domingo, 28 de octubre de 2018

Un duro golpe al Real Madrid (Yahoo)





Si bien habrá que aceptar aquella frase que dice que todo lo que comienza mal, probablemente termine mal, seguramente muy pocos imaginaron que el ciclo de Julen Lopetegui como entrenador del Real Madrid podía llegar a su fin con una derrota tan dura como la que padeció el domingo en el Camp Nou ante el Barcelona en el Clásico.

Es cierto que hace dos temporadas, sucedió algo parecido con Rafa Benítez, que también terminó yéndose con un rotundo 0-4 y en el Santiago Bernabeu (y casualmente, con Lionel Messi ausente en gran parte de aquel partido, porque provenía de una lesión e ingresó al final, cuando ya todo estaba acabado), pero no daba la impresión de que la diferencia podía ser tan amplia y no sólo en el marcador.

Porque si el Barcelona ganó por 5-1 y sin Messi, también hay que señalar que se le contabilizaron trece llegadas claras a la portería de Thibaut Courtois y la diferencia pudo haber sido mayor, como es cierto también que si fuera por los primeros veinticinco minutos de la segunda parte, el Real Madrid hasta pudo haber empatado a dos en ese tiempo, de no ser por el remate de Luka Modric que terminó con el balón rebotando en el palo izquierdo de un Marc Ter Stegen ya vencido, para luego salir por el otro costado.

El ciclo de Lopetegui ha sido muy malo para el Real Madrid pero mucho más que en los resultados, porque se lo nota como un equipo que ha perdido aquella confianza ciega que demostraba en los tiempos de Zinedine Zidane como entrenador, y con Cristiano Ronaldo como goleador, como si hubiera perdido la magia que le entregaban estos dos protagonistas legendarios del club.

Como si se hubiera convertido, en pocos meses, en un equipo llano, raso, uno más entre tantos que compiten con jugadores de calidad, pero sin ese toque de distinción que comenzó cuando Carlo Ancelotti procedió a limpiar aquella nefasta imagen planetaria dejada en los tiempos de José Mourinho.

El fino trabajo de Ancelotti por recuperar el vestuario, ir lentamente derivando en un equipo que tratara bien al balón y confiara en sus capacidades, decayó por pocos meses con Benítez pero tomó envión definitivo con Zidane, pero la final de la Champions League de mayo en Kiev ante el Liverpool, que desató la euforia por la Decimotercera, escondía para el vestuario, la toma de consciencia de que se acercaba el final del ciclo para un Cristiano Ronaldo que comunicaba su salida, y a los pocos días, la del entrenador, que dejaba sin margen de maniobra al club, en el inicio del receso veraniego y con el Mundial de Rusia demasiado cerca.

Allí fue que se fraguó en el club y en el presidente Florentino Pérez la extraña idea de la contratación de Lopetegui, anunciada de manera extraña a horas del debut mundialista de la selección española, con el estremecimiento que eso provocó y el final conocido, pero sumado a que Real Madrid no supo reaccionar a la salida de Cristiano Ronaldo a la Juventus y nunca le encontró reemplazo, como asimismo se dio el lujo de poner en duda a su portero costarricense Keylor Navas, gran figura de las pasadas temporadas, para traerle una alta competencia como la de Courtois, para lo que lo privó de jugar en la Liga.

El desbarranque del vestuario blanco es evidente porque sigue teniendo jugadores de gran calidad, pero que no lograron aislarse del contexto y como bien definió de manera clara tras el Clásico el muy buen volante brasileño Casemiro (quien fue elevado como titular por Zidane), la temporada, hasta ahora, ha sido “desastrosa” y muy probablemente el italiano Antonio Conte, con otra línea completamente distinta, llegará en los próximos días para reemplazar a Lopetegui.

Lo del Barcelona es muy distinto. Simplemente, y aún sin Messi, y cuando alternaba muy buenos partidos con otros no tanto, se encontró con facilidades blancas que no esperaba y con una buena ventaja al terminar la primera parte, con una soberbia actuación de Jordi Alba por el lateral izquierdo, y un Arthur que viniendo desde el fútbol brasileño sin una escala europea, se adaptó de manera inmediata a un sistema de juego que por lo general se genera desde muchos años antes.

Tras los veinticinco minutos de la segunda parte en los que lo pasó mal por el dominio blanco, el Barcelona aprovechó el 3-1 gracias al instinto y el oportunismo de un gran goleador como el uruguayo Luis Suárez y a partir de allí, con un Real Madrid con escasa capacidad de lucha, una línea de tres con un Sergio Ramos más errático que de costumbre, Nacho y Casemiro (como líbero entre los dos) ya no pudo parar a un rival con el ímpetu para llevárselo por delante, como terminó ocurriendo.

El Barcelona puede tener tardes como la del 5-1 en el Camp Nou, que desatan la euforia de sus simpatizantes, o noches como la de Wembley ante el Tottenham por Champions, en la que brilló el genio de Messi, ausente en este Clásico.

Pero el Real Madrid no puede seguir repitiendo lo que hizo durante gran parte del Clásico, cuando parece estar ausente, sin fuerzas, sin espíritu, y desplegando en el césped grandes nombres sin el mayor compromiso detrás (a excepción de Marcelo, que lleva tres partidos consecutivos marcando pese a ser lateral izquierdo).

Habrá que ver si con el relevo en el banquillo las cosas cambian para que abandone este noveno puesto en Liga y una mediocre producción en la fase de grupo de Champions, pero especialmente, para que recupere la memoria de lo que podía generar escasos meses atrás.

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