lunes, 16 de febrero de 2009

El seleccionado argentino, una paradoja del país, pero en caja chica (La Jornada de Mendoza)

“Cada vez se agranda más, nunca vi tanta gente”, nos dice un colega de la prestigiosa revista “L’Equipe” y tiene razón. La delegación argentina que se encuentra concentrada en un lujoso hotel en la playa de Marsella, a la espera del partido de esta noche a las 21 (18 de la Argentina) ante Francia, el subcampeón mundial, creció de manera espectacular, sin entenderse demasiado varias de las funciones que cumplen sus múltiples empleados, pese a lo cual, la tarea de conversar siquiera con algunas de las estrellas que participan en los principales equipos europeos es poco menos que fantasía.

El tercer piso desde la recepción del Pullman Palm Beach Hotel, que paradójicamente corresponde al piso cero, tres más arriba que la planta baja, tiene puesto un vallado en el fondo del salón, y guardias de seguridad privada están atentos a cualquier movimiento de los pocos hinchas (la mayoría, argentinos o residentes en Marsella) que buscan algún autógrafo con escasa dosis de rebeldía y respetando los límites o cualquier indicación, y también a los pocos periodistas que simplemente vienen tratando de conseguir un preciado reportaje.

La tarea resultará poco menos que imposible. Si bien algunos pocos jugadores se encuentran aquí desde el mismo domingo por la noche, y Diego Maradona, el director técnico, desde horas antes al igual que el manager, Carlos Bilardo, el sufriente jefe de Prensa, Andrés Ventura, más conocido como “Coco”, nos resignará a explicarnos que ni soñar con poder conversar con las estrellas en los cuatro días de estadía.

Difícil explicar esto a los colegas extranjeros, poco acostumbrados a los desplantes oficiales. Un caso como éste, en Europa, termina con el departamento de prensa y posiblemente con muchos dirigentes en la calle. Pero estamos hablando de una delegación argentina, y de una federación como la AFA, que es un coto cerrado y donde no sólo esto es posible sino mucho más aún.

A Ventura se le ha sumado ahora la tarea de Fernando Molina, un muchacho educado y que de buenas formas parece hacer todo lo posible por resolver los incontables pedidos de firmas de autógrafos, fotos, entrevistas y lo que se guste solicitar, por parte de su suegro, Diego Maradona, para quien trabaja de vocero. Molina es el novio de Dalma y fue incorporado a la delegación, así como el nuevo cuñado del “diez” y hermano de su novia actual, Verónica Ojeda. Si sumamos que como jugador también es convocado Sergio Agüero, el otro yerno y futuro padre de su nieto, podría decirse que el cuadro de nepotismo aumenta sin pausa.

Molina nunca dice que no. Casi por regla. Pero frases como “lo hacemos hoy, no te preocupes” o “lo hablo con él pero no creo que haya problemas”, con el paso de las horas y la eterna guardia periodística, irá desdibujándose hasta llegar a la nada más absoluta, al desierto informativo y a la impotencia a la hora de traducirse en productividad laboral. Entonces pasamos al “no lo pude hablar” o “no lo encontré” o “parece que mañana, pero hoy no lo creo”, pero nos recuerda aquellos carteles de almacén de hace cuatro décadas: “Hoy no se fía, mañana sí”.


La mañana del martes puede ser lo más explicativo. Varios de los enviados nacionales y extranjeros tenían pautadas entrevistas con varios jugadores (entre ellos, quien esto escribe) cuando llegó la fatal aunque nunca del todo inesperada noticia: en vista de que algunos periodistas habían traspasado la valla de seguridad por alojarse en el mismo hotel que el seleccionado y aprovecharon para tratar de acercarse más al plantel, Maradona se enojó y decidió enviar a todos los jugadores a sus cuartos. Es decir: no hablarán, una vez más. Donde dije “digo”, ahora digo “Diego” y otra vez el desierto, la nada misma.

Nadie pone límites, y aquellos colegas con perfil más conocido por aparecer en la TV apelan a gestos cómplices con algún dirigente, amiguete dentro de la elefantiásica delegación, o a la necesidad o gusto de alguno de los jugadores por figurar y acaso logre “algo” con el correr de los días, mientras que otros optan, por fin, por salir a hacer compras y conocer algo de Marsella, a poco de regresar a su país.

Es allí cuando, Argentina al fin, se nos convoca sorpresivamente a una mini conferencia de prensa con Gabriel Heinze, Lionel Messi y Angel Di María, justo cuando la mayoría de los interesados no está. De nada valen los intentos preocupados de la colega Cristina Cubero, de Mundo Deportivo de Barcelona, por convocar a los amigos argentinos mediante llamadas de celular o a las habitaciones de los hoteles.

El desorden reinante generará que nos arreglemos como podamos y algo que no estaba pactado derivará en que los que hemos sido afortunados, y seguíamos allí, de guardia, nos encontráramos repentinamente con este “regalito” de tener frente a nosotros a tres jugadores importantes, casi a solas.

Fernando Segura Trejo, un destacado sociólogo argentino que se encuentra terminando su doctorado en Sociología del Deporte en París, analiza este fenómeno de la delegación argentina, con características como “desorganización social, clientelismo, amiguismo, puesta en escena, banalidad” pero por otro lado, “toda la mística que genera Maradona, con mil quinientos franceses en un entrenamiento sólo por su presencia” y nos cita como ejemplo una frase de una periodista del canal TF1 de la TV francesa que nos dice que un reportaje sobre la selección argentina aparecerá en el noticiero “a menos que se muera Sarzoky”.

Mientras tanto, se percibe movimiento detrás de las vallas y las luces de los flashes de los fotógrafos nos indican que parte el plantel hacia el entrenamiento en el estadio del Velódromo, donde esta noche será el partido. Además de los jugadores, no paran de aparecer funcionarios, amigos, dirigentes de toda laya, voceros de uno y de otro, un secretario-asistente-todo terreno del propio hombre fuerte de la AFA con su portafolio, miembros de la empresa que organiza el partido discutiendo en qué coche va cada uno, utileros, familiares, jugadores.

El hotel queda vacío de contenido, y nosotros, en el taxi de regreso, nos preguntamos si estamos en Marsella o si en verdad, nunca nos fuimos de la Argentina.

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