sábado, 6 de junio de 2009

El éxito que nos deprime

Es tan interesante lo que plantea el colega y amigo Octavio Palazzo en su artículo sobre el tenista Del Potro, que nos lleva a una reflexión, que no por reiterada nos impide retomar el tema, como si un recurrente tábano incidiera sobre esta sociedad argentina desbarrancada en lo cultural, sin referentes políticos ni de pensamiento, como consecuencia, en gran parte, de los treinta mil desaparecidos y el sistema que la viene ahogando luego de terminado de concretar el plan perpetrado a la perfección por 25 años de vaciamiento: 1976-2001.
Si ya antes de este plan, la sociedad argentina miraba con desconfianza a todo aquel que osaba salir de sus límites para triunfar fuera de ellos, y en cualquier tipo de manifestación (cultural, deportiva, científica), en tiempos anteriores al genocidio tenía más que ver con la incomunicación y a cierta sensación de pérdida de un ser querido. Alguien que pasaba de ser "nuestro" para ser compartido en el afuera, como sucedía con aquellos científicos que como César Milstein, fueron expulsados en "La noche de los bastones largos" del onganiato para reaparecer dos décadas después con un "sorprendente" Premio Nobel. Hubo siempre un castigo en aquella decisión de abandonar el terruño para migrar hacia destinos en los que se pudiera desarrollar la excelencia tal vez porque la mirada siempre europeísta de los argentinos (al cabo, descendientes de los barcos) nunca entendió que desde países limítrofes se llegara a su propia tierra con la misma idea de progreso que los propios tienen cuando pisan suelo europeo o, sólo en los últimos años, aunque jamás será lo mismo, los Estados Unidos.
Por eso, pese a ser considerado un automovilista de excepción pese a no haber ganado nunca un título de campeón mundial de Fórmula Uno, Carlos Reutemann sigue sin ser visto masivamente como propio aún en una carrera por la presidencia de la Nación. O un tenista como Guillermo Vilas, que es aplaudido de pie en cuanto torneo internacional se sigue jugando, no consigue ser siquiera capitán del equipo de la Copa Davis, y ni qué hablar de un distante José Luis Clerc, reducido a la condición de analista televisivo.
No olvidaremos cuando en una de nuestras visitas a Buenos Aires de los últimos años, escuchamos a un buen analista de espectáculos, maltratar, suelto de cuerpo, nada menos que al filósofo Mario Bunge, residente en Canadá, y tal vez el más brillante intelectual que Argentina tenga en el mundo. Vale todo y si se fue, que pague por no haberse quedado a sufrir entre nosotros. Si no optó por insultar en las calles, zafar en los exámenes o en los pagos de impuestos, si no quiso coimear a nadie para conseguir una entrada o evitar una multa, si quiso respetar los semáforos o no quiso ser parte de ninguna maffia (incluso declamando progresismo) para tomar el poder de su espacio laboral, criticando, eso sí, a las otras maffias que hacen lo mismo, o si no quiso ir a optar entre candidatos truchos en vez de votar por candidatos que tengan algo para plantear. Es decir, si tuvo la visión de que esto iba a pudrirse y arriesgó por una vida mejor, entonces no es "nuestro" aunque haya nacido acá, porque no comparte nuestros códigos y encima, porque no quiso hacerlo. No nos merece, por tanto.
Si a esto se le suma que en muchos casos las condiciones de vida ofrecidas en el exterior son infinitamente mejores, en países que avanzan, que progresan, que dan cabida a los que lo merecen y pelean por ello, qué decir de la distancia que se establece con una sociedad que ha quedado tan deteriorada en todos los sentidos tras aquel plan de 25 años arriba mencionado, y en la que ni siquiera ha quedado su mejor clase dirigente para protestar.
Por eso, acaso, el deporte y en especial aquellos más representativos, ha tomado un lugar insólito, excesivo, en el que los eternos perdedores del día a día buscan ganar aunque sea a través de sus representados, y cuando éstos salen de los límites nacionales, generan al mismo tiempo el ambiguo sentimiento de la expectativa por el logro, pero también la inmensa bronca del que nos abandonó para seguir su camino. Los Del Potro, Messi, y quien sea, son amargados, pechos fríos y cagones, si no ganan porque como ellos como sociedad no pueden ganar, depositan todo en ellos y hasta son capaces de gritarles "fracasados" en una cancha.
Una sociedad cuyos restos sólo aceptan la dualidad "ganar-perder" sin tener siquiera la chance de evaluar las formas, no es otra que la que tampoco, por tanto, puede apreciar un humor irónico, una fina melodía, que no tenga necesariamente que pasar por los "pibes chorros", ni mucho menos, una buena paleta, un buen libro, un curso interesante de alguna temática. Más fácil es reirse del otro, y aplaudir al más visto, al que nos refleja y se ríe de nosotros, no "con" nosotros.
Por eso, mientras leemos los impresionantes elogios a Del Potro en "The Times", "The Guardian", "As", "Marca", "L'Equipe", también leemos, con tristeza y perplejidad, los insultos en los foros como Perfil o Infobae. Y pensamos en Del Potro, receptor de aplausos y maravillosos comentarios en el mundo, pero que no puede ser aceptado en el país del ganapierde. Y pensamos en Messi, y sus 38 goles, su posible Balón de Oro y su FIFA World Player a sus 21 años, y recuerdamos a los que por radio y TV se preguntan si debe o no ser titular en la selección. Y sólo podemos concluir que el éxito de los argentinos de afuera termina deprimiendo a los de adentro. A los que cada día pierden más la perspectiva, los que siguen creyendo que sólo vale ganar, por el hecho de ganar aunque sea un día, a través de los que se fueron, los que la pelearon, los que arriesgaron, y a los que no están dispuestos a perdonarles ni un resbalón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El incoformismo nacional.
Siendo adolescente, lo primero que me llamo la atención en el exterior es que uno podía hablarle de igual a igual a una beldad, mientras que nuestras féminas locales pensaban que nadie merecía su respuesta.

En Francia a Del Potro lo elogiaron desde la prensa hasta la gente que viaja en bus por los quartiers sensibles. Por radio yo oí a Federer decir “je me suis bien battu pour gagner”. (http://www.cyberpresse.ca/sports/tennis/200906/06/01-863624-roger-federer-au-bout-de-lui-meme.php) lo que es toda una frase que expresa el esfuerzo por ganar y la altura del rival.
Pero del Potro no esta a la altura del elogio nacional (no unánime al menos). Como tampoco lo estuvo Sabatini, pero una mujer deportista es difícil que sea admirada: para ser admirado no solo tenés que ser el número uno, primero tenés que ser de género masculino, y bien definido, porque las mujeres no hacen deporte, no se esfuerzan, no consiguen premios…. Los ídolos deben ser bien machos para llenar los diarios con notas y sobretodo con publicidades, mientras que las mujeres deben dar gracias por el hecho de que se les deje un pequeño espacio para que se diviertan unos minutitos.

Por eso, la diferencia entre Del Potro y Federer no esta en la cancha, sino en que uno viene de un país en donde consideran una obligación civil la delación de la delincuencia y otro en donde consideran un valor moral proteger a los delincuentes. Uno viene de un país en donde el libro nacional es Heidi y el otro de un país donde el libro nacional es el Martín Fierro…
El Acróbata