domingo, 13 de marzo de 2016

Nunca hubo Liga (Yahoo)




Desde hace varias semanas, Atlético Madrid y Real Madrid se disputan el segundo lugar, mientras que este pasado fin de semana, Sevilla y Villarreal animaron la jornada con un buen enfrentamiento por un lugar en los cupos europeos.

Sin embargo, lo que se relaciona con la lucha por ganar la Liga Española, lo que siempre fue el punto más importante de todos, esta vez no tuvo mucha indefinición casi desde el principio.

Puede decirse que en el Clásico de la ida, en el Santiago Bernabeu, y cuando el Barcelona goleó al Real Madrid 0-4 dándose el lujo de que Lionel Messi entrara al final y con todo definido, comenzó a terminarse la temporada.

Demasiado pronto y no sólo por el lapidario resultado o por el juego azulgrana desplegado, tan superior a los blancos (y no sólo este año), sino porque además, provocó un desastre en el club de la capital española, que comenzó a tener que pensar en un recambio para su recientemente contratado entrenador, Rafa Benítez.

El golpe de saber que a poco de comenzar su trabajo, el Real Madrid ya no creía en un entrenador de aquilatada experiencia (y madrileño) como Benítez fue un golpe muy duro. Porque demasiado temprano obligó a Zinedine Zidane a hacerse cargo de la Primera División cuando el proyecto era que el francés llegara sin tanta urgencia, y lo estaba preparando para un largo recambio, al punto de tener contrato hasta 2018 y aún cuando no se sabe (él mismo lo manifiesta en cada conferencia de prensa) si continuará en el puesto, ya se le está ofreciendo alguno con poder de decisión pero la idea es que permanezca en el club.

Si el Real Madrid se había quedado fuera de la Liga y se marginó solo de la Copa del Rey por la mala inclusión de Cheryshev, el Atlético sí que hizo todo el esfuerzo para pelear lo más arriba posible y de hecho, su campaña es de campeón en cualquier otra competencia futbolística de ligas europeas.

Incluso, muchos recordarán el gran partido que los albirrojos le plantearon al propio Barcelona en el Camp Nou aún cuando se fue expulsado primero Fillipe Luis y ya quedó demasiado tiempo con inferioridad numérica. Pero tampoco puede contra los catalanes.

Es que más allá de ir batiendo todos los récords (“un momento dulce”, lo define su entrenador Luis Enrique, de incidencia relativa en el juego azulgrana, basado en la excelsa técnica de muchos de sus jugadores, y un momento de extrema confianza en sus fuerzas), el Barcelona es, hoy, el mejor equipo del mundo, aparezcan o no los resultados numéricos que lo corroboren al final de temporada.

Es tanta la diferencia que el Barcelona establece con el resto de los equipos de la Liga (y hasta podría decirse que de todo el mundo) que ésta, con tantos buenos jugadores, tantos fichajes, tanto interés internacional, hasta puede llegar a parecer aburrida y si es por los puntos, mucho más aún:  a nueve jornadas del final, el Barcelona lleva 8 puntos al segundo (Atlético) y 12 al tercero (Real Madrid) y además, les lleva diferencia de gol a los dos en los enfrentamientos entre sí, por lo que en realidad les lleva 9 y 13 puntos.

Es decir que el segundo, Atlético de Madrid, debe descontarle un punto por jornada hasta el final, y Real Madrid necesita que el Barcelona pierda 14 puntos de los 27 en juego (es decir, más de la mitad) para aspirar a ser campeón, y cuando aún le queda ir a jugar al Camp Nou. No parece nada fácil.

Entonces, con estas enormes distancia en juego y en puntos, cuando no hay Liga desde hace tanto, aparecen cuestiones secundarias como principales. En el Barcelona, muchos se centran en cosas como si Gerad Piqué debe o no usar la red social Periscope, o si Neymar (que regresa y marca dos goles) debe o no irse a ver a su hermana al Brasil en la semana, para lo cual se habría hecho amonestar para llegar a la quinta tarjeta amarilla y reglamentariamente,  pagar con una jornada de suspensión.

También la falta de Liga genera que en el Real Madrid se plantee que ahora el galés Gareth Bale ha comulgado con la plantilla blanca, se le ofrecerá renovar el contrato y la tribuna del Bernabeu lo quiere tras una buena temporada, afectada por lesiones en el sóleo.

Las especulaciones también pasan por la próxima temporada, si va a continuar Zidane, si el Real Madrid por fin se va a enfocar en un mediocentro sin que importe si vende o no camisetas, y la lista de los jugadores que se irían supera, por ahora, a los que quedan (James Rodríguez, Toni Kroos, Arbeloa y hasta Cristiano Ronaldo entra en las variables, desde que fue silbado por un sector del estadio hace algunos partidos).

Ni siquiera el presidente Florentino Pérez se salva con los rumores sobre su renuncia al estilo de aquella crisis de principios de siglo en la Casa Blanca. Y todos prefieren apuntar a lo que queda, que no es poco, la Champions League, aunque auto convenciéndose de que más de una vez se la ganó cuando el equipo no tuvo una buena temporada en Liga. No parece ser lo mismo que en aquellos años.

Y por si faltara poco, el Atlético también vive de rumores: que su entrenador Diego Simeone ya no miraría tan mal una gran oferta de algún club de la Premier League, que Fernando Torres ya no tiene para mucho más o que con el dinero que el club recibirá por mudarse al estadio de la Peineta, sumado al que le queda en caja por avanzar en la Champions, llegó la hora de un súper equipo.

¿Será verdad? Lo seguro es que cuando no hay liga, los rumores le suelen ganar a un fútbol cuyo resultado se puede acertar. Y esta temporada,  en España, no hay liga desde hace rato.



viernes, 11 de marzo de 2016

La estampa del Mariscal




Dicen que ayer falleció, a los 73 años, Roberto Alfredo Perfumo. Imposible. Los cracks como Perfumo, acaso el mejor defensor de la riquísima historia del fútbol argentino, no mueren. Quedan en el enorme recuerdo de la gente.

Más aún, en quienes tuvimos la suerte, aunque parcial, de haberlo visto jugar en directo, en una cancha, o de haber sido contemporáneos de un jugador tan notable.
En nuestro caso, nos tocó ver al Perfumo de mediana edad en adelante, por una cuestión generacional. Eso, de todos modos, no impidió conocer sus hazañas y su despliegue en sus primeros tiempos (también gloriosos) del Racing de “José” (por Pizzutti), campeón argentino en 1966, de la Copa Libertadores 1967 y primer campeón intercontinental argentino en ese mismo 1967 en Montevideo.

En aquel equipo de Racing era natural que casi todos se volcaran al ataque. Perfumo, cuevero (como se decía en aquel tiempo al que se quedaba como último hombre atrás, en la “cueva”), se las arreglaba para ir a los cruces, rechazar y hasta si era necesario, salir jugando con elegancia.

Esa suma de defensor recio, elegante, fuerte, técnico, que iba bien de alto y aún era mejor de abajo, sumado a esa cara de eterno niño, le daba todos los condimentos para erigirse pronto en ídolo y llegar a la selección argentina.

Por todo eso, los años 1966-67 fueron gloriosos para Perfumo, ya convertido en “Mariscal”. Se destacó en el Mundial de Inglaterra, en un equipo albiceleste armado para la guerra, para estar alerta a cualquier detalle, pero que contaba con jugadores notables en todas las posiciones (Silvio Marzolini fue destacado como mejor lateral izquierdo del torneo, Ermindo Onega, Oscar Más, Luis Artime, Rafael Albrecht).

También le tocó vivir una dura etapa con la selección, en tiempos de crisis institucional e intervenciones permanentes de la AFA, como aquel durísimo golpe (en la opinión de este columnista, uno de los tres o cuatro más duros de la historia) como la eliminación del Mundial de México 1970.

Pero Perfumo jamás comió vidrio. Y eso también lo ayudó porque a todos sus atributos de futbolista les sumó su visión de la realidad como cuando al regresar de Inglaterra 1966, con el cinismo de buena parte del mundo del fútbol argentino, llegó a decir con simpleza y un toque de ironía “Nos fuimos al Mundial con un gobierno civil y volvimos ensalzados por los militares”.

Perfumo aprendió de esa realidad. La supo leer y comprender como pocos, y por eso lentamente fue yendo del campo de juego hacia la calle. El asesinato de Daniel Souto en 1967 por la violencia del fútbol incipiente, que se llevó a un familiar suyo, le fue agregando elementos para su toma de consciencia de lo que estaba viviendo y del fenómeno y el negocio que ya era el fútbol a mediados de los sesenta.

Fue protagonista y crítico al mismo tiempo de las injustificables batallas contra el Estudiantes de Bilardo y Zubeldía por aquellas Copas Libertadores como la de 1968, en las que todo valía (y cuando decimos “todo”, decimos todo). También tuvo que sumar picardía al tener que marcar a goleadores como Artime, Rojas, Bianchi y tantos otros.

Pero nunca nadie osó discutir su clase. En tiempos en los que emigrar no era fácil, los intermediarios no tenían el peso de hoy, y la mayoría de los pases era de club a club, Perfumo fue contratado por el Cruzeiro para compartir equipo con Wilson Piazza o el genial Tostao, Nelinho, Palinha y tantos otros cracks, pero también otros enormes enfrente desde Pelé a Rivelino, pasando por Gerson o Leivinha.

En esos niveles se movía Perfumo, siempre con esa estampa argentina del aquellos defensores que lo sabían todo, que resolvían todo y que cuando había que jugar, jugaban también.

El Mundial de Alemania 1974, en el que fue capitán de la selección argentina, marcó el final de una etapa. Se encontró con un equipo que exteriorizaba la enorme crisis institucional argentina, desde el Gobierno hasta el fútbol, con tres directores técnicos que gritaban a los jugadores indicaciones contradictorias.

Un gran equipo en cuanto a nombres, pero muy poco en lo colectivo. Pasó la primera rueda por los pelos y con una incentivación reconocida a los polacos (poniendo dinero de su bolsillo para una vaquita con el objetivo de que le hicieran fuerza a los italianos en la última fecha de la fase de grupos) hasta que llegó la segunda fase, y aquella durísima derrota con Holanda (4-0) que la sintetizó como nadie cuando bromeaba con Quique Wolff: “Ese partido fue como aquel bolero de Armando Manzanero. La otra tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú”.

Ya veterano, nos tocó verlo mucho más en River Plate cuando Angel Labruna armó aquel equipo de grandes estrellas para ganar, por fin, un título luego de 18 años en 1975. Primero jugaba al lado de Oscar Artico, un grandote que provenía del gran Talleres de Córdoba de esos tiempos, pero acabó haciendo una notable dupla con otro pichón de crack de entonces, un tal Daniel Alberto Passarella.

Somos de la idea (acaso compartida por muchos) de que el Kaiser fue mucho de lo que fue por ese azar que tanto juega en nuestras vidas. El contar siendo muy joven con semejante compañía a su lado en la zaga central, terminó por hacerle aprender todos los condimentos para convertirse en crack.

Perfumo y River llegaron a la final de la Copa Libertadores 1976 eliminando primero en  tres batallas tremendas al Independiente tetracampeón consecutivo del torneo y la suerte hizo que le tocara nada menos que su ex equipo, el Cruzeiro, en la final, en la que su picardía hizo que en la vuelta, en el Monumental, lograra que expulsaran a Jairzinho, la gran figura rival, a sabiendas de que una lesión, de cualquier modo lo iba a privar del tercer partido, decisivo, en Santiago de Chile. Él también salió, pero sabiendo que de todos modos quedaba excluido por la dolencia.

Picardías al margen, Perfumo paseaba su elegancia y su presencia por los estadios argentinos. Nos tocó verlo ya muy en el final de su carrera, allá por 1978, en un partido ante Gimnasia en el Monumental, en el que River salió con todo a buscar el gol y él con sus 35 años quedaba solo atrás, apenas con Ubaldo Fillol en el arco, aguantando a los tres delanteros rivales preparados para el contragolpe.

Perfumo, con sus brazos atrás, paraba el balón con el pecho, lo bajaba y salía jugando entre los rivales para asistir al “cinco” o a los marcadores de punta (cuando aún no había aparecido la sanata de los laterales volantes que ni defienden ni atacan).
Fue psicólogo social de la escuela de Enrique Pichón Rivière, tuvo negocios, fue comentarista y hasta secretario de deportes del gobierno de Néstor Kirchner.
Pero ante todo, Perfumo fue un crack, un jugador excepcional, elegante, técnico, fuerte, sólido.

Era tal su aureola, que también ya veterano, le tocó enfrentar a un joven Diego Maradona en un Argentinos Juniors-River. El “Pelusa” iba apilando gente, cuando a Perfumo no le quedó otra que ponerle el pie a la altura del pecho para frenar al genio. Ambos rodaron por el suelo, aunque uno lesionado y el otro, por efectos de la jugada.

Tras ser atendido por los médicos y antes del tiro libre para los “Bichos Colorados”, Maradona, ya recuperado, se acercó a Perfumo y le dijo al oído “Mariscal, ¿su pie está bien, verdad?” “Sí, pibe, quedáte tranquilo”.  “Ah, menos mal”, dijo Diego.

Esa misma reverencia, ese respeto eterno es el que se lleva el Mariscal. Un crack que lo tuvo todo. Una gloria del fútbol argentino que se fue ayer. Bah, es una forma de decir. Nunca se puede ir.


martes, 8 de marzo de 2016

La gran idea de Cardenio (Un cuento de Marcelo Wio)



Las grandes ideas, proponía Platón, suelen surgir de momentos mínimos, de indicios exiguos que desatascan una vía de razonamiento que, tienendo todos los elementos necesarios, por un entrar en una resonancia monomaníaca, no podía progresar en ver lo que ante los ojos ya se le insinuaba.

De donde nacen las grandes ideas, advertía el filósofo, también suelen nacer otras que, fingiéndose tales, conducen por caminos muy distintos de aquéllas. Suelen darse en sujetos que no disponen de los ingredientes de la razón necesarios para desempeñarse correctamente en el área que ejercen.

Este último, era el caso de Cardenio Pliego Mancebo. Cardenio había deambulado por la vida como director técnico de fútbol. Había dirigido en la mayor parte de los pequeños equipos de la estepa patagónica, disimulando su ineficencia a base de kilómetros, areniscas y falta de comunicación entre las varias ligas que entonces había por allí. Llegaba portando un currículum mentido que hablaba de experiencias europeas y porteñas.

Así anduvo años, de un lado a otro, durando en un equipo lo que tardaban en desengañar a directivos y público los resultados, y a los jugadores sus métodos – o, más bien, la falta de éstos -. Viajaba en un DeSoto S8 de color marrón, bastante castigado.

Fue en esos interminables viajes entre la última decepción y la siguiente oportunidad, que, surcando esas inmensidad de nadas, se le ocurrió el método. Su método. Una ganzúa para entrarle a la posteridad del fútbol por donde menos se lo imaginara.

El fútbol, comenzaron a andar y aparearse sus razones o lo que fuera que habitaba en el intelecto de Cardenio. Se refería, pues, que esos elementos del raciocinio, fueron coagulando una idea: el fútbol era una cuestión de espacios, de saber usufructuarlos, de manejarlos, de administrarlos. 

El fútbol era como el Go, se dijo en un arranque de lo que tomó por genialidad, mientras orinaba al costado de la ruta, protegido del viento por el De Soto, y dibujaba, con el chorro tembleque, una “c” sobre la arenisca. El fútbol era territorio: posesíón y defensa del terreno, de zonas, regiones. Pero, conjeturó, si uno entrena en estas canchas mínimas en las que se dirime el partido, jamás podrá llegar, ya no sólo a aprehender la noción territorial del juego, sino que no podrá adqurir las condiciones físicas y técnicas que se requieren para jugar al fútbol como hay que jugarlo.

En su camino – hubo de adentrase hacia la región pampeana, pues no quedaban muchos clubes que hubiesen prescindido de sus servicios - se cruzó un pueblo al que le habían puesto el nombre del equipo de fútbol que fundaron sus primeros pobladores – de hecho, dicen sus vecinos, que el pueblo vino después, que unos viajantes se cruzaron con otros en la ruta y se desafiaron (o ya venían desafiándose de hace años) y jugaron allí un partido y vaya a saber cómo, o por qué (la versión más extendida dice que luego del partido descubieron acuerdos y fraternidades y esas cosas que seguramente llegaron por mediación de algún brebaje, y que para festjar) fundaron el Atlético Coincidencia. A medio kilómetro del pueblo un cartel que desafiaba el ridículo, anunciaba: Coincidencia.

Hacía años que el equipo no tenía entrenador. Así que a todos les pareció razonable lo que pedía Cerdenio (incluso, visto el currículum que traía, lo juzgaron un pingüe acuerdo) – que se había acostumbrado a requerir un cuarto y dos comidas al día -. Sólo tenía una exigencia (nueva) que no admitía discusión: precisaba utilizar una gran porción de algún campo razonablemente plano. Quería trazar un terreno de juego unas dos veces mayor que el reglamentario para entrenar física, técnica y tácticamente a los jugadores, en el uso, utilización y ocupación del espacio, del terreno y el balón.

Al tiempo comprendió que para que los jugadores tuvieran una visión más acabada de su idea, había que ampliar, nunca mejor dicho, los horizontes. Trazaron las líneas de cal que delimitaron un campo de juego unas cinco veces mayor que el reglamentario. 

Los jugadores deabulaban en soledades incomprendidas. El balón, un elemento inútil, impotente. Quien cree haber tenido una idea brillante – y cuando esta es la última carta que le antepone al destino -, es difícil, o imposible, caerse del lecho que ésta ofrece. 

Así, a todo contratiempo, Cardenio sólo veía como solución una huída hacia adelante: aumentar los límites, aumentar la idea. Cada vez fue trazando líneas que contenían un territorio mayor. Hasta el momento en que fue incapaz de regresar al pueblo – norte y sur eran conceptos ridículos en esas inmensidad monótona. 

Hacía días que no veía a ninguno de los jugadores (no lo sabía, Cardenio, pero hacía días que ninguno de los jugadores tampoco veían a ningún otro miembro del equipo: absurdos, ora caminaban, ora se sentaban sobre el pasto rudo, dormitaban, ensayaban algún trote, desesperados, ya no por regresar al pueblo, sino por controlar terreno).


Tuvo Cardenio la tentación de pensar que había fracasado antes de quedar dormido. 

Pero no cayó en ella. Antes bien, alcanzó a vislumbrar (más sueño que reflexión), que en realidad no había encontrado un método, meramente, sino el juego absoluto, que se juega toda la vida con uno mismo.

lunes, 7 de marzo de 2016

Lo de Boca es lo que hay



“Lo que hay” es una expresión muy usada en España, aunque no sólo allí.  “Es lo que hay” tiene un uso muy descriptivo sobre la situación, en buena parte para que no haya reclamos por algo que otro u otros no pueden dar, simplemente porque la situación no da para más, porque no hay con qué satisfacer de otra forma que no sea con esos únicos elementos.

Boca Juniors, ayer en el “Miniclásico” que salió a jugar ante River Plate en el Monumental, que se retiró con un agradable empate entre sus sensaciones, sin importarle que le gritaran “equipo chico” por su actitud defensiva, cada minuto más atrás, más cerca de su arquero Agustín Orión, no puede, hoy, ofrecer otra cosa. Una variante más del “es lo que hay”.

Y “lo que hay” es un equipo desbalanceado, con muchos volantes, de toda clase y pelaje, que juegan mejor o peor, que ponen menos o más (incluso alguno, como Pablo Pérez, de manera exagerada porque seguramente alguien o algunos, lo confundieron transmitiéndole que Boca es “eso” de meter a lo Blas Giunta y ganarse la tarjeta amarilla en cada partido).

Boca es también una defensa fuerte, con gente que mete mucho, que levanta la pierna demasiado alta, que pocas veces opta por salir jugando y que ante la menor chance de error, revienta la pelota a un costado o hacia el medio para que, rústicamente, uno de los solitarios receptores proteja la pelota con el cuerpo o la amortigüe si pica raro, aunque casi nunca consiguen pivotear y vuelta a bajar a esperar que el rival se equivoque o no sea lo suficientemente peligroso.

Lo dijo bien clarito su nuevo DT, Guillermo Barros Schelotto, tras el 0-0: “Por algo, Boca tuvo que cambiar el DT. No tuvimos ni tendremos tiempo de trabajar por la seguidilla de partidos”. Y lo primero es verdad, lo segundo, una excusa con visos de realidad para justificar lo que el “Mellizo” sabe que vendrá hasta el 30 de junio, cuando acabe la temporada y el club pueda fichar otra vez y tratar de emparejar este desbarajuste.

Es que Boca es, en cierto sentido y en el nivel sudamericano (que se entienda bien el concepto) el Real Madrid de esta zona geográfica y de esta cultura: es el club con más dinero, con mayor cantidad de hinchas, con mayor raigambre y, lejos, el de mayor prestigio fuera del continente.

Pero sus dirigentes, como virtuales Florentinos Pérez del subdesarrollo, piensan primero en el marketing, en los negocios, y luego en el fútbol. No hubo nunca en estos años una línea clara de qué se quiere hacer con el juego y la resultante es un equipo que trabaja, corre y suda los partidos, pero que no se da un minuto para pensar, para elaborar, para crear, para buscar formas de llegar al gol. No importó nunca demasiado este punto.

Lo dijimos y lo recordamos en este blog: Carlos Tévez no llegó porque Boca necesitaba un jugador de sus características (por más crack que sea el Apache, que nadie discute), sino porque el presidente Daniel Angelici no iba a ganar las elecciones (de hecho, la suma de los votos entre José Beraldi y Jorge Amor Ameal, era mayor a la del mandatario macrista) y el ex jugador de la Juventus llegó por un valor mayor a los 5 millones de euros y pases de juveniles como Guido Vadalá cuando el 30 de junio próximo llegaba en condición de libre, gratis.

Jonathan Calleri, que dijimos también que no es un crack sino un buen jugador al que le faltan muchos peldaños por su corta edad, se fue no porque el club quiso que se fuera sino porque Tévez, con la suma del poder público boquense, quería que su amigo Daniel Osvaldo jugara a su lado, aunque por equipos razones, siempre le pasa algo y no juega (como en la etapa anterior).

A Andrés Chávez, que es un nueve clásico, Arruabarrena le fue desgastando la confianza hasta olvidarse de aquél de Bánfield y que hasta jugó por los costados, mientras que Nicolás Lodeiro o el mencionado Pérez, no son ni la sombra de lo que fueron.

Por otra parte, Fernando Gago, cuya calidad tampoco se discute, hace tiempo que (salvo dos o tres partidos del inicio de año) tiene un juego muy anunciado y es más lo que se queja y simula en el suelo que lo que está en contacto con la pelota.

El problema de Boca es táctico, no es estratégico. Que también, pero posterior al táctico. La táctica de un equipo es aquel sistema que utiliza para desarrollar su juego independientemente de su rival. Es decir, “a qué jugamos”. Y Boca, más allá de River ayer, o de Racing el jueves, o del que fuera, no juega al ataque porque renuncia directamente al mismo.

Con Arruabarrena de DT, Boca llegó a jugar en la Bombonera con cuatro volantes, de los cuales tres eran de marca (“triple cinco”), y con Tévez como media punta. Es decir que llegó a jugar de local con un solo delantero. Y en esto, nada tuvo que ver el rival ocasional.

Claro, luego viene la estrategia, y si además de que el arco de River quedaba casi a un viaje de tren de seis horas, el DT opta por hacer ingresar a Marcelo Meli y a Nicolás Colazo, o cuando por fin se decide por Chávez a 17 minutos del final, quien sale es Sebastián Palacios, que luego no se sorprendan porque Boca no haya marcado goles en ¡siete! De los nueve partidos oficiales que jugó en 2016.

Por la Supercopa, perdió con San Lorenzo 4-0. Por la Copa Libertadores, empató contra deportivo Cali y Racing 0-0, por el campeonato, empató contra Témperley y River 0-0 y perdió ante Atlético Tucumán y Racing 1-0.

Nada es casual. Es lo que hay.

Lo de River es otra cosa. Distinta. No pudo con Boca y en verdad, desde que Marcelo Gallardo es su DT, casi no le pudo marcar goles de jugada. Le ganó varios clásicos de penal, pero en general, Boca siempre le ha costado mucho y hasta lo eliminó de la pasada Copa Libertadores en los escritorios, con la duda sembrada de lo que pudo pasar en aquel segundo tiempo nunca jugado (si bien quien esto escribe cree que River habría pasado, pero no es posible probarlo).

River no tiene la crisis de Boca. Está en el armado de un nuevo equipo tras las lógicas transferencias luego de un año exitoso y cuando sabe que a mitad de año se le irán muchos más. Eso lleva tiempo, hay jugadores que no resultaron y otros que llevan tiempo lesionados.

Pero Gallardo ya demostró su capacidad y es muy probable que a la larga encuentre su camino.

No son comparables las situaciones. River sí tiene una idea de juego, que a veces consigue plasmar y otras, no. Y ayer chocó contra un Boca extraño, que renunció demasiado pronto a jugar y que apostó por no perder.


Cristiano Ronaldo: ¿Héroe o villano? (Yahoo)



Un Real Madrid en crisis, en el tercer lugar en la Liga española y ya sin casi ninguna chance de ganarla, a 12 puntos del Barcelona con treinta en juego, y eliminado de la Copa del Rey, con todo el mal clima que eso significa en su afición, a la que sólo le queda la Champions League en esta temporada, se encuentra con una extraña frase de su máxima estrella, el portugués Cristiano Ronaldo: “Si todos jugaran a mi nivel, seríamos campeones”.

Lo dijo en ante los periodistas entrevistado luego del partido que su equipo perdió como local en el Santiago Bernabeu ante el Atlérico Madrid (tercera derrota consecutiva en ese estadio ante el mismo rival, al que antes se le ganaba casi siempre), y generó estupor en la plantilla blanca, que trató de disimularlo al menos hasta escuchar de su boca explicaciones en el primer entrenamiento posterior.

Se conocen muchas reacciones del delantero portugués, muy proclive al individualismo, pero esta frase, en un momento tan complicado, no ha gustado nada aunque todo se haya mantenido en un silencio casi total.

Entre otras reacciones, se ha visto a Cristiano Ronaldo quejarse de que el balón le haya caído a compañeros suyos de ataque pero no a él, o se ha quedado caído en el suelo, o fastidiado por algún fallo no marcado por el árbitro o por alguna jugada que no ha salido como pretendía.

Nada de esto es nuevo y todos conocen el carácter de Cristiano Ronaldo. Sin embargo, los silbidos, aunque tenues, que recibió este fin de semana en el Bernabeu cuando su nombre fue anunciado por los altavoces antes del partido ante el Celta de Vigo, podrían marcar un cambio en muchos aficionados, que no los relacionan con lo estrictamente futbolístico sino justamente con lo demás, con lo que rodea al fútbol.

También hubo otros silbidos, siempre tenues, cuando Cristiano Ronaldo, especialmente en la primera parte ante el Celta, pareció no querer forzar demasiado su físico y se quedó parado en más de una jugada, sin luchar para recuperar el balón.

Sin embargo, si uno se enterara del resultado final ante el Celta sin haber visto lo que ocurrió en el partido, y se entera del 7-1, y de que el portugués fue autor de cuatro goles, todos de gran factura, seguramente se quedaría sin poder explicarlo, pensativo.
Es que ante el Celta, Cristiano jugó una segunda parte de una contundencia poco común, ejecutando dos libres directos con maestría, y hasta marcando un gol de cabeza basado en su potencia pero también en su ubicación.

No sólo eso: con estos cuatro goles, Cristiano Ronaldo se transformó nuevamente en Pichichi de la Liga Española con 27 goles (Luis Suárez, del Barcelona, se ha quedado con 26 y ya tercero se ubica Lionel Messi con 21, pese a haber estado dos meses ausente del torneo).

Incluso, Cristiano Ronaldo ya pelea por ser el Botín de oro de Europa en esta temporada y aunque se encontraba a tres goles del mítico Zarra en el historial de la Liga, en un solo partido pudo llegar a pasarlo por uno y quedar segundo en la tabla (252), y sólo es superado por Messi (306).

Aún así, Cristiano Ronaldo ha marcado sus 242 goles en 228 partidos (a un excepcional promedio de 1,06 por partido), y Messi ha marcado sus 306 en 338 (con el también excepcional promedio de 0,90, el mismo de Zarra con sus 241en 277).

Pero no todo queda allí, y Cristiano se ha convertido en el máximo goleador de la historia del Real Madrid en la Liga con los 242 goles en 228 partidos, seguido de Raúl González Blanco, con 228 en 550 partidos, es decir que el perseguidor de Cristiano necesitó el doble de partidos para marcar aún menos tantos que él.

Y si tomamos en cuenta toda la historia en el Real Madrid, las cifras de Cristiano Ronaldo son aún más escandalosas, siendo el máximo goleador blanco con 352 goles en 335 partidos jugados (1,05 por partido), seguido de Raúl (323 en 741, a razón de 0,45 por partido) y Alfredo Di Stéfano, con 307 en 396 (0.77).

¿Aún con estas cifras muchos aficionados seguirán silbando a Cristiano Ronaldo? Se sigue debatiendo, aunque parezca mentira, en los distintos programas televisivos y radiales de Madrid.

Es que para muchos, es el momento para que Real Madrid pueda traspasarlo a una cifra elevadísima aprovechando su tirón y tomando en cuenta que ya ha pasado los 30 años, mientras que para otros, se trata de un goleador irrepetible, que simplemente juega en un equipo que en esta temporada no le responde como quisiera.

El propio Zinedine Zidane, su entrenador y gran estrella del Real Madrid y del fútbol francés, ha tenido que admitir después del 7-1 al Celta que él mismo desconoce la sensación “porque nunca marqué cuatro goles en un partido”.

La pregunta es si este debate puede durar si Cristiano sigue metiendo goles, o si el Real Madrid pasa esta semana a cuartos de final de la Champions League ante la Roma y ya se mete en los cuartos de final.

Seguramente, como tantas veces, buena parte de este debate quedará en el recuerdo y Cristiano Ronaldo seguirá marcando goles que lo coloquen entre los grandes del planeta, haga lo que haga su equipo.


jueves, 3 de marzo de 2016

Ídolo habitando en el olvido (Un cuento de Marcelo Wio)



Pidió un vaso de ginebra más. El dueño del bar – que no tenía más decoración que un descuido sucio y añejo - le sirvió. Aquello no era un parvulario ni uno de esos balnearios de los que hablaban algunas novelas; allí todos estaban creciditos, y eso era un negocio, mientras pagaran, todos los que quisieran. De sus hígados ya se encargaban otros.

El hombre lo bebió de un trago e hizo un gesto vago que el dueño interpretó, convenientemente, como “otro”. Esta vez, el hombre miró el vaso desde detrás de la atmósfera etílica de recuerdos. Algunos ecos de halagos aún vivos.

 Procedia de una degradada idolatria - olvidadas las liturgias de domingo y entre semana que lo habían nombrado como a uno de los apóstoles de la ceremonia. Había jugado en el Villavicencio FC durante nueve temporadas. Había gozado de una fama razonable. Había juntado una pequeña fortuna.

Pero había cometido el error de creer que esa idolatría tenía que ver con el afecto personal, que él era la causa de esa devoción. No se percató sino hasta unas cuantas botellas de ginebra y deudas después, que es el adorador la causa de la idolatría. Y así como los erige, los olvida: en el fútbol, es preciso crear nuevos ídolos constantemente, a ritmo de mercado, para mantener la devoción.

Es lo que tiene entregarse sin red a los prejuicios (favorables) humanos: cuando cambian de signo, no hay tu tía. Uno cae y el fondo queda demasiado lejos. Aún más lejos que ese bar sin dignidad, sin nombre, con manchones de lo que a uno se le pueda ocurrir.

La mujer lo miraba desde la mesa de la esquina, fingiéndole una dignidad de entrepierna, tan triste como inútil y falsa. Vio que el hombre no se iba a girar, y que cuando lo hiciera sería para salir de allí golpeado de alcohol. Así pues, se puso de pie, su equilibrio no del todo exacto, confiable.

Se trepó al taburete intentando fabricar una seducción. El dueño del bar sintió una lástima sin piedad; de esas que están hechas a base de repetición fatigada. Ella pìdió lo mismo que el hombre. El hombre dijo, dos. A mi cuenta, añadió. Ella, un gracias cascado, de una voz que había dicho mucho. Sobre todo, había dicho demasiados asentimientos.

Los vio conferenciando – ahí, codo con codo, sin mirarse, los ojos flotando en el licor - como eligiendo víctima. Pero en aquella tristeza que era el bar y sus circunstancias, las víctimas sólo podían ser los propios confabuladores.

Él escuchaba el murmullo de ella y prefería confundirlo con una grada y no con ese agasajo tan sin sentido y tan conchambroso. Su nombre en andas, flotando sobre las voces y las fascinaciones. Él, joven, sin el oprobio del olvido intoxicado.

Ni viento afuera. Sólo una noche quieta. Con los sonidos de las regiones devaluadas de la vida. Unas pocas luces que funcionaban daban a la calle una apariencia inofensiva – siempre y cuando uno no tuviera la menor idea del barrio al que pertenecía-. Dentro del bar, la iluminación parecía ofrecer la benevolencia de confundir los contornos, los contenidos, a las figuras con las cosas. 

Ella se aburrió, finalmente de hablar propuestas y docilidades y elogios. Se puso de pie y volvió a su puesto en la mesa de la esquina. Él ni se dio cuenta. Estaba colgado de un alambrado, de cara a la grada a la que no le alcanzaban los ojos para asirlo, para abarcarlo.

Otra, dijo.


El dueño sirvió otra, y apuntó un palito en el cuaderno bajo el nombre de aquel ángel que ya había empeñado hasta las alas.


miércoles, 2 de marzo de 2016

Un modelo agotado




El Real Madrid, otra vez en crisis. Algo recurrente ya, en este siglo XXI de muchos más sinsabores que de éxitos. Dos Champions Leagues (una, en el lejano 2002 y hasta una anterior, en 2000, a finales de Siglo XX), alguna que otra Copa del Rey, muy pocas Ligas, y, enfrente, un Barcelona ganador como nunca pero lo que es mucho más fuerte, una referencia global a partir de su juego, aunque éste haya variado desde el eje en un deslumbrante mediocampo hasta la contundencia de hoy en el ataque más preciso. Como bien dijo en estas horas Arda Turán, “Todos juegan a una cosa y el Barça, a otra”.

Pero saliendo del Barcelona, que ahonda aún más la crisis del Real Madrid, el problema pasa por los blancos y por un modelo que lleva mucho tiempo agotado y que sus dirigentes, y en especial su presidente Florentino Pérez, insisten en continuar.
Y se trata de un modelo que para definirlo en forma general, piensa más al club blanco como empresa que como institución deportiva y social. Importa más la imagen, los negocios e impresionar con fichajes rimbombantes, que en una filosofía de juego que pueda aprehenderse desde muy pequeña edad y que esos valores se mantengan en el fútbol profesional.

Cuando el problema de los entrenadores es recurrente, cuando ha pasado el portugués José Mourinho que ha desquiciado la imagen del club hasta llevarlo a la idea global de antipatía, o cuando se contrata a Rafa Benítez para administrar una plantilla rica en cracks que podría deslumbrar con un juego espectacular, o cuando antes se hizo lo propio con Fabio Capello, y se puede saltar  a Carlo Ancelotti o desde Vicente del Bosque a Carlos Queirós aún cuando el anterior hubiese ganado la liga y mantuviera al vestuario unido aún con tantas estrellas, la responsabilidad no parece estar al borde de los campos de juego, sino en el palco.

Con Florentino Pérez, el Real Madrid nunca tuvo una línea clara de acción. Se pasó de una primera idea de “Zidanes y Pavones”, de “Galácticos” que no siempre lo fueron por su rendimiento deportivo (varios sí, alguno no), a otra que por fin pareció merodear la cantera, para regresar a otra etapa en la que parecía que se confiaba en jugadores a futuro, con fichajes jóvenes (así llegaron Marcelo, Gonzalo Higuaín o Fernando Gago en diciembre de 2006), mientras los juveniles importaron poco y cada tanto llegó alguno por goteo.

Pérez tiene una idea de la administración deportiva como si fuera su empresa, y no lo es. Su distancia con los jugadores, su respaldo sólo en escasos momentos de conveniencia (jugadores como Raúl, Casillas, Redondo, Guti, no han tenido homenajes), su escaso interés concreto por la cantera, y sus vínculos estrechos con la política (si es de derechas, tanto mejor) han acabado por dar una imagen de un Real Madrid revuelto, con jugadores desganados o que acaban haciendo lo que quieren.

Si el símbolo de estos años en el campo de juego sin dudas es Cristiano Ronaldo, un delantero descomunal que sólo fue opacado por Lionel Messi y su genialidad), también el portugués lo es fuera de él, con declaraciones individualistas o gestos poco convenientes en función de equipo durante algunos tramos de los partidos.

Apoyado por un clima que muchas veces los medios cercanos han puesto a su servicio (como cuando una editorial sugirió antes de un clásico en el Bernabeu que a Messi hay que pararlo “por lo civil o por lo criminal”), el Real Madrid se fue tragando la galletita de que todo estaba bien, cuando pocas veces lo estuvo y hasta la Champions 2014 fue ganada in extremis por un cabezazo de Sergio Ramos ante el Atlético Madrid que le permitió empatar en los noventa para ganarlo ya psicológicamente en el alargue.

Mientras el Real Madrid no entienda que todo pasa mucho más por trabajar en el fútbol mismo y no tanto alrededor de él, y que, en el fondo, se sigue tratando de una sociedad sin fines de lucro con miles de simpatizantes en todo el mundo y que lo que estos mayormente buscan es un gran espectáculo, acorde con el que fue calificado por la FIFA como mejor equipo del Siglo XX, la crisis no sólo no parará, sino que con este Barcelona y con otros equipos en alza, corre el riesgo de seguir sumergido en lo mismo o peor.

Hoy, a poco de asumir, el Real Madrid se está tragando a una de sus figuras más emblemáticas del siglo, Zinedine Zidane, al que puso en el banquillo sólo porque erró en la elección de Benítez, defenestrado por la plantilla, al igual que antes muchos hicieron con Mourinho.

Pérez es el mismo del tantas veces cacareado “Never, never, never”, que no terminó significando otra cosa que “Ever, ever, ever”.

Seguramente en estos días volveremos a enterarnos de sanciones, promesas de cambios totales para la temporada que viene, limpieza absoluta, y muchos enfocando a que tal o cual no corren, o perengano conduce con exceso o bebe demasiado. Ya conocemos estas historias blancas sin fumata.

El tema no es ese y en el Real Madrid lo van sabiendo. A no engañarse. Es el modelo el que está agotado. Si Gianni Infantino dice que el fútbol debe volver a la FIFA, cuánto más al Real Madrid.

Ya es hora, si no quieren vivir de crisis en crisis, hasta que la gente se harte y el Bernabeu comience a sumar huecos sin público, como de a poco sucede.

Que no se engañen ni con la Champions. El tema es mucho más serio que la Undécima.