miércoles, 11 de marzo de 2009

De códigos, caprichos y anarquías (Jornada)

“Acá hay mucha tela para cortar, todavía queda mucho”, dice un más que allegado a uno de los grandes protagonistas de este último tiempo de la selección argentina, y tiene muchísima razón.
Cuesta mucho aceptar lo que algunos en voz baja -por sus distintos compromisos y chupamedismos-, y las encuestas de todo tipo manifestaban. Que la llegada de Diego Maradona al equipo nacional iba a generar esta situación de virtual anarquía en la estructura que hasta podría generar el verdadero milagro de que todo esto explote en las mismas eliminatorias y ni siquiera haya Mundial. Todo puede pasar, porque en un estado anárquico es hartamente difícil predecir el futuro, pero lo que es meridianamente claro es que el desgobierno es absoluto.
La renuncia de anoche de Juan Román Riquelme al seleccionado, que ocurre por segunda vez en pocos años, demuestra que el equipo argentino es presa de los caprichos de algunas de sus estrellas, que no atienden el teléfono a otras, o que sienten celos de los notables jugadores emergentes porque consideran que la camiseta les pertenece. Y Maradona, que ahora se hace el sorprendido, lo sabe mejor que nadie, aún teniendo razón en este punto porque este Riquelme verdaderamente se encuentra muy por debajo de su nivel y es cierto que con esta lentitud y desidia, no sirve demasiado a ningún esquema por más que se trate de un excelso futbolista en cuando a condiciones técnicas y a lo que es capaz de conseguir con una pelota.
Lo que sigue conduciéndonos al origen mismo, a quien debiera conducir a la selección argentina, y que ni contrato firmado tiene (una tremenda irregularidad que la AFA bien debería aclarar, en vez de seguir tapando), a Maradona, es que si el director técnico estima que un jugador, cualquiera sea, no está en condiciones de ser convocado, todo indica que es el mismo jugador quien debería saberlo antes que los medios, y no a través de éstos. Esto que ha ocurrido con Riquelme, aún siendo deportivamente justo, nos va indicando un modo de conducir, o acaso de no conducir, que es lo más preocupante, y lo que tantos vieron por anticipación.
Yendo más allá con la “renuncia” de Riquelme (¿o será que en verdad Maradona ya lo había decidido y optó por no quemarse y que fuese el jugador de Boca quien se fuera?), Si Maradona lo decidió, ¿fue por sus propias convicciones, o porque los propios jugadores, hartos de los caprichos y los celos de la estrella boquense, fueron indicándole el camino? ¿Estaban cómodos Messi, Agüero o Tévez con Riquelme?, ¿Tomó nota “el diez” de los gritos en el vestuario tras el triunfo en Marsella ante Francia, cuando los jugadores cantaban que “no necesitamos a nadie más”?
Maradona sabe bien lo que se necesita para armar un grupo que se conjure en la búsqueda de un título importante (no por nada peleó tanto por Ruggeri), y que cuando un grupo grita de esta forma, está dictando sentencia. Lo sabe y obra en consecuencia, con toda la experiencia que fue acumulando. Y sabe también, mejor que nadie, que este equipo argentino ganó sus dos partidos ante Escocia y Francia, pero no irá muy lejos si más temprano que tarde no encuentra un sistema de ataque con más jugadores, con más respuestas tácticas. Lo dijo ayer Carlos Tévez en un programa radial: “así, no llegamos al arco contrario, necesitamos más gente arriba”. Más claro, imposible. Es decir, si no está Riquelme, hará falta otro enganche, o jugar con tres delanteros (uno de ellos de área, goleador, de los que abundan pero que el técnico parece no ver, y también sería interesante que aclarara si sobre Gonzalo Higuaín pesa algún castigo no explicitado), o que (Dios nos libre y nos guarde), se anime, por fin, a colocar a Messi en la posición que más quiere y que más espera: por fin como creativo, detrás de los delanteros. Jugarse, en verdad, a darle la camiseta número diez, que le corresponde tanto, y depositar en él todo el juego que alguna vez otros depositaron en el propio Maradona y terminar con especulaciones, polémicas y celos sin sentido.
Maradona sabe bien lo que decimos. El mismo que se quedó sentado en el palco del Vicente Calderón cuando todo el estadio se puso de pie para aplaudir al genio argentino, y que, en cambio, se puso de pie en Portugal ante un buen gol de Angel Di María.
Aún queda tiempo para la reflexión, pero dudamos de que mucha prensa argentina tenga un mínimo de coraje para criticar lo criticable del diez, y para señalar que hace muchísimo tiempo que el seleccionado argentino no atraviesa un caos como éste, a pocos días de jugarse mucho en dos partidos de eliminatorias que en otro tiempo hubieran sido casi soslayados de acuerdo a la importancia de los rivales y a la innegable capacidad individual de los jugadores nacionales.
Pero en este seleccionado, no se sabe por qué se toman algunas decisiones y no otras, no se sabe qué función cumple Carlos Bilardo, hoy más un dirigente que un entrenador, y a quien Maradona apenas consulta y tiene en cuenta. No se sabe cuál es la relación entre Maradona y el propio Julio Grondona, pujando por unos y otros amigos, tachando a los enemigos, y hasta echando y maltratando a Ubaldo Fillol, como entrenador de arqueros, y vuelto a nombrar, pero en los juveniles, como si todo fuera un viva la pepa.
Y por si todo esto fuera poco, como en un circo, los jugadores parece que no hablan con la prensa, pero luego sí hablan, aunque otra vez no, pero cuidado que tal vez sí, mientras los colegas europeos nos cuentan que el entrenador pide cien mil dólares por entrevista exclusiva, sin que la AFA tome cartas en el asunto.
Esta etapa puede terminar con el título mundial. No sería extraño y ya pasó en México 1986 cuando nada lo hacía prever dos meses antes. Pero cuando todo esto pasa en una estructura, cualquiera sea, los resultados positivos son más obra de la casualidad o la capacidad de improvisación, que de un trabajo coherente.
Hoy parece lejano el tiempo en que “el seleccionado” pase a ser “la selección”. Para eso, demasiadas cosas tendrán que cambiar y principalmente, habrá que encontrar un conductor. Sin director, la orquesta puede sonar, pero difícilmente lo haga con la armonía necesaria.

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