sábado, 27 de marzo de 2021

Sudamérica y la ñata contra el vidrio para Qatar 2022 (Jornada)


 

Éste parece ser un fin de semana futbolero más. La Copa de la Liga continúa con sus trece partidos mientras los argentinos observamos, por televisión, cómo las selecciones europeas comenzaron a disputar la clasificación para el Mundial de Qatar 2022 en lo que debió ser una ventana FIFA para todo el mundo, Sudamérica incluida, pero por primera vez, esto no ocurrió.

Sucede que a pocos días de iniciarse esta ventana, que desde hace años forma parte de lo que se dio en llamar “Calendario (Michel) Platini”, a partir de que siendo éste secretario general de la entidad de Zurich, se implementó la idea que consiste en que en determinadas fechas durante la temporada anual mundial se suspenden los torneos locales para que sólo jueguen las selecciones nacionales, los clubes más poderosos de Europa decidieron no ceder a sus jugadores fuera de su continente basados en la pandemia del coronavirus, un hecho inédito que amagaba con producirse ya en meses anteriores, pero que se terminó de generar ahora.

¿Cómo es que se llegó a esta situación? Por una razón que cambió las relaciones de fuerza existentes hasta hace pocos días, y es que justamente basado en los extraños tiempos de pandemia y los temores existentes de posibles contagios, la FIFA permitió por primera vez a los clubes europeos que no deban atenerse al reglamento anterior, por el cual si no ceden sus jugadores a las selecciones nacionales son pasibles de multas económicas y sanciones deportivas, al punto de no poder utilizar a esos jugadores en partidos oficiales posteriores. Esto fue llamado siempre por el fútbol europeo y su prensa, defensora de sus intereses, como “Virus FIFA”, un problema que generaba que los jugadores que “se iban” con sus equipos nacionales, volvían cansados o lesionados a sus ligas y se perdían compromisos por estas razones.

Esta excepción conseguida por los clubes poderosos ante la FIFA difícilmente hubiera sido posible en conducciones anteriores en Zurich. Si bien la dirigencia anterior al ítalo-suizo Gianni Infantino, actual mandatario desde febrero de 2016, puede ser criticada por muchísimas cosas (la más importante, la corrupción que derivó en el sonado caso del FIFA-Gate, también hay que resaltar que tanto Joseph Blatter, ex presidente hasta 2015, como Julio Grondona, vicepresidente senior hasta su muerte en julio de 2014, trataron siempre de equilibrar el poder del fútbol mundial tironeado entre los intereses de los ricos europeos y la pasión nacional ligada a las selecciones de cada país, al punto de que la FIFA llegó a tener más países afiliados que la propia ONU. No por nada, Blatter llegó a decir alguna vez que su trabajo era complicado porque él debía “administrar pasiones”, palabras que parecen contradictorias.

En esa “administración de pasiones”, la dirigencia anterior no aceptaba una imposición de los poderosos europeos a sabiendas de que en caso de hacerlo produciría un desequilibrio de poderes de difícil retorno partiendo de una base de aceptación general: todo jugador de élite comparte dos camisetas, la de su club, que le paga el sueldo y con el que establece una relación contractual y cotidiana, y la de su selección nacional, a la que lo une mucho más su pasión y un sentido de pertenencia, que una cuestión meramente económica.

Pero Infantino, quien en su discurso parece defender cierto progresismo futbolero, cedió a los intereses de los poderosos y bastó la situación de pandemia para que blanqueara para qué lado juega y aunque en dos zoom la dirigencia de la Conmebol le pidió que intercediera ante los poderosos europeos para que Sudamérica no perdiera estas dos fechas del torneo clasificatorio para el Mundial de Qatar 2022, no hubo nada que hacer y el titular de la FIFA no pudo (¿no quiso?) mediar para que, como ocurrió en las fechas anteriores, cuando amagaban lo mismo, los clubes europeos aceptaran ceder a sus jugadores.

Si bien es cierto que todo cambió cuando Infantino aceptó esta modificación reglamentaria, hay que dejar unos párrafos aparte para la Conmebol. Más allá del poder económico en contra, llama poderosamente la atención el grado de genuflexión de los dirigentes sudamericanos ante tamaño cambio de relación de poder sin plantarse con la suficiente autoridad que dan los años de éxitos y de competencias internacionales y jugadores de tanto prestigio, que siguen siendo pretendidos por los europeos, que, además, no dejan de contratarlos aún sabiendo a prori que en muchos momentos de cada año serán citados a sus selecciones nacionales. ¿O no aumentan su cotización internacional cuando se destacan con sus equipos en un Mundial o una Copa América y hasta una muy buena actuación en una clasificación al Mundial?

Es decir, en otras palabras, que los clubes europeos sabían al contratar a estos jugadores, u otros jóvenes que pueden llegar a edades juveniles y luego destacarse en sus ligas, que muy probablemente serán convocados a sus selecciones nacionales y eso, a su vez, los ayudará a que su patrimonio aumente en forma indirecta. En síntesis, no estamos ante unos pobres inocentes a los que les fuera arrebatada su pureza.

Mientras los europeos, entonces, juegan de dos a tres fechas de clasificación, los sudamericanos miran esos partidos, con la ñata contra la pantalla de la TV o la computadora lo que pasa del otro lado del océano sin poder contar con los suyos y hasta sin saber cuándo se jugarán las catorce fechas que quedan hasta octubre de 2022, porque al menos hay que reservar noviembre para los repechajes (el quinto del grupo sudamericano debe jugarlo), y cuando al menos no hay otra fecha FIFA hasta junio y quién sabe lo que ocurrirá con la pandemia en los meses siguientes, teniendo en cuenta, además, que luego de junio vendrán las vacaciones de verano en Europa y el fútbol se parará por tres meses y hasta septiembre difícilmente puedan volver a jugar las selecciones nacionales, y que entre junio y julio debe disputarse la Copa América entre Argentina y Colombia.

Que teniendo un Mundial en diciembre de 2022, con cuatro años y medio desde que finalizara el anterior de Rusia 2018, Sudamérica empiece a quedarse corta de fechas para la clasificación y por no plantarse a los clubes poderosos europeos, es un peligroso antecedente para el futuro, porque indica que la sumisión, por intereses económicos, comienza a hacerse patente (tal como ocurre ya en lo deportivo, porque se tiende a copiar el sistema del centro del mundo del balompié para venderles jugadores y porque éstos, en las élite, juegan todo el año de aquella determinada manera y no de la original) y la identidad comienza a perderse definitivamente.

El lema adoptado por la Conmebol durante los cada vez más cuestionados años de presidencia del paraguayo Alejandro Domínguez (el mismo que llevó la final de la Copa Libertadores 2018 entre River y Boca a Madrid) dice “Creer en Grande”, pero por lo visto, nunca la mentalidad fue más chica y sumisa que ahora.

 


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