miércoles, 24 de junio de 2015

Una Copa vacía y enrarecida (Jornada)



DESDE SANTIAGO DE CHILE


Como si el índice de smog de 552, ya de emergencia total, que no ocurría en esta ciudad desde 1999, envolviera no sólo al clima sino al fútbol, esta Copa América vive un clima enrarecido como pocas veces se recuerde, como dos jugadores relacionados con infracciones con automóvil, estrellas suspendidas y marginadas del torneo, graves lesiones y por si fuera poco, ausencia de dirigentes de la Conmebol y de empresarios ligados a los medios de comunicación vendedores de los derechos de TV, involucrados en resonantes casos de corrupción.

Si Arturo Vidal, considerado por la organización del torneo como el mejor jugador de la primera fase (a nuestro entender, un premio demasiado generoso), llevó su infracción con su Ferrari roja a una cuestión de Estado que incluyó hasta a la presidente Michelle Bachelet (que si bien guarda recato, sí estuvo en su casamiento), hasta conseguir el perdón de la Federación de su país y de la afición, ahora se sumó el goleador uruguayo Edinson Cavani, quien a horas del decisivo partido ante los locales de esta noche, se enteró de que su padre mató a una persona con su coche en su ciudad natal, Salto, y evaluaba dejar a su equipo para retornar a su país.

Si Cavani se fuera (incluso quedándose en el equipo, habría que ver ahora con qué animo juega, por pedido de su madre), se llegaría a la situación de que la selección uruguaya no contaría ante Chile con ninguno de los dos delanteros titulares, Luis Suárez (quien no participa de la Copa para purgar la sanción por aquella mordedura a Giorgio Chiellini en el Mundial) ni el goleador del PSG.

Aún así, a los uruguayos siempre les gustó aquello de ser los convidados de piedra en cada fiesta futbolera, desde el recordado Maracanazo del Mundial de 1950, pasando por las dos eliminaciones a la selección argentina en  1987 (semifinales) y 2011 (cuartos) en su propio Terreno, o el susto que le pegaron a Italia en 1990, cuando si bien perdieron 2-0 en octavos, los locales necesitaron la tortícolis del árbitro, que cobraba todo para el mismo lado. “Italia 90 Uruguay 0” tituló al día siguiente, con ironía, un diario de Buenos Aires.

Si Chile tiene el mejor ataque del torneo, con tres figuras claves como el pensante (no abundan) Jorge Valdivia, un diez clásico que brilla hasta el momento, el propio Vidal y Alexis Sánchez, también es cierto que flaquea atrás, en gran parte por su problema de estatura, justo ante los celestes de las cuatro torres: los centrales José María Giménez y Diego Godín, y los delanteros Cavani y Diego Rolan.

Un estudio hecho por el diario “La Tercera” de Santiago, que comparó la altura de doce jugadores de cada equipo, demostró que si Godín y Giménez miden cada uno 1,85 metro y Cavani, 1,84, los más altos de Chile son Vidal (1,80),  Gonzalo Jara (1,78) y Jean Beausejour (1,78)  y es por eso que el entrenador argentino Jorge Sampaoli mantuvo a su equipo saltando durante buena parte de la anteúltima práctica.
Si Vidal y Cavani estuvieron envueltos en problemas reglamentarios callejeros, y Suárez fue suspendido, qué decir de su colega en ataque del Barcelona, el brasileño Neymar, quien recibió cuatro partidos de suspensión por su participación en la reyerta final en el Colombia-Brasil y se quedó afuera del torneo.

Un poco menos dura fue la sanción del delantero del Sevilla, Carlos Bacca (dos partidos) pero igual quedará marginado del partido contra Argentina del próximo viernes en Sausalito, y se sumará a Carlos Sánchez (doble amarilla) y a Edwin Valencia, que por una lesión ligamentosa en su rodilla derecha en el partido ante Perú deberá estar seis meses sin jugar.

También se lesionó feo el volante de San Lorenzo Néstor Ortigoza en la selección paraguaya y no estará en cuartos ante Brasil en Concepción el próximo sábado y el tercer arquero argentino, Mariano Andújar, se lesionó en el escafoides de su mano y también debió abandonar la concentración de La Serena, reemplazado por Agustín Marchesín.

La pregunta es si todas estas lesiones en tantos equipos son casualidades o responden a un cierto patrón que replantea muchas cosas, como que la gran mayoría de los jugadores del torneo forman parte de una élite que participa de las grandes ligas europeas, que llegan agotados a Sudamérica luego de una exigente temporada y que, con escasísimo descanso, cambian no menos de veinte grados de clima para adaptarse a otro sistema de juego, otro marcaje, otra concepción del fútbol.

Y si esto pasa con los jugadores y dentro de las canchas, qué decir de lo que pasa afuera. Sin dirigentes (ni siquiera están los más nuevos, los que no son buscados por corrupción, seguramente por no querer hablar e involucrar a sus colegas o porque tienen  mucho que ocultar de esa sucesión) y mucho menos, empresarios de las tres organizaciones que se fusionaron en Datisa, porque simplemente ya se entregaron a Interpol en todos los casos, y no hay nadie que pueda responder por ellos.

Muchos se preguntan qué ocurrirá cuando acabe la final y haya que entregar la Copa al campeón. ¿Quién se encargará? ¿Quién irá al Palco de Honor en representación de la FIFA?, ¿estará José Angel Napout, el actual presidente paraguayo de la Conmebol, o dejarán otra vez sola a Michelle Bachelet para que se arregle como pueda?

Si la entidad sudamericana ni siquiera puede conseguir reunir el dinero para pagar a los cuatro primeros del torneo (4 millones de dólares al campeón, 3 al segundo, 2 al tercero y 1 al cuarto),  por estar bloqueado en las cuentas de las empresas que obtuvieron los derechos de TV en forma espuria, pagando coimas por 110 millones de dólares por esta Copa y las próximas tres, todo es esperable y acaso este torneo no debió disputarse.

Ahora ya está. Se juega, aunque cada día haya malas noticias desde adentro y desde afuera, y quedan muchas más por venir.


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