sábado, 18 de octubre de 2014

La maldición verde de Manaos (Un cuento de Marcelo Wío)



No me importaba mucho quién ganara. Así que no tengo una excusa, una justificación para lo que desencadené. Podría decir que, de lejos, era el mejor partido que se había visto en el Mundial. Una disculpa vaga, sin asidero: quedaba aún casi todo por delante. 
Tal vez fue la humedad y el calor y la confabulación de cervezas y cachaças que habíamos tomado la noche anterior en una callecita llena de encanto y tentaciones. 

Quizás fue mi negligente descreimiento de las fórmulas de la superstición y la hechicería. Quizás fue todo eso. Quizás nada. Quizás, incluso, ni siquiera fui yo, a fin de cuentas, sólo había escuchado esas frases, ese conjuro que, me aseguraron, era yoruba, y del que en ese momento no comprendí su propósito. Las frases las dijo un tipo con un solo diente y una edad que había dejado de mostrar la evidencia de sus años. Detrás de un vaso de cerveza habló, cruzando los dedos (para que no tenga efecto, dijo), y pronunció esas sentencias, ese llamado a potencias o bríos inverosímiles.

Italia e Inglaterra llevaban jugado gran parte del segundo tiempo. Un partido atractivo, a pesar de la humedad que parecía tejer compromisos gravitacionales mayores, como si el objetivo final fuera derretirlo todo, vincularlo con ese pecho inmenso que es la Amazonía.

Desvarío, lo sé. Incluso con aires literarios. Es el calor, este grumo neblinoso, esta impregnación que abate. La cuestión es que pensé que si repetía la frase el partido se alargaría unos minutos más. Ensueños, incuria, la estupidez del que sin creer prueba un conjuro suponiendo que éste obrará de acuerdo a sus deseos y no a su mezcla de instrucciones precisas, concretas. Pero el que no cree no piensa siquiera que seguirá un efecto al enunciado de esas frases. Quizás, en ese momento de escasa lucidez llegara a pensar que nadie que poseyera una fórmula que es efectiva traspasaría dicho conocimiento a un borracho de paso.

Como sea. Recité esos sonidos que conformaban un lenguaje que no conocía y que no sé aún cómo recordé (no repetiré esas palabras). El enunciado luchó contra la agregación de partículas de agua que saturaba el ambiente, y me olvidé antes de que atravesara las capas superiores del bochorno.

El efecto fue casi instantáneo. Al menos así lo percibí. El tipo que estaba sentado a mi lado comentó de modo interrogativo, amparando su descrédito: ¿El césped está más crecido que al principio?

El césped estaba mucho más alto. En los costados, junto a los banderines del córner, donde había menos tránsito futbolístico, se notaban algunos brotes altos, de algo. Eso es castaño de Pará, dijo una mujer tetona que estaba detrás de mí, en diagonal hacia mi derecha. La vegetación ahora creía más de prisa.

Y allí, en el centro del campo, crecen Itahuba, Tajibo, Cedro, Cuta barcina, Almandrillo, dijo otra mujer, no menos agraciada de busto. No mi querida, respondió la primera. Esos de ahí no pueden ser nunca Almandrillos, eso es Timbó. Timbó, dice, replicó la agraviada, dónde ve el agua usted: eso crece cerca del agua. Como que estanos en la Amazonia, más cerca del agua y se moja. Así siguieron.

Entre tanto, los jugadores esquivaban ramas que iban surgiendo, troncos que se iban imponiendo. El partido, debo decir, en esos momentos iniciales del desastre se volvió sublime: equipo contra equipo y ambos, contra el avance vegetal. El árbitro cobró un penal para Italia, pero el propio Pirlo le dijo que no, que había sido un brote vigoroso que justo había brotado del suelo, que el inglés ni lo había tocado.

Por laas paredes del estadio comenzó a subir un murmullo de hojas y tallos marchando sobre el cemento y el acero. Todo se iba tiñendo de verdes recios y robustos. La gente comenzó a salir del estadio, pero no en estampida, como cabría haber previsto sino con la lentitud de la sorpresa que perduraba como si las plantas y sus flores contuvieran un narcótico para aplazar la voluntad humana y así reconquistar sus dominios.

Llegué en una lancha a Ovidos. El avance de la vegetación había perdido gran parte de su ímpetu a la altura de Itacoatiará. Mañana parto en otra lancha hacia Belém. Tuve la tentación de preguntarle a un lugareño el significado de las palabras que pronuncié.
Pero no me atreví a repetirlas ni con los dedos cruzados. Así que nunca conoceré su poder –o si tenían por alguno-. Nunca sabré si ese suceso vegetal se debió a mi enunciación o no. Creo que aquel hombre estaba buscando un intermediario para la catástrofe o lo que fuera esa desmesura de flora creciéndole a la ciudad.

Supe por un alemán que también escapó que Foster, Gerard, Sterling, Marchisio, Chielini y Pirlo iban en una balsa camino del Atlántico y que tenían un balón y que continuaban el partido –a fin de cuentas, el árbitro nunca lo terminó o suspendió, al menos nadie se enteró-. Tal vez, alguna vez, alguien se entere del resultado de aquel partido.


Quizás, después de todo, mi deseo se cumpliera; quizás tendría que haber especificado más claramente los términos del mismo. Mientras escribo esto, no puedo dejar de imaginar que hay grupos de jugadores italianos e ingleses jugando un partido que ya no comprenden en una región de la que muy probablemente ya no puedan salir: o por la vegetación y sus engaños o porque mi deseo indefinido supone un partido inagotable, jugado por el capricho de alguien que no puede verlo.

martes, 14 de octubre de 2014

El libro "Messi", de Guillem Balagué, desde las ciencias sociales (Por Fernando Segura Trejo)


El libro sobre el astro argentino Lionel Messi de Guillem Balagué ofrece una lectura de 540 páginas, más una serie de apéndices y un prólogo del ex Director Técnico de la selección argentina, Alejandro Sabella. La investigación realizada contempla entrevistas a su familia, amigos de la infancia, vecinos de su casa natal en Rosario, maestras de la escuela primaria, compañeros, coordinadores, entrenadores en Newell´s Old Boys, en Barcelona y las selecciones argentinas, entre otras personalidades ligadas al fútbol, así como todo un aprovechamiento de materiales periodísticos y documentales. El acervo se presta, por lo tanto, para una interesante interpretación sociológica de una figura de porte mundial.

Messi no nació un genio, nadie lo es, indica uno de los subtítulos del capítulo II. Esto quiere decir, naturalmente, que su genialidad fue construida. Claro que alcanzar la excelencia es solamente para unos cuantos, y que conseguir ser el mejor dentro del más alto nivel, requiere de un talento diferencial. Sin embargo, ese talento deslumbrante que ya mostraba el pequeño Lionel desde su muy temprana edad, hubo que desarrollarlo, trabajarlo y pulirlo.

De acuerdo con el autor del libro en la presentación de la obra realizada en Río de Janeiro, a días de la final del mundial de Brasil, el momento más determinante en la gestación de la trayectoria fue el hecho de buscar el reconocimiento, la afirmación y la admiración de sus hermanos, sus primos y sobre todo la mirada de su padre, Jorge, en aquellas tardes de fútbol en la calle. Lionel, más pequeño que los demás, nunca quería perder. Todo parte entonces de un contexto familiar rodeado de fútbol.

Un padre que siempre fue apasionado por este deporte y lo jugó de joven. Hermanos y primos que tenían el hábito asiduo de practicarlo. Uno de sus hermanos, Rodrigo, jugó inclusive en las divisiones inferiores de Newell´s. Pero, además, Lionel Messi surge de una ciudad donde se respira de una manera muy especial. Rosario es un semillero de fútbol. En las plazas, en las calles y en los descampados se juega intensamente. Ni que decir de los dos grandes clubes rosarinos, Newell´s y Rosario Central, que de sus canteras surgieron una cantidad impresionante de jugadores y entrenadores. Jorge Valdano, Marcelo Bielsa, El Tata Martino, Gabriel Batistuta, Maxi Rodríguez (de Newell´s) y más recientemente Ángel Di María (de Rosario Central), por sólo mencionar a algunos, mundialmente conocidos, entre muchos otros que han marcado al fútbol argentino.

El libro desmenuza así las etapas en la construcción del éxito. Desde aquel pequeño que se destacaba en los partidos en su calle y luego en sus clubes, muestra también los sacrificios, los momentos de ansiedad y las circunstancias claves. Su abuela Celia lo llevó a Grandoli, su primer club, donde destacó por habilidad y goles entre pares de mayor edad. Entró luego a Newell´s Old Boys, donde conformó la generación del 87. Ganaban por goleadas y Messi era la chispa del grupo. Valiente y audaz, Lionel siempre contó con la contención de su núcleo familiar. El capítulo I del libro ayuda a entender su infancia, en la cual asimiló valores de sus padres, incorporó el respeto y la rectitud en sus conductas.

El chico que comenzó a desarrollar sus sueños contó en efecto con varios anillos de protección. Sus compañeros en Newell´s le trasmitían mucho cariño. Sin embargo, su crecimiento se enfrentó a la necesidad de un tratamiento hormonal. Durante un tiempo, éste fue cubierto por la fundación de la empresa donde trabajaba su padre. Lionel se inyectaba meticulosamente las dosis requeridas todos los días. Pero en la Argentina de fines del siglo XX e inicios del XXI todo se detenía.

El tratamiento, como explica el médico Diego Schwarstein, era muy oneroso y en ese contexto de crisis, desempleo e incertidumbre, la familia Messi sufrió la interrupción de un elemento vital para el desarrollo de Lionel. Tras algunas promesas, idas y venidas, Newell´s Old Boys asumió algunas cuotas, pero parcialmente. La situación se hizo difícil y apareció la oportunidad de marchar a Barcelona.

El libro narra esos días de suspenso, la sorpresa de los entrenadores por su talento en las primeras pruebas, así como las reticencias de algunos dirigentes en hacer malabarismos para “fichar” a un “chaval” de 13 años. Algo que no era ni común ni normal en esa época. La espera en Rosario para el llamado definitivo, la incertidumbre y la decisión, en manos de Lionel, de irse a radicar a otro continente hacen más equilibrado el relato de su historia. Cuando se ve a Messi gambeteando a rivales a una velocidad superior al resto, o cuando algunos hablan de él, así, a la ligera, como todo lo efímero que puede circular en medios y redes sociales, no se habla de aquellas etapas que debió pasar, alejado de su país, de sus amigos, sus hermanos y de su madre durante años. Para un chico que estaba acostumbrado a tener todo eso cerca y en el día a día.

Se juzga hoy a los deportistas de más alto nivel y se les pide lo imposible. Que siempre estén en su más alto rendimiento, y como dijo el autor del libro en la presentación de Rio de Janeiro, algunos pretenden que, además, sean líderes morales. Frente a esas posturas tan vacías como desprovistas de entendimiento de una carrera deportiva, y ni se diga de una apreciación técnica del fútbol, resultan un respiro todas las páginas que describen a Lionel Messi en construcción. 

Las circunstancias inestables de sus primeros años en Barcelona, las lesiones que lo aquejaron de joven, pero que por suerte –una dimensión que también interviene en la construcción de un deportista[1]- y por autodeterminación en el sacrificio, lo fueron preparando para las asperezas del fútbol en su más alto nivel.

Esos años en los equipos intermedios del Barcelona se caracterizaron por el apoyo de su padre en el día a día y por la focalización en su objetivo de avanzar hacia el primer equipo. Lionel llegó a jugar en 5 categorías diferentes en un año, alternando partidos según lo necesitaran de uno u otro equipo, mientras lo iban probando en escalones más elevados. El libro propone muchas interpretaciones psicológicas de las facetas que explican su crecimiento personal y profesional. 

Al talento excepcional se lo acompañó con un contexto familiar que lo alentó, su motivación constante, derivada en ambición, en competitividad y en concentración. Sin embargo, todos esos ingredientes hubieran quedado truncados sin la constancia y la disciplina incorruptible, el compromiso, el sacrificio y la humildad, sumados a la inteligencia para la adaptación, la autoconfianza, el goce pleno de la actividad y las circunstancias propias que concedieron las oportunidades.

Luego de alternar entrenamientos con el primer equipo, llegó la hora del debut a sus 16 años, en noviembre del 2003 en un amistoso en Portugal contra el Porto de José Mourinho. Las cosas fueron rápido desde ese entonces, más rápido de lo esperado. Y como todo talento que transita entre dos países, fue disputado entre las selecciones de España y de Argentina. Por medio de la recomendación de Claudio Vivas, antiguo colaborador del entrenador nacional Marcelo Bielsa, el caso llegó al máximo dirigente del fútbol argentino, Julio Grondona, quien intervino para que fuera citado.

Con una celeridad atinada, se organizó un partido amistoso de equipos sub 20 contra Paraguay, jugado en el estadio Diego Armando Maradona de Argentinos Juniors en junio 2004. Messi debutó, se sacó dos jugadores de encima, gambeteó al arquero y convirtió el séptimo gol en el contundente triunfo de 8 a 0. De ahí vino el sudamericano en Colombia para la clasificación al mundial 2005. 

Esa Copa del Mundo sub 20 en Holanda encontró  a una selección argentina con un Messi encendido, clave en los triunfos frente a Colombia en octavos, ante la favorita España en cuartos, Brasil en semis y en la final frente a Nigeria. En todos esos partidos la Pulga Messi convirtió goles y lideró al equipo. Entre sus socios, Pablo Zabaleta y Fernando Gago lo acompañaron en su despliegue, jugadores que reaparecerían en la órbita de la selección mayor.

Para tal entonces, el 2005 ya veía a un Messi lanzado a la más alta competencia. En el Barcelona, había marcado su primer gol contra el Albacete, tras un pase sensacional de Ronaldihno. Esta relación recibe en el libro muchas páginas. La influencia de Ronaldihno en el crecimiento y la integración de Lionel a los primeros planos fue indudable. Sin embargo, el autor se permite no sólo destacar la gravitación, sino reflexionar sobre ese papel. Los jugadores que son máximas figuras en sus equipos y ven a un aspirante que puede amenazar su lugar optan por apadrinarlo o, por el contrario, recelarlo con diferentes gestos y actitudes. Ronaldihno, astuto, adoptó a Messi como su pupilo. Al final de cuentas, ese equilibrio sirvió a ambos por un tiempo, pero se hizo insostenible a medida que Ronaldihno caía en baches y Messi pedía con su fútbol asumir más protagonismo.

Entre tanto, el año 2006 implicó una dosis de aprendizajes de paciencia. La lesión en Champions League frente al Chelsea lo excluyó de la última etapa del añorado título con Barcelona. Quedar fuera de la plantilla para disputar la final en París frente al Arsenal inglés dolió mucho a Lionel. Posteriormente, tuvo un interesante debut en la Copa del Mundo con la selección mayor argentina en Alemania, a pesar de las imágenes de su desolación en el banco de suplentes cuando se escapaba el partido y el entrenador, José Pekerman eligió a otro delantero para la parte final, que implicó tiempo de prolongaciones y eliminación por penales.  

Dos temporadas después, Ronaldihno, su amigo, debió dejar al Barcelona. El club dirigido por Joan Laporta apostaba a la renovación del equipo y Lionel Messi asumió el liderazgo que le llegaba propuesto. Con el simbolismo de pasar a vestir la camiseta número 10 se preparaba así para las mejores horas del club.

Un aspecto fundamental del libro es el énfasis que se hace en la importancia de los ecosistemas favorables, aquellos donde su liderazgo ha sido potenciado por compañeros y entrenadores. Valorado en el grupo y respaldado en la cancha, acompañado de jugadores de talento que puedan crear asociaciones, liberar espacio, respaldar y acomodarse para el despliegue de Messi. 

Esta hipótesis puede encontrar sus orígenes desde sus primeros pasos en Grandoli y posteriormente en la generación del 87 en Newell´s Old Boys, en las categorías juveniles del Barcelona cuando despuntó, en el mundial sub 20 con Argentina en 2005 y en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Defender la medalla de oro con la selección argentina, título que había sido obtenido por la generación anterior en Atenas 2004, fue un deseo de Lionel. Para eso, debió hacer valer su voluntad inclusive frente al propio Barcelona.

En ese equipo olímpico reaparecieron antiguos camaradas como Fernando Gago, Pablo Zabaleta, Sergio Agüero, Ezequiel Garay, Ezequiel Lavezzi, su viejo amigo Oscar Ustari –aunque el arco estuvo defendido por Sergio Romero, con quien se multiplicarían también los encuentros en la selección- y se potenció con el destaque de Angel Di Maria. El equipo tenía la voz de mando de Javier Macherano, entre otros compañeros y pese a que luego los rumores los colocaran en posiciones tensas, esa Argentina tenía un juego vistoso entre la pausa y la precisión de Juan Román Riquelme y el vértigo que creaba Lionel Messi.

La cuestión de ecosistemas pensados para potenciar al equipo y potenciarlo a él, rodeándolo de los mejores pies y las mentes más lúcidas, fue claramente llevada a cabo por Pep Guardiola en Barcelona. El primer año estuvo lleno de meditaciones y de un aprendizaje constante de la personalidad de Lionel dentro y fuera del campo. Los conceptos que vuelca Guardiola son verdaderamente un apartado mayor en el libro.

La larga entrevista que mira en retrospectiva las claves para extraer lo mejor de Lionel demuestra los beneficios de la adaptación del entrenador. Se llegó así al año 2009, sin duda el año del Barcelona, de Pep Guardiola y sin atenuantes, de Lionel Messi. Seis títulos disputados, seis ganados. Entre ellos, la Liga española, la Champions League, donde Messi convirtió un gol de cabeza en la final frente a Manchester United; el mundial de clubes, con su definición con el pecho ante Estudiantes de la Plata y los 38 goles oficiales en la temporada 2008-2009 lo galardonaron con el Balón de Oro. Se lo reconocía, oficialmente, como el mejor jugador del mundo a sus 22 años.

Guardiola entendió además, que el mejor aprovechamiento de su posición en la cancha era traerlo más hacia el centro, pero dejarlo a su vez libre, es decir, no anclarlo de puntero derecho como había estado condicionado en temporadas anteriores. Poco a poco, Messi empezó a explotar en esa combinación de “falso número 10”, dado que arrancaba desde la derecha, desde la posición que en Argentina se le otorga al número 8, pero también llegaba con su despliegue a aparecer de “falso 9”.

Tantas “falsas” posiciones en los partidos, no hicieron más que conducirlo a ser un verdadero asesino de las defensas rivales y los arcos. Su progresión en goles llegó en la temporada 2009-2010 a 47, la siguiente a 53 y la última con Pep Guardiola 2011-2012 a 73. Los compañeros que dieron vuelo y equilibrio a Messi no solamente fueron Andrés Iniesta y Xavi Hernández, sino la sintonía de todo un equipo, con un Sergio Busquets detrás de ellos, recuperando balones y con delanteros que pudieran devolver una pared y sobre todo arrastrar marcas, mientras Messi abría su camino hacia los arcos. Pero no todos fueron compatibles en esas funciones. Zlatan Ibramovich no entró en el esquema y debió migrar en su momento. Vale decir, además, que Lionel contó con el trabajo personalizado de Juanjo Brau para su preparación y recuperación física durante esos años en el Barcelona.

En la época de Diego Armando Maradona como entrenador de la selección argentina recibió la camiseta número 10. La capitanía no tardaría en llegar. No obstante, aquellos años en la selección argentina oscilaban entre los buenos partidos, con mucho despliegue, pero la frustración de no convertir goles como en Barcelona ni de potenciarse con el equipo. El año 2011 fue claramente una ilustración de gloria y desolación. Campeón y figura con su club de la Champions League en Wembley frente al Manchester United, decepción en la Copa América de Argentina tras la eliminación por penales frente a Uruguay en cuartos de final. Lo más doloroso fueron las críticas, dirigidas en particular para cuestionarlo.

El fracaso de la selección llevó a un nuevo cambio de entrenador. Alejandro Sabella remplazó a Sergio Batista. Luego de un tibio arranque en las eliminatorias, con una victoria frente a Chile, derrota en Venezuela y empate frente a Bolivia, el partido en noviembre 2011 en Barranquilla fue el inicio de una etapa renovadora. Colombia terminó el primer tiempo con un 1 a 0 a favor. En el entretiempo, Sabella reacomodó el equipo y la asociación con Sergio Agüero dio sus frutos. Ambos convirtieron y dieron vuelta un partido muy complicado que devolvió la confianza al grupo. En efecto, las subsiguientes presentaciones de la selección argentina mostraron otra cara. En el año 2012 Argentina se mantuvo invicta, asumió el liderazgo de las eliminatorias para Brasil 2014 y Messi convirtió 12 goles con la selección. En el partido amistoso frente a Brasil en Nueva York metió tres para conseguir el triunfo. Así, luego de un año fabuloso recibió su cuarto Balón de Oro, con 25 años de edad.

Nuevamente, el libro expone la importancia del ecosistema en el funcionamiento de Lionel en la selección dirigida por Alejandro Sabella. Toda la fase de eliminatorias y los partidos amistosos anteriores al mundial 2014 funcionaron con un sistema táctico de dos defensores centrales (Ezequiel Garay-Federico Fernández), dos laterales (Palo Zavaleta- Marcos Rojo), un volante central (Javier Macherano), un volante de distribución para acompañar en la marca y ser el inicio de los ataques (generalmente Fernando Gago); la banda izquierda, desde el medio campo hacia el ataque, claramente delgada en Angel Di María; Messi libre de cara a todo el frente de ataque en asociación con Sergio Agüero y un clásico centro-delantero como Gonzalo Higuaín. Esta formación, con Sergio Romero en el arco, fue el equipo titular acompañado por una serie de jugadores que alternaron participaciones diversas, entre los cuales, Ezequiel Lavezzi, Maxi Rodríguez y Rodrigo Palacio.

El libro se detiene a inicios del 2014, en los meses anteriores al mundial disputado en Brasil. Pero vale proseguir el análisis, destacando el hecho que el ecosistema, en su modo de afrontar los encuentros y el despliegue en ataque, sufrió alteraciones por diferentes circunstancias durante el mundial. Luego de una fase de grupos, en la cual la participación de Messi fue clave para desenredar partidos, a medida que Argentina fue avanzando varios de sus socios habituales en la selección fueron cayendo. Fernando Gago fue remplazado por Lucas Biglia, de excelente mundial. 

Sin embargo, las características de éste, con más marca y más acompañamiento en la zona de recuperación, sumadas a las ausencias por lesión de Sergio Agüero durante gran parte de la cita y de Angel Di Maria desde el primer tiempo de los cuartos de final frente a Bélgica fueron quitándole vértigo al juego que más lo beneficiaba. Argentina fue haciéndose un lugar rumbo a la final, pero Messi fue sacrificado en pos de un sistema donde se le pedía más presión que generación de juego. Así, sus escaladas hacia los arcos, como se vio en la final, viraron intentos individuales cubiertos a su alrededor por piernas rivales.

El Mundial 2014 pasó. Messi no fue campeón del mundo, pero Argentina llegó a una instancia que no alcanzaba desde de Italia 1990, mostró solidez como equipo y como grupo humano. El entusiasmo provocó una invasión de aficionados argentinos en Brasil y se llegó a la tan ansiada final en el Maracanã, donde muchos hubieran deseado estar. Meses después, con la motivación renovada, se le presentan nuevos desafíos y varios títulos por disputar. No los ganará todos ciertamente, pero se destacará y se llevará varios. El libro es un formidable almacén para quienes quieran entender cómo se construyó, quién es y quiénes han participado, aportado y ayudado a su progreso.

La nominación del Tata Martino a la selección argentina invita a pensar en un fútbol más acorde a como Messi lo siente. Rusia 2018 está en el camino, a donde algunos soldados de Brasil 2014 llegarán al mando de una selección que se renovará con varios jóvenes que vienen presentando sus solicitudes. Lionel Messi sigue haciendo su camino y permitirá sin dudas escribir más páginas sobre su excepcional trayectoria.





[1] Baste con comparar algunos compañeros de supremo talento que por lesiones vieron truncadas sus carreras.

lunes, 13 de octubre de 2014

Un Brasil utilitario y una Argentina con muchos errores (Yahoo)



Sin dudas, se trata de un nuevo ciclo en los dos equipos. Tras el desastre del Mundial como local, el fútbol brasileño buscó renovarse inmediatamente y tras la salida del ex entrenador Luiz Felipe Scolari, se produjo el regreso de Dunga, en busca de carácter y ordenamiento, y de una rápida renovación del plantel.

Dunga decidió cambiar a más de medio equipo. Desde el arquero (Jefferson por Julio César), los dos laterales (Danilo por la derecha, Filipe Luis por la izquierda), convocó a Miranda como recambio de Thiago Silva, Elías, en la contención,  Diego Tardelli ocupó el lugar del resistido Fred, como centrodelantero, mientras que pasaron a ser considerados otra vez tanto Robinho como Kaká, en busca de su aporte experimentado.

Si esta generación de futbolistas brasileños no es la mejor, porque salvo Neymar, no han surgido grandes cracks, Dunga parece haberlo entendido y fue armando un equipo utilitario, que sale a apostar al error rival con varios jugadores acostumbrados en sus equipos, como David Luiz, Oscar o Willian.

Así fue que contrariamente a lo que sucedió en los últimos partidos clásicos ante Argentina, Brasil llegaba al llamado “Superclásico de las Américas” que por primera vez se jugaba en Pekín sin ser el favorito.

Los albicelestes, que perdieron la final del Mundial ante Alemania por muy poco, y que se vengaron en el reciente amistoso en tierras germanas (2-4), llegaban en el cénit de sus posibilidades, ahora recuperados físicamente Sergio Agüero y Angel Di María, los dos de muy buen presente en la Premier League, y sólo faltaron Ezequiel Garay en la defensa y el lesionado Lucas Biglia en el medio, aunque al mismo tiempo se producía el regreso de Lionel Messi, ausente en el partido debut de Gerardo Martino como entrenador.

Los primeros veinte minutos dieron la razón a los que suponían que el equipo argentino partía con ventaja. Los albicelestes tuvieron la misma dinámica que ante los alemanes en el último amistoso, no dejaban salir a Brasil y perdieron (como en la final del Mundial) varias situaciones claras de gol, pero esa presión no podía durar todo el partido, y lentamente el equipo de Dunga fue saliendo, ganando espacios, sacando partido de su potencia, para terminar imponiéndose a partir de dos errores defensivos, como que Pablo Zabaleta y Federico Fernández fueron a la misma marca, dejando libre a Tardelli para la volea, o cuando David Luiz pudo sacar una cabeza de ventaja en un córner, para bajarla a la línea del arco argentino para que Tardelli mandara la pelota a la red.

Sin embargo, esta derrota del equipo argentino llega en un momento en el que todavía hay mucho margen para trabajar, y hay algunos elementos interesantes, así como otros más preocupantes.

Con Martino, se va acentuando la idea de que si bien en los tres años anteriores con Alejandro Sabella una de las virtudes había sido la contundencia, los partidos de ida y vuelta generaban algunas dudas o al menos, no se tenía certeza de poder tener el balón el tiempo suficiente como para asegurarse esas chances de gol, algo que por ejemplo, hizo sufrir a los argentinos desde los octavos de final del Mundial, si bien las lesiones de algunos de sus atacantes atentaron contra el sistema.

Ahora, Martino opta por uno o dos jugadores que se dediquen al armado del juego, como Erik Lamela o Javier Pastore, como para manejar el ritmo del partido, para lo cual tuvo que sacrificar a uno de los puntas, en este caso Gonzalo Higuaín.

En cambio, el ex entrenador del Barcelona se encontró una vez más con un Lionel Messi que como en su club, no está en el cien por ciento de sus posibilidades (aún con la estadística que parece ser positiva en cuanto a goles o asistencias) y desperdició, además, una clara oportunidad de empatar cuando remató sin fuerza un penal bien parado por Jefferson.

Messi ahora tiene más acompañamiento horizontal, con la recuperación de Di María y con el ingreso de otro armador, sumado a que por la banda derecha, Martino parece pretender también otro volante con llegada como Roberto Pereyra (Juventus), aunque tiene recambio en Enzo Pérez y hasta Biglia, si quisiera colocar otro volante de marca al lado de Javier Mascherano.

El otro problema que encuentra Martino es que tanto el arquero Sergio Romero, como la defensa central (especialmente Fernández) no se mostraron seguros y eso podría dar lugar a algunos cambios en la estructura, como el ingreso de un conocido del entrenador, como Nahuel Guzmán, en la portería, o Santiago Vergini en el fondo, ambos ex jugadores suyos en Newell’s Old Boys.

Tras los dos encuentros en Asia ante Brasil y Hong Kong, ¿habrá alguna chance para Carlos Tévez o Mauro Icardi?

Por el lado de Brasil, la gran novedad es el gran rendimiento de Neymar, que no había podido estar en los dos últimos partidos del Mundial por lesión, y que parece comenzar su etapa de mayor maduración.

Indudablemente, Brasil y Argentina, que tienen a la Copa América de Chile 2015 como primer objetivo grande, inician etapas diferentes, con nuevos entrenadores, y otra forma de jugar.


sábado, 11 de octubre de 2014

Ante Brasil, algunos pasos hacia atrás



A esta altura del ciclo del seleccionado argentino, perder no es lo peor, ni siquiera aunque el rival sea nada menos que el gran clásico rival, Brasil. Tampoco, que el resultado haya sido por dos goles de diferencia y que haya podido ser mucho más amplio, aún sin merecerlo.

El mayor déficit del equipo de Gerardo Martino proviene de que han comenzado a aparecer algunas fallas en el sistema que pueden ser importantes si no se corrigen a tiempo, en especial, dos de ellas: lo posicional, y el marcaje.

Hoy, aunque el resultado indique lo contrario, el mejor equipo que pueda armar el fútbol argentino es mejor que el que pueda armar Brasil. Es una cuestión generacional, acaso con algo de fortuito (aunque suele haber siempre cuestiones causales antes que casuales en todo fenómeno social, por más pequeño que resulte), pero en estos años es así, porque Martino cuenta con una pluralidad mayor en calidad que Dunga a la hora de elegir a sus dirigidos.

Así es que para este Superclásico de las Américas de Pekín, luego de mucho tiempo, el equipo argentino llegaba como favorito ante el brasileño y los primeros veinte minutos demostraron por qué.

El conjunto argentino no sólo tuvo casi total dominio de la pelota, sino que tuvo gran precisión en velocidad y creó varias ocasiones de gol, pero como en la final del Mundial, ante los alemanes, incluso con más reiteración, esas jugadas no se concretaron, la presión bajó, los rivales comenzaron a respirar y a alejarse de su área, y se fueron encontrando con errores defensivos que capitalizaron a partir de la contundencia de Diego Tardelli (¿por qué no jugó en vez de Fred en el Mundial?) y la gran habilidad de Neymar.

Es saludable (lo dijimos antes del partido y lo decimos ahora que ya terminó) que el seleccionado argentino intente jugar con un número diez, sea Erik Lamela, Javier Pastore, o que baje unos metros Lionel Messi. Pero un armador de juego, alguien que pueda organizar al equipo en ataque, aunque ya no sea el diez que hemos conocido hasta hace muy poco y que hoy ya lucen en su camiseta los muy veteranos como Juan Riquelme, Pablo Aimar o Andrés D’alessandro, permite que el juego ya no sea tan vertiginoso y de ida y vuelta como en casi todo el ciclo anterior con Alejandro Sabella, a excepción de los cuatro partidos finales del Mundial 2014.

Eso no genera que el equipo argentino sea menos ofensivo sino al contrario. Hace que además de un armador, o un jugador cercano a la línea del ataque pero con mayor dominio de balón, se sume a Messi, a Agüero o Higuaín, a un volante con llegada por la derecha (en este caso, Roberto Pereyra), y a Angel Di María por el otro lado. Prácticamente, cinco jugadores para atacar contra cuatro del ciclo anterior.

Lo que sucedió ahora es que el equipo argentino se desequilibró un poco en sus espaldas, todavía no encontró rodaje para este cambio, que habrá que seguir viendo si seguirá de esta forma o ya para los partidos de noviembre retornará Lucas Biglia para acompañar a Javier Mascherano (no es seguro, porque Fernando Gago sí viajó a Pekín pero Martino no dispuso de él), y en especial, tuvo serios problemas en algunas marcas.

Se sabía, por cómo han sido siempre los equipos de Dunga, que Brasil apostaría al error, y en esta oportunidad, hubo muchos en el fondo. En el primer gol, Federico Fernández chocó con pablo Zabaleta en un despeje, dejando solo a Tardelli, y en el segundo, David Luiz, siendo de más baja estatura, le gana claramente el salto al mismo Fernñández para bajarle la pelota a Tardelli.

Del otro lado del campo, preocupa que Agüero continue en una mala racha, y que Messi parezca el de los últimos tiempos en el Barcelona (por más que los medios catalanes lo ensalcen a base de puras estadísticas para un jugador que sobra, con poco, al resto de sus compañeros y rivales), pero son delanteros que siempre han convertido y que así como fallaron, pueden volver a su contundencia habitual.

Los mayores problemas pasan por los altibajos durante el partido, de veinte minutos excelentes y de ritmo sostenido, a una desaparición formal en casi todo el campo y desconexión en las líneas, dando lugar a intentos individuales o remates de media distancia, o una zaga central que no dio nunca mucha seguridad.

Este Brasil no es como otros que metían miedo. Es, más bien, un equipo utilitario, dispuesto a sacar partido de sus mejores jugadores, y de cada error del adversario pero poco más.

Este seleccionado argentino había tenido un auspicioso comienzo ante Alemania y parecía que repetía la actuación aquella en los primeros minutos ante Brasil, pero luego apareció otra faceta, que habrá que estudiar y trabajar para generar los cambios necesarios.

Perder es una anécdota y no es más que un amistoso, aunque a nadie le guste. Lo importante, ahora, es no perder de vista el manejo de los espacios, el no descuidar las espaldas, tener una defensa segura, y que en el ataque jueguen los que mejor están, sin atarse a los nombres rutilantes.

Jugadores hay, y tiempo, por ahora, también.

miércoles, 8 de octubre de 2014

En la Feria del Libro de Mendoza

Hoy a las 16 hs estaré desertando sobre fútbol como pasión nacional, junto a Víctor Hugo Morales, moderados por el director del diario Jornada, Roberto Suárez, en el marco de la Feria del Libro de Mendoza.

El fútbol, la gran pasión nacional (Jornada)



Un sábado de agosto, ya de regreso del Mundial de Brasil, este cronista fue despertado, muy temprano, con una melodía que alcanzó a reconocer entre el sueño y el desconcierto.

Una banda militar estaba por ingresar al predio de La Rural, en el barrio porteño de Palermo, al ritmo de “Brasil, decime qué se siente”, con música original de Creedence.

A los pocos días, unos amigos relataron que no era la primera vez que en uno de los desfiles patrios, mucho más formal, otra banda ejecutó la misma melodía, marchando entre la gente.

Esa canción, repetida hasta el cansancio durante el Mundial, llegó a ser coreada en un mítico Fan Fest de Copacabana, el día anterior a la final del Mundial, por cien mil argentinos con camisetas celestes y blancas y de colores de sus distintos equipos.

Al margen de los partidos, si hay algo extra deportivo que debe ser señalado como espectacular durante el pasado Mundial fue la invasión de argentinos al Brasil, con y sin entrada, lo que hizo que el gran periodista carioca columnista de O Globo, Fernando Calasanz, pese a la histórica rivalidad, afirmara que en el partido decisivo ante Alemania no podía hinchar por otro equipo que no fuera el argentino, al notar el conmovedor esfuerzo de su gente por llegar, algunos sin recursos, sacrificando todo para poder estar presente y acompañar a su selección.

Si hay algo que se mantiene incólume en el fútbol argentino es la pasión, acaso transformada desde los años 90 con una idea distinta del hincha, en algún caso, pasando desde el “fana” (aquel que prefería meter la cabeza en la masa para pasar desapercibido en la tribuna, y con timidez admitía que era fanático de tal o cual equipo) al “fan” (el que busca mostrarse hincha, quiere que se note su pertenencia, lleva puesta la camiseta y es más proclive a aparecer en medios de comunicación para mostrar su devoción y hasta para enviar un recado a su rival, gracias a la expansión de los medios masivos de comunicación).

Las camisetas, las banderas, los “trapos”, forman parte ya de una liturgia que para algunos estudiosos va tomando forma de religión del siglo XXI.  Los hinchas lloran por una derrota que huela a descenso, de emoción por un ascenso, un título, un triunfo importante. No comen ni duermen, polemizan hasta la mínima jugada, como ocurrió en el interminable último superclásico, y suelen ver “manos negras” siempre en contra de los suyos, y ayudas en los rivales.

En el verano europeo pasado, en el festival “Offside” de cine relacionado con el fútbol, en Barcelona, se exhibió la gran película “El otro fútbol”, en la que Federico Peretti recorrió el país, de punta a punta, para mostrar distintos aspectos de la idiosincrasia argentina: desde un policía que se da vuelta, pese a que custodia la tribuna, para poder ver un tiro libre, hasta un jovencito trepado a lo más alto del alambrado en cualquier cancha casi sin césped, y con escasas tribunas. Todo vale.

Las canciones de los hinchas argentinos son copiadas en toda América, con algunas cadencias, o ritmos más lentos, y por la Europa latina, adaptadas a los distintos idiomas o idiosincrasias, aunque muchos no conozcan a nuestros Calamaros, Fitos, Giecos o Heredias.

Y si se tiene en cuenta que el fútbol argentino sufre cada seis meses una sangría tremenda, por la marcha al exterior de cracks y de promesas y hasta de los que seguramente regresarán al poco tiempo al comprobar que no eran para tanto o que no estaban maduros, que las condiciones organizativas para viajar, ingresar a los estadios sin horarios claros ni días seguros, dejan mucho que desear, y que ni siquiera se puede estar seguro de regresar con vida una vez terminado el “espectáculo”, vaya si se trata de pasión.

Ni qué hablar de querer conocer la situación económica de los clubes, o por qué contratan a fulano en vez de mengano o perengano, o por qué no atacan cuando el empate no parece alcanzar y la situación parece dar para más.

El hincha argentino lo es a prueba de balas, de malos resultados, de organizaciones penosas, de emigraciones constantes, de hábitats peligrosos, y al margen de sus equipos, y de un modo distinto, a veces de reojo, aunque los mundiales, o los grandes torneos, o los clásicos de renombre, lo es también de la selección cuando siente que su presencia es necesaria, y mucho más aún cuando se identifica con su juego, con su entrenador o con algunos de sus jugadores, o como mínimo, tiene esperanza en uno o varios de ellos.

Es difícil pretender una mirada fría, del fútbol, por parte de un hincha argentino. A veces es tan conmovedor, que aparece en momentos impensados como aquel descanso de la final del Mundial 1994 entre Brasil e Italia, que aburrían con un inamovible cero a cero. Hubo un silencio, en el intenso calor del Rose Bowl de Pasadena, y en un codo, de repente, un grupete de cien, doscientas personas, comenzó a agitar sus remeras, sus camisas, al grito de “ohhhh, Argentina, es un sentimiento, no puedo parar”.

La pasión es inexplicable, aunque viene de muy lejos, de cuando los “locos” ingleses, a través del puerto, introdujeron el fútbol en estas costas y jamás hubieran imaginado que en pocos años, un estilo distinto los iría quitando del mapa, hasta superarlos para dar lugar a todo tipo de polémicas, debates, conferencias, ponencias, guiones, películas, libros, enciclopedias, obras de teatro, fotografías, ríos de tinta, papers, tesis, pero también gente abrazada, que reza por un resultado, que espera un milagro, que se persigna.

Hasta el Papa Francisco se permitió bromear en El Vaticano con un éxito de su San Lorenzo. El fútbol da para todo, hasta para la comparación del gol con el orgasmo, o la gran pregunta del español Vicente Verdú si acaso el festejo de un gol no simboliza al que conquistó en tierras enemigas y regresa a la propia para contarlo.


El fútbol argentino, a lo largo de poco menos de un siglo y medio, fue construyendo una cultura propia, que superará y poco le importará todo este análisis para sumergirse una vez más, en la pasión, cuando la pelota vuelva a rodar.

domingo, 5 de octubre de 2014

El fenomenal inicio de temporada de Cristiano Ronaldo (Yahoo)



Parece que al espíritu insaciable del delantero portugués Cristiano Ronaldo, no le alcanza con haber ganado, en enero pasado, su segundo Balón de Oro FIFA World Player. Los 17 goles convertidos en poco más de un mes, desde que se inició la temporada 2014/15, en el Real Madrid, son la prueba más cabal de que apunta a superarse y a que no tiene límites en su empeño para conseguirlo.

Cristiano Ronaldo está más que asentado en el Real Madrid, club en el que se ha convertido en ídolo total, y en el jugador más emblemático e importante desde los tiempos de gloria del club blanco con las cinco Copas de Europa consecutivas entre 1956 y 1960 con el argentino Alfredo Di Stéfano, recientemente fallecido.

El portugués captó la atención de la afición blanca desde el mismo día de su llegada, con una impresionante multitud que colmó el estadio Santiago Bernabeu aún cuando el entrenador era el ingeniero Manuel Pellegrini (ahora en el Manchester City) aunque eso parece haber ocurrido hace un siglo, y mucho tiempo ha transcurrido y mucho ha tenido que luchar Cristiano para arribar a la actualidad.

Cristiano no pudo ganar el título con Pellegrini porque le tocó coincidir con el gran Barcelona de Josep Guardiola y el reinado de Lionel Messi, con quien mantiene un duelo futbolístico espectacular y hasta un promedio de gol parecido entre ambas carreras, debió lidiar con ideas de ataque con las que no siempre coincidió, en tiempos como entrenador de su compatriota José Mourinho, hasta terminar muy enfrentados, y aunque siempre tuvo excepcionales marcas con la camiseta blanca, sus mejores años, los de mayor aplomo y tranquilidad, parecen ser los actuales, bajo la conducción técnica del experimentado italiano Carlo Ancelotti.

Aquél Cristiano de los tiempos de Mourinho, aceptaba en muchos casos jugar a recibir balones largos, desde muy lejos, apostando al contrataataque y apostar al error de los rivales, aunque con Ancelotti, el equipo se fue adelantando en el terreno de juego, y de a poco fue comenzando a aumentar su posesión del balón, y a llegar con mucha más continuidad y soltura hacia el arco rival, hasta conformar la actual temible delantera BBC (Bale, Benzema y Cristiano) que acaba de vapulear al Athletic de Bilbao (5-0) y, como tantas otras veces, con un hat-trick del portugués, ya acostumbrado a que esto sea absolutamente normal cuando dista mucho de serlo.

Se dijo en su momento que a Cristiano le favorecía el juego a balón largo. En verdad, no era tan cierto porque más de una vez, se vio en problemas cuando los rivales le achicaron el campo o cuando le quitaron el balón a su equipo sin dejarlo jugar. Fue en aquellos tiempos cuando aparecieron en los primeros planos de la TV los gestos del portugués con los brazos en forma de aspaviento, quejándose de la falta de oportunidades para convertir, y más para un delantero insaciable como él.

Hoy, esto no ocurre. Cristiano recibe muchos más balones por partido. Ante el Athletic, se pudo observar cómo en uno de los goles, el galés Gareth Bale, en su carrera por la punta derecha, en la segunda parte, pudo levantar la cabeza y observarlo dos veces, para saber a dónde colocar con precisión su asistencia que, obviamente, concluyó en gol.

Más allá de que el Real Madrid perdió jugadores muy importantes en la creatividad como Mesut Özil primero, y Ángel Di María después, no es menos cierto que James Rodríguez e Isco, también pueden cumplir una función importante de enlace con los delanteros.

Pero si hay un hecho fundamental en el rendimiento de Cristiano, es la obtención de la ansiada Décima Champions League, a finales de la temporada pasada, por el Real Madrid, en una durísima final ante el Atlético, que estuvo a punto de perder.
Este título serenó al equipo y le dio amplias posibilidades de crecer, sin la presión que significa buscar un título tan importante. Cristiano, además, tiene en diciembre la posibilidad de una nueva vidriera, el Mundial de Clubes de Marruecos.

El próximo 18 de noviembre, además, se avecina un partido de campanillas. Un amistoso entre las selecciones de Argentina y Portugal y nada menos que en un escenario que dará que hablar: Old Trafford, el Teatro de los Sueños de Manchester, que enfrentará a Cristiano y su gran rival en los goles, Lionel Messi, y en el estadio del club que lo tuvo como gran estrella, el Manchester United, que busca su retorno para la temporada que viene.

Cristiano ha debutado antes que Messi en el fútbol profesional, pero en goles tienen carreras casi similares. El portugués lleva 442 goles en 694 partidos (un promedio de 0,63), mientras que el argentino lleva 403 en 527 (0,76).

En esta temporada, Cristiano lleva 17 goles, una cifra que muchos jugadores ansían para una temporada completa, mientras que Messi lleva 6, y junto con el brasileño Neymar (7), han totalizado en Liga Española la misma cantidad que el portugués.
Todo indica que, más allá de lo que pueda ocurrir, el inicio de temporada de Cristiano Ronaldo es espectacular y una muestra cabal de su poder de su fuerza y sus deseos de superación.