lunes, 8 de octubre de 2018

La realidad aumentada del fútbol argentino (Jornada)




Por estos días, el discurso mediático hace hincapié en la inédita gran final de Copa Libertadores de América que podrían protagonizar Boca Juniors y River Plate, sin reparar en que ambos deben superar todavía, y en duras semifinales de ida y vuelta, a dos fuertes equipos brasileños como Palmeiras y Gremio, respectivamente, mientras que se le dedican loas a ciertos planteos tácticos a un más que discutido director técnico Guillermo Barros Schelotto, y se exagera una racha de treinta y dos partidos sin derrotas a su colega Marcelo Gallardo, aunque la mitad hayan sido triunfos ante equipos del ascenso o de los torneos federales.

Los medios emiten una realidad aumentada que nos hace creer que pisamos una especie de edén futbolero en la Argentina, cuando la Superliga, que venía a cambiar la organización de los torneos locales, ya tiene en su tabla de posiciones una multitud de asteriscos por partidos pendientes y suspendidos de la mayoría de los clubes, como viene siendo desde hace décadas, en un juego de conveniencias de cada uno, que no quiere ceder y que incluso no repara en inventar cualquier excusa para seguir sin ceder sus jugadores convocados a la selección nacional, aunque el acuerdo haya sido que ésta es la prioridad “número uno” luego del fracaso en Rusia 2018.

Un torneo local sin VAR y con arbitrajes deficientes en la mayor parte de los partidos, y con una buena cantidad de equipos que priorizaron las competencias internacionales y han llegado a disputar varios partidos con suplentes, no parece el mejor indicativo de un gran nivel, y aún corre con el peligro de que, una vez que se inicie el receso de fin de año, muchos jugadores de mediano nivel hacia adelante emigren hacia otros mercados en busca de una paga mejor.

Boca, que viene jugando muy mal desde hace años (no sólo con la dirección técnica de los Barros Schelotto sino desde antes, con Rodolfo Arruabarrena), parece haber encontrado elogios a su funcionamiento tan sólo por haber encontrado un empate en Belo Horizonte ante un muy limitado Cruzeiro, pese a que su arquero Agustín Rossi no ofrece garantías en sus salidas en los centros, y su dupla técnica no consigue acertar con un esquema táctico madre que sostenga al equipo cuando la situación lo amerite, y suelen ser sus individualidades, muchas de ellas de gran calidad, las que terminan salvando al conjunto.

De hecho, ante Racing, el puntero de la Superliga, en Avellaneda, Boca minimizó un clásico en el que había mucho en juego, tomando en cuenta que su próximo compromiso copero es recién el 24, y salió prácticamente sin mediocampo (Fernando Gago no se destaca por marcar, y los chicos Agustín Almendra y Julián Chicco necesitan muchos partidos para madurar) y sobre el final, pudo sacar un empate tras un recorrido que bien lo pudo poner cuatro o cinco goles abajo.

Sin embargo, bastó aquel empate del jueves en Brasil y su clasificación a una durísima semifinal ante el Palmeiras de Luiz Felipe Scolari (que le sacó cuatro puntos de seis en la fase de grupos) para que buena parte de la prensa calificara como “copero” al planteo y los auriazules se convirtieran en “candidatos naturales” a ganar la séptima Copa Libertadores.

River pasó con autoridad ante Independiente si es por el trayecto de los ciento ochenta minutos de los dos partidos de cuartos de final ante Independiente, pero no se puede soslayar que en el Monumental hubo dos penales para los rojos, no cobrados, y uno de ellos arrastraba el combo de la expulsión de Javier Pinola, en tanto que también se anuló un gol de Emmanuel Gigliotti por una mano, tras el rebote de la pelota en el travesaño, que no había sido. Demasiado para un solo partido.

Aún así, bastó que River venciera al humilde Sarmiento de Resistencia por los cuartos de final de la Copa Argentina, para que los medios insistieran en un invicto de treinta y dos partidos consecutivos, que superó récords propios del pasado, sin reparar, vaya casualidad, en que la mitad de esos partidos fueron en este torneo nacional y la mayor parte de ellos (diez) los disputó ante equipos del ascenso o de los torneos federales.

En esta realidad aumentada, Boca y River ya están disputando la final de la Copa Libertadores y ninguno de los dos tiene asegurada su plaza en la instancia decisiva. Si Boca tiene como rival al Palmeiras, River tiene que pasar al vigente campeón, el Gremio de Porto Alegre, nada menos.

A ello hay que sumar el tachín tachín de Ariel Holan, el buen director técnico de Independiente, a quien se le sobredimensionan los éxitos a partir del uso de drones y otros elementos sofisticados.

Si bien en el partido de ida en Avellaneda, ante River, Independiente tuvo dos o tres posibilidades claras para convertir, y que en la vuelta fue evidentemente perjudicado por decisiones arbitrales, también es cierto que en ambos casos, los planteos fueron muy defensivos, con excesivas precauciones.

Que un equipo como Independiente haya salido en Núñez con una línea de cinco defensores, o que como local, desde el inicio, no hayan jugado ni Martín Benítez ni Ezequiel Cerutti, dos extremos, y que, en cambio, sólo Silvio Romero haya jugado por detrás de Gigliotti, único delantero, sólo fue observado por un gran ídolo del club como Ricardo Bochini, acostumbrado desde hace décadas a decir que el rey está desnudo contra la autocensura del medio.

A propósito de las tradiciones rojas, también se magnificó que Holan aparecía como el retorno a la mística, aunque parece haberlo ignorado con ciertos planteos en partidos decisivos, o que no parece haber reparado en que, en una noche en la que se jugaba todo, no hubiera estado de más, entre los saludos como en los años sesenta y setenta, en tiempos de reinado de copas, salir a jugar con la camiseta roja, y no con una gris con imperceptibles números rosas en la espalda, con más énfasis en el marketing que en la gloriosa historia.


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