lunes, 27 de abril de 2020

Cambian los dirigentes, pero la AFA es la de siempre





En pocas horas, los dirigentes del fútbol argentino tomarán, vía online debido a la cuarentena obligatoria por la pandemia del coronavirus, medidas de importancia que pueden marcar los próximos meses y en algunos casos, tal vez, los próximos años.
Pero lo que parece un cambio de época porque ya no preside la meda quien fuera sempiterno presidente, Julio Grondona, ya fallecido, o porque ahora, gracias a la tecnología, todos pueden aparecer en un zoom o cualquier otra red comunicacional gracias a los avances de internet en vez de los viejos y desvencijados sillones de la calle Viamonte, en realidad, sigue siendo un maquillaje que esconde los viejos vicios dirigenciales del fútbol nacional.

Si cuando asumió en la FIFA el ítalo-suizo Gianni Infantino en febrero de 2016, éste se presentó como la renovación que venía a transparentar el fútbol mundial, y sin embargo los neocios globales sólo modificaron las formas pero jamás el fondo, Claudio “Chiqui” Tapia representa algo parecido pero de cabotaje, aunque en este caso, las formas del supuesto cambio que nunca llega son mucho menos claras.

Digámoslo de una buena vez con palabras más sencillas: Tapía representa, aunque quiera mostrarse con otro ropaje acorde al siglo XXI, lo mismo que Grondona y de hecho, no es otra cosa que el neogrondonismo. Si a Don Julio lo representaba el poncho del caudillo y el anillo del besamanos, Tapia aparece con buzo y zapatillas (incluso con cordones desatados), y cadenas y peinado maceta, pero la base de sus acciones, con el contexto de cada tiempo y de cada circunstancia, son las mismas.
Si hay una diferencia de fondo entre ambos, es que la situación deportiva del fútbol argentino, y la institucional del país, sumado a la mucho mayor capacidad de Grondona, le permitieron a éste mantener una independencia del  poder político como nunca había ocurrido en la historia de la AFA  y pudo fundar simbólicamente el Partido de la Pelota de Fútbol.

Por el contrario, Tapia, con mucho menos nivel en todo orden, y con aliados sin mucha visión, pertenece a un tiempo con muchísima más influencia de la política nacional una vez muerto Grondona en 2014, y descongelada la situación que Don Julio pudo mantener en su reinado desde 1979 y por 35 años.

Sin embargo, Tapia mantiene el eje grondoniano en los hechos principales, a saber: 1) Mantenimiento del centralismo de Buenos Aires, el conurbano y el sector pampeano sobre el resto del país, lo que queda patente a la hora de votar y ante el inmovilismo de las estructuras institucionales, 2) desinterés por acabar con la violencia de fondo de los estadios con los mismos vicios y mañas del pasado, 3) Falta de planificación coherente hacia el futuro, con el gataflorismo de ir primero hacia un torneo de veinte equipos, para regresar en medio del camino hacia los treinta, de pasar de un torneo de calendario anual, a otro con el sistema de calendario europeo para volver al anual, 4) Aceptación sin chistar de la creación de una Superliga funcional al macrismo para presionar hacia un regreso a la AFA una vez que Macri perdió el poder y con permeabilidad al nuevo gobierno peronista, 5) Alianza con los sectores del ascenso y los clubes grandes como sostenimiento en el poder.

Si hay algo que además tiende un puente entre los tiempos de Grondona y el de Tapia pasa por los mismos factores que pesan a la hora de la verdad: el poder y el dinero. El resto interesa mucho menos a la dirigencia y todos se acomodan a lo que rige en cada momento, y lo que ayer fue de una manera, hoy es de otra y mañana, de otra muy distinta, o acaso la misma que ayer.

El poder hizo que el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, adquiriera peso entre los dirigentes (especialmente entre sus delfines de Tigre y Lanús), en una alianza con el nuevo eje de Boca (que pasó del peso de Daniel Angelici en el macrismo al de Jorge Ameal con el gobierno de Alberto Fernández), Independiente (Hugo Moyano, muy cercano al actual mandatario nacional), San Lorenzo (Marcelo Tinelli dio otro vuelco y forma parte de la Comisión de la Lucha contra el Hambre, además de estrechos vínculos con su compañero de dirigencia en San Lorenzo y actual ministro de Turismo y Deportes de la  Nación, Matías Lammens) y los siempre advenedizos Racing y Huracán. Si se les suma al antes díscolo River, que no quiso formar parte del Comité Ejecutivo hace tres años y ahora, cercano a Alberto Fernández, piensa en volver para no quedarse solo, puede entenderse por qué la Superliga no tiene más lugar, a poco de ser creada, cuando hace apenas tres años todos firmaron su conformación.

La Superliga, aunque supuso un control externo sobre los clubes, y avanzó en algunos negocios que pudieron dar rédito, jamás pudo sacarse el sayo de ser funcional al macrismo favoreciendo la idea de que en un futuro cercano, se aceptara que los clubes pudieran pasar a ser sociedades anónimas o al menos, aceptar que éstas manejaran el fútbol bajo amenaza de derogación del decreto 1212 de Eduardo Duhalde, que los eximía del pago de ciertas tasas impositivas. Entonces, una vez terminado el gobierno de Macri y sin Angelici en el poder futbolero, ya tenía sentencia de muerte pronta.

También desde el poder, aunque entroncado con los negocios, los clubes matan dos pájaros de un tiro reculando en sus escasísimas convicciones volviendo a derivar en poco tiempo en un increíble torneo de 30 equipos porque por un lado, permite el ascenso de clubes amigos y evita el  descenso de otros con los que hay que quedar bien por diplomacia, y al mismo tiempo, favorece que los canales de aire de TV se queden con hasta cinco partidos por fin de semana, dejando diez para los privados, en una especie de mini “Fútbol Para Todos”, explicado, además, como con escasos gastos estatales porque en el reparto de los canales de aire, sólo uno es público pero no implica un gasto en el telespectador. Eso sí: aún habrá que aclarar quién producirá las transmisiones, el quid de la cuestión. ¿No será, por fin, el monopolio, o se favorecerá a los de siempre?

Pero esto del nuevo formato del negocio de la TV tiene, como ya lo pensó Don Julio (ninguna iniciativa futbolera es original en este tiempo), un costado económico, y es que quince partidos por fin de semana, aunque desluzcan la calidad del espectáculo, significan una paga mucho mayor que doce, y a su vez permite contentar a muchos actores, e incluso al público que no puede pagar el abono televisivo.

Pero siempre, en todos los casos, tanto con Don Julio como con “Chiqui”, queda afuera el verdadero debate, el de plantearse hasta cuándo la AFA seguirá siendo unitaria en vez de federal, hasta cuándo la AFA retendrá todo el peso de los votos en Buenos Aires y el conurbano, sin importarle el resto del país, y hasta cuándo sus torneos seguirán siendo tan excluyentes de equipos importantes de todo el país, como hasta ahora.

Acaso la misma pregunta puede girarse a los dirigentes de clubes de todo el país, que permiten sin chistar que por tantos años esto ocurra, y por lo que no dejan de recibirlas migajas de las sobras. Las veces que intentaron algo distinto, lograron ventajas, aunque mínimas, como los Nacionales en los Sesenta, el decreto 1309 en los Setenta, el Nacional Ben los Ochenta, y la Copa Argentina en la última década. Pero están lejos de armar aquella Unión de Clubes del Interior (UCI) que casi genera un descalabro y pone al fútbol argentino patas para adelante.

Llama la atención que nunca sea hora de grandes cambios, de torneos con formato nacional, de pensar en estructuras más acordes a la geografía y a los intereses de todo el país.

Por eso, Tapia y Grondona son distintos de forma, pero demasiado parecidos de fondo. Ambos son, naturalmente, conservadores. Y ninguno quiere que se les quite el privilegio. Por eso, Tapia asumió planteando un gobierno por tres años y ya habla de reelección y por eso mismo, si Tinelli “se indignó” en el patético 38-38 hace cuatro años y medio, tan pronto se abraza con los que estaban del otro lado de la mesa. Y es porque aunque les cueste decirlo en público, a todos les da lo mismo. Y nadie pone el grito en el cielo. Si no, otro gallo cantaría, pero todo sigue igual.

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