lunes, 16 de marzo de 2020

Humbertito (Un cuento de Marcelo Wío)




Humbertito, mirá que ir con el día que hace. Qué ganas, che. Por lo menos abrigate. Ponete el pulover que te tejí el año pasado, el azul; y una campera imperpeable. Y llevate un gorro; que es por ahí por donde el calor se va, y con él, las ideas. Aunque está visto que vos, muchas no tenés; sino, cómo se explica que vayas a la cancha con esta ventolera. Acá te estoy haciendo unos sangüichitos, para que no comas porquerías por ahí – que a saber qué tienen los chorizos esos que venden en la cancha. Ponete doble par de medias, hacé el favor, Humbertito; que desepués soy yo la que tiene que ir y venir de la cocina a tu habitación llevando tecitos, aspirinas y sopitas. No lleves las zapatillas nuevas, esas dejalas para circunstancias más dignas. Ponete las de papá, las Pampero, que son más de combate. Humbertito, no te olvides que hoy es el cumpleaños de tu tía Eleonor, hacé el favor de llamarla, ¿querés? Sabés que le gusta mucho que te acuerdes de ella; te quiere tanto... Un poco pesada sí que es, cierto, pero leal, recta; un cielo. ¿Tenés dinero? Pedile a tu padre. Sí, ya sé que tenés la entrada, pero llevá algo por las dudas. Mirá si te pasa algo... No seas zonzo, Humbertito; ya sé que si te da un soponcio no te va a ayudar de mucho el dinero. Digo, qué se yo, se larga a llover con todo y el colectivo tarda en venir y entonces necesitás tomar un táxi... Te agarra un dolor de cabeza y te querés comprar unas aspirinas... Yo que sé, Humbertito. Tomá, acá tengo unos billetes. Oíme, Humbertito, llevate un termo con un poco de café calentito. El termo chiquito, el que usa papi para tomar mate en el patio. Bueno, por lo menos llevate una botellita de agua para bajar los sangüiches. Ay, madre mía, mirá el ventarrón que hay. Llevate unos diarios para ponerte proteger la espalda y el pecho. No, no vas a una guerra, Humbertito; las guerras suelen ser de ineludible asistencia para los perejiles como nosotros; pero sos tan pavote que vas a un partido de fútbol – hecho evitable si los hay - con este tiempo. Y no a cualquier partido. Vas a ver al último de la… qué, ¿segunda, tercera división...? Humbertito... ¿Vos no habrás hecho alguna macana y estás expiando una culpa, no? Uy, uy... ¿No habrás preñado a la hija de Olavarría? Humbertito, decimelo sin ascos, decime si no te mandaste un desagüisado... No, Humbertito, hay pasiones y pasiones; y yo sé de una única pasión que puede arrastrar un hombre como si no tuviese voluntad alguna; y no es el fútbol. ¿En tu caso sí? Me preocupas, Humbertito... Sinceramente. Si tuvieras veinte años, todavía; a fin de cuentas, los hombres son más lentos en eso de la maduración. Pero vos tenés treinta y ocho, Humbertito. Sos un boludo grandonte. Muy grandote. Subite el cuello de la campera, haceme el favor, que te da el frío en la larige y se te cuela para el pecho. Ah, no, con esos pantalones no salís. Mirá el agujero que tienen en la rodilla. No señor, te me cambiás si querés irte. Una cosa es que en la cancha la elegancia no se aprecie y otra bien distinta es que la gente diga que el hijo de Emilia anda hecho un zaparrastroso. Eso no. Uno pude tener muchos defectos, uno puede ser un pelagatos, sí; pero con dignidad, Humbertito, con la frente alta y la pilcha prolija. Y llamá a tu tía antes de irte. Son dos segundos. Un hola, un feliz cumpleaños, un afecto y un adiós. Ni un minuto. Si se pone charlatana, me la pasás. Dale, cambiate, llamá y te vas. ¿Y si te quedás? Va a llover. Y con el frío que hace, te vas a pescar una neumonía. Quedate y hago unas tortas fritas y nos tomamos unos mates. Y escuchás el partido por la radio. Si, para hacerte mala sangre, mejor que te la hagas calentito, con el palatiavo de las tortas fritas, el mate y la tranquilidad de, encima, no tener que hacer el camino de vuelta a casa bajo una lluvia segura y un colectivo lleno de gente, olores y contagios. Bueno, bueno, si querés ir, andá; pero ya te dije, con ese pantalón no salís. Ponete el vaquero que tenías ayer, que, aunque está para lavar, no está sucio. Si te quedás porfiando y discutiendo vas a llegar más tarde; si no querés demorarte más, dejate de caprichos y cambiate. No, no está en tu habitación; ¿qué te crees, que voy dejando la ropa para lavar por ahí, como si esto fuera un cambalache? Está donde tiene que estar, en el cesto de la ropa sucia junto a la lavadora. No, no está sucio ni huele. Sí, ese; ¿acaso tenés otro vaquero, Humbertito? Hoy estás un poco espeso... ¿Te sentís bien? Vení, acercate, a ver si tenés fiebre. Que vengas, canejo. Estás un poco acalorado. No, no es porque yo te obligué a abrigarte. Ese calor no es de abrigo, es de adentro, de la inmunidad que anda sintiendo algún virus. Deberías quedarte. Ni que fuera una obligación ir, como si fuese una ceremonia, che. El fútbol, el fútbol. Bendita manera de perder tiempo, energía y salud al cuete. Si pusieras un tercio del entusiasmo en el trabajo, ya podrías haber juntado dinero para vivir solo y echarte una novia. Pero no, el fútbol. Y yo, la única del barrio sin nietos. ¿Ves, que el vaquero está bien? ¿A qué hora volvés? Y yo qué sé qué hora es la de siempre; yo no mido mi tiempo en base al fútbol. ¿Tan tarde? ¿Pero cuánto dura eso? ¿Y cuánto es “lo de siempre”? Ay, Humbertito... Una hora y media, y un cuarto de descanso y el viaje de ida y vuelta... Podrías emplear ese tiempo en pintar la pared de la medianera que ya está toda descascarada... Está bien, andá, andá... Ay, Humbertito, cuándo crecerás de una buena vez... Se fue y no llamó a la tía, me cachis la mar...

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