resistencia de los jugadores del Dínamo de Kiev contra el nazismo, y en la que Pelé compartió cartel con Osvaldo Ardiles, Sylvester Stallone, Michael Caine y Bobby Moore. La película se rodó en 1981 y fue un gran éxito. Con el tiempo, Ardiles contó risueñamente que en el guión figuraba que Stallone atajaba un penal, eludía a los once alemanes y marcaba un gol, pero Pelé y Moore se quejaron. “Si no sabe parar una pelota, ¿cómo va a hacer todo eso? ¡Es imposible! Hubo que hacer 34 tomas”. También contó que Pelé “jugó apenas 8 minutos y se fue porque le estaban pegando y jugamos 10 contra 11 todo el partido. Perdíamos 4-0 y cuando lo levantamos y nos pusimos 4-4 dijo ‘I’m OK’ y entró de nuevo”.

18)                      La selección brasileña campeona mundial en México 1970 fue la única de la historia en ganar todos los partidos jugados desde la fase clasificatoria hasta la final, y ese día se impuso 4-1 a Italia con una exhibición. Sin embargo, no todas fueron sonrisas porque en el entretiempo hubo una dura discusión entre Gerson y Pelé, porque éste lo sorprendió fumando en el vestuario. Tuvieron que terciar el entrenador, Mario Lobo Zagallo y el capitán. Carlos Alberto Torres, según contó Pelé a la televisión brasileña en 2003, aunque luego Gerson lo trató de mentiroso y le aconsejó que mantuviera “la boca cerrada”. Pelé contó que simplemente sintió olor a tabaco y sorprendió a Gerson fumando encerrado en el baño. “Él nos dijo (a Carlos Alberto y a mí) que estaba muy nervioso y necesitaba relajarse. En ese momento lo reprendimos con palmadas”, relató. Gerson admitió que por esas épocas fumaba pero negó esa anécdota. “No necesitaba esconderme para fumar y nunca fui reprendido por Pelé ni dentro de la cancha ni mucho menos fuera de ella. Fue una mentira descarada”, Zagallo reconoce la anécdota de haberle dejado fumar a Gerson en el vestuario para calmar los nervios, pero ante Uruguay en semifinales, y no en la final.

19)                      Quique Setién, el reciente entrenador del Barcelona, cuenta que cuando era jugador del Atlético Madrid (entre 1985 y 1988) recibió una sanción que le impedía jugar algunas fechas. “Entonces me fui a una discoteca de Madrid y eran las tres o cuatro de la mañana. Y me quedo mirando una de las mesas del fondo y digo ‘hostia, me parece que ese que está sentado allí es Pelé’. Me fui acercando y comprobé que era él. Tomé una birome, un posavasos, me acerqué y le dije ‘¿le importaría firmarme un autógrafo? Es que yo también juego al fútbol’ y Pelé me respondió ‘y si juegas al fútbol, ¿qué haces a estas horas en la discoteca?’”,

20)      Parece insólito pero fue verdad. Un día, y ya bicampeón mundial y con más de mil goles convertidos, Pelé fue suplente en la selección brasileña. A pocos días de iniciarse el Mundial de México 1970, Mario Zagallo reemplazó al también periodista Joao Saldanha como entrenador del “Scratch”, cuando la Confederación Brasileña de Deportes (CBD) decidió desplazar de su cargo a Saldanha, afiliado al partido Comunista, a instancias del dictador a cargo de la presidencia, Emilio Garrastazú Médici tras una derrota ante la selección argentina (no clasificada para ese Mundial) en un amistoso. Pelé había regresado a la selección brasileña apenas un año antes, luego de haberse retirado tras el mal desempeño del equipo en el Mundial de Inglaterra 1966 y un sector de la prensa lo resistía. El 26 de abril, en un amistoso ante Bulgaria en Río de Janeiro, Saldanha determinó que Pelé fuera al banco de suplentes (la explicación fue probar a Tostao, que tenía miopía). Pelé usó la camiseta con el número 13 y Brasil empató apenas 0-0 y ese fue el final del ciclo. A los pocos días, asumiría Zagallo y el final feliz es conocido, con la Copa Jules Rimet, definitivamente, en manos de Brasil. Y tanto Pelé como Tostao tuvieron un brillante 

martes, 20 de octubre de 2020

Helenio Herrera, el mago argentino que inventó el Cerrojo defensivo y que fue el precursor de Lorenzo, Bilardo, Zubeldía y Mourinho (Infobae)


 

Recién cuarenta y cinco años más tarde, en 2010, el Inter de Milán, con el portugués José Mourinho como entrenador, pudo repetir un título de Champions League que ya había conseguido en 1964 y 1965 de la mano de un argentino, Helenio Herrera, también llamado “El Mago” y considerado el inventor del “Cattenaccio” (cerrojo), un muro defensivo que le daba a sus equipos una personalidad rocosa y oportunista con el objetivo de ganar más allá de las formas, y que influyó con su escuela en otros directores técnicos como Juan Carlos Lorenzo, Osvaldo Zubeldía, y Carlos Bilardo.

 

Mourinho, campeón de Europa e intercontinental con el Inter en 2010, acaso sea uno de los últimos herederos de esta escuela que provocó un cambio en el fútbol italiano a principios de los años Sesenta con su personalidad magnética, sus técnicas innovadoras, y un particular encanto en sus gestos y palabras, y fue considerado un revolucionario del aspecto psicológico en el fútbol por sus dotes de motivador, al punto de que consiguió convencer a sus hinchas para que llevaran carteles a los estadios para alentar durante los partidos cuando en Europa, la gente todavía se dedicaba a contemplar lo que ocurría desde las tribunas.

 

Uno de los más notables periodistas de la historia, Gianni Brera, sostuvo en 1966, “Siéntase libre de juzgarlo según lo dicten sus estados de ánimo. Bufón y genio, sinvergüenza y asceta, villano y buen padre, sultán y leal, vulgar y competente, megalómano y consciente de la salud. Herrera es todo esto y más, como quizá nos pase a cada uno de nosotros. Lo conocí de mago y lo redescubrí de niño, siguiéndolo contigo por mares y tierras de todos los continentes. Francamente, no sé cómo se las arregló para mostrárselo, por cuántas caras, por cuántos lados. Para mí es importante que el personaje nunca sea falso, ni siquiera cuando intenta serlo. Y “H.H.” siempre es cierto, sino del todo aceptable”.

 

Es tan polémico Helenio Herrera que ni algunos aspectos de su nacimiento y su muerte son claros. “El Mago”, también llamado “El Fisura”, nació, para muchos, el 10 de abril de 1910 en Palermo, en la calle Thames, en Buenos Aires, aunque él sostenía que había nacido el 16 de abril de 1916 y eso es lo que figuraba en sus tres pasaportes, francés, argentino y español. Era hijo de un anarquista andaluz, Francisco, y de María Gavilán Martínez, quienes a sus nueve años emigraron a Marruecos, que en ese momento aún era un protectorado francés. Al llegar a Casablanca y bajar la familia del barco en un puerto en construcción, su madre, que pesaba 103 kilos, cayó al agua y le exigieron a su padre un pago por adelantado para sacarla de allí. Ya Helenio iría tomando consciencia muy pronto de lo que le esperaba. Por lo pronto, su padre, carpintero experimentado, construyó una pequeña casa sobre pilotes en la playa.

 

“Mis padres habían llegado a la capital argentina después de treinta largos días de navegación en la cubierta de un barco en el que habían embarcado en Algeciras. Eran andaluces y pobres en caña. Emigraron a la Argentina llenos de esperanza con la intención de dejar atrás la miseria y los amargos recuerdos: tres de sus hijos habían muerto a temprana edad. Mi padre, apodado “Paco el Sevillano”, conoció a mi madre en Gibraltar. Ella era sirvienta en la casa de los terratenientes ingleses, Pero en Buenos Aires se desvanecieron sus sueños y la suerte con la que habían soñado no era más que un espejismo. Sin embargo, la esperanza de los emigrantes está hecha de un material resistente y partieron de nuevo, uno de esos interminables viajes por mar en los que se intenta engañar al hambre cantando canciones y así mi familia llegó a Marruecos”, relató en su autobiografía, escrita en 1964.

 

Tanto Helenio como su hermana Aurora –también nacida en la Argentina un año antes- fueron a escuelas francesas y ya en el camino hacía malabares con piedras o con una pelota de medias de su madre o por las tardes jugaba al fútbol en la arena con sus amigos de familias llegadas de todas partes. Luego llevaba los postes de los arcos para tapar la casa para que no les robaran. Quería ser tornero. También aprendió enseguida a boxear y le resultó útil para entender algunas cuestiones fundamentales que aplicaría mucho más tarde como entrenador.

 

“Los soldados, que nos habían tomado simpatía, me enseñaron a boxear. Me hicieron pelear con otro chico de mi edad. Entonces sucedió algo que constituyó una verdadera revelación para mí. Descubrí el veneno de la popularidad. Me imagino la impresión que deben haber sentido los espectadores de un encuentro de boxeo, que tuvo lugar en el circo de Casablanca. Los nombres de los contendientes habían sido anunciados y estaban a punto de ingresar al ring. ¡La sorpresa debe haber sido enorme! Estaba formado por nada menos que dos niños de ocho años: mi rival y yo. El rugido de la risa de la multitud llegó a mis oídos como el eco de vítores dirigidos a un ídolo. Entre esas cuerdas, tuve la sensación de ser un personaje muy importante. El corazón me latía rápido y me parecía repetirme: hay que ganar, hay que ganar”, cuenta el propio H.H. en su libro “Mi vida”. “Fue entonces que comencé a entender que cuando corría a ciegas tras una pelota, la miseria, la guerra, el miedo, no existían para mí. A partir de ahí empecé a correr”.

 

Ese niño, con mucha cerveza en el cuerpo, organizaba partidos y jugaba seguido al fútbol hasta que ingresó al Roca Negra (1927-1930), y al destacarse como defensor, tras un comienzo como delantero, fue contratado por el Racing de Casablanca (1931-1932) y ya a los quince años estaba en el equipo titular mientras se ganaba la vida en otros menesteres: fue obrero, almacenista, tornero.  Ya con 22 años pasó al CASG (Club Athétique des Sports Genéraux).

 

Formó parte de la selección marroquí ante Argelia y Túnez y hasta lo seleccionaron para un conjunto del Norte de África para enfrentar a Francia en un amistoso. El deseo de llegar en el fútbol ardía en su interior y los clubes franceses, que buscaban jugadores en África, lo notaron. El París lo invitó a una prueba, pero no tenía dinero para viajar y lo ayudó un amigo. Para contratarlo, le ofrecieron paralelamente un trabajo como vendedor de carbón y luego, como tornero, y mandaba casi todo lo que ingresaba a su familia en Marruecos. Jugó allí en la temporada 1932/33.  Luego continuó su carrera en el Stade Français (1933/35), OF Charleville (35-37) y EAC Roubaix (37-39).

 

En 1939, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, fue llamado a combatir. Trabajaba en la fábrica de Saint-Gobain como experto en lana de vidrio, material aislante que tenía un importante uso militar y eso lo salvó de ir al frente. Cuando el mariscal Petain asumió el gobierno colaboracionista con el nazismo, ya jugaba en el Red Star Saint Ouen (1940-1942), con el que consiguió la Copa de Francia, su único título como jugador. Volvió por una temporada al Stade Franꞔais (1942-1943), y aquí aparecería su vocación por ser DT de fútbol y se gradó como masajista deportivo con la idea de poder entrar a algún plantel de un modo u otro. En 1943/1944 jugó en el EF Paris-Capítale y en la siguiente y última (1944/1945), en el Puteaux. Allí era jugador y DT al mismo tiempo hasta que se retiró. Algunas biografías sostienen que jugó dos partidos con la selección francesa, pero eso no figura en los archivos de la Federación. En realidad, jugó para la selección de París de la Isla de France.

 

Mientras se las arreglaba vendiendo líquido para pulir poniendo el pie en la puerta de las amas de casa antes de que ésta se cerrara, asistía ya a un curso para entrenadores, y en un año, ya lo tomaron como profesor, y como tal, fue enviado al norte de África para dar lecciones de fútbol. “Recuerdo que una tarde asistí a un partido en un campo de prisioneros e inmediatamente me golpeó un niño negro que corría con la pelota literalmente pegada a sus pies. Un jugador extraordinario. Le pregunté el nombre y me dijo “Larbi Ben Barek, señor”. Después del partido me acerqué al jugador y le dije “mi nombre es Helenio Herrera y algún día vendré a hacerte jugar en Francia. Con lo que puedes hacer, ganarás mucho dinero”. Me respondió con una sonrisa, como si no me creyera y luego supo que yo le hablaba muy en serio”.

 

En efecto, Ben Barek fue uno de los primeros campeones del fútbol africano que emigró a Marsella en 1937, se nacionalizó francés y jugó en la selección “blue”. Helenio Herrera, por su parte, se convirtió en entrenador tras la experiencia en el Puteaux, en las afueras de París y su fama se extendió al Stade Français. “El presidente de ese club era una persona muy rica y ambiciosa y tan pronto como asumí en mis funciones, le conté sobre el jugador negro que había visto en el campo de prisioneros de Ain-Seba y le pedí que lo enviaran a buscar. Confió en mí y la contratación de Ben Barek fue uno de los escándalos deportivos de Francia porque a todos les parecía absurdo que se pagara un millón de francos por alguien completamente desconocido y yo era el principal responsable de lo que se describía como una locura y estaba en una situación delicada –describió Herrera- pero nunca me he equivocado con la opinión sobre un jugador. La cuestión es que Ben Barek se transformó en una “perla negra” y en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos”. H.H. dirigió al Stade Français entre 1945 y 1948.

 

A todo esto, para poder dirigirse a África del Norte a buscar jugadores, el equipo quedó en manos de otro DT y se encontraba en posiciones de descenso, pero al regresar Herrera, retomó la dirección técnica y llegaron a un milagroso tercer puesto.  Para 1946, mientras dirigía al Stade Français, se incorporó al cuerpo técnico de la selección francesa, en el que trabajó hasta 1948, cuando decidió marcharse para tener una experiencia en España, para comenzar en el Real Valladolid, aunque aceptado por los dirigentes del Atlético Madrid, con el que ya había firmado contrato.

 

En el fútbol español comenzaría una etapa fructífera que se extendió por doce años. Se incorporó al Atlético Madrid en 1949 y en ese ciclo ganó dos ligas españolas (1949-50 y 1950-51) y también la Copa Eva Duarte de Perón (1950-51). También al conjunto de la capital española se llevó a Ben Barek, quien lució en el ataque con Estruch, Pérez Payá, Carlsson y Escudero.

 

Posteriormente pasó por el Málaga y el Deportivo La Coruña (donde descubrió a un gran talento, como Luis Suárez (hasta hoy, el único Balón de Oro nacido en España, ganado en 1960), hasta que recaló en el Sevilla por otras cuatro temporadas, entre 1953 y 1957, en la que llegó a obtener un segundo, un cuarto y un quinto puesto en la Liga Española, y perdió una final de Copa de España. Fue en Andalucía cuando en una mesa cercana a su cama de hospital, internado por una fractura, encontró un libro sobre misticismo, los “ejercicios espirituales” de Ignacio de Loyola, que terminaron inspirándolo para las largas concentraciones y retiros en el fútbol. Por primeras vez en la historia de este deporte, los jugadores vivirían desde entonces en una comunidad como monjes, en espacios verdes y silenciosos entrenándose, estudiando tácticas y llevando una vida sobria.

 

Al dejar el Sevilla, una cuestión burocrática no le permitió sentarse en el banco como DT y entonces pasó a dirigir a Belenenses de Portugal en 1957/58, cuando fue tentado por el Barcelona, que vivía un momento de crecimiento con la reciente contratación de una estrella como Ladislao Kubala y el Camp Nou se había inaugurado un año antes y la masa social era más grande que nunca. Herrera llegaba en el momento justo y terminó contribuyendo para que los catalanes ganaran dos Ligas (1958-59 y 1959-60), una Copa del Generalísimo y una Copa de Ferias (el antecedente de la actual Europa League). Fue en esta época en la que acuñó una de sus frases más célebres: “Ganaremos sin bajarnos del micro”, en referencia a la previa un partido ante el Sevilla en Andalucía. Esas declaraciones causaron revuelo. Ese día, antes de comenzar el partido, salió a la cancha en el tiempo de calentamiento, deambuló por varios minutos en los que recibió una tremenda bronca de los hinchas, y al volver al vestuario le dijo a sus jugadores “ya están desgallitados, ahora salid y ganad”. Años más tarde, Lorenzo o Mourinho seguirían cada tanto con estas costumbres para enfriar el clima en partidos calientes.

 

Ese Barcelona de H.H. contaba con Ramallets en el arco, Joan Segarra, capitán del Barcelona “de las cinco copas” en los años cincuenta, los húngaros Kocsis y Czibor, y con Luis Suárez. Al finalizar la temporada 1959/60, se argumentó que uno de los motivos de su salida fueron los permanentes roces con Kubala, la estrella del equipo, pero hubo algo más: comenzó a reunirse a escondidas, en la Autrostrada del Sole, en Milán, con el magnate Ángelo Moratti, dueño del Inter, quien lo tentaba para dirigir al equipo tras fallar en cada uno de sus intentos de éxito con otros entrenadores. Herrera aceptó el desafío y se marchó a Italia con un contrato que significaba una paga del triple de lo que recibían sus colegas aunque con una promesa de conseguir el título n tres temporadas.

 

Nacía entonces la figura del director técnico como preponderante, algo que hasta entonces era un actor secundario. H.H. llevaría al Inter la idea del “Cattenaccio”, un cerrojo defensivo que buscaba principalmente el cero en el arco propio, aunque siempre con talentos arriba que pudieran hacerse cargo de sus equipos.  H.H. traía ideas innovadoras que modificarían el ambiente. Sus carteles en el vestuario dominaban la escena: “Al jugar individualmente, jugás para el rival. Jugando colectivamente, lo hacés para vos”, “El fútbol moderno es velocidad. Jugá rápido, corre rápido, pensá rápido, marcá y desmárcate rápidamente”. A esto se sumaban algunas indicaciones que no se conocían. Era habitual escucharle decir a sus jugadores “¡Taca la bala!”, que era una ítalo-hispanización de la frase “Attaquez le ballon” (ataquen la pelota).

 

Y tal como se comprometió con Moratti, Herrera consiguió la primera Liga en la tercera temporada, tras rozar el Scudetto las dos anteriores, aunque no sin polémicas, y así como tuvo problemas con Kubala en el Barcelona, los tuvo con la gran estrella del Inter, el argentino Antonio Valentín Angelillo, quien terminó yéndose a la Roma al finalizar el primer año en el club, y fue reemplazado una vez más por el gallego Luis Suárez. También llegó otro argentino, Humberto Maschio, desde el Bologna, justo para la temporada 1962-63 y entonces comenzó a conformarse lo que se dio en llamar “El Gran Inter”.

 

“El primer y segundo año de su milicia en Italia habían sido muy amargos –escribió el gran Gianni Brera-. La gente no estuvo muy bien y los ritos del vestuario, literalmente los hizo basura. Tampoco ayudó que se fuera al Mundial de Chile 1962 como parte del cuerpo técnico de la selección española (como ayudante de Pablo Hernández Coronado) y por eso fue descalificado por algunos jugadores del Inter. Fue cuando Moratti aprovechó para reemplazarlo por el emergente Edmondo Fabbri, pero de repente, como si nada, Helenio regresó y Fabbri se quedó con el fósforo encendido en la mano y ese regreso de 1962 trajo suerte a todos en el Inter y comenzó a ganar, aunque Brera no le atribuía todos los méritos al “Mago”: “Se estaba gestando el colapso cuando Moratti intervino personalmente escuchando a los jugadores y a unos amigos, y obligó a Herrera a sacar a Buffon y colocar a Bolchi y a Maschio en el medio pero el verdadero punto de inflexión llegó cuando H.H. puso como titular al “bebé” Sandro Mazzola, portador del aliento de frescura atlética y técnica que necesitaba el equipo para asentarse en la carrera final”.

 

H.H. no era un director técnico más. Quería saberlo todo y conocer a todos los jugadores posibles para su equipo. No le alcanzaba ni con todos los profesionales del plantel ni de la reserva. Quiso ver a los juveniles. “Cuando lo encuentro frente a mí siento una fuerte emoción: una gran cabeza negra con dos ojos oscuros y penetrantes, que cavan como para leer en su interior. ‘Este es el hijo de Mazzola, señor’, le dice un gerente. ‘Sí, lo sé. Gran jugador, el padre. Veremos, te veremos jugar’. Seco y conciso en su pintoresco italiano. Así se me presenta Herrera. Casi tengo la sensación de que está un poco molesto. A diferencia de los otros ejecutivos, excluido Giuseppe Meazza, que no han perdido la oportunidad de trompetear a los cuatro vientos que tienen con ellos al hijo del gran Valentín, él no le da ninguna importancia al nombre. Al contrario, con su mirada aguda parece querer hacerme entender de inmediato que las recomendaciones son inútiles y nocivas”. Escribió años más tarde, en 1977, Sandro Mazzola, integrante de ese equipo que marcó una época, en su libro “El primer trozo de pastel”.

 

Así como acabó “reclutando” a Sandro Mazzola, otro acierto fue recuperar a Giacinto Facchetti, dejado de lado por el Inter y cedido a préstamo al Atalanta. En el verano de 1960, Herrera le avisó a la comisión directiva que él lo quería para el equipo y que sería uno de los pilares, y no se equivocó en absoluto. El gran lateral jugó con los negro-azules 634 partidos, con 75 goles y fue capitán de la selección italiana en la Eurocopa de 1968 y en el Mundial de 1970, luego sería presidente del club y al fallecer en 2006, retiraron la camiseta con el número 3 en su honor.

 

Con el Inter, H.H. ganaría tres Scudettos (1962-63, 1964-65 y 1965-66), dos Copas de Campeones de Europa (1964 y 1965) y dos intercontinentales (1964 y 1965),  y pese a tantos títulos, muchos recuerdan a ese equipo mucho más por sus logros y por su aplicación táctica que por el fútbol que plasmaba en el césped, porque jugaba a destruir el circuito de juego de los rivales con una férrea marca individual y con la implementación de la figura del líbero por detrás de la línea defensiva, que caracterizó al “Catenaccio” como sistema, colocando allí al discreto lateral Picchi, y otras innovaciones como el llamado “foul táctico” (falta para acomodar al equipo atrás). Su punto más fuerte provenía de la banda izquierda. Comenzaba en la salida por Facchetti y luego continuaba por el talento del español Luis Suárez, casi el único –acaso con Mazzola- que tenía permitido, de alguna manera, salirse del esquema férreo, aunque el perder la pelota, ambos tenían obligaciones defensivas. Otra de las novedades tácticas fue la del uso de los “carrileros” por las bandas.

 

En aquellos primeros años de la década de los Sesenta, H.H. debió cotejar con un gran Milán, el rival de la ciudad, al que llegó como director técnico Nereo Rocco, de quien se hizo amigo, aunque representaban los valores opuestos dentro y fuera de la cancha. Era la demostración de que se podía triunfar partiendo de ideas opuestas. Ese Milan fue campeón de Europa en 1963, un año antes que el Inter, aunque en la final intercontinental no pudo evitar al Santos de Pelé. Si Herrera era un ciudadano del mundo sin una nacionalidad definida y varios pasaportes, Rocco se vanagloriaba de hablar sólo en dialecto de Trieste. Helenio era un monje del fútbol: yoga, yogurt y el silencio religioso. Nereo era un aficionado a las tabernas, el vino y el salame.

 

Fue justamente Rocco el mayor testigo de la obra maestra de H.H., el “Gran Inter”, que tras ganar el Scudetto 1962-63 se proyectó a Europa y al mundo. Si alguien osaba discutirle la idea, Herrera le saltaba a la yugular: “¿El Catenacio? Yo lo inventé en el Stade Franꞔais. Estábamos ganando 1-0 en un partido importante pero estábamos en dificultades. Yo era el capitán y decidí cambiar el WM que usábamos. Me coloqué detrás de la defensa y delante del arquero,  y le dije al volante que se hiciera cargo de mi lateral. Cuando me hice DT, me acordé de aquel día y comencé a utilizar ese sistema de visitante y me dio resultado. Mis muchachos lo llamaban “le betón” (el cemento) porque garantizaba una defensa impenetrable”.

 

Para la final de la Copa de Campeones de 1964, en Viena, nadie apostaba por ese Inter. Enfrente estaba el Real Madrid de Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskas y Francisco Gento, que avanzaba con facilidad en cada una de las fases, cuando los italianos ganaban siempre ajustadamente. Si el Inter venció por 4-2 en semifinales al Borussia Dortmund, los españoles golearon 8-1 al Zurich. Pero en la final, el equipo de H.H. hizo lo que mejor sabía, que fue anular a, los rivales y se impusieron por 3-1, ganando por primera vez el título de la máxima copa continental.

 

Este título le permitió acceder a jugar por primera vez la Copa Intercontinental ante el Independiente de Miguel Angel Santoro, Oscar Ferreiro, Raúl Bernao, Osvaldo Mura y Raúl Savoy, campeón de la Copa Libertadores luego de vencer a Nacional de Montevideo en la final, pero que además había eliminado nada menos que al Santos de Pelé en semifinales, ganándole los dos partidos. Para Herrera, eso significaba volver al lugar donde había nacido.  Mientras tanto, en Italia había rozado un nuevo Scudetto pero lo acabó perdiendo en el final.

 

El Inter perdió 1-0 en Avellaneda con gol de Mario Rodríguez, el mismo que había convertido el tanto del título sudamericano ante Nacional, en Montevideo. En la revancha, en Milán, los italianos se impusieron 2-0 (Mazzola y Mario Corso) y tuvieron que ir a un desempate en el Santiago Bernabeu, en Madrid, que definió otra vez Corso, en el alargue.

 

Al año siguiente, otra vez el Inter avanzaría en la Copa de Europa sin que le sobrara nada (salvo un 7-0 al Dínamo de Bucarest en octavos de final) y en la definición, prevista de antemano en el Giuseppe Meazza de Milán, donde sería local, tuvo que encontrarse con otro rival de época, el Benfica de Eusebio, Coluna y Simoes, que venía goleando a todos y que en cuartos de final, eliminó al Real Madrid.

 

Pero como en la final anterior, los italianos hicieron una marca asfixiante, y a los 42 minutos el brasileño Jair Da Costa les dio la ventaja y la administraron hasta el final, para consagrarse por segunda vez consecutiva y tener que volver a enfrentar a Independiente, bicampeón de América, por la Intercontinental. Esta vez, la ida se jugó en Italia y el Inter ganó por un cómodo 3-0 con goles del español Joaquín Peiró y dos de Mazzola, con el arbitraje del alemán Rudolph Kreitlein(el mismo que un año más tarde sería protagonista junto con Antonio Rattín en el Inglaterra-Argentina del Mundial 1966). Una semana más tarde, y una vez más, el Inter administraría la ventaja de la ida para empatar 0-0 en Avellaneda y consagrarse otra vez.

 

Pese a que en 1966 no podría repetir el título europeo (fue eliminado ajustadamente en semifinales por el Real Madrid, a la postre campeón), repitió el Scudetto y el imperio Herrera seguía y el entrenador, ya era todo un personaje.  Hablaba en tono lapidario y los suyos no eran discursos sino consignas, e hizo colocar carteles en los vestuarios como “recordá que eres del Inter”, o “Compromiso, compromiso, compromiso”. Si un jugador iba por un pasillo, Herrera se le acercaba por detrás y le susurraba al oído “¿quién eres tú?” y el deportista tenía que responder “¡soy fulano, del Inter, y el Inter es el equipo que ganará el próximo campeonato!”. Creó una atmósfera tal, que hasta muchos periodistas entraron en ella, preguntándole antes de los partidos cuál era el “secreto sensacional” de su nueva táctica para el próximo partido, y él respondía, misterioso, “cada partido requiere de una táctica particular”, según cuenta Luigi Cecchini en su libro “Inter”, de 1991.

 

El edificio de los éxitos empezó a derrumbarse con el Mundial de Inglaterra 1966, al que “El Mago” concurrió como ayudante del entrenador de la selección italiana Ferruccio Valcareggi, luego de ocho meses de compartir este trabajo con el Inter, y con malos resultados, especialmente luego de la sorpresiva derrota en el torneo ante Corea del Norte. Moratti, dueño del club, no toleró eso del doble trabajo y hubo quienes lo acusaron de usar a la selección como juguete. H.H. quiso iniciar una renovación del equipo, pero el quinto puesto en la Liga, y el haber perdido la final de la Copa de Europa ante el Celtic de Glasgow, trastocó los planes, y se terminaron cuando poco tiempo después, Moratti decidió dejar su puesto y retirarse con las tres competencias perdidas al final. A los pocos días de caer ante los escoceses en Lisboa (2-1), el Inter quedó eliminado de la Copa Italia ante el Pádova (un equipo de la Serie B) y en la última fecha de la Liga cayó ante Mántova, y la Juventus fue campeona. Un año después, en 1968, decidió aceptar la oferta de la Roma, a la que dirigió hasta 1973, aunque ya sin la misma suerte que en la etapa anterior, aunque en su primera temporada ganó la Copa Italia.

 

Desde los primeros tiempos, tuvo que enfrentarse con muchos problemas importantes. Tal como con el Inter a su llegada, quiso recurrir a jugadores de las divisiones inferiores pero se encontró con que el presidente Álvaro Marchini (que era quien administraba aunque a él lo había contratado Francesco Ranucci)  había transferido a las tres joyas de los juveniles, Spinosi, Landini y Fabio Capello.

 

Los malos resultados generaron que fuera despedido en abril de 1971 y reemplazado por Luciano Tesalli para las últimas fechas de la Liga, pero las revueltas callejeras oponiéndose a la medida fueron tan duras, que el nuevo presidente del club, Gaetano Anzallone, lo repuso de inmediato en el cargo para calmar los ánimos. El desgaste de Herrera en Roma fue mayúsculo. En 1970 había tenido un accidente en la autopista, en Florencia al estrellar su Mercedes Benz contra la banquina, lo que le produjo una fractura en las costillas y en la quinta vértebra dorsal, pero no quiso dejar al equipo y apareció sentado en el banco, enyesado desde la cadera hasta el pecho y a veces se veía obligado a levantarse para dar indicaciones, y eso le provocó llagas sangrantes en las axilas, y dolores intensos.  

 

Terminaron echándolo en abril de 1973 y se produjo su regreso al Inter, donde pidió que vendieran a Mario Corso, importante en su esquema de los años Sesenta, algo que con Moratti no habría podido, pero el ahora presidente Ivanoe Fraizzoli lo permitió. Ahora, Herrera les hablaba a sus jugadores en una nueva clave “Ajax”, el equipo de moda en Europa, pero lo miraban sin tanta credibilidad. Tampoco muchos “tifosi” la tendrían con ellos, cuando tres años más tarde se supo que algunos habían participado en la mafia de las apuestas clandestinas (“Totonero”), y fallaban goles a propósito. Un brote de bronconeumonía en febrero de 1974 lo obligó a ser hospitalizado y tuvo que retirarse. Regresó a Roma, se tomó un descanso, para terminar su etapa italiana en el Rímini en 1978/79 aunque ya lo seguía de cerca desde 1976 en la Serie B y asumió como consultor técnico, debido a que por una situación burocrática estaba impedido de hacerlo como entrenador.

 

En 1979 decidió aceptar la nueva oferta del vicepresidente del Barcelona, Joan Gaspart, casualmente para sustituir a Kubala, con quien había tenido problemas cuando el húngaro aún era jugador, y volvió a dirigir al equipo catalán por dos temporadas, hasta 1981, cuando ganó la Copa de España, con un plantel en el que se encontraban, entre otros, “Tarzán” Migueli, Alexanco, el argentino Rafael Zuviría, el alemán Bernd Schuster, el danés Alan Simonsen y el goleador Enrique Castro “Quini”. Fue allí que decidió poner el punto final a su larga carrera, y la FIFA lo invitó a dar charlas ,por todo el mundo y se dedicó a la actividad periodística.

 

Herrera tuvo tres matrimonios. En 1937 fue obligado por su madre a casarse en Marruecos con Lucienne Leonard, una chica a la que conoció en un salón de baile y que estaba embarazada de ocho meses y con quien tuvo a Francis, y a Elena, en 1938, y Linda, en 1941. En 1942 nació Daniele, que moriría en 1945 por intoxicación.

 

En 1952, con María Morilla Pérez (con quien no estaba casado legalmente por no haberse divorciado de su primera esposa). Tuvo a Helenio Ángel y en 1957, a Rocío (fallecida en 2002), En 1976 adoptó a Luna, una niña de dos años, que estaba enferma y a quien encontró en un banco de la Plaza del Pino, en Barcelona, a quien acompañó para que la operaran en Italia. y en Roma conoció a su tercera mujer, Fiora Gandolfi, quien le dio su octavo hijo, Helios (1977)

 

Fue justamente Fiora (periodista, escritora, pintora) la que debió luchar incluso después de su muerte - el 9 de noviembre de 1997 en Venecia, después de dejar sus apuntes futbolísticos a quien consideraba su discípulo, Facchetti-, para que sus cenizas se alojaran donde Herrera quería, de cara al sol (“se ve que ahora de viejo tengo más frío”) y que cerca de su tumba se escuchara el sonido del mar. Ella, entonces, encargó una de estilo bizantino-veneciano. Sin embargo, apareció el primer problema en el cementerio de San Michele, por el cual tuvo que apelar al alcalde de Venecia, Massimo Cacciari, admirador del “Mago”: no fue bautizado, era hijo de un anarquista que lo invitaba a alejarse de la Iglesia, pero el reverendo Kleeman dio esperanzas cuando Fiora Gandolfi la explicó la voluntad de su marido.  Él examinó el proyecto de la tumba –explicó luego la viuda- lo encontró  adecuado y llegó el sí y entonces dije que pueden comenzar la operación del sepulcro, pero justo cuando los marmolistas estaban en plena operación, apareció una anciana profesora, Hanna Franzoi, que debió participar del sínodo pero que estuvo ausente y al enterarse se incendia, explota. “¿Quién, ese no cristiano? ¿Quién, un pateador? ¡Fuera, fuera, lejos de nosotros!” y entonces el reverendo Kleeman le explicó a Gandolfi que se necesitaban más reuniones, mientras se seguía esculpiendo la costosa tumba veneciana.

 

Fachetti llegó a decir en 2001, cuatro años después de la muerte de Herrera, y cuando el problema no se había resuelto, que Massimo Moratti (hijo de Angelo y también presidente del Inter) “está muy amargado por la situación y lo único que hay que esperar es que las conciencias sean sacudidas por la apatía actual y se encuentre la solución deseada por nuestro entrenador”. Incluso deslizó que el Inter estaba pensando en dedicar el campo de entrenamiento de La Pinetina.

 

Por fin, tras largas vicisitudes y luchas burocráticas, las cenizas de Helenio Herrera reposan en un nicho de mármol escondido entre la hiedra del cementerio evangélico anglicano de San Michele, y con la lista de todos los clubes y selecciones a los que entrenó, gracias a la intervención de la Reina de Inglaterra, Isabel II, como máxima autoridad de la Iglesia Anglicana a quien acudió Gandolfi (“Vaya, ¿el país que inventó el fútbol no hace un lugar digno a un mago del fútbol?”, le escribió a mano), y luego de que las cenizas estuviesen esperando destino final en una zona alejada del cementerio, con la escritura de “Errera” (sin hache) con un marcador, luego reemplazada por un imperceptible plato, y después de que su viuda organizara una recogida de firmas en internet y enviara una carta al programa “Italiani brava gente” de la RAI-1 para que se conociera la situación de su difunto marido.

 

Fiora Gandolfi escribió posteriormente el libro “Tacalabala, los pensamientos mágicos de Helenio Herrera”, en el que, además de los principales conceptos de su fútbol,  cita algunas de sus mejores frases, como “se juega mejor con 10 que con 11”, o “Juanito (por el delantero del Real Madrid) se marca solo (en vísperas de un clásico contra el Barcelona) o “Una vez un periodista me pregunto por qué sólo dirijo a equipos grandes. Pues porque los chicos no pueden pagarme” o “Muchos me creen omnipotente porque dicen que conozco todo. Eso no es verdad. Jamás conocí el fracaso y estoy orgulloso de eso”.

 

En 2005, Herrera fue elegido como el mejor DT de la historia de la Liga Española por el Centro de Investigación, Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE) con 293 puntos, por delante de Miguel Muñoz (291) y de Frederick Pentland (255) y en 2013, por la revista inglesa “World Soccer” como el cuarto mejor DT de la historia y el séptimo en 2019 por la revista “France Football”.

 

Francesco Valiutti contó en su libro “Breve historia del Gran Inter”, en 1997, que Herrera le dijo a un periodista “No soy un charlatán. Soy un hombre que llegó al éxito sufriendo y sufriendo. El éxito va para quienes lo merecen. Yo me lo merezco. Tengo el coraje de mis ideas y nunca me detengo. Si los jugadores del Inter me escuchan, pasaremos mucho tiempo juntos, y si no me escuchan, será peor para ellos”.

 

“El discurso –insiste el gran Gianni Brera-  es bastante simple y directo: como H.H. es el mejor de todos, obtiene los mejores resultados de todos. Lo llaman magia y él responde ‘trabajo duro’. Lo consideran tonto en el banco y nunca cambia nada desde el banco a propósito: un jugador ya se equivoca demasiado para hacer lo que tiene que hacer, como para obligarlo a hacer otra cosa. Su método es la lógica y la aplicación, el criterio analítico y la autoconfianza. Nadie en el mundo cree en H.H. tanto como él…Parecerá indigno y anormal. Es sólo normal y humano, con la diferencia de que los demás se esconden y él muestra lo que es”.

 

 
 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

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