lunes, 27 de abril de 2020

Cambian los dirigentes, pero la AFA es la de siempre





En pocas horas, los dirigentes del fútbol argentino tomarán, vía online debido a la cuarentena obligatoria por la pandemia del coronavirus, medidas de importancia que pueden marcar los próximos meses y en algunos casos, tal vez, los próximos años.
Pero lo que parece un cambio de época porque ya no preside la meda quien fuera sempiterno presidente, Julio Grondona, ya fallecido, o porque ahora, gracias a la tecnología, todos pueden aparecer en un zoom o cualquier otra red comunicacional gracias a los avances de internet en vez de los viejos y desvencijados sillones de la calle Viamonte, en realidad, sigue siendo un maquillaje que esconde los viejos vicios dirigenciales del fútbol nacional.

Si cuando asumió en la FIFA el ítalo-suizo Gianni Infantino en febrero de 2016, éste se presentó como la renovación que venía a transparentar el fútbol mundial, y sin embargo los neocios globales sólo modificaron las formas pero jamás el fondo, Claudio “Chiqui” Tapia representa algo parecido pero de cabotaje, aunque en este caso, las formas del supuesto cambio que nunca llega son mucho menos claras.

Digámoslo de una buena vez con palabras más sencillas: Tapía representa, aunque quiera mostrarse con otro ropaje acorde al siglo XXI, lo mismo que Grondona y de hecho, no es otra cosa que el neogrondonismo. Si a Don Julio lo representaba el poncho del caudillo y el anillo del besamanos, Tapia aparece con buzo y zapatillas (incluso con cordones desatados), y cadenas y peinado maceta, pero la base de sus acciones, con el contexto de cada tiempo y de cada circunstancia, son las mismas.
Si hay una diferencia de fondo entre ambos, es que la situación deportiva del fútbol argentino, y la institucional del país, sumado a la mucho mayor capacidad de Grondona, le permitieron a éste mantener una independencia del  poder político como nunca había ocurrido en la historia de la AFA  y pudo fundar simbólicamente el Partido de la Pelota de Fútbol.

Por el contrario, Tapia, con mucho menos nivel en todo orden, y con aliados sin mucha visión, pertenece a un tiempo con muchísima más influencia de la política nacional una vez muerto Grondona en 2014, y descongelada la situación que Don Julio pudo mantener en su reinado desde 1979 y por 35 años.

Sin embargo, Tapia mantiene el eje grondoniano en los hechos principales, a saber: 1) Mantenimiento del centralismo de Buenos Aires, el conurbano y el sector pampeano sobre el resto del país, lo que queda patente a la hora de votar y ante el inmovilismo de las estructuras institucionales, 2) desinterés por acabar con la violencia de fondo de los estadios con los mismos vicios y mañas del pasado, 3) Falta de planificación coherente hacia el futuro, con el gataflorismo de ir primero hacia un torneo de veinte equipos, para regresar en medio del camino hacia los treinta, de pasar de un torneo de calendario anual, a otro con el sistema de calendario europeo para volver al anual, 4) Aceptación sin chistar de la creación de una Superliga funcional al macrismo para presionar hacia un regreso a la AFA una vez que Macri perdió el poder y con permeabilidad al nuevo gobierno peronista, 5) Alianza con los sectores del ascenso y los clubes grandes como sostenimiento en el poder.

Si hay algo que además tiende un puente entre los tiempos de Grondona y el de Tapia pasa por los mismos factores que pesan a la hora de la verdad: el poder y el dinero. El resto interesa mucho menos a la dirigencia y todos se acomodan a lo que rige en cada momento, y lo que ayer fue de una manera, hoy es de otra y mañana, de otra muy distinta, o acaso la misma que ayer.

El poder hizo que el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, adquiriera peso entre los dirigentes (especialmente entre sus delfines de Tigre y Lanús), en una alianza con el nuevo eje de Boca (que pasó del peso de Daniel Angelici en el macrismo al de Jorge Ameal con el gobierno de Alberto Fernández), Independiente (Hugo Moyano, muy cercano al actual mandatario nacional), San Lorenzo (Marcelo Tinelli dio otro vuelco y forma parte de la Comisión de la Lucha contra el Hambre, además de estrechos vínculos con su compañero de dirigencia en San Lorenzo y actual ministro de Turismo y Deportes de la  Nación, Matías Lammens) y los siempre advenedizos Racing y Huracán. Si se les suma al antes díscolo River, que no quiso formar parte del Comité Ejecutivo hace tres años y ahora, cercano a Alberto Fernández, piensa en volver para no quedarse solo, puede entenderse por qué la Superliga no tiene más lugar, a poco de ser creada, cuando hace apenas tres años todos firmaron su conformación.

La Superliga, aunque supuso un control externo sobre los clubes, y avanzó en algunos negocios que pudieron dar rédito, jamás pudo sacarse el sayo de ser funcional al macrismo favoreciendo la idea de que en un futuro cercano, se aceptara que los clubes pudieran pasar a ser sociedades anónimas o al menos, aceptar que éstas manejaran el fútbol bajo amenaza de derogación del decreto 1212 de Eduardo Duhalde, que los eximía del pago de ciertas tasas impositivas. Entonces, una vez terminado el gobierno de Macri y sin Angelici en el poder futbolero, ya tenía sentencia de muerte pronta.

También desde el poder, aunque entroncado con los negocios, los clubes matan dos pájaros de un tiro reculando en sus escasísimas convicciones volviendo a derivar en poco tiempo en un increíble torneo de 30 equipos porque por un lado, permite el ascenso de clubes amigos y evita el  descenso de otros con los que hay que quedar bien por diplomacia, y al mismo tiempo, favorece que los canales de aire de TV se queden con hasta cinco partidos por fin de semana, dejando diez para los privados, en una especie de mini “Fútbol Para Todos”, explicado, además, como con escasos gastos estatales porque en el reparto de los canales de aire, sólo uno es público pero no implica un gasto en el telespectador. Eso sí: aún habrá que aclarar quién producirá las transmisiones, el quid de la cuestión. ¿No será, por fin, el monopolio, o se favorecerá a los de siempre?

Pero esto del nuevo formato del negocio de la TV tiene, como ya lo pensó Don Julio (ninguna iniciativa futbolera es original en este tiempo), un costado económico, y es que quince partidos por fin de semana, aunque desluzcan la calidad del espectáculo, significan una paga mucho mayor que doce, y a su vez permite contentar a muchos actores, e incluso al público que no puede pagar el abono televisivo.

Pero siempre, en todos los casos, tanto con Don Julio como con “Chiqui”, queda afuera el verdadero debate, el de plantearse hasta cuándo la AFA seguirá siendo unitaria en vez de federal, hasta cuándo la AFA retendrá todo el peso de los votos en Buenos Aires y el conurbano, sin importarle el resto del país, y hasta cuándo sus torneos seguirán siendo tan excluyentes de equipos importantes de todo el país, como hasta ahora.

Acaso la misma pregunta puede girarse a los dirigentes de clubes de todo el país, que permiten sin chistar que por tantos años esto ocurra, y por lo que no dejan de recibirlas migajas de las sobras. Las veces que intentaron algo distinto, lograron ventajas, aunque mínimas, como los Nacionales en los Sesenta, el decreto 1309 en los Setenta, el Nacional Ben los Ochenta, y la Copa Argentina en la última década. Pero están lejos de armar aquella Unión de Clubes del Interior (UCI) que casi genera un descalabro y pone al fútbol argentino patas para adelante.

Llama la atención que nunca sea hora de grandes cambios, de torneos con formato nacional, de pensar en estructuras más acordes a la geografía y a los intereses de todo el país.

Por eso, Tapia y Grondona son distintos de forma, pero demasiado parecidos de fondo. Ambos son, naturalmente, conservadores. Y ninguno quiere que se les quite el privilegio. Por eso, Tapia asumió planteando un gobierno por tres años y ya habla de reelección y por eso mismo, si Tinelli “se indignó” en el patético 38-38 hace cuatro años y medio, tan pronto se abraza con los que estaban del otro lado de la mesa. Y es porque aunque les cueste decirlo en público, a todos les da lo mismo. Y nadie pone el grito en el cielo. Si no, otro gallo cantaría, pero todo sigue igual.

Es el momento de un gran torneo nacional

jueves, 16 de abril de 2020

Que el fútbol argentino pare de manguear 2

¿Cuándo se jodió el fútbol argentino?

Omar Labruna: “Mi papá decía que River era la Casa Blanca, que nunca había que irse de allí” (Infobae)




Con 63 años recién cumplidos, Omar Raúl Labruna, además de asumir recientemente como entrenador de Nueva Chicago, con el propósito de evitar el descenso a Primera B –ahora, con trabajo interrumpido por la pandemia del coronavirus-, es nada menos que el hijo de Ángel Amadeo, símbolo absoluto de la historia de River Plate, y a quien tuvo como director técnico durante el gran ciclo de los “millonarios” entre 1976 y 1981.

-         ¿Cómo va llevando esta cuarentena?
-         Estoy todo el día en mi casa y disfruto de lo que puedo, en una situación nueva.  Limpio habitaciones, baldeo el balcón, estoy hecho un amo de casa (risas). Tengo a dos de mis cuatro hijos conmigo. Los otros dos ya son independientes y cada uno está en su casa. La señora que viene a limpiar se ofreció a venir desde Pilar a Olivos, donde estoy, con un permiso, pero le dije que se quedara en su casa. Es lo mejor para todos.

-         Acaba de asumir como director técnico de Nueva Chicago, cuando quedan muy pocos partidos para terminar la temporada en el Nacional B y el equipo está en una situación muy comprometida, aunque ahora todo se interrumpió por la pandemia del coronavirus…
-         Sí, asumí en Nueva Chicago, que atraviesa una situación delicada, pero es un club por el que tengo un gran cariño, porque allí logramos el ascenso desde Primera B al Nacional B en 2015 y vine a darle una mano. Ya sacamos un empate como visitantes ante Ferro y soy optimista pero no pude volver a ver a los muchachos del plantel y lo que podemos hacer son trabajos de mantenimiento con el preparador físico, pero por supuesto que nada es lo mismo.

-         ¿Y cómo se maneja una situación como ésta con el plantel?

-         Cuando dejamos de entrenar, apelé al profesionalismo de cada uno, a que se cuiden, a no subir de peso. Pero después, está en cada jugador y sobre todo, en la toma de consciencia de lo que se están jugando.

-         Más allá de lo que usted es en el medio, con su propia carrera de futbolista y de director técnico, lleva un apellido ilustre, como futbolista (uno de los dos máximos goleadores de la historia del fútbol argentino, además de crack) y como entrenador, como es Labruna. ¿Qué cosas pudo tomar de él para ejercer en esta profesión?
-         El mejor espejo que pude tener es el de mi padre, a quien tuve como entrenador en River nada menos que entre 1976 y 1981, cuando se ganaron cuatro títulos (y dos más en 1975). Él era un gran formador. Tenía un muy buen ojo para elegir jugadores, pero además, era un gran psicólogo para tener contento a todo el plantel, cosa nada fácil. Tomé cosas de él pero igualar lo que él hizo, es muy difícil, pero es cuestión de mentalizarse y seguir creciendo y uno trata de impulsar el buen fútbol, ofensivo pero a la vez, equilibrado. Como ayudante de Ramón Díaz, en los Noventa, ganamos así siete títulos.

-         Mencionó a Ramón Díaz, a quien tuvo de compañero como jugador y director técnico. ¿Puede decirse que de todos los DT es el más parecido a su padre?
-         Sí, creo que es lo más parecido. Yo, además, lo tuve como compañero de habitación. Él es un muy buen motivador, un tipo práctico, que transmite cosas sencillas a los jugadores y que los hace sentirse ganadores. En los Noventa, los dos asumimos jóvenes en aquel plantel que ganó tantas cosas. Yo tenía 37 años y él, 35. Él hizo una gran experiencia jugando muchos años en la selección argentina y en Europa y tomó cosas de (César) Menotti, (Arrigo) Sacchi, o (Giovanni) Trappatoni, y además, a la hora de las declaraciones es pícaro con sus jueguitos, o haciendo chicanas, como lo que en aquel momento hacía cuando Mauricio Macri era presidente de Boca, aunque siempre con respeto.

-         Tanto su padre como Ramón, cada uno en su época de DT, hicieron cambios tácticos fundamentales, como en los Setenta, colocar a Emilio Commisso como cuatro volante por Oscar Ortiz, o en los Noventa, el ingreso de Juan Pablo Sorín como volante en la Copa Libertadores.
-         Así es. En los Setenta, se jugaba 4-3-3 pero Merlo se volvía loco en el medio para marcar solo, y en un partido ante Independiente, sabiendo que estaría enfrente Ricardo Bochini, mi papá decidió jugar con un cuarto volante “ventilador” para ayudar en la contención y así liberar a J.J. López y a Alonso. Fue para equilibrar porque a mi papá siempre le interesó el fútbol ofensivo. No fue un cambio defensivo sino de equilibrio. En los Noventa, nosotros hicimos eso de colocar a Sorín por delante de Diego Placente en los partidos de visitantes en el exterior pero de local jugábamos distinto.

-         ¿En qué nota más el cambio en el fútbol desde aquellos años Setenta, cuando usted jugaba, a la actualidad?
-         Uh, en aquellos años Setenta, cuando mi papá era DT de River, era un equipazo, con grandes jugadores. Me costaba entrar porque en mi puesto estaban Norberto Alonso, Alejandro Sabella, luego vino el uruguayo Juan Ramón Carrasco. Mi papá tenía una frase de cabecera, “De River no hay que irse nunca”. En esos tiempos, los planteles duraban mucho y el nuestro era la base de la selección campeona del mundo de 1978. Los únicos que se fueron al exterior fueron Daniel Passarella o Ramón, pero el resto jugaba años con la misma camiseta. Ya en los Noventa, los equipos tenían menos espacio para desplazarse, y también hubo un mayor desarrollo físico. En las relaciones sociales, cuando yo era jugador, nosotros casi no hablábamos, lo hacían los referentes. Después, eso se fue perdiendo o reconvirtiendo, porque supongo que en River hoy deben pesar más Leonardo Ponzio o Javier Pinola.

-         ¿Y en cuanto a la función de DT?
-         Yo creo que hoy los DT tenemos más facilidades. Si usted observa los cuerpos técnicos, hoy lo componen, al menos en River, unas 15 a 17 personas. En la época de mi papá eran él y el ayudante de campo y el preparador físico, 2-3 personas y ya en los Noventa éramos unos 6, apareció la función de entrenador de arqueros, por ejemplo. Hoy, Marcelo Gallardo dispone de tecnología, una neurocientífica, etc.

-         Ya que estamos con Gallardo, ¿cómo lo ve?
-         A pesar de su juventud, tiene una clara base riverplatense. Él tiene muy claro lo que significa River porque se formó en el club: ser protagonista, laterales que pasen al ataque, vocación ofensiva, y si se fija, mantiene ese triángulo atrás que ya formaba mi papá con Reinaldo Merlo y los dos centrales, nosotros en los Noventa con Ramón Díaz lo hacíamos con Celso Ayala, Eduardo Berizzo y Leonardo Astrada y ahora lo hacen Lucas Martínez Quarta, Javier Pinola y Enzo Pérez, o antes lo hacían Jonatan Maidana, Ramiro Funes Mori y Leonardo Ponzio. Ahora, el juego se asemeja mucho: vertical y en este caso, muy acentuado en la parte física, la recuperación de la pelota. Nosotros éramos más vistosos y una de nuestras características era la tenencia de la pelota, pero hoy se ve un estilo, una clara conducción y un eficiente cuerpo técnico.

-         Siendo usted tan riverplatense, ¿cómo lo tomó el descenso en 2011?
-         Estaba dirigiendo en Chile al Colo Colo y por supuesto, con dolor, con lágrimas.

-         ¿Y qué hubiera dicho su padre? ¿Lo llegó a pensar?
-         Él no lo habría podido creer, porque para él River era la Casa Blanca, un monstruo. Pero el descenso no fue por la última temporada, sino el resultado de un proceso, de una mala elaboración de los planteles. Lo que seguro que hubiese pasado es que mi papá habría estado al pie del cañón para ayudar, como en ese año lo hizo Matías Almeyda o la hinchada de River, que en el Nacional B reventó todas las canchas con pasión para acompañar al equipo.

-         Siguiendo con Ángel Labruna y lo que usted decía antes acerca de que él sostenía que de River no había que irse. ¿Tuvo la chance de emigrar en esos casi 21 años en la Primera millonaria?
-         Claro muchas veces. Por ejemplo, en los Cincuenta, la Juventus lo vino a buscar y como no quiso, terminó yéndose Enrique Omar Sívori, que fue una gran estrella en Italia y con el dinero de esa transferencia, River cerró la “Herradura” del Monumental y construyó la parte baja. También tuvo otras ofertas de Italia, del Elche de España, del América de Cali. Pero River fue su vida, su casa, su pasión. Hoy es distinto, y lo entiendo. Los jugadores priorizan su futuro y hoy, con 15-20 partidos, se van al exterior.

-         Su padre integró acaso el mejor equipo de la historia del fútbol argentino y del mundo, “La Máquina” de los años Cuarenta. ¿Qué le contaba de esos tiempos?
-         Además de ser un enorme equipo, eran como una familia. Hace nos días nos dejó Amadeo Carrizo, que era un hermano para él. En esos tiempos, iban todos a veranear juntos a Mar del Plata. Hoy hay compañerismo y habrá quienes comparten momentos fuera del fútbol pero después, al cambiar de equipo o irse al exterior, se pierden por el camino. Lo que mi papá decía es que en “La Máquina” se entendía de memoria con los dos wines (se jugaba con extremos bien abiertos), como Juan Carlos Muñoz y Félix Loustau, aunque siempre dijo que para él, José Manuel Moreno fue el mejor jugador que vio, el más completo. Un “ocho” de gran técnica y de un físico extraordinario, aunque también halagaba mucho a Pelé (coincidió menos con Diego Maradona). A Pelé lo enfrentó cuando el brasileño era muy jovencito.

-         Siempre se dijo que su padre era muy cabulero
-         Sí, así fue. Por ejemplo, en una oportunidad viajábamos en micro a Santa Fe y él se había encariñado con una corbata que le había regalado el modelo croata Ante Garmaz (que era fanático de Boca). Lo que pasó es que esa corbata originalmente era azul y mi papá le dijo “azul no”…y Garmaz le agregó en el medio una franja roja con fondo blanco y usándola , River fue bicampeón en 1975 luego de 18 años sin conseguir un título, y no se la sacaba nunca. Y en ese viaje en micro, allá por 1979-1980, guardó la corbata en el valijero y a alguno se le ocurrió la idea de sacarla de ahí y tirarla por la ventana. Al llegar al hotel, mi papá estaba desesperado porque no la encontraba y entonces entre (Ubaldo) Fillol, Merlo y “Jota Jota” López le dijeron la verdad de lo que había ocurrido, y nos hicieron volver a todos con el micro a la ruta, y más o menos a la altura de donde tiraron la corbata, bajamos todos a la banquina a buscarla, y hasta que no la encontraron, no regresamos a Santa Fe.

-         Muy gracioso…
-         Yo la cedí al Museo de River.

-         ¿Alguna otra cábala que se acuerde?
-         Muchas, pero una clásica era esa de meter un gol con el arco vacío antes de los partidos, porque cuando estuvo en una racha sin marcar, su DT de entonces, José María Minella, le recomendó que se hiciera amigo del gol pateando sin arquero, y así volvió a meter goles.  Y siempre le gustaba caminar las cuatro cuadras desde la avenida Quinteros, donde vivíamos, hasta el Monumental, en la mañana de los partidos. Iba a la casa de su mamá a tomar mate y afeitarse y luego hacía esa caminata pensando en el partido, en lo que podía pasar. Era un rato que él necesitaba. Decía “así me distraigo y de paso, camino”.

-         También era muy burrero.
-         Muy. Le gustaban mucho los caballos. Era amigo de Irineo Leguizamo y de otro jockey, el chileno Eduardo Jara. Allí, en el mundo del turf, se la pasaba firmando autógrafos.

-         Decían que en la cancha era un gran cascarrabias
-         Lo era, especialmente con los árbitros, aunque en mi casa era todo lo contrario. Un tipo tranquilo, simple, amigo. De todos modos, casi nunca lo expulsaron. En la cancha entregó todo. Lo echaron mucho más como DT. “Detrás de la línea, uno se transforma”, decía.

-         Usted tuvo un hermano que falleció
-         Así es, Ángel Daniel, que era un gran jugador. A él lo hizo debutar en River el “Toto” Juan Carlos Lorenzo. Él era de la categoría 1948 y tenía una técnica extraordinaria pero se tuvo que operar de los meniscos y en la operación notaron que tenía temperatura y le descubrieron una leucemia. Yo era muy chico. Mi papá nunca lo pudo superar. Mi hermano tenía 20 años.

-         Su padre fue el hacedor de grandes equipos, aunque en general lo primero que surge es el River entre 1975 y 1981…

-         Claro, por ejemplo, el Rosario Central campeón del Nacional de 1971, un gran equipo que dejó un excelente recuerdo, al punto de que cada vez que fui como director técnico rival al Gigante de Arroyito e iba a ocupar el banco, siempre me aplaudían. Aquel torneo fue el de la famosa palomita de Aldo Poy ante Newell’s Old Boys.  Rosario Central nunca había sido campeón argentino en el profesionalismo hasta aquella vez.

-         ¿Y nunca dijo nada su padre sobre el hecho de no haber podido dirigir nunca a la Selección?
-         No tengo dudas de que le habría gustado, pero cuando le preguntaban, él solía decir “yo ya dirijo la Selección, que es River”. Tal vez pudo serlo después de que River fue bicampeón en 1975, pero Menotti ya había asumido en 1974.

-         ¿Tuvo algún jugador preferido como DT?
-         Dirigió a grandes jugadores, pero tenía gran debilidad por el “Beto” Alonso. Lo dirigió en 1975, el año del bicampeonato. Un jugador extraordinario, con más de diez años en la Primera de River, además de número diez, zurdo, con cabezazo, tiros libres. Creo que hoy si lo vinieran a buscar para llevárselo, no tendría precio. También le encantaban otros como  J.J. López, Passarella o Fillol, pero Alonso era lo máximo.

-         En el final de su carrera, también dirigió y tuvo éxito en Talleres de Córdoba y Argentinos Juniors.
-         Sí, al equipo de Argentinos que luego ganó dos torneos seguidos (1984 y 1985) y la Copa Libertadores y que hizo gran papel en aquel partido de la Copa Intercontinental en Tokio ante la Juventus, lo comenzó a armar él. En 1983, en un octogonal, eliminó a Boca en el Monumental, y luego a River. Esa vez, en el José Amalfitani, pasó por un túnel que había detrás del arco donde estaba la hinchada visitante y lo ovacionaron, ¡Y River había quedado eliminado! Ahí sí, me dijo que de la emoción, le temblaron las piernas. Él se llevó a Argentinos Juniors a Fillol y a Juan José López. Pero murió en septiembre de 1983, luego vino Roberto Saporiti y terminó de armar ese equipo que luego ganó muchas cosas, también luego con José Yudica.

-         ¿Llevar ese apellido atentó contra usted como jugador?
-         Era una mochila enorme a través del tiempo, porque las comparaciones no ayudaron, pero lo importante es que la gente me reconoce, y especialmente a través de mí, lo que fue mi papá y que tenemos la comunión y la sangre riverplatense. Que el Día del Hincha de River sea el día que era su cumpleaños (28 de septiembre), tenga una estatua en la puerta del club o que el puente de la zona del Monumental lleve su nombre, es un gran honor.

-         Aún siendo tan riverplatense, nunca tuvo problemas con los rivales.
-         Por supuesto, siempre hizo todo con mucho respeto. Lo de él era sacar ventaja en el juego, en la cancha.

-         Cuando debutó Antonio Rattín, en un Superclásico, y al poco tiempo de comenzar, le hizo una falta dura, se levantó y le dijo “tranquilo, pibe, que vas a jugar muchos partidos así en tu carrera”.
-         Es que él era así. Todo por River, pero con respeto al adversario.









viernes, 10 de abril de 2020

Patricio Hernández, aquel “diez” intelectual que siente a Estudiantes como una familia, que toma al fútbol como una escuela de vida, fue dirigido por Bilardo y Menotti, y que ama a la pelota (Infobae)





-         Venis de una casa de intelectuales, algo no muy común en el fútbol. ¿Cómo era tu familia original?
-         Provengo de San Nicolás de los Arroyos. Héctor, mi padre, era abogado y escribano, pero nunca ejerció ninguna de las dos profesiones porque su vocación era ser maestro de escuela. Fue maestro, director y fundó dos o tres escuelas en San Nicolás y entre ellas, la de la cárcel de la ciudad y hasta alguna escuela rural o técnica. Mi mamá también era maestra y de alguna manera, sus siete hijos, cada uno en su profesión o vocación, fue docente. Mi hermano Héctor, abogado, es doctor en filosofía del derecho y tiene escritos más de quince libros sobre filosofía, política, nacionalismo y temas de actualidad. Mi hermana Graciela es psicopedagoga, profesora de inglés y más de diez libros escritos de pedagogía para primaria y secundaria y como Héctor, da también clases en la UCA.  Mi tercer hermano fue Rafael, ya fallecido, sacerdote, que cuando estuvo en la diócesis de San Nicolás tuvo acercamiento con Jorge Bergoglio, el Papa. Luego viene mi hermano Miguel Ángel, profesor de educación física, que es el padre de los chicos que juegan al rugby (Juan Martín y Nicolás) y al hockey, en Las Leonas (María de la Paz), después vengo yo, una hermana ya fallecida que era profesora de francés, y mi hermano Francisco, profesor de educación física.

-         Más allá de que jugaste en muchos equipos, sos un símbolo de Estudiantes. ¿Querías jugar allí por complacer a tu padre, que era hincha del club?
-         Complacer a mi padre, no. Había cosas más importantes que complacerlo, que jugar en Estudiantes, en Boca o en River. La vida nuestra iba por otros valores, por otros significados.  Si bien el “Cabezón” Enrique Omar Sívori me quería llevar a River, como también Boca, Racing, o Rosario Central y Newell’s, que eran los clubes cerquita de San Nicolás, yo elegí Estudiantes de La Plata porque mi papá era hincha pero fundamentalmente porque nosotros teníamos 12-13 años, íbamos siempre a la ruta donde pasaban los equipos para jugar en Rosario o Santa Fe y veíamos a todos cuando paraban en San Nicolás para comprar damajuanas de vino y se portaban mal, hacían ruido, molestaban a las chicas, cuando llegó el plantel de Estudiantes, menos Bilardo, que bajó de remera, todos los demás jugadores estaban de camisa y corbata y cuando se tuvieron que ir, que era el famoso plantel que ganó tres Copas Libertadores y la Intercontinental, se levantó Osvaldo Zubeldía, y todos en silencio agradecían uno por uno a los mozos y la gente que estaba ahí.

-         Solés decir que sos partidario de jugar mucho con la pelota en los años de categorías juveniles pero que entre los 12-14 años, siendo adolescente, no eras tan bueno jugando y que te hiciste crack gracias a andar mucho con la pelota, algo que parece que ahora fue reemplazado por mucho trabajo físico, en la Argentina, hasta hace poco.
-         -Lo escribí en mi libro (“Mi fútbol y yo”). Para llegar hacen falta dos caminos. Primero, la vocación, que no es sinónimo de talento natural o facilidad. Vocación significa cariño y ganas. Tantas ganas que el sentimiento no me permite alejarme ni un día del juego. Tanto cariño que pueda pasar horas y horas haciendo jueguito o divirtiéndome e ir haciendo un futuro profesional. Y segundo, la perseverancia, que es bastante más que practicar cuando todos lo hacen o jugar lo mejor posible los noventa minutos. Es suspeditar cada segundo de mi vida al fútbol y que cada minuto de ella me convoque a mejorar. Significa que estoy dispuesto a transpirar y a sufrir si hiciera falta para llegar a una relación sentimental con la pelota, y transferirle a la gente, con el tiempo, la alegría que entre los dos podemos producir. Yo no era tan hábil pero tenía la vocación de estar las 24 horas queriendo estar en una cancha de fútbol. En cuanto a que se hace trabajo más físico que con pelota, esa no es la escuela de Estudiantes, porque trajo mucha metodología sobre todo del Milan cuando disputó aquellas finales intercontinentales, y Zubeldía y Bilardo habían ido a ver entrenamientos de divisiones inferiores y por eso luego copiaron eso de tener jugadores en pensiones, entrenamientos en doble turno, muchas prácticas con la pelota, y por eso yo tuve una preparación mixta muy buena, tanto física como técnicamente. Era un club que privilegiaba toda la semana hacer trabajos con pelota.

-         ¿Es cierto que tu pase al Milan se cayó y que gracias a tu trasferencia al Torino, pudieron comprar varios jugadores y salieron campeones?
-         Yo debuté con Bilardo como DT en 1974 y jugué en Estudiantes hasta 1981 inclusive porque en 1982 no podíamos participar los que íbamos al Mundial de España. En principio me había comprado el Milan pero se detectó que desde años anteriores había participado en el “Calcio Scomessa” (caso de apuestas clandestinas) y le hicieron descender a la Serie B. En ese contrato, yo podía ir a la Verona, a la Sampdoria o al Torino pero elegí Torino porque tenía el sueño de jugar en el estadio en el que estuvo Sívori (que era de San Nicolás como yo), en el Comunale de Turín, y era un club con más historia que los otros. Bilardo me dijo en ese momento “si te querés quedar, quedate pero vamos a sufrir mucho. Si vos te llegás a ir, vamos a poder comprar 5-6 jugadores para intentar estar entre los dos o tres primeros. Tal fue así que compraron 14 jugadores, entre ellos a Marcelo Trobbiai, Alejandro Sabella, Ángel Landucci, Miguel Lemme, Juan Carlos Delménico, y fueron campeones.

-         ¿Qué es Estudiantes para vos? Se habla mucho como familia, mentalidad…porque siendo un club de clase media argentina, tiene 4 Copas Libertadores.
-         Estudiantes es la prolongación de mi familia. Me contuvieron, me quisieron, me hicieron progresar. Bilardo, que era el entrenador mío en la Primera, me firmaba el boletín de calificaciones. Iba a hablar por cualquier problemita mío. Tenía ejemplos en él, en Carlos Pachamé, en Raúl Madero para estudiar, para invertir. Fueron hermanos mayores para mí.

-         Alguna vez hablaste de Estudiantes desde los tipos de inteligencia.
-         Sí, en mis charlas o en los congresos en los que participo, digo que Estudiantes reúne distintos tipos de inteligencia: teórica, intelectual, práctica, social, analítica. Pero hay una inteligencia instrumental en la que se hospedan tres grandes residentes: el orden, la constancia y la voluntad, que es la capacidad para ponerse metas y conseguirlas, aunque cueste. Y en Estudiantes te enseñan eso, que una persona con voluntad, en la vida consigue casi todo. Pero por supuesto que la voluntad necesita de un entrenamiento previo a base de pequeñas batallas.

-         ¿Qué es Carlos Bilardo para vos? ¿Es cierto que se pelearon alguna vez hasta las manos cuando eras jugador?
-         En primer lugar, era un ídolo, cuando jugaba, y yo era hincha de Estudiantes. Después fue mi maestro, mi tutor, y terminó siendo mi amigo. Por lo tanto, es una de las personas que yo considero como un hermano mayor, con el afecto que se le tiene a la gente de la familia y todos los días rezo para que cuando se tenga que ir, se vaya en paz. Tengo miles de anécdotas con Carlos, pero cuento una anécdota de 1975. Yo tenía 19 años, y él me dice en la utilería del club, “van a venir Benito y Reguera, de Vélez”, y yo le pregunté “Pero…¿cuántos años tiene Reguera?” y cuando me dijo 29, le dije “¡es viejo!” y me respondió “sí, pero corre. Zubeldía me dijo que mete, lucha y juega mucho para el equipo”. La charla quedó ahí. En los ochenta él me fue a visitar a Italia, yo ya tenía 28-29 años y me dijo “tengo que llevar a la Selección gente de 22-23 años” y yo le dije “No, Carlos, yo tengo 27-28 y estoy nuevo” y él me dijo “ah, pero una vez en 1975 estábamos en la utilería y te comenté que venían Benito y Reguera y vos me decías que eran viejos, y ahora que vos te acercás a esa edad, decís que sos joven”.

-         Tuviste como DT a Bilardo y a César Luis Menotti y tenés muy buena relación con los dos. ¿Qué te dejaron cada uno de ellos?
-         Siempre digo que no hubo mejor entrenador para mí que Bilardo en mi etapa formativa ni mejor, en mi etapa profesional, que César Luis Menotti, un sabio del fútbol. De Carlos rescato la contracción al trabajo, la perseverancia y de esos tres huéspedes que se alojan: orden, constancia, voluntad, sentido táctico, y que para llegar, hay que transpirar. De César rescato que se puede ser muy feliz jugando al fútbol. Cuando en 1979 tuve la primera convocatoria a la Selección, él hizo que todos mis sueños se pudieran realizar. Yo le debo mucho porque desde que lo tuve a él, pude disfrutar del fútbol como un motivo artístico, sublime. Él enalteció mi fútbol. Y eso no tiene precio.

-         Dijiste que no fuiste feliz en tu paso por River en 1986 porque no era tan artesanal…
-         Lo que yo dije de River es que no fue un fruto del trabajo semanal. River es un capítulo muy importante en mi carrera porque me regaló la convivencia con un plantel formidable, integrado además por seres humanos excelentes que reuniendo las dos cualidades ganó la Copa Libertadores y la intercontinental en 1986. Nunca me divertí tanto y lo pasé tan bien en un plantel como aquella vez. Aún hoy continuamos siendo amigos. En River, desde el momento en que firmás el contrato, te miman de una manera extraordinaria, Te hacen sentir que sos el mejor del mundo. Después tuve la posibilidad de estar con el “Tolo” Américo Gallego, como parte del cuerpo técnico y trabajás siempre en un ambiente muy distendido, muy profesional, te cubren todos los pequeños detalles y te hacen vivir en armonía, feliz. 1986 fue el año de mayor felicidad mía como profesional.

-         ¿Qué te dejó el paso por Argentinos Juniors y otros equipos que pasaste en el final de tu carrera?
-         Viniendo de Italia y de River, no podía creer que en La Paternal, la cancha era dura como la de basquetbol, muy chiquitita. Y veía al “Checho” Sergio Batista,  a José Luis Pavoni y a todo ese equipo que venía de salir campeón de América y después los “pibes” como Fernando Redondo o Fernando Cáceres, lo bien que jugaban a la pelota. Era el potrero en su máxima expresión. En Argentinos Juniors se respira fútbol en cada uno de sus pasillos y tablones y mientras se conserve esa esencia, es imposible que el fútbol muera. Argentinos es el potrero profesionalizado.

-         ¿Qué fue para vos jugar en el Calcio, en el Torino y en el Áscoli?
-         Al Torino lo llevo en mi corazón porque llegué de Estudiantes y la Selección y me encontré con una estructura súper profesional que me permitió dedicarme las 24 horas al fútbol y pensar solamente en el fútbol. Era un viejo sueño mío jugar en la tierra de Don Bosco porque yo me crié en un colegio salesiano y además, jugaba en la tierra en la que Sívori fue un monstruo sagrado. Ahí nació mi primera hija. Fue una cosa maravillosa y años inolvidables.

-         Alguna vez dijiste que como entrenador no tuviste la suerte que tuviste como jugador. ¿Por qué razón? Porque fuiste un jugador fino, racional, que trabajó en varios grupos distintos, jugaste en México, en Italia.
-         Creo que al no haber tenido las mismas posibilidades de triunfo que como jugador se debe a una falta de adaptación mía hacia el dirigente argentino. Me pasé muchísimas décadas, ya sea como jugador en mis vacaciones, o como entrenador, tratando de perfeccionarme en Alemania, Francia, España, Italia viendo el fútbol profesional en su máxima expresión y tal vez querer imponer muchas veces esos criterios en un fútbol semi profesional como el argentino, resulta chocante para quien paga, tener una persona que generalmente lo incomoda. No obstante eso, tengo mis logros personales que me han hecho feliz, como tener jugadores a los que le di la posibilidad de expresarse en el fútbol profesional y que de alguna manera he sido su maestro. Tuve satisfacciones como la de Bánfield en 1997, que fue la única posibilidad que tuve de elegir todos los jugadores pero desgraciadamente se cortó el contrato porque no le pagaban a los jugadores por más de un año, pero ese equipo le llegó a sacar 13-14 puntos al segundo en el Nacional B. En Estudiantes hubo que recomponer las bases de la tradición histórica porque venía de muchísimos caos institucionales, por lo tanto es muy difícil para mí trabajar en el fútbol argentino por mi manera de ser, porque soy demasiado pretencioso con los ideales del fútbol.  En definitiva, creo que soy un romántico.

-         Solés decir que Estudiantes tuvo tres fundaciones como club. ¿Por qué?
-         La primera es que Estudiantes nace y se va de Gimnasia y Esgrima para jugar pura y exclusivamente al fútbol. Eso lo hace ya un club de fútbol al 101 por ciento. A ese club le pusieron Estudiantes porque eran estudiantes de todo el país que venían a La Plata y jugaban al fútbol por eso se desarrolló lo fundacional acerca de la familia del club. Como venían del interior, la gente de La Plata la llevaba a comer o a dormir, que fue una tradición que se mantuvo y que se fomentó mucho en los años Treinta con aquellos “Profesores”. Eso hizo que Estudiantes tuviera esa familiaridad histórica. La segunda fundación fue la de Zubeldía. Porque a esa familiaridad le dio trabajo, éxito, ganar títulos y a partir de ahí, el club completa un ADN como marca registrada: un club de hermanos, de amigos, pero que busca el triunfo. Y la tercera es la de Juan Sebastián Verón porque pudiendo ganar millones de euros en el exterior, elige Estudiantes, provoca una revolución, sale campeón argentino y de América, es presidente. Y de esta manera, Estudiantes vuelve a tener un arraigo en el fútbol argentino.

-         Fuiste muy amigo del “Tata” José Luis Brown. ¿Alguna anécdota que puedas contarnos?
-         Cuando se cumplían once años del Mundial 1986, nosotros justo estábamos de gira por México con Bánfield. Entonces yo hablé allí con una gente de DF y pedí entrar a la cancha del estadio Azteca. Y le dije al Tata Brown, que estaba conmigo, que por favor me acompañara que tenía que ir a ver a alguien. Ya cuando tomamos por la avenida que desembocaba en el estadio, el Tata se dio cuenta de que estábamos cerca y se empezó a poner tan nervioso que empezó a lagrimear. Le dije que se quedara tranquilo que estábamos yendo al estadio. Estábamos con el utilero (Pocho Mazzina) que él y yo llevamos luego a Estudiantes. Abrieron las puertas del Azteca y él nos hizo revivir el gol que hizo en la final. Dónde fue el centro de Burruchaga, para dónde salió gritando el gol. Fue un día de muchísimas emociones y después los llevé a un restaurante para homenajearlo por el aniversario de un título extraordinario que volvió a poner a Estudiantes en el tapete, en la cima del mundo por Bilardo, Pachamé, el doctor Raúl Madero, que era el médico del plantel, y el profesor Ricardo Echeverría, una persona genial.

-         ¿Cómo es el presente de Patricio Hernández?
-         Mi actualidad es seguir aggiornándome de lo que pasa en el fútbol y doy charlas en donde me convoquen, como en distintas provincias argentinas, México, Uruguay y Estados Unidos. Me preparo didácticamente para tratar de que el mensaje de todos los maestros que tuve y lo que aprendí, poder regalársela a entrenadores y preparadores físicos jóvenes. Me dedico a eso y a actividades agropecuarias.

-         ¿En qué momento está el fútbol argentino actual?
-         Hubo un liderazgo muy fuerte de uno de los mejores dirigentes de la historia, Julio Grondona, y hay una acefalía momentánea, o están en un aprendizaje que hace que el actual fútbol argentino sea parecido al de los años Setenta, donde hay mucha confusión, mucho cambio de entrenadores en la Selección y se pasa de una tendencia a la otra intentando buscar soluciones mágicas. En esos años setenta no fuimos al Mundial de México porque no le pudimos ganar a Perú y Bolivia.

-         ¿Cómo ves lo que pasa con la AFA y como se trabaja en las divisiones inferiores?
-         Creo que se trabaja en un diez por ciento de la capacidad de los chicos y del hombre argentino. Los entrenadores no estamos preparados ni metidos para la difícil problemática que tienen hoy los jóvenes pero no les podemos transmitir la pasión y vocación para que sean mejores futbolistas. Nos falta pedagogía, trabajo, dedicación. Los equipos, hoy, aún los de élite, tienen problemas para que sus jugadores coman, viajen, estudien.  Sin ninguna duda se avanzó pero estamos lejos del mundo porque faltan maestros de calidad. Y la Selección no está ajena a eso y estamos esperando que alguien nos salve o un jugador, en este caso Messi, nos salve y no se resfríe. El haber cambiado tanta cantidad de entrenadores en los últimos tiempos (siete u ocho cuando en Alemania hubo sólo uno) hace que esa incongruencia se refleje en los resultados. Se tiene que hacer un proyecto a mediano y largo plazo, respetarlo, como se hizo en 1974 con David Bracutto, Menotti y Alfredo Cantilo, a cuatro y a ocho años y allí podríamos enderezar el barco.

-         Al venir de una familia intelectual, ¿no fue un choque encontrarte con un ambiente como el del fútbol tan distinto y más humilde y ligado a otra cultura?
-         Yo creo que a los jugadores de fútbol nos une la pasión. Entonces yo tengo en Bilardo, Brown, el “Tolo” Gallego, muchísimos jugadores de River de 1986, “Miguelito Russo”,  gente que tuvimos la misma vocación, las mismas ganas de triunfar y el fútbol nos unió, no nos desunió.  Por supuesto que podés ser independiente, basta que en la cancha o en el entrenamiento convivas sanamente. Para mí no hubo un choque entre el intelectual y gente más simple. En ese sentido el fútbol opera como un gran igualador social. Nos equipara mucho con el mismo uniforme las mismas canilleras, el mismo sueño, el escuchar a un entrenador que nos da una orden. El fútbol me dio una educación para perseverar en la vida. Es una gran escuela de vida aunque no reniego de un hogar hermoso que yo tuve en San Nicolás.

-         Estuviste en un Mundial, el de España 1982, y con muchos jugadores que ya eran campeones del mundo, y al que se le sumaron estrellas como Diego Mardona. ¿Qué rescatás de esa experiencia?
-         Me tocó estar cuatro años en la Selección de Menotti y convivir con un plantel maravilloso y que nunca te hacía creer que ellos eran campeones del mundo. Eran chicos muy simples, muy humildes, a los que les daba vergüenza firmar autógrafos, caso Kempes, Olguín, Fillol. Por lo tanto, fue muy enriquecedor para mí. Yo estaba un poco desahuciado, un poco infeliz con el fútbol. Bilardo se había ido de Estudiantes en 1976, también Pachamé, empezaron a venir muchos entrenadores, en el club había una gran confusión y yo pensaba que el fútbol se estaba transformando en algo que me iba a alejar rápidamente. Y cuando me convocó Menotti y vi la alegría con la que trabajaba este grupo con tanto eco en la gente, tratando de hacer felices a los argentinos, yo me dije “el sueño se hace realidad”. Así como ese plantel no hizo alarde de campeonato, me quedó una cosa extraordinaria cuando terminó el Mundial 1982 y aunque pasaron décadas, nadie le echa la culpa al otro y conviven en silencio. Tuvieron una moral muy decente y muy noble y no vigilantearon a nadie en la derrota. Eso me dejó una enseñanza: en lo bueno y en lo malo hay que ser equilibrado.

-         ¿Y ver a Maradona de cerca?
-         Fuimos muchos años compañeros de habitación. Teníamos en común la vocación, las ganas de triunfar y formar una familia y de entrenarnos todos los días. Era igual o más que yo acerca d que quería estar siempre con una pelota de fútbol. Era maravilloso ver que lo que para mí era imposible imaginarme tantas cosas con una pelota, con él eran posibles de hacer. Me perfeccionaba para imitarlo y eso me hizo crecer como jugador. No tengo muchas vivencias de haber jugado juntos porque casualmente yo era suplente de él y el otro diez que estaba en el equipo era Kempes, que venía de ser figura en el otro Mundial, así que yo jugué muy poquito pero rescato esa vivencia.

-         Hay una foto en tu whatsapp pero no es con ningún jugador conocido ni con tu familia. ¿con quién estás?
-         Con Hugo Leonardo Neveleff, ex jugador de Estudiantes, que es donde lo conocí. Él jugaba en la mutual del club y me llevaba siempre con su familia porque yo venía de San Nicolás y no tenía a la mía. También jugó en Quilmes y en San Lorenzo con Sanfilippo y él renegaba mucho del “Nene” justamente porque él venía de Estudiantes donde todo era en familia y todos se ayudaban y él era muy egoísta, aunque destaca que era un jugador fantástico.

-         ¿Qué libros te marcaron?
-         El primer libro que leí fue el de Osvaldo Zubeldía y Argentino Geronazzo, “Táctica y Estrategia del Fútbol” y después, mi bibliografía técnica proviene del Centro Técnico de Covercciano, que tienen la traducción de los mejores DT del mundo y ha sido siempre una guía para mí. Otro libro muy interesante es “El Fútbol” de David Sixton, muy bien escrito, acerca del contraataque de los ingleses. Una síntesis de cómo generaron una táctica para entretener después de la Segunda Guerra Mundial. Y el que me leí en una noche, y son quinientas páginas, es “Gracias, Vieja”, las memorias de Alfredo Di Stéfano.

-         Jugaste en una época de grandes “diez” como Maradona, Kempes, Alonso, Bochini. ¿Qué podés decirme de ellos?
-         Con Bochini nunca jugué pero fue un genio inigualable, por cómo manejaba los espacios reducidos,  por la velocidad con la pelota y siempre recto hacia el arco, por los goles memorables aunque por ser zurdo, yo me inspiraba más en Alonso, Bábington, Carlos López, Roberto Rivelino, Wolfgang Overath. Alonso es un caso emblemático del fútbol argentino. Sin ninguna duda, si hubiera nacido en Estudiantes, habría sido un fenómeno a la altura de Cruyff, Beckenbauer, de esa segunda escala mundial porque era un genio en habilidad, talento, destreza, cabezazo, el temperamento. Pero jugó al veinte por ciento de sus posibilidades reales. Cuando fui compañero de él nos hicimos muy amigos, lo somos, y era impresionante ver en su pierna la cantidad de desgarros y eso en una carrera deportiva significaba estar parado medio año por temporada. Kempes reunía el ADN histórico del fútbol argentino, la sencillez de las tierras cordobesas y en un físico europeo, que hizo eclosión en pleno Mundial 78.  Es el ejemplo de una humildad asombrosa.  Tomabas café o mate con él y no podías ni imaginarte lo que era en el mundo del fútbol.

-         Con Alonso te pasó algo raro en 1973…
-         Sí, yo estaba con los chicos del interior que jugaban en Estudiantes viendo el amistoso entre Alemania y Argentina, que en ese momento dirigía Sívori, en Gelsenkirchen. Alonso le hizo un gol de tiro libre a Sepp Maier. Ese equipo alemán después fue campeón mundial como local en 1974. Argentina le ganó 3-2. Ese día, yo rompí un vidrio de la utilería, robé tres pelotas y me fui a practicar tiros libres. Quería meterla al ángulo. Después de muchos meses, cuando logré concretarlo, me hacía lío porque me faltaba la barrera, hasta que armé una barrera. Después hice muchísimos goles de tiro libre, y fue una especialidad mía. Y yo le digo siempre al Beto Alonso que mi gran inspiración fue ese golazo impresionante (él nunca practicaba los tiros libres) con un talento y una magia que hizo que yo me obsesionara con esa jugada (https://www.youtube.com/watch?v=SE6g8bt8rgI)

-         También jugaste en Estudiantes con Miguel Russo.
-         Sí, es como un hermano, como el Tata Brown. Nos criamos en Estudiantes, somos amigos, nos fuimos conociendo en sexta, séptima división. Nuestras novias eran amigas, se hicieron señoras, conocí a sus hijos, soy el padrino y mi señora es la madrina de su hija Natalia. Es alguien como Bilardo o Brown, hermanos de la vida. Diez días antes de agarrar el plantel de Boca, ahora, dimos una charla en Junín, donde nació Zubeldía y estuvimos tres días de convivencia, algo que no pasaba desde 1981 y charlamos, conversando sobre todo lo que nos había pasado en la vida. Fue una charla hermosa. Sin ninguna duda está entre los mejores entrenadores de la historia del fútbol. Comenzó en 1989 en Lanús, cuando ascendió a Primera, y tiene una gran trayectoria, sobre todo la continuidad en el trabajo, y termina siendo un entrenador con mucha capacidad, disciplina y que se supo adaptar no sólo al dirigente argentino sino al cambio de época porque se lleva de maravillas con la juventud de hoy, algo nada fácil.

-         ¿Qué cambió en el futbolista argentino de antes al de ahora?
-         El jugador argentino está deseoso de trabajar y de aprender. Lo que está faltando son buenos formadores, buenos educadores, buenos maestros para que los chicos tengan una referencia que les va a servir para la vida. Y hay un gran temor hacia el periodista porque hoy tomó un protagonismo al que el jugador no se quiere exponer gratuitamente en un terreno que no le corresponde y conoce mucho menos. Entonces la fama la tiene de la misma manera, el dinero lo tiene asegurado cuando prácticamente llega a Primera División, porque ya no se habla de temas económicos en los últimos diez años, cuando si no jugabas en River o en Boca o en la Selección no te vendían al exterior y ahora todo eso no pasa y el jugador está en un lugar cómodo, sereno, y no quiere involucrarse en temas periodísticos en los que puede salir perjudicado. Es una estrategia que ellos hacen para no tener problemas ni con el representante ni con los compañeros ni con el club.

-         Cuando jugabas estabas mucho en la utilería de Estudiantes. ¿Por qué?
-         Para mí fue muy importante. Al tener edad de sexta, séptima división, no conocés nada del fútbol profesional y ya estar todo el día con los botines, las medias, las vendas, los pantalones, las camisetas, los buzos si hace frío, te va dando los requisitos del jugador profesional.  Cómo a un jugador le gustaba determinado cordón, por ejemplo. El largo de los pantalones. Todas cosas que el utilero te va contando, o entre mate y mate, te va contando la final contra Palmeiras, o la del Milan, cómo trajeron las camisetas del Milan que eran inglesas y a través del utilero vas conociendo la historia del club.  A través de él yo conocí a Bilardo, Pachamé, Togneri, Pezzano, Pagnanini. Es un rito que en Estudiantes todavía sigue existiendo. Cuando la delegación llegaba a cualquier ciudad en el exterior, el primero que agarraba una bolsa de utilería para ayudar, era Bilardo, o Pachamé. Me sirvió de mucho y me hice muy amigo del utilero de entonces, Ricardo Cayero, que era de San Nicolás, como yo.