sábado, 28 de noviembre de 2020

Las polémicas rodearon a Maradona hasta el último día y ahora siguen sin él (Number, Japón)


 

Hay una coincidencia en gran parte del pueblo argentino acerca de que en cualquier momento podía ocurrir que muriera Diego Armando Maradona, uno de los grandes íconos del país, debido a su cada vez más complicado estado de salud y sin embargo, quedó claro que nadie estaba lo suficientemente preparado para una noticia que llegó cuando parecía que justamente estaba recuperándose.

Fueron tantas las veces que se supo que Maradona estuvo cerca de la muerte (la más impactante ocurrió a fines de 2000 en Uruguay, cuando se salvó de milagro y fue acogido en Cuba por el ex presidente Fidel Castro, acaso la única persona que Maradona admiró de verdad), que los argentinos se acostumbraron a recibir la noticia de su muerte como una fake new, con la idea de que es tan fuerte que se va a terminar recuperando, pero esta vez no fue así, y cuando se confirmó, una multitud salió a la calle a expresar su inmenso pesar y sus cánticos de tribuna de estadio, algo bien argentino y a las 22 horas (las 10 de la noche), la gente aplaudió, emocionada y por un minuto en homenaje al súper crack.

Los últimos días de Maradona no pudieron eludir las polémicas en torno a su salud entre profesionales con opiniones distintas, y tironeos entre sus familiares y entre éstos y su entorno (abogado y médico personal por estar más cerca de él, y hasta entre ex parejas por celos.

A principios de 2020, se había ilusionado con la dirección técnica de Gimnasia y Esgrima La Plata en la máxima categoría del fútbol argentino, Pero su salud no le permitía una continuidad en el trabajo y había pasado de aquella adicción a las drogas a otra al alcohol, sumado a miocardiopatía dilatada (su corazón tenía el doble del tamaño natural) y otros problemas crónicos. Le costaba caminar (lo hacía con muletas o apoyado en asistentes) y hablaba balbuceando. Dejó entonces su tarea diaria en Gimnasia (que inexorablemente se encaminaba a descender a Segunda) en manos de sus colaboradores Sebastián Méndez y Adrián González, con su supervisión desde su residencia en Estancia Chica, cerca de la ciudad en la que se encuentra el club.

A principios de octubre, todo parecía mejorar a su alrededor. Sus principales allegados (el médico Leopoldo Luque y su abogado y representante, Matías Morla) sostenían que había bajado varios kilos, que se estaba recuperando de sus problemas en su rodilla haciendo ejercicios, y él mismo declaró estar “feliz”. El anunciado regreso del fútbol argentino, tras siete meses de cuarentena, parecían generar una ilusión particular y una señal fue que la nueva Copa nacional comenzaría justamente el viernes 30 de octubre, día de su cumpleaños sesenta y se suspendían los descensos a Segunda (por lo cual, Gimnasia se salvaba).

Sin embargo, todo se derrumbó como un castillo de naipes. Ese mismo día de su cumpleaños, el presidente de la AFA, Claudio Tapia y el de la Liga de Fútbol, Marcelo Tinelli, quisieron sacar rédito político apareciendo en una foto con él y lo hicieron ir a la cancha de Gimnasia para entregarle una plaqueta y abrazarse con él cuando su estado de salud era delicado y no era aconsejable salir de su casa (de hecho, ni siquiera se quedó al partido entre su equipo y Patronato), y sintió especialmente la ausencia de sus fallecidos padres (Diego y Dalma), tanto que usaba un barbijo que llevaba una foto suya, de joven, acompañado de ellos.

También se supo que no era tanta la tranquilidad que había en su casa y en su cumpleaños se evidenció el enfrentamiento entre sus tres hijas (Dalma, Giannina y Jana –su hijo Diego vive en Italia-) con quienes lo acompañaban en el día a día, y entre las hijas y la ex pareja y madre de su niño pequeño Diego Fernando, Verónica Ojeda. “Les digo a todos que no les voy a dejar nada, que voy a donar todo lo que generé en mi vida”, llegó a gritarles en un momento, acerca de los 500 millones de dólares que tendría, según el sitio web “Celebrity Net Worth”. Para colmo, había tenido duros intercambios judiciales con su primera mujer, Claudia Villafañe, por cuestiones relacionadas con la inminente serie de Netflix sobre su vida, “Sueño Bendito”.

Días más tarde, sorprendía la noticia de que se había internado en una clínica de Olivos (muy lejos de su residencia) por una operación en la cabeza que no parecía revestir ninguna gravedad, aunque allí estalló otra polémica: si bien todos coincidían en que no había que apurar su salida y que se trataba de un paciente “muy difícil de manejar, acostumbrado a hacer su voluntad”, ante su presión, su médico personal aceptó que el 11 de noviembre saliera de la clínica cuando su médico por muchos años, el también psiquiatra Alfredo Cahe, sostenía lo contrario.

Le acondicionaron, entonces, una casa en el barrio exclusivo de Nordelta, en las afueras de Buenos Aires, donde otra vez, parecía recuperarse, hasta que  el miércoles 25 a las 12 del mediodía, cuando llegaron como rutina a la habitación su psicólogo Carlos Díaz y su psiquiatra Agustina Cosachov, descubrieron que yacía, sin vida, pese a que la ambulancia llegó apenas once minutos después e intentaron hacerle RCP. El último que había estado con él era su sobrino Johnny Espósito, hijo de su hermana Mary.

Después, la noticia que nadie quería escuchar y que llegó segundos más tarde a todo el mundo, los canales de TV y radios transmitiendo casi al unísono, los llantos en cámara de sus ex compañeros en los distintos programas, y un caos absoluto en un velatorio que terminó como sede en la Casa Rosada, la Casa de Gobierno que da a la tradicional plaza de Mayo, en Buenos Aires, con una multitud que se calculó en un millón de personas, llegadas desde todos los puntos del país y en medio de la cuarentena, y con disputas entre la familia, que no aceptaba, y el Gobierno, que quería extender el horario, y luego sobre quién es el responsable de la represión policial a quienes hacían la inmensa fila para darle su último adiós y no podían ingresar, hasta que, por fin, a última hora de la tarde, cuando el sol se escondía, pudieron sacar el féretro por un costado del edificio, para llevarlo al cementerio privado de Bella Vista, donde fue enterrado en una ceremonia íntima, cerca de sus amados padres, acaso buscando, por fin, la paz que no tuvo en vida.

 


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