lunes, 14 de diciembre de 2020

Una manito de la Tierra (Un cuento de Marcelo Wío)


 

Raymond Chandler lo notó antes que nadie. El escritor decía que sentía que lo bamboleaban, y que andaba todo el santo día mareado. Peregrinó por médicos y especialistas que lo despachaban sin más, achacando sus males o bien a una mala postura frente a la máquina de escribir o bien a un exceso de Gimlets o a al humo de pipa que abotargaba sus sentidos – más de un galeno lo adjudicó a las “sensibilidades de los artistas”, sea lo que sea lo que este dictamen profesional signifique.

Tiempo después, distrayendo la vista en una huida del papel que se negaba a indicarle el rastro de uno de sus personajes, Chandler cayó en la cuenta que había una leve variación en la posición de las estrellas. Tres años estuvo haciendo mediciones, para llegar a la conclusión de que estaba siendo bamboleado por la Tierra. Hoy en día, a esta minúscula variación del eje de la Tierra se lo conoce, precisamente, como Bamboleo de Chandler.

¿Y a qué viene todo esto?, se preguntarán con razón (o sin ella). ¿Qué tiene que ver… la astronomía con el fútbol?

Paciencia.

Carlos Salvador Bilardo, un entrenador de fútbol que se centraba tanto en lo estrictamente futbolístico (lo táctico, lo físico, lo anímico, etc.) como en lo contextual (acaso sobre todo en esto), comprendió que podía sacar ventaja de esta oscilación. El técnico conjeturó que tal movimiento, por mínimo que fuese, debía producir fuerzas, inercias potentes. No en vano, se ha propuesto a dicha variación como la causante de una actividad sísmica mayor y como una de las causas del famoso fenómeno del Niño (que nada tiene que ver con el fenómeno también de ese nombre que tenía como epicentro el desaparecido Vicente Calderón) en las corrientes oceánicas.

Así, Bilardo, conchabado con el observatorio astronómico de la ciudad de La Plata, estudió esta oscilación, calculando posiciones y direcciones de la rumba terráquea para sacar provecho en los partidos que debía disputar de la selección argentina en el Mundial de México de 1986. Los cómputos – que se realizaron proyectando o considerando alcanzar la final – se utilizaban para diseñar o predecir cómo aprovechar las fuerzas implicadas en la oscilación para atacar y para defender. Bilardo y los científicos llegaron a la conclusión de que convenía atacar mayormente por la banda que estuviese más al Oeste para aprovechar el envión de la mencionada desviación. En tanto que, para defender, era favorable conducir al rival hacia la banda que estuviese hacia el Este, de manera que tuviera que lidiar contra de la corriente de las fuerzas creadas por la mecedura del planeta. Bilardo pensó, consecuentemente, que, en defensa, convenía invitar, conducir, obligar, vamos, al rival a ocupar esa zona, despoblándola de mediocampistas. Y acertó de lleno.

Un evento ilustra muy bien el aprovechamiento hecho del Bamboleo, como el su segundo gol de Diego Armando Maradona al seleccionado inglés (el llamado “Gol del siglo”), en el que el astro precisamente hace un diagonal de Este a Oeste acumulando energía, momento. Luego, ya en el área es cierto que hace un leve giro hacia el Este, pero el momento de fuerza ya no podía ser contrarrestado por la fuerza de la oscilación (menor que la almacenada por el cuerpo del jugador argentino): en una superficie tan reducida, su influencia era insuficiente para modificar de manera significativa el gradiente. Maradona lo sabía muy bien porque Bilardo había insistido mucho en ello durante el entrenamiento los días previos.

Pero más que en ese gol, acaso el primero de ese partido refleje como ningún otro evento más cabalmente, la influencia de la variación de la que se viene hablando. Fue el instante del mundial durante el que se dio el gradiente de oscilación más grande de la historia registrada. Se podía observar, en los minutos previos, a los jugadores extenuados. No pocos lo atribuyeron meramente al calor; a lo inhumano de jugar a esas horas donde el sol caía perpendicularmente con toda su inquina - incluso Maradona se quejó de los horarios aunque es sabido ahora que  eso fue una estratagema de Bilardo: el Narigón, como lo apodaron cariñosamente (o no, que nadie sabe quién le calzó el apropiado mote), no quería que ningún equipo se diese cuenta de las ventajas de conocer el bandeo terrestre; a la vez que columbró que podía erigir a Maradona en un defensor de los jugadores, lo que haría que los rivales lo respetaran y lo molieran tanto a patadas-.

Bilardo acertó una y otra vez en ese Mundial. Sólo se equivocó una vez. El día del mencionado partido contra Inglaterra. Pero se trató de un error que terminó por pasar desapercibido (aunque, no es que nadie se hubiese dado cuenta de lo que se desconocía: toda esa ingeniería de cálculos).

Bilardo recibía informes a diario sobre la oscilación terrestre – de hecho, su segundo, Carlos Pachamé estudió en secreto tres años de astronomía; comenzó en 1983, en cuanto Bilardo tomó las riendas de la selección -, que incluían predicciones aproximadas de en qué momento podía llegar a producirse un ligero bandazo. Ese día, el informe indicaba: “Aproximadamente en el minuto 4 del segundo tiempo – siempre y cuando el partido empiece en horario, no se produzca ningún incidente que lo detenga mucho tiempo y se reinicie en hora el segundo tiempo – se producirá un momento de fuerza favorable hacia la Cabecera Norte. Evidentemente, no se trata de una fuerza que pueda ser percibida, sentida, pero suficiente para poder ganar un poco más impulso en el salto para cabecear o para patear”. Un hecho que era favorable para la Argentina, puesto que en el segundo tiempo atacaba hacia esa portería.

Para ser fieles a la verdad, no fue Bilardo el que se equivocó. Fue Pachamé. O una confabulación de mínimas inexactitudes. Y es que el inicio del partido se retrasó apenas, y también levemente el reinicio del segundo tiempo. Con lo que Pachamé se vio forzado a realizar unos cálculos apresurados en el banquillo de suplentes y concluyó que el evento energético tendría lugar en el minuto 6.

Bilardo, entonces – corría el minuto 4 - se puso de pie y le chifló al Negro Enrique: “Contá hasta 120, cuando termines, gritá centro a la olla. No importa quién la tenga ni quién esté en el área. Centro a la olla y a otra cosa”.

Cuando Enrique iba por el 110 de la cuenta, lo vio a Maradona iniciar un zigzag imposible (115) y soltarle la pelota (119) a Valdano, para seguir hacia al área (120). En ese momento Valdano escuchó el grito de Enrique que llegó como un malón. El hombre de Las Parejas no había visto el desmarque de Maradona, pero la voz de Enrique, toda una conminación surgida de las pampas, impulsó su pierna que, sorprendida por el bramido de Enrique, no atinó a ser certera, a darle elevación suficiente al balón. Pero la fortuna – ese factor que tanto trabajaba Bilardo en los entrenamientos, haciendo que la suerte fuese algo casi predecible, que el azar fuese un elemento moldeable – se inclinó del lado argentino: el defensor Steve Hodges, en su intento por despejar, sólo logró añadirle el impulso que el balón andaba necesitando para terminar entreverándose con la red. La pelota se elevó así por sobre los defensores y encontró a Maradona, flotando en el aire, un poco como esos ángeles renacentistas, otro poco como un obrero de andamio en caída libre. Pero el salto se quedaba irremediablemente corto. La predicción de Pachamé se había quedado corta por algo más de 5 segundos (lo que en ciencia pueden ser como una pifia de dos días).

Pero venciendo a la gravedad y al reglamento de la Federación Internacional de Fútbol Asociación, un brazo – el izquierdo –hábil, como su pierna izquierda, acaso debido a que la oscilación había acumulado destrezas hacia ese lado el día de su nacimiento -, y sagaz (tramposo, qué tanto, dijeron los ingleses), se estiró para ayudar el esfuerzo contra la gravedad sañosa, para suplir la testa, y así corregir el error de cálculo de Pachamé y enderezar los designios de la historia de los Mundiales.

“La mano de Dios”, lo llamaron…

Los astrónomos que trabajaban con la selección, examinando vectores y astros, llegaron a la conclusión de que ese día había producido el bandazo más fuerte en un siglo, y que éste comenzó cuando Maradona estaba ya en el aire. Fue esa fuerza adicional la que propulsó el brazo de Maradona hacia arriba.

Así que, en un sentido, sí fue la “mano de Dios”, o la “mano de la Naturaleza”. No hubo picardía, No hubo trampa (porque no hubo voluntad de engaño). Fue el contoneo terráqueo, la jarana astral, el bamboleo de Chandler.

Pero las explicaciones científicas no agradan a quienes gustan de las mistificaciones, de la explicación que involucra la piolada, la viveza (como si esa chambonada fuese superior al usufructo de la sabiduría, del arduo cálculo científico).

La Tierra, en tanto, se sigue bamboleando. Pero ya nadie utiliza esos mínimos desvíos para ganar partidos de fútbol ni para ganar un envión para subir una cuesta en bicicleta.

 


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