sábado, 16 de enero de 2021

Distintas maneras de perder (Jornada)


 

“Lo importante es ganar” es una de las frases más remanidas que acaso se hayan pronunciado o escrito alrededor del fútbol. Podría decirse que ganar es el objetivo, la meta, pero no es lo único importante. También lo es dejar una buena imagen, generar respeto en propios y ajenos, en hinchas y en adversarios, es haber logrado mantener una línea aún en el caso de no llegar a lo máximo.

Ulises Barrera, maestro de periodistas (y del uso del castellano en los medios de comunicación) se llegó a preguntar qué se gana cuando se gana y qué se pierde cuando se pierde, y retomamos ese interrogante.

Los dos equipos más populares de la Argentina, River Plate y Boca Juniors, fueron eliminados en la semana de su máximo objetivo de 2020, la Copa Libertadores de América, que por el atraso debido a la pandemia se fue postergando y se terminará de definir el próximo 30 de enero en el Maracaná de Río de Janeiro con una insípida (por nivel futbolero) e incolora (por la falta de público en el estadio) definición entre los paulistas Palmeiras y Santos, y el campeón deberá jugar apenas días más tarde en Qatar por el Mundial de Clubes.

Sin embargo, River y Boca no se despidieron igual del torneo, pese a haber quedado eliminados en la misma fase semifinal. Porque River lo hizo con grandeza, sobreponiéndose a un lapidario 3-0 como local en el estadio de Independiente, ante un Palmeiras sin muchas luces que simplemente aprovechó sus anunciadas falencias en el medio de su defensa, y luego un inexplicable quedo de todo el equipo “Millonario”, que acusó demasiado fuerte el primer gol en contra cuando apenas si había jugado un cuarto del partido.

Pero este equipo que conduce Marcelo Gallardo desde hace seis años y medio logró lo que muy pocos en la historia: dejar la sensación de que ni siquiera un resultado tan abultado (que jamás se había revertido en una serie en las sesenta ediciones anteriores de Copa Libertadores) puede hundirlo y que mientras haya tiempo para jugar, siempre hay chances de darlo vuelta.

Para eso, se necesitan varios ingredientes en la fórmula: jugadores –porque sin su calidad nada es posible-, un sistema de juego acorde, convicción para llevarlo a cabo, inteligencia para manejar los momentos, y fortaleza anímica.

Habíamos sostenido en columnas pasadas que este River ya no es aquel de otros años porque en el camino fue perdiendo importantes valores y que entonces Gallardo fue haciendo lo que pudo con lo que le quedó, pero cuando ya pocos apostaban por este equipo, que además resignó sus chances en la Copa Diego Maradona al caer ante Independiente acaso como consecuencia de lo ocurrido ante Palmeiras en Avellaneda, apareció esa dosis exacta de cada uno de los requisitos para revertir esta situación y con un planteo de tres defensores, tres volantes, dos enganches y dos atacantes, sometió a los brasileños a un dominio tal, que faltó muy poco para llegar a concretar aquello que parecía imposible.

Hasta el VAR (correcto, en líneas generales aunque excesivamente lento en las decisiones) es anecdótico porque no cambia el concepto sobre este River, y de allí aquello de que “ganar” no es lo único importante, y quedó demostrado que no es casualidad que de las últimas seis ediciones de Copa Libertadores. River haya llegado cinco veces a la semifinal y haya ganado dos finales (y perdido una tercera en los últimos dos minutos).

Boca es la contracara de River, porque salvo el primer trimestre de 2020, cuando Miguel Russo recién había asumido como director técnico alcanzó un aceptable nivel que le permitió obtener al galope la Superliga superando a River en los últimos metros, nunca tuvo una línea de juego, sea porque se le fue un valor fundamental en el equilibrio del mediocampo como Guillermo “Pol” Fernández, por los planteos excesivamente conservadores o por la mala elección de sus alineaciones, como por ejemplo, la de Franco Soldano, el primer centrodelantero que es reconocido por marcar bien la salida de los rivales y al que buena parte de la prensa argentina no le reclamó capacidad de gol hasta que la crisis caía encima del equipo a punto de ser eliminado por el Santos.

A diferencia de River, Boca cayó sin ningún atenuante contra el Santos en la revancha de Villa Belmiro y por 3-0, pero su problema venía de lejos porque muy pocas veces consiguió un juego convincente en el que apoyarse. Todo lo contrario, Boca es un equipo espasmódico, que depende de que lo salve un día una de sus más importantes individualidades, y otro día, otra de ellas. Si Carlos Tévez está en una buena noche, su talento, pese a sus casi 37 años (los cumple el próximo 5 de febrero), puede ser el ancla. Si anda en una buena tarde, el colombiano Edwin Cardona puede meter un tiro libre y una asistencia (como contra Independiente por la Copa Maradona) y liquidar el pleito, o Ramón “Wanchope” Ábila puede concretar una joya de gol como ante Argentinos Juniors en La Paternal.

Pero Boca no tiene un andar sólido, y pese a lo caro de su plantel, éste es corto en la realidad, porque apenas quince o dieciséis jugadores pueden responder en los momentos críticos, y la mayor parte de ellos son defensores o volantes de marca. No le funcionaron los dos extremos, Eduardo Salvio y Sebastián Villa, y Soldano fue un atleta cuando lo que se requiere es un jugador, porque al fútbol se juega con una pelota y nadie gana puntos por los metros recorridos sin ella.

Entonces, sabiendo seguramente de estas carencias, y sin haber encontrado jamás al reemplazante de Fernández en el medio (Nicolás Capaldo hace un gran despliegue y marca muy bien pero no tiene ductilidad con la pelota, y Diego “Pulpo” González no encontró aún su forma física luego de meses de inactividad), Russo determinó un plante conservador hasta la exasperación, como que un equipo con la historia de Boca haya salido a no perder en el partido de ida de la Bombonera, con la esperanza de embocar un gol en Brasil o apuntar al 0-0 y los penales salvadores rezándole a su gran arquero Esteban Andrada, una propuesta demasiado mediocre y que tuvo patas muy cortas.

Lo de Boca en Brasil no se termina de entender. Un equipo impotente desde el inicio, cuando a la primera jugada del Santos, la pelota terminó en el palo, toda una señal que los de Russo nunca interpretaron porque a diferencia de River, no se trata de un plantel inteligente, ni jugaron los que debían (increíble que Cardona, el de mejor pie, no haya sido titular, o que Soldano pueda estar por encima de Ábila, con 35 goles en 79 partidos con la camiseta auriazul), y el planteo no cambió ni siquiera a sabiendas de que un gol de visitante lo colocaba en la final.

Boca nunca encontró el partido y dio la sensación de que tampoco lo tuvo claro su entrenador, que sin embargo es el último en haber ganado para el club una Copa Libertadores en 2007, en tiempos muy diferentes, con Juan Román Riquelme en la cancha como jugador y no desde afuera como dirigente. Y la imagen que dejó fue lamentable, porque no compitió, porque no tuvo la rebeldía para revertir la situación, y porque futbolísticamente no aparecieron los Tévez, Cardona o “Wanchope”  para salvarlo, ante la falta de un esquema ofensivo aceitado, que nunca tuvo.

¿Puede ayudar a Boca ganar la final de la Copa Maradona ante Bánfield en San Juan? Acaso sirva para maquillar un poco su gran frustración, pero no podrá disimular lo vivido el pasado miércoles a la noche en San Pablo porque aquél era “él” partido que había que ganar y requería otra grandeza, otro planteo, otros jugadores en algunos puestos.

River y Boca atraviesan por situaciones paralelas tan extrañas, que mientras el primero no sabe si Gallardo continuará en el cargo, hasta la vuelta de sus vacaciones, debido a que a fin de año finaliza su contrato y también el mandato del presidente Rodolfo D’Onofrio y el manager Enzo Francéscoli, en el segundo aseguran que Russo sigue en 2021, aunque aquel 3-0 contra el Santos haya sido “saca-técnicos”, y más, luego de haber zozobrado en la Bombonera ante el Inter de Porto Alegre en octavos de final, y en Avellaneda ante Racing en cuartos, y se salvó de perder el Superclásico en el final del partido. Parece el mundo al revés.

Tal vez, River y Boca deberían volver a aquella pregunta inicial del maestro Barrera, especialmente si Boca le gana a Bánfield la final de la Copa Maradona. Cuando se gana ¿qué se gana? Y cuando se pierde, ¿qué se pierde? La respuesta sólo podrá hallarse en su interior.


lunes, 11 de enero de 2021

Romario, el gran delantero que fue fundamental para que Brasil ganara el Mundial 1994, amante de las mujeres y las salidas nocturnas, que dice haber llegado a los mil goles en su carrera y que se convirtió en político (Infobae)


 

“Cuando nací, Dios apuntó con el dedo y dijo ‘ese es’”, suele decir cuando le preguntan por su exitosa carrera de futbolista. El brasileño Romario saca a pasear todo su ego, respaldado en los 1002  goles que dice haber señalado (la FIFA le reconoce 930) y en todos los títulos que consiguió, entre ellos el mundial de 1994 –en el que fue gran figura-, las Copas América de 1989 y 1997 y el haber sido el único futbolista en ser catorce veces goleador de un certamen, según la Federación de Historia y estadística de Fútbol (IFFHS).

Romario De Souza Faría, también conocido en Brasil como “O Baixinho” (El Bajito), nació en Río de Janeiro el 29 de enero de 1966 y se crió en un barrio de favelas Jacarezinho, en una casa en la que su madre, Manuela Ladislau, siempre aceptó que estuviera detrás de una pelota desde los tres años, cuando su padre Edevair, fanático del club carioca América, fundara el “Estrelinha”.

Para Romario, acceder al Vasco da Gama fue un doble éxito, porque se había ido a probar antes al club, pero por su baja estatura le dijeron que sólo servía “para limpiar coches”, lo que motivó que pasara al Olaria Atlético Clube. Unos ojeadores del club viscaíno lo vieron jugar cuando tenía doce, y se lo llevaron para las divisiones inferiores, cuando ya su familia vivía en Vila da Penha.

Con el tiempo, se convertiría en el gran ídolo del estadio Sao Januario.  Debutó en Primera en 1985 y jugó en el Vasco da Gama hasta 1988 y llegó a ser campeón carioca en 1988 y goleador del campeonato brasileño en 1986 y 1987. En 1988,  cuando fue medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl con la selección brasileña y máximo anotador de ese torneo, fue transferido al PSV Eindhoven, donde jugó hasta 1993, y fue tres veces campeón de Liga en 1989, 1991 y 1992 y goleador en 1989, 1991 y 1993 y dos Copas de Países Bajos, 1989 y 1991 con una marca total de 165 goles en 163 partidos, más de un gol por partido de promedio.

En ese tiempo, el PSV era campeón de Europa y llegó a jugar la Copa Intercontinental contra Nacional de Montevideo en Japón. “Es el jugador más interesante de todos los que me tocó trabajar”, llegó a confesar el experimentado entrenador Guus Hiddink, quien recuerda que antes de los partidos importantes, cuando había algunos nervios, “él se me acercaba y me decía ‘coach, tranquilo. Romario va a marcar y vamos a ganar’. Y efectivamente sucedía. En ocho de cada diez partidos, marcaba el gol de la victoria”.

En 1993 pasó al Barcelona –campeón europeo de la temporada anterior- por 10 millones de dólares. En su primera temporada en el “Dream Team” de Johan Cruyff (junto a Hristo Stoichkov, Ronald Koeman,  Michael Laudrup y Josep Guardiola) marcó 30 goles y fue campeón de Liga, con un récords sólo superado por Lionel Messi en 2011/12, con cinco tripletes en la misma temporada (entre ellas, dos veces al Atlético Madrid y una al Real Madrid).

En uno de esos dos clásicos de la temporada ante el Real Madrid, sorprendió al mundo regateando a Rafael Alkorta con una “cola de vaca” tras un pase de Guardiola, para definir ante el arquero Francisco “Paco” Buyo en el 5-0 en el Camp Nou.

Sin embargo, allí comenzaron los problemas de Romario fuera de la cancha. Extrañaba la vida de Brasil, las salidas nocturnas y no le gustaba en absoluto la disciplina europea. Más de una vez, tuvo discusiones con Cruyff por esta razón, hasta que llegaba su propuesta: “si marco dos goles en el próximo partido, ¿me dejas viajar a Brasil?” y el holandés aceptaba.  “O Baixinho” salía entonces  motivado a la cancha, marcaba los goles prometidos, y viajaba. “Tenía una calidad asombrosa. Hasta sin esforzarse, hacía cosas geniales”, reconoció su ex DT años más tarde.

Al terminar esa temporada, en la que fue campeón y “Pichichi”, es que se consagró campeón mundial en Estados Unidos y también ganó  la Supercopa de España. Y en ese verano, antes del Mundial, llegó con el Barcelona  a la final de la Champions de Atenas ante el Milan, pero perdieron 4-0 (luego, el equipo de Fabio Capello disputó entonces la intercontinental ante Vélez Sársfield y cayó 2-0 en Japón).

El problema llegó tras ganar el Mundial, con un enorme festejo que hizo que retrasara su vuelta al Barcelona por tres semanas. Su deseo era regresar a Brasil en forma definitiva tras seis años en Europa, donde nunca se compró una casa y vivía permanentemente en hoteles. Él mismo reconoció luego que jugó expresamente a un bajo nivel para forzar una salida en el mercado de invierno de principios de 1995 y así es que consiguió irse al Flamengo por mil millones de pesetas (6,6 millones de euros) que el Barcelona terminó aceptando cuando le quedaba un año y medio de contrato, hasta mediados de 1996.

En el Flamengo jugó dos temporadas en las que marcó 59 goles en 59 partidos y fue el máximo goleador en 1996, año en el que regresó al Valencia por un tiempo muy corto, pero chocó por su conducta contra Luis Aragonés (allí coincidió con Ariel Ortega y Claudio López) y regresó enseguida a Brasil, pero en marzo de 1997, Jorge Valdano reemplazó a Aragonés y pidió regreso en el verano de 1997 y ya coincidió también con Fernando Cáceres y David Albelda.

Con Valdano –que lo definió como “un jugador de dibujos animados”- tuvo toda clase de libertades y rindió de manera espectacular y también en la selección brasileña en pareja con Ronaldo, en lo que se proyectaba como un gran Mundial de Francia. Sin embargo, todo se derrumbó en la pretemporada cuando Romario se lesionó, estuvo tres partidos sin jugar, que el Valencia perdió. Valdano fue destituido, llegó en su lugar el italiano Claudio Ranieri, y entonces “O Baixinho” volvió a chocar otra vez por cuestiones disciplinarias y quiso regresar otra vez a Brasil.

Con Flamengo ganó la primera edición de la Copa Mercosur en 1998 y el Carioca 1999, y en 2000 volvió  al Vasco da Gama y fue campeón del Brasileirao y la Copa Mercosur y fue goleador de los dos torneos y elegido mejor jugador sudamericano del año.

 En 2002 pasó al Fluminense y en 2003 se fue a Qatar para jugar en Al Saad por unos meses y volvió, y otra vez tuvo problemas de comportamiento con su DT, Alexandre Gama y fue despedido del club aún con 48 goles en 77 partidos. Volvió al Vasco enseguida y en 2005 a los 39 años, fue otra vez goleador de Brasil con 22 conquistas antes de irse a jugar a la United Soccer League, al Miami FC, donde fue el máximo goleador en 2006 y en ese mismo año jugó en el Adelaide United de Australia.

Una fecha emblemática para Romario es la del 20 de mayo de 2007, cuando con 41 años, marcó lo que según él mismo fue su gol 1000 de su carrera – la FIFA le otorga 930- en un partido por la segunda fecha en la que su equipo, el Vasco da Gama, venció 3-1 al Sport Club Recife. De esta forma, tras Pelé, se convertía en el segundo jugador brasileño –otros historiadores indican que hubo un tercero, Arthur Friedenreich, que marcó 1379 entre 1909 y 1935- en llegar a esa legendaria cifra.

En esa ocasión, Pelé destacó las grandes coincidencias entre su milésimo gol, marcado en 1969, y el que convirtió Romario. “Estaba haciendo fuerza por él y me puso muy feliz por ser él otro brasileño en el escenario mundial con mil goles”- aseguró entonces Edson Arantes do Nascimento en una entrevista con el canal “SportTV”-. Hasta bromeé con él porque parece un alumno especial. Hizo el gol de penal, como yo, disparó al ángulo derecho, exactamente como yo aquella vez. Sólo le faltó ofrecerlo a los niños, como hice yo”, broméo “O Rei”.

Al seguir enumerando las coincidencias entre ambos en el momento de marcar el gol mil, Pelé destacó que en su vuelta olímpica de los festejos posteriores se sacó la camiseta del Santos y se puso una del Vasco da Gama (su rival de entonces), mientras que Romario hizo su recorrido con la pelota entre sus manos. “Él dijo que estaba tenso a la hora de ejecutar el penal y yo también lo estaba. Eran más de cien mil personas gritando ni nombre y él también debe haber pasado por eso”.

Sin embargo, en el momento del gol mil de Romario, en el estadio Sao Januario del Vasco da Gama, en Río de Janeiro, había 16808 espectadores. Otra vez bromeando, Pelé lanzó entonces un desafío para su compatriota: “ahora sólo le faltan 282” en alusión a los 1282 que marcó en toda su carrera, pero a pesar de los 41 años, Pelé afirmó que Romario podía jugar un poco más. “Ya le oí decir que mientras esté caminando, seguirá jugando. Está haciendo lo que le gusta, lo que ama. Entonces, tiene que hacerlo”.

Una de las críticas que se le formuló entonces a Romario es que para llegar a los mil goles, contabilizó los que convirtió en divisiones inferiores y en partidos no oficiales. Otros estudios lo convertían en el segundo máximo anotador de la historia con 772 goles oficiales detrás del austríaco Josef Bican (805)  y por encima de Pelé (767) y por ahora, del portugués Cristiano Ronaldo (758). Para la Federación Internacional de Historia y Estadística de Futbol (IFFHS) se trata del único futbolista que fue 14 veces goleador de un certamen de Primera División (10 en Brasil, 3 en Países Bajos y 1 en España).

En octubre de 2007, Romario se dio el gusto de ser al mismo tiempo jugador y entrenador de Vasco y el 15 de abril de 2008 anunció su retiro del fútbol durante el lanzamiento de un DVD de su carrera llamado “Romario es gol” y ante las cámaras de TV.

Sin embargo, se dio el lujo de jugar un par de partidos para el América RJ en 2009 en homenaje a su padre, Edevair,  hincha fanático de este equipo y lo ayudó a ganar el título “Carioquinha” de Segunda división.

En la selección brasileña, debutó el 23 de mayo de 1987 ante Irlanda en Dublín, con derrota 1-0, y su primer gol lo marcó el 28 de abril de ese mismo año en otro amistoso ante Finlandia (3-2). Obtuvo la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, en los que su equipo eliminó al seleccionado argentino de Carlos Pachamé en octavos de final y fue el autor del gol de la final que Brasil le ganó en el Maracaná 1-0 a Uruguay por la final de la Copa América 1989.

Ya era una gran figura cuando se acercaba el Mundial de Italia 1990 pero meses antes tuvo una fractura y llegó milagrosamente al torneo, aunque como suplente de Antonio Careca, convocado a último momento por el director técnico Sebastiao Lazaroni y sólo terminaría ingresando algunos minutos ante Escocia, por la fase de grupos.

La relación de Romario con la selección brasileña tuvo muchos altibajos, porque pese a su gran rendimiento, sus permanentes choques con los entrenadores o sus problemas de indisciplina lo iban alejando de los equipos, a lo que se sumaban sus quejas por no ser convocado y hasta sus llantos públicos ante las cámaras de TV cuando era excluido de algún torneo importante.

En 1992 no eran tenido en cuenta por el entrenador Carlos Alberto Parreira cuando la selección brasileña comenzó a complicarse en el camino al Mundial de los Estados Unidos y los hinchas comenzaron a reclamar su presencia. La circunstancia de una inesperada lesión de Müller le dio la posibilidad de ingresar como titular en el decisivo partido ante Uruguay en el Maracaná, y aclamado por el público, en una actuación histórica, marcó los dos goles de su equipo, que así pudo clasificarse para el Mundial de los estados Unidos. Romario siempre sostiene que ese fue el mejor partido de su carrera con la camiseta verdeamarilla.

El Mundial 1994 fue el gran torneo de la carrera de Romario, en dupla con Bebeto. Marcó cinco goles y el segundo penal de la tanda de cinco de la final ante Italia en Los Ángeles y se convirtió definitivamente en una estrella, amado por sus compatriotas, y a fines de ese año fue elegido como FIFA World Player.

“Parece que nacimos jugando juntos. Teníamos una comprensión muy fácil en la cancha. Tuvimos una relación perfecta, fue cosa de Dios.  Llevará tiempo para que aparezca una dupla como la nuestra. Jugué con muchas estrellas pero él fue mi mejor compañero, sin dudas. La nuestra fue una de las mejores duplas ofensivas de la historia del fútbol brasileño”, afirmó Bebeto tiempo después.

En 1997 parecía proyectarse otra vez para Romario un gran Mundial de Francia en una dupla letal con Ronaldo Nazario, una presunción que aumentó cuando ganaron juntos en Bolivia la Copa América 1997 y en ese mismo año, la Copa Confederaciones de Arabia Saudita. Pero para 1998 se lesionó de gravedad y no fue tenido en cuenta por el DT Mario Zagallo, pero especialmente por Arthur Antunes Coimbra, “ Zico”, también miembro del staff, con quien ya había tenido problemas personales, y llegó a llorar en cámara en medio de una enorme polémica porque era pedido por gran parte del público y la prensa.

Sin embargo, Romario se quedó sin Mundial de Francia y definitivamente quedó enfrentado con Zico, al punto de que en 2005 fue condenado a pagarle 22.200 dólares por “daños morales” al utilizar su imagen en la puerta de los baños de un bar ya desaparecido que había instalado en Río de Janeiro.

Después de casi cuatro años, volvió en junio de 2001 ante Uruguay por la clasificación para el Mundial  2002 pero esta vez Brasil perdió 1-0 en Montevideo. El equipo andaba muy mal y su DT, Luiz Felipe Scolari, le cedió la capitanía y el liderazgo, aunque eso se rompió cuando se negó a ir a la Copa América de ese año en Colombia y generó la negativa del cuerpo técnico. Igual que en 1998, hubo presiones y ruegos para que Scolari lo incluyera para el Mundial 2002, pero no ocurrió. Y Brasil fue campeón igual.

Se despidió de la selección el 27 de abril de 2005 en un amistoso ante  Guatemala (3-0) con un gol a los 38 minutos del primer tiempo, y al convertirlo dio una vuelta olímpica en medio de una ovación.

“Mucha gente ha reclamado para sí el título de “Rey de Río” pero yo no quiero esa corona. Me gusta decir, más bien, que soy el rostro de Río. Aunque muchos creen que soy un jugador que creció en terrenos de fútbol improvisados, la playa siempre formó parte de mi carrera porque yo jugaba al fútbol y al voleibol allí. En ella me siento como en casa”, comentó al sitio “FIFA.com” cuando en 2007 fue convocado para jugar el Mundial de Fútbol Playa y estaba a punto de terminar su carrera profesional.

“Como estoy a punto de poner fin a mi carrera, el fútbol playa me permitirá hacer lo que más me gusta y competir, jugar para ganar títulos. Es interesante y saludable”, agregó entonces. Esa convocatoria no había sido casualidad porque el 3 de julio había aceptado integrar, por invitación de Michel Platini, en ese momento dirigente de la FIFA, la Comisión Técnica de Desarrollo de la entidad.

Dos años más tarde, en 2009, tuvo que pasar una noche en la cárcel y luego fue condenado a dos años y medio de prestación de servicios y una multa de 391000 reales (223.000 dólares) al no declarar los ingresos recibidos como jugador del Flamengo en 1996, aunque la sanción original era de tres años y medio de cárcel y una multa de 890.000 dólares que fue rebajada y por reclamos de su ex mujer Mónica Santoro, por no haber pagado la pensión alimentaria de dos de sus hijos.

Romario había terminado acordando el pago en cuotas pero incumplió por tres meses al declararse en bancarrota. En ese tiempo, también era señalado como uno de los inversores en una red financiera irregular con el sistema piramidal, que quebró y dejó a varias personas en quiebra.

“No fui yo quien mató a Michael Jackson ni quien trajo la Gripe A a Río de Janeiro. No maté a nadie ni le robé nada a nadie. Parece que me convertí en el villano de Brasil y no lo soy”, se quejó amargamente entonces durante el lanzamiento del libro “Romario”, del que dijo que “espero que se venda bastante, ya que estoy necesitando dinero”. Se trata de una biografía del periodista Marcos Vinicius Rezende, que relata varias anécdotas del futbolista que llegó a ser llamado como “El hombre que hacía llover goles”.

Inefable, sus ex compañeros relatan anécdotas que lo pintan de cuerpo entero. “Hizo cosas que ya no existen en el fútbol. Tuvimos un partido contra Gremio y estábamos en el aeropuerto. Cuando subimos al avión, todos nos preguntábamos dónde estaba “O Baixinho”. Mirábamos alrededor porque siempre llegaba tarde, era el último en aparecer. Cuando fui a buscarlo, permanecía desde hacía mucho tiempo en primera clase bebiendo champagne. Todos estábamos en clase económica y sólo en  primera clase”, relató con humor su ex compañero de Vasco da Gama Joao Carlos.

Otro compañero de Romario en el Vasco da Gama, Anselmo, cuenta en el libro otra anécdota: “El primer día que llegué al vestuario, mis compañeros me mostraron dónde debía sentarme. Todos se reían, pero yo no entendía por qué. Fue entonces que me di cuenta de que estaba sentado en el lugar de Romario. ¡Era el asiento 11, su número!. En eso, llegó él, riéndose y me dijo ‘acabas de llegar y ya quieres que te saque del club. ¿De dónde vienes?’. Todos se echaron a reir y me sentí muy avergonzado. Me disculpé y me fui rápidamente”.

En 2010, Romario sorprendió al iniciarse en la política nacional como diputado del Partido Socialista Brasileño (PSB), motivado por una de sus hijas, nacida con el síndrome de Down. Fue cuando consideró que las personas con capacidades diferentes no estaban lo suficientemente representadas.

El 19 de febrero de 2014 anunció su candidatura para el senado tras las elecciones generales en el país, y fue electo el 5 de octubre con el 63,39% de los votos, aunque en junio de 2017 dejó el PSB y se unió al partido Podemos (centroderecha), del que se convirtió en presidente para el Estado de Río de Janeiro y en marzo de 2018 anunció que se postularía para gobernador, pero recibió apenas el 8.6% de los votos.

También se fue convirtiendo en un duro crítico de la clase dirigente del fútbol brasileño y sudamericano. En septiembre de 2013, junto con Diego Maradona y José Luis Chilavert, se presentaron en un acto organizado por el Corinthians, en San Pablo, para apoyar al entonces presidente del club paulista, Andrés Sánchez, que se postulaba para presidir la entidad sudamericana.

En aquella reunión, un estudio jurídico uruguayo presentó un informe por el que los clubes sudamericanos habían perdido 120 millones de dólares en los últimos dos años y que la Conmebol había desperdiciado otros 430 millones en contratos opacos y omisión de facturación en los libros contables.

“Yo no imaginaba que existiera una institución más corrupta que la FIFA y la Confederación Brasileña (CBF), y el problema es que hay cosas peores. El informe que se presentó es de las peores vergüenzas que he vivido en el fútbol. No puedo creer toda la corrupción y deshonestidad de esta institución y todo el daño que le ha hecho a este deporte”, afirmó Romario ante el micrófono, mientras Maradona exigía que esos dirigentes “fueran presos” (lo que terminó ocurriendo, en buena medida, dos años después).

Antes de la Copa América de Brasil 2019 hizo duras críticas al DT de la selección, Tité, de quien dijo que después de no clasificarse a la semifinal del Mundial de Rusia 2018 “yo lo habría dejado seguir su vida, aunque es un buen entrenador porque es un tipo que consigue unir al grupo”, reconoció en declaraciones al canal “SporTV”.

Extravagante, afirmó que llegó a tener sexo con una de sus tantas novias en el vestuario del Maracaná, y que “soy ciento por ciento infiel, me defino como un mujeriego por excelencia, y en mi apogeo de promiscuidad, llegué a acostarme con tres mujeres distintas el mismo día”.

Se casó tres veces, primero Mónica Santoro, antes de emigrar a Europa, luego con Danielle Favatto, en 1996, antes de viajar a Valencia, y en 2002 con Isabelle Bittencourt.  Tiene seis hijos, y se divorció en todos los casos, y en 2019 apareció nuevamente en pareja con la administrativa Ana Karoline Nazario, de 22 años. Uno de sus hijos, Romarinho, llegó a jugar en el Vasco da Gama en el Brasileirao.

“Mago de las masas, el más querido/odiado por los defensores/Romario es el rey, Romario es el más grande”, dice la popular canción de “Banda Bel”, con la voz del actor Ronnie Marruda.

“Romario estará en la historia del fútbol, al punto de que bien pudo jugar con nosotros en México 1970. Si eso fuera posible, yo le daría mi camiseta”, llegó a afirmar nada menos que Tostao, campeón mundial en ese torneo, en el equipo que para muchos fue el mejor de todos los tiempos.

“Pude haber marcado muchos más goles o ganado muchos más campeonatos, pero preferí pasarla bien siempre, porque yo soy así, y así soy feliz”, afirma Romario, convencido.

 

 

 

 

 


domingo, 10 de enero de 2021

Boca y River se la juegan en Brasil con diferente estado de ánimo (Jornada)


 

En apenas cuarenta y ocho horas, Boca Juniors y River Plate se jugarán en sus respectivos partidos en Brasil, ante el Santos y el Palmeiras, respectivamente, sus objetivos más importantes de 2020, cuando se decida si avanzan o no a la final de la Copa Libertadores, pero llegan con estados de ánimo muy diferentes, a partir de los últimos resultados.

River deberá apelar más que nunca a la épica- palabra pocas veces más apropiada utilizada por su entrenador Marcelo Gallardo no bien terminó el partido- después de una estrepitosa y en cierta manera sorpresiva caída ante Palmeiras, como local en el estadio de Independiente, por 3-0, cuando tras dominar en el primer cuarto, se desinfló de una manera sorpresiva cuando llegó el primer gol de los brasileños.

Cuando sostenemos que la contundente derrota fue en cierta manera sorpresiva es más en referencia a la distancia en el marcador que por funcionamiento, debido  a que en los últimos tiempos, River no es el mismo equipo que durante los años anteriores daba garantías en los partidos más importantes, en los decisivos.

Y esto se debe, en buena forma, a que ha ido perdiendo jugadores fundamentales en todas sus líneas a los que, esta vez, no les encontró el reemplazo adecuado, en parte por la situación económica pero también por decisiones ya no tan acertadas como en el pasado. La venta de Lucas Martínez Quarta –que se fue asentando como titular en la selección argentina pese a su juventud- resultó un golpe para el último sector de la cancha y ni el chileno Paulo Díaz ni el paraguayo Robert Rojas pudieron demostrar una solvencia parecida, sumado a la evidente veteranía de Javier Pinola, lo que derivó a su vez en una pérdida de confianza del arquero Franco Armani, al no sentir el mimo respaldo de otro tiempo.

River es, definitivamente, un equipo de muy buen andar en la mitad de la cancha, con jugadores de buen pie como Enzo Pérez en el medio, o Bruno Zuculini, e incluso Leonardo Ponzio, cuando debe ingresar como suplente con su siempre criterioso despliegue, y Gallardo le había encontrado la vuelta al aporte técnico de Nicolás De la Cruz y del colombiano Jorge Carrascal-que se hizo expulsar tontamente el martes-, sumados al mejor jugador que tiene el plantel, Ignacio Fernández. Es claro que no sólo el problema no reside allí, sino en todo caso, el lugar más seguro.

Sin embargo, si bien River puede tener la pelota en un altísimo porcentaje, llega poco al arco adversario y le llegan demasiado, porque no tiene peso en las áreas. Si abajo ya no tiene a Martínez Quarta (y mucho antes a Jonatan Maidana), arriba, aunque fueran perdiendo la titularidad, le pasó algo parecido con Ignacio Scocco y en los últimos días, con Lucas Pratto, por lo que salvo en el caso del joven Julián Álvarez, se quedó sin recambio y apelando solamente a Matías Suárez y a Rafael Borré.

Palmeiras, entonces, hizo lo mismo en Avellaneda que Boca tres días antes en la Bombonera pero por la Copa Diego Maradona. Se paró atrás, los minutos fueron corriendo, y River se encontró con la misma impotencia de los últimos tiempos. No convertía pese a dominar absolutamente el partido, y en el primer contragolpe, los brasileños encontraron el gol, la tranquilidad, y un sorpresivo derrumbe anímico de un equipo que no era frágil en esas circunstancias.

Si ahora debe marcar por lo menos tres goles en Brasil, también lo anímico puede afectar luego de esta extraña caída ante un Independiente sin rumbo, que lo dejó afuera de la final de la Copa Diego Maradona, en la que tenía casi todo servido en bandeja porque Boca, con el que estaba igualado en puntos, debía enfrentarse a Argentinos Juniors, que también tenía chances, mientras que los Rojos de Avellaneda ya estaban eliminados de todo, sin  su DT, porque Lucas Pusineri abandonó el cargo en la semana, y sin su manager, porque lo mismo había ocurrido con Jorge Burruchaga.

El partido del martes, entonces, puede acercar a River a un abrupto final de ciclo, con Gallardo a meses de terminar su contrato y teniendo que armar un equipo casi a nuevo, porque amenazan partir varios de sus jugadores emblema, con ofertas en el extranjero, y seco de títulos en la temporada.

Lo de Boca en la Copa Libertadores parece difícil también, luego de su muy mal desempeño del pasado miércoles como local ante el Santos, en el que mayormente fue dominado por los brasileños, pero en esta clase de competiciones, en las que el gol de visitante tiene un valor fundamental, el no haber recibido tantos le da cierta chance si logra una solidez defensiva que parece ser su fuerte, especialmente el triángulo final compuesto por sus dos marcadores centrales, Lisandro López y Carlos Izquierdoz, y el arquero Esteban Andrada.

A diferencia de River, Boca es un equipo rústico en su andar,  no le interesa específicamente dominar los partidos ni la posesión de pelota, pero en cambio, tiene mucho más peso en las dos áreas, en la propia, y en la ajena, aunque, llamativamente, no sólo no le guste merodearla sino que, incluso, no presiona ante la salida rival.

Su entrenador, Miguel Russo, no varió su postura ni siquiera como local ante el Santos, cuando en otro tiempo Boca solía avasallar a sus rivales utilizando el “factor Bombonera”, lo que significa la presión de ese estadio por su forma y su historia, más allá de que ahora se juegue sin público y así perdió un plus fundamental.

Boca sabe que puede desequilibrar por algunas de sus individualidades, especialmente por sus dos alas, Eduardo Salvio y especialmente el colombiano Sebastián Villa, aunque juegan demasiado retrasados y el primero no volvió a recuperar el nivel que tuvo hasta la llegada de la pandemia, mientras que en la creación se recuesta en un veterano Carlos Tévez que a los casi 37 años fue recuperando cierta memoria técnica tras dos años muy bajos, o en un Edwin Cardona que es un jugador fino pero que no parece ser tenido en cuenta en los momentos decisivos acaso por su falta de despliegue físico.,

Si Boca tiene chances en Brasil, el miércoles ante el Santos tras el 0-0 en Buenos Aires, es porque un gol lo puede salvar, e incluso el empate y jugarse a la suerte de los penales, pero es claro que en lo colectivo,  no tiene ni comparación con el que ganara la última Copa Libertadores en 2007 y de la mano del mismo director técnico que ahora.

Puede ayudarlo también el buen momento anímico, que es un factor a tener en cuenta. El haber podido empatarle a River en el Superclásico pasado en la Bombonera cuando ya parecía perdido, el no haber recibido goles ante el Santos, y ahora la angustiosa clasificación para la final de la Copa Diego Maradona (eliminando a River, además), pueden aumentarle su autoestima en el momento justo, pero no sería malo que Russo pensara más en apostar al buen juego y no estar siempre prendiéndoles velas a los talentos, o a que la defensa saque todo lo que le llega.


sábado, 9 de enero de 2021

Boca y River, muy complicados para la vuelta de semifinales en Brasil aunque con distinto estado de ánimo (Kicker, Alemania)


 

Ninguno de los dos sacó un buen resultado en los partidos de ida en Buenos Aires y sin embargo, llegan con muy diferente estado de ánimo para la definición de la semifinal de la Copa Libertadores 2020.

River Plate, animador de las últimas seis ediciones, de las que llegó cinco veces a la semifinal y ganó dos, fue vencido de manera contundente por 3-0 ante Palmeiras en la cancha de Independiente (su estadio se está remodelando) pese a dominar por completo hasta la llegada del primer gol brasileño promediando el primer tiempo y a partir de allí se desinfló completamente.

Es evidente que ya no es el equipo seguro que era desde que perdió a sus estrellas (el defensor Lucas Martínez Quarta, los volantes Exequiel Palacios y Juanfer Quintero y los delanteros Ignacio Scocco y Lucas Pratto), y si bien sigue teniendo mucha posesión de balón, sufre mucho en las dos áreas: le hacen muchos goles y convierte demasiado pocos para todo lo que domina a sus rivales.

“Hay que ir por una noche épica a Brasil, de esas que muy pocas veces ocurren, no queda otra opción”, sostuvo un preocupado Marcelo Gallardo, en referencia al partido del próximo martes en San Pablo, y agregó que “ahora tenemos un sentimiento amargo”. La eliminación podría ponerle fin al ciclo de Gallardo luego de seis años y medio.

El muy mal estado de ánimo de River es evidente, al punto de que se le escapó el sábado una gran chance de ser finalista de la Copa Diego Maradona  al caer con un juego irreconocible 2-0 ante Independiente, que  atraviesa una larga crisis.

Por el contrario, Boca llega también complicado, luego de no haber podido ganarle a Santos como local, y con un mal desempeño, pero confía en poder avanzar el miércoles con un gol (que valdrá doble)  en el estadio Villa Belmiro, o bien por penales, apelando a la tradición por la que suele irle bien en tierras brasileñas en los torneos internacionales (en esta Copa venció 1-0 a Inter en Porto Alegre por la ida de los octavos de final).

“El rival vino a hacer su negocio pero Boca ha pasado por este tipo de situaciones y en esta Copa hemos perdido un solo partido y fue como locales. Si me preguntan si el del 0-0 fue el partido deseado, por supuesto que digo que no”, sostuvo Miguel Russo, quien fue el entrenador que ganó la última Copa Libertadores para Boca en 2007.

Boca, que al empatar el sábado 2-2 ante Argentinos Juniors consiguió el pasaje a la final de la Copa Diego Maradona, llega fortalecido anímicamente aunque sin conseguir un buen funcionamiento colectivo, y en medio de una polémica con el Santos.

Al día siguiente del partido de ida, se supo que dos jugadores brasileños, el arquero John  y el defensor Wagner Leonardo (suplente) dieron positivo de coronavirus y no podrán estar en la vuelta. En Boca creen que en el Santos ya lo sabían (aunque los hisopados antes de partir a Buenos Aires dieron negativo) y creen que por eso, el entrenador Cuca determinó que el equipo no regresara al vestuario en el entretiempo y se quedara en el césped. El temor es que los jugadores de Boca se pudieran haber contagiado.

Sin embargo, varios videos demostraron que es habitual que Cuca de las charlas técnicas en el césped y que el arquero John abrazó a cada uno de sus compañeros antes del partido.

 

miércoles, 6 de enero de 2021

El pantalón que se cambió Pelé en la Bombonera, la foto y el escupitajo de Rojitas y las provocaciones de Sanfilippo y Coutinho, los dos primeros duros enfrentamientos entre Boca y Santos por la final de la Libertadores 1963 (Infobae)


 

Ningún equipo argentino había llegado tan lejos en las primeras tres ediciones de la Copa Libertadores. El presidente de Boca, Alberto J. Armando, había entendido que el torneo sudamericano creado en 1960 como copia de la Liga de Campeones de Europa, que se jugaba desde 1956 podía ser una plataforma de lanzamiento internacional e hizo una gran inversión en jugadores de calidad para 1963.

Así es que Boca tenía un plantel compuesto por algunas figuras internacionales como Antonio Roma, Silvio Marzolini, Antonio Ubaldo Rattín, los veteranos Ernesto Grillo y Norberto Menéndez, y los brasileños Paulo Valentim y Orlando Peꞔanha de Carvalho, a los que se sumaron nada menos que el gran goleador de San Lorenzo, José Francisco Sanfilippo y un jovencito que había debutado apenas tres meses y medio antes, 19 de mayo, Ángel Clemente Rojas, y que rápidamente se había convertido en ídolo de los hinchas xeneizes.

Boca, campeón argentino de 1962, venía de eliminar a Olimpia de Paraguay y a Universidad de Chile en la fase de grupos y a Peñarol en semifinales (sólo llegaba el mejor de cada país). Santos, en cambio, era campeón paulista, brasileño, de la edición anterior de la Copa Libertadores (en la que había vencido en la final en el tercer partido en el Monumental de Buenos Aires a Peñarol por 3-0) e intercontinental 1962 al ganarle al Benfica de Eusebio.

Al ser campeón de América de la edición anterior, el reglamento le permitió clasificarse directamente para la instancia semifinal de 1963, en la que eliminó a su compatriota y subcampeón brasileño (que ocupaba la plaza del Santos, campeón de su país) Botafogo. Los cariocas se esperanzaron al empatar 1-1 en San Pablo en la ida en el Pacaembú, pero cayeron como locales por un rotundo 4-0 con un festival de Pelé, el mejor jugador del mundo de ese tiempo y ya bicampeón mundial, y autor de tres goles, y un cuarto de Lima).

La final de la Copa Libertadores de 1963, la primera entre un equipo argentino y otro brasileño, parecía un choque de trenes y de estilos. Boca, con un equipo repleto de figuras de mucho prestigio, pero enfrente el Santos, con astros como el arquero Gilmar, o jugadores como Zito, Mengálvio, Coutinho, Pelé y Pepe, todos integrantes de la selección verdeamarilla que acababa de ganar su segundo Mundial consecutivo en Chile.

Sin embargo, el entrenador del equipo paulista, Lula (Luis Alonso Pérez), sabía que los compromisos con Boca no serían fáciles, como relató el propio “Rey” en su película “Pelé Eterno”:  “Brasil era entonces el país del optimismo y ganar títulos en el deporte pasó a ser una obligación porque fue dos veces campeón mundial de fútbol y básquetbol, por lo que ser bicampeón del mundo era casi una obsesión. Entonces, había una cierta presión para que el Santos también fuese bicampeón sudamericano”.

Sin embargo, en el partido de ida del Maracaná, ante cerca de cien mil espectadores, parecía que todo se cerraría muy pronto y a los 28 minutos del primer tiempo, Santos ya ganaba 3-0 con dos goles de Coutinho, el primero apenas a los dos minutos, y otro de Lima, pero Sanfilippo descontó a los 43 minutos antes de irse al descanso, y cuando parecía que los brasileños se iban a la revancha de Buenos Aires con un cómodo resultado, otra vez el ex centrodelantero de San Lorenzo achicó las cifras al 3-2 definitivo a un minuto del final.

“Todo vino muy rápido para mí. Fuimos al Maracaná, a Río de Janeiro, y recibí dos impresiones imborrables –relató-. Por un lado el estadio, las bombas, el griterío, el fervor del público,  y por otro, me parecía un sueño verlo a Pelé al lado mío en la cancha y como rival, y me saqué una foto con él. Ese equipo era una máquina y a los 20 minutos ya perdíamos 3-0 pero luego nos acercamos y terminamos 3-2”, recordó Rojitas.

Esa escasa diferencia en el marcador de la ida subió las expectativas para el partido de vuelta en la Bombonera,. El 11 de septiembre ante más de cincuenta mil personas que colmaron el estadio de la Boca. El extremo izquierdo del santos, Pepe, recordó esa postal en una entrevista: “El estadio estaba abarrotado. Los aficionados gritaban, nos insultaban. Ganar a Boca Juniors allá, en su casa, no era algo al alcance de un equipo normal”. De hecho, Boca había ganado sus tres partidos como local en esa Copa Libertadores.

“Jugué en todos los estadios del mundo, pero jamás sentí un terremoto cuando un equipo sale al campo como en la Bombonera”, admitió años más tarde Pelé.

Con la hinchada de Boca empujando, el equipo xeneize no pudo vencer al santos en el primer tiempo pero al minuto del segundo, llegó el gol de Sanfilippo y la serie estaba empatada (no había gol de visitante y la igualdad de puntos en la serie obligaba a un tercer partido en cancha neutral).

Todo se hizo más nervioso, con muchos choques, faltas y discusiones. “Fue un partido diferente, con mucha provocación y por eso me dejé llevar en el festejo del empate”, recordó Coutinho, que debió ser contenido por su compañero Zito tras un incidente con Sanfilippo en el momento del gol de Boca. “Cuando él marcó el 1-0 vino a reírse de mí pero Zito me dijo que no servía de nada porque iba  a perder y así fue. Ganamos al final”.

“En la revancha en la Bombonera tuvimos mala suerte porque lo pudimos ganar pero erramos muchas situaciones de gol”, se lamentó Rojitas, que en el fragor de los dos partidos llegó a escupir al “Rey”. “Era muy mocoso, no pensaba. Luego le pedí disculpas”, se lamentó.

Apenas cuatro minutos después de aquel gol de Sanfilippo, lo empató Coutinho y a los 82 minutos, luego de una apilada, Pelé estableció la diferencia definitiva que le dio el título al Santos. Incluso “O Rei” se dio el lujo de cambiarse los pantalones (se le habían roto) en medio de la cancha, despertando la ira en los jugadores de Boca, que lo interpretaron como una provocación y una forma de perder tiempo, jugando con el resultado favorable a los brasileños.

Santos se consagró bicampeón de la Copa Libertadores 1962/1963 y fue la primera vez que un equipo ganaba los dos partidos de la final evitando así el tercer partido, y también fue la primera vuelta olímpica internacional en la Bombonera (por los torneos locales, River la había dado dos veces, en 1942 y 1955 y Racing en 1949) y también era la primera vez que un equipo brasileño conseguía un título en la Argentina.

Santos fue, meses más tarde, bicampeón intercontinental al vencer al Milan de Nereo Rocco, campeón de Europa, mientras que Sanfilippo resultó el goleador de la Copa Libertadores con siete tantos, y ese mismo año fue el autor del gol con el que Boca venció a River en el Monumental con el que venció 1-0 y así le impidió a los “Millonarios” ser campeones y el título argentino quedó en manos de Independiente, que así se proyectó a la Copa Libertadores de 1964, para lo cual los “Rojos” dejaron antes en el camino al Santos de Pelé.

Boca lograría la revancha contra el Santos cuarenta años más tarde, en 2003, al vencerlo en otra serie final de Copa Libertadores a dos partidos.

………………………………………………………..

27/8/63 Santos 3 Boca 2 (2m y 21m Coutinho, 28m Lima,  43m y 89m Sanfilippo), 100.000 espectadores en el Maracaná

Santos: Gilmar; Mauro, Calvet, Dalmo: Zito, Geraldino; Dorval, Lima, Coutinho, Pelé y Pepe. DT: Lula

Boca: Néstor Errea; Carmelo Simeone, Rubén Magdalena, Orlando, Marzolini; Ernesto Grillo, Rattín, Norberto Menéndez, Alberto Mario González;  Ángel Rojas y Sanfilippo. DT: Aristóbulo Deambrossi

………………………………………

11/9/63 Boca 1 (Sanfilippo 46m ), Santos 2 (50m Coutinho, 82m Pelé). 50.000 espectadores en la Bombonera.

Boca: Errea; Simeone, Orlando, Alcides Silveira, Magdalena;  Grillo, Rattín, Menéndez, González: Sanfilippoy Rojitas.

Gilmar: Mauro, Calvet, Dalmo; Zito, Geraldino; Dorval, Lima, Coutinho, Pelé y Pepe.

 

 

 

 

 

 

 


domingo, 3 de enero de 2021

Emotivo empate en un Superclásico cambiante (Jornada)


 

El empate 2-2 en un Superclásico cambiante en el marcador y con distintas fases psicológicas de acuerdo a lo que iba ocurriendo, deja un poco más contento a Boca, que estuvo muy cerca de perderlo, que a River, que ya parecía que lo tenía ganado al darlo vuelta en una ráfaga de tres minutos promediando el segundo tiempo, luego de haber sido amplio dominador del partido.

Cuesta afirmar, y acaso sea lo más positivo para el fútbol argentino y para la inmensa masa de hinchas de ambos clubes, que alguno de los dos equipos haya quedado condicionado para sus decisivos enfrentamientos contra sus rivales brasileños por la semifinal de la Copa Libertadores, durante la próxima semana, porque los dos pudieron ganar el clásico pero también los dos lo pudieron perder, y acaso en este punto, el empate sea de estricta justicia.

Sin embargo, si sostenemos que Boca se fue un poco más satisfecho de una Bombonera extrañamente vacía, pero que tuvo cánticos de aliento a los xeneizes desde las puertas hacia afuera del legendario estadio, es porque el partido fue dominado abrumadoramente por el conjunto de Marcelo Gallardo, a partir de una tenencia más clara de la pelota –terreno en el que River se siente más cómodo- mientras que los locales desde hace tiempo que prefieren esperar, para salir de contraataque.

River salió a jugar el partido casi con todo lo que tenía, tomándose en serio la posibilidad de ganar la Copa Diego Maradona por más que en la semana deba jugar ante el Palmeiras, y por eso su entrenador Marcelo Gallardo dispuso de casi todos los titulares y optó, con toda lógica, por Javier Pinola como lateral izquierdo (función que tuvo por años en otros equipos) para reemplazar a los lesionados Angileri y Casco, y apenas el joven Federico Girotti reemplazó a Matías Suárez adelante.

Miguel Russo, en cambio, prefirió una mezcla de algunos titulares (Esteban Andrada en el arco, Carlos Izquierdoz en la defensa, Jorman Campuzano y Nicolás Capaldo en el medio), pero siguió con la misma tónica que durante todo el trayecto del torneo argentino: ceder la iniciativa a su adversario y así River se adueñó desde el inicio de campo y pelota, aunque se encontró enseguida con una sorpresa. En la primera pelota que Boca utilizó en función de ataque, Emanuel Mas la cruzó perfecta al ras, de izquierda a derecha, y Ramón “Wanchope” Ábila, continuando la racha goleadora, pudo convertir anticipándose a la defensa de River.

Lo más extraño es que si River tuvo la pelota en un setenta por ciento del tiempo, Boca haya tenido la misma cantidad de situaciones de gol y quizá eso haga referencia a la poca efectividad “millonaria” si bien Carrascal estrelló una pelota en el palo derecho de Andrada y éste le tapó una oportunidad clara a Rafael Borré y otra al joven Lucas Beltrán.

Si Boca cometió el error de dejar a Edwin Cardona en el lado equivocado (porque a la derecha y por la banda no funciona, más allá de que tenía que tapar la proyección de Pinola) y Mauro Zárate acentuó la sensación de que está más de salida que de permanencia, con escasas y poco productivas intervenciones, esta vez el colombiano Sebastián Villa fue clave, en velocidad, gambeta, bloqueo de Gonzalo Montiel, y especialmente, una gran definición en el gol del empate final cuando ya parecía que River se llevaba el clásico.

Y si esto pudo haber ocurrido es porque ya parecía difícil que con ese planteo de un 4-4-2 y con Zárate casi de enganche para dejar solo arriba a un “Wanchope” que pareció que se iba lesionado en el primer tiempo, Boca pudiera sostener el resultado a favor en el segundo, cuando además, Gallardo puso en la cancha casi todo lo que tiene, haciendo ingresar a Ignacio Fernández y a Matías Suárez, por Beltrán y Bruno Zuculini, y si ya el dominio “millonario” se hizo mucho mayor, se acentuó cuando a los 12 minutos se fue bien expulsado Campuzano, por una temeraria falta, cuando ya debió irse en el primer tiempo por un descalificador codazo a  su compatriota Jorge Carrascal.

La ventaja de Boca duró entonces exactamente diez minutos más, porque empató Girotti, que había ingresado por Carrascal, como Cristian Ferreira (volante) reemplazó a Pinola. Apenas tres minutos más tarde, en una ráfaga en la que pesó la diferencia de juego y el hombre de más, Borré, con un cabezazo, marcó el 2-1 que parecía lógico a esa altura, e irremontable en esas condiciones.

Sin embargo, este Superclásico sin público, aunque ruidoso por el sonido desde las calles aledañas, tenía preparadas dos circunstancias claves más porque a los 34 minutos fue bien expulsado Enzo Pérez. Los dos quedaron con diez, y Carlos Tévez, que había ingresado veinte minutos antes por Zárate demostrando la sideral diferencia de peso entre ambos, colocó un pase justo para la entrada de Villa desde la derecha, y esta vez el colombiano definió de manera magistral a la salida de Franco Armani, que ya le había tapado otra anterior.

Por eso, una tenue sonrisa en los hinchas de Boca, y una muesca de decepción en los de River, pero sin ser definitivo si uno ni otro, porque los “millonarios” saben que juegan mejor y que siguen en carrera en la Copa Maradona y salieron ilesos de la Bombonera pensando en el Palmeiras, aunque deben mejorar en la definición porque no se puede tener tanto dominio y definir tan pocas veces, y los “xeneizes” no pueden renunciar tan pronto a jugar y ceder la iniciativa a su rival, cuando éste tiene jugadores de peso, pero anoche pudo haber perdido y rescató un empate in extremis que lo deja psicológicamente en una racha aceptable para lo que queda del torneo local y por la Copa Libertadores.

Si vuelven a enfrentarse por la final de la Copa Libertadores, todo deberá volver a empezar y cada uno sacará sus conclusiones, pero la sensación es que nada está definido. Cada uno con sus aciertos y sus errores, y enfocados en sus objetivos demasiado próximos como para detenerse mucho en este atractivo empate en el que los dos pudieron ganar, y los dos pudieron perder.


viernes, 1 de enero de 2021

Carlos María García Cambón, autor de los cuatro goles récord en un tempranero Superclásico de 1974 en la Bombonera: “Con el tiempo fui tomando consciencia de la magnitud de lo que había hecho” (Infobae)


 

Fue un 3 de febrero de 1974 y por la primera fecha del torneo Metropolitano, correspondiente al Interzonal, y Boca Juniors goleó a River Plate por 5-2 con cuatro tantos del ese día debutante xeneize, Carlos María García Cambón, nada menos que al “Pato” Ubaldo Matildo Fillol, un récord que se mantiene hasta hoy y acaso en el más tempranero de la historia de los Superclásicos oficiales.

River entraba en el año 18 sin títulos (el último había sido en 1957), con la venta de Oscar Mas al Real Madrid y la expectativa de la llegada a la dirección técnica de un ex jugador de la casa como Néstor “Pippo” Rossi, de excelente campaña en Atlanta en el Nacional 1973, mientras que Boca había conseguido mantener su plantel, que desarrollaba buen juego pero que no ganaba títulos, con la contratación como centrodelantero de Carlos García Cambón, proveniente de Chacarita Junioes, donde había salido campeón del Metropolitano 1969.

“¿Quién podía imaginarse un debut así? –reflexiona García Cambón en diálogo con Infobae-. Yo venía de salir campeón con Chacarita en 1969-53 goles en 217 partidos, e incluso uno en contra justo ante Boca en el 6-0 de 1972- porque en esos años, tenía grandísimos equipos, y yo me fui a fines de 1973 y me trajeron para reemplazar a Hugo Curioni, al que habían transferido al Nantes. Él era un nueve clásico. Yo no lo era, aunque hacía goles, pero yo era un jugador más en función de equipo y hasta hubo varios partidos en los que Osvaldo Potente, que era el diez, jugaba más adelantado que yo o sea que éramos tres delanteros y medio, casi cuatro, con Ramón Ponce y Enzo Ferrero. El que me veía jugar se daba cuenta de que yo no era un nueve clásico” y sentencia que “desde el punto de vista del juego asociado, el de 1974 fue uno de los mejores equipos de Boca de la historia- la hinchada cantaba “Tres cosas hay en la Boca, Ferrero, Potente y Cambón”-. La clave de no haberse transformado en uno de los mejores equipos de todos los tiempos fue la falta de títulos. El del 74 lo perdimos increíblemente ante Newell’s en la cancha de Huracán en el cuadrangular final (con Rosario central y Huracán)”.

García Cambón considera también que  “fue muy raro que ese Superclásico haya sido el primero de un campeonato y creo que fue a partir de aquella vez que se decidió que nunca más jugaran una primera fecha juntos sino más por la mitad del torneo, para no caer las expectativas. Yo ya había jugado contra River en Mar del Plata, en esos amistosos de verano, y me había ido bien, con la lógica adaptación que se necesita de un jugador a un equipo grande, y recuerdo que empatamos”.

El primer gol de Boca llegó apenas a los dos minutos por intermedio de García Cambón, pero a los 16 minutos empató Jorge Ghiso, y a los 37 volvió a convertir García Cambón. “Fue con el muslo y no con la cabeza como muchos dijeron. Fue un centro desde la derecha de Marcelo Trobbiani que sobró a Fillol y aunque puse la cabeza, la pelota me dio en el muslo y entró al arco. Fillol ya era un arquerazo en ese tiempo, si no el mejor, estaba entre los dos mejores –fue convocado para el Mundial de 1974 en Alemania Federal- y luego trabé cierta amistad con él, es una persona que aprecio mucho, y jamás hablamos de este partido. Me parecería una falta de respeto”.

“El tercer gol lo hizo Ferrero, de penal. No lo pateé yo porque era nuevo y él no me dijo nada  y agarró la pelota para patearlo. Nada más que por eso-recuerda-. Luego metí mi tercero y el cuarto de Boca, de cabeza,  descontó Enrique Wolff, de penal, y mi último gol fue el mejor de todos y uno de los mejores que hice en mi carrera: Una doble pared con (Claudio) Casares y Potente, gambeteé a Fillol y entré al arco con pelota y todo”, recuerda.

García Cambón tiene claro el recuerdo de los detalles de ese partido. “Boca ese día jugó muy bien. Tenía un poder ofensivo terrible y con un jugador genial, Potente, el más talentoso que vi en mi vida. Lo reivindico como un jugador maravilloso y eso que daba ventajas físicas: petiso, retacón, pero jugaba de espaldas al arco contrario y sabía dónde estaba cada uno sin mirar”.

“Es difícil explicar lo que pasó aquella vez. La euforia del momento impide darse cuenta de la magnitud de lo que había conseguido, Me llama la atención que me sigan haciendo entrevistas y se sigan acordando después de cuarenta y pico de años. La magnitud la determina el paso del tiempo. Recuerdo que después, vinieron a saludarme mi papá y mi hermano (que venían a verme siempre) y lo vi llegar a mi hermano adelante y me dijo “papá está bravo” y era raro porque mi papá era un tipo reflexivo, frío, pero estaba desencajado y era porque al fin de cuentas, como los hijos somos prolongaciones de nuestros padres, cuando coreaban el apellido, lo estaban coreando a él, que había sido futbolista en Barracas Central pero lo tuvo que dejar para comer. Fue muy importante en mi vida. Mi abuelo jugó en River cuando pasó del amateurismo al profesionalismo, Ricardo García. Jugaba de número cuatro. Casi no lo conocí”.

Para el goleador récord de los Superclásicos, en las horas siguientes a ese mágico partido ocurrieron cosas excepcionales. “Todo fue una locura. Me tuve que ir de mi casa porque había siempre doscientos personas en la puerta y me tomé dos días para reflexionar y decidí irme a la casa de un amigo y luego sí hablé con la prensa. Fue lo que sentí en ese momento, que había que alejarse de todo ese mundo y necesitaba relajarme, salir de toda esa persecución. Yo no soy muy impulsivo pero estaba afectando a mi familia, mis hermanos, mi cuñado”.

En esos dos días sucedió algo que hoy sería muy difícil de concebir: “Una cosa loca fue lo que pasó con Quique Wolff, porque él traía botines desde Alemania y teníamos cierta amistad desde que habíamos sido compañeros en el sudamericano juvenil sub-20 de Montevideo en 1967 (la primera vez que un equipo argentino ganó el sudamericano de la categoría). En ese tiempo él jugaba en Racing y yo en Chacarita, así que al día siguiente del Superclásico fui a su casa, que estaba en Palermo, a buscar esos botines, pero nosotros no hablábamos de rivalidades ni mucho de lo que pasó el día anterior”.

También con el paso de los años, García Cambón le pidió a Wolff que le encontrara esos cuatro goles en el archivo de la TV. “Es que yo  me casé de grande y mis hijos no me vieron mucho haciendo goles y una vez le pedí a Quique, que trabajaba en los medios para que me los consiguiera y me dijo que en Canal 7 la dictadura militar quemó todo y que no había nada, pero alguien me dijo que pueden llegar a estar en la TV española”.

Si bien su récord no parece fácil de ser batido, cree que eso “algún día ocurrirá porque los récords están para ser alcanzados o superados y me parece bien” y recalca que en ese mismo0 1974, “también le hice el gol a River en el otro Superclásico en la Bombonera pero por el Nacional. Ganamos 1-0 pero nadie se acuerda, jaja. Y fue un golazo. Llega la pelota a la mitad de la cancha, yo arranco y Potente me pone la pelota por encima de Gutiérrez, le amago a Perico Pérez y la dejé mansita en la red”.

Consultado por el Superclásico del sábado, afirma que genera “la misma expectativa” y que “se viven de una manera especial y el entorno hace que tenga esa presión por la gente. Si uno lo piensa, es un partido más pero es la gente la que lo hace trascendente. Todos dicen “hoy hay que ganar”. Yo lo vivo más fríamente posible, me gusta disfrutar del espectáculo. El fútbol es un juego, un espectáculo, la inventiva de los jugadores, el funcionamiento de los equipos, la técnica, la estrategia. Me gustaría que el fútbol tuviera una filosofía distinta, no me gusta el exitismo ni que se hable de proyectos de 688 páginas cuando a la tercera derrota, echan al DT con insultos y agravios. Me gustaría un DT como (Alex) Fergusson porque desarrollar una idea no es para un par de días. Es lo que nos toca vivir y cuando me dicen que (Marcelo) Gallardo está en River hace seis años es porque ganó. Si no hubiese ganado, ya veríamos. Lo que no entiendo es que los equipos están destruidos pero en las elecciones se presentan cinco listas distintas. Hace un año y medio la AFA hablaba de la Meca de la Superliga y ya desapareció”.

“Me parece que hoy en el fútbol la cabeza es cada vez más importante, y depende cómo juegue. Una cosa es que el defensor piense “lo voy a anular” y otra cosa, que piense “¿y si me llega a eludir?” Hoy es fundamental la psicología, la personalidad y el carácter de cada uno. No es el estado nervioso porque los nervios no hay que sacárselos, hay que superarlos, que es otra cosa”, finaliza.

Síntesis del partido:

Boca 5 River 2 (jugado el 3-2-1974 por la primera fecha del Torneo Metropolitano).

Boca:  Rubén Sanchez; Pernía, Mouzo, Rogel y Tarantini;  Benítez, Trobbiani  (Casares) y Potente; Ponce, García Cambón y Ferrero.

River: Fillol; Zuccarini, Horacio Coll, Hugo Pena y Héctor López; Wolff, Merlo (Di Meola), Alonso; Mastrángelo, Morete y Ghiso.

 

2m GCambón, 16m Ghiso, 37m G Cambón (cabeza), 46m Ferrero (penal), 61m G Cambón (cabeza), 66m Wolff (penal), 71m G Cambón.

Árbitro: Roberto Barreiro.

Boca le marcó 4 goles a River en el Metropolitano 1972 (0-4 en el Monumental), 5 en el Metropolitano 1973 (5-2 en la Bombonera) y 5 en el Metropolitano1974 (5-2 en la Bombonera).