lunes, 26 de julio de 2021

El triunfo hollywoodiense en el ciclismo de ruta olímpico de la austríaca Anna Kiesenhofer, la doctora en matemáticas amateur y sin equipo que las grandes candidatas ignoraron (Infobae)


 

A los 30 años, la doctora en matemáticas austríaca Anna Kiesenhofer se considera “vieja” –se supone que para el deporte- y en la tranquila y sonriente conferencia de prensa posterior a su impactante e inesperado triunfo en la competencia de ciclismo de ruta, aconsejó a los más jóvenes que se inician en la actividad “que no confíen en nadie, como hice yo”, acaso en la más cabal definición de espíritu olímpico: sin equipo, sin entrenador, sin percibir dinero, “pero completamente concentrada en ganar”.

La gloria de Anna Kiesenhofer, que se preparó sola, apelando a consultas al más alto nivel de las ciencias aplicadas, y ejercitándose en un sauna para adaptarse al calor, luego de haberse alejado dos veces del ciclismo por lesiones y una depresión, tranquilamente podría llegar a Hollywood en los próximos meses porque su historia de éxito reúne todos los requisitos: nadie la tenía en cuenta en la previa, y nadie la tuvo en cuenta en la llegada, al punto de que quien finalizó segunda, la neerlandesa Annemiek Van Vleuten, festejó como si hubiese ganado, sin pensar en la opción de que alguien la podía haber superado.

Lo que sucedió el domingo en el circuito internacional de Monte Fuji, en Tokio, ingresará entre las grandes historias de los Juegos Olímpicos cuando Kiesenhofer, para la gran mayoría candidata a ser una de las colistas de la prueba en la que participaban 67 competidoras de cuarenta países, ya en el primer kilómetro inició una fuga junto a la sudafricana Oberholzer , la namibia Looser, la polaca Plichta, y la israelí Shapira, aunque todos descontaban que el pelotón las alcanzaría de manera natural.

Efectivamente, el pelotón absorbió primero a Oberholzer y a Looser, pero no reparó en que faltando 41,4 kilómetros para la meta, Kiesenhofer se separó de Plichta y de Shapira para lanzarse decididamente al triunfo, es decir que cuando fueron alcanzadas la polaca y la israelí, las neerlandesas, potencias de esta especialidad, interpretaron que era el momento de ganar sin reparar en la matemática austríaca, que terminó festejando a las 3 horas 52 minutos y 45 segundos de carrera con los brazos elevados, incrédula, acaso esperando que el pelotón la alcanzara en algún momento, aunque nunca ocurrió.

La historia todavía reservaba más capítulos increíbles, porque un minuto y quince segundos más tarde cruzó la meta la neerlandesa van Vleuten, una de las estrellas del equipo Movistar y considerada una de las grandes candidatas, y también festejó como si hubiera ganado, aunque al rato fue embargada por la decepción cuando se enteró de que había sido superada por una rival a la que ni tuvo en cuenta ni se imaginó que estaba fuera del pelotón porque en el ciclismo olímpico está prohibida la comunicación a un pinganillo en el oído de las competidoras, y por eso todas pensaron que era ella la que había vencido, como era de esperar.

“Estoy destrozada –dijo una agotada van Vleuten, tirada en el suelo-. Ninguna de nosotras –Países Bajos tuvo las últimas dos medallas doradas olímpicas, con Marianne Vos en 2012 y Anna van der Breggen en 2016- sabía si todo el mundo estaba en el pelotón. Es un ejemplo de lo que ocurre si se corre una carrera importante como ésta sin comunicación”. Para ella no era una competencia más porque cinco años atrás, en los Juegos de Río de Janeiro, lideraba la prueba cuando faltando diez kilómetros se cayó y perdió su chance. “No conocíamos a Kiesenhofer –admitió- pero no podíamos subestimar a alguien que no conocíamos. Cuando neutralizamos a la polaca y a la israelí, pensábamos que íbamos por el oro”.

Kiesenhofer, de 1,65 metro, completamente amateur y sin equipo desde 2017, obtuvo así la primera medalla dorada en ciclismo para Austria desde la reinstauración de los Juegos Olímpicos en 1896, y la primera dorada en todas las disciplinas para su país desde Atenas 2004.

Nació en Viena el 14 de febrero de 1991, estudió matemáticas en la Universidad Técnica de Viena y en 2012 obtuvo un Máster en Cambridge, para luego irse a vivir a Cataluña para inscribirse en el programa de doctorado en Matemática Aplicada de la Universidad Politécnica, para posteriormente comenzar a dar clase en Lausana mientras comenzó a cursar un post-doctorado.

Su carrera ciclística no fue nada fácil. Comenzó siendo especialista en triatlón y biatlón, pero en 2014 debió abandonar todo por una serie de lesiones. Sin embargo, la pasión por el deporte era tal que se volcó al ciclismo, como nueva actividad cuando ya estaba afincada en la localidad de Arenys de Mar, a pocos kilómetros de Barcelona, y pudo ingresar como amateur en el equipo Frigoríficos Costa Brava-Naturalium, con sede en Sant Feliú de Guxols y se entrenaba con la selección catalana mientras cursaba el doctorado. Fue en esta época que ganó la Copa Nacional de España en 2016 –la primera extranjera en conseguirlo-, aunque sin ganar una sola prueba y donde su compañera de equipo Lorena Llamas (la otra gran revelación de la temporada en España) fue sexta.

Se anotó entonces en el campeonato austríaco de Contrarreloj y terminó segunda y ocupó la misma posición en el Tour Internacional de L’Ardeche, y eso generó el interés del equipo “Lotto Souldal Ladies”. Todo indicaba que volvería al terreno del profesionalismo, pero volvieron a cruzarse los problemas físicos con una dolencia que afectaba su columna vertebral, sumado a una amenorrea y una ostoporosis, que derivaron en una depresión que la alejó del ciclismo y que tuviera que tomarse 2018 como año sabático.

No se quedó y decidió seguir, aunque ya en forma amateur y de manera autónoma y así ganó el campeonato austríaco de Conatrarreloj entre 2019 y 2021 y el campeonato nacional de ruta 2019, y a los Juegos Olímpicos de Tokio llegó sin ningún equipo que la sostuviera y entrenándose en saunas para acostumbrar su cuerpo al calor (el 3 de julio, en su cuenta de Twitter, publicó los detalles de sus entrenamientos), con permanentes consultas en sus redes sociales a los más eminentes expertos en temáticas como aclimatación o aerodinamia.

No es casual entonces que uno de los saludos, ni bien obtuvo la medalla dorada en Tokio, haya provenido del medio científico, como el de Sheila Heymans, directora ejecutiva del “European Marine Board”, por Twitter. “Bien hecho. Tu victoria de hoy demuestra que si pones tu mente y la ciencia en ello, todo es posible, y que ser un profesional es un estado de ánimo, ya sean matemáticas o ciclismo”.

“Quería ganar, claro, pero honestamente, ni pensaba estar en esta situación –admitió tímidamente una sonriente Kiesenhofer en una entrevista con CNN-. Cuando corro, no tengo oxígeno en mi sangre para pensar en algo matemático. Sí me preparo pensando cómo aplicarlo a distintos tramos, pero una vez en competencia no puedo. Sí puedo visualizar a mi familia, a mi madre, viéndome correr por la TV o a mis amigos, pero muchos de mis alumnos no saben que soy ciclista porque el que no googlea a sus profesores, ni se entera. Algunos me han deseado suerte alguna vez para alguna competencia”.

Cuando se esperaba que una serena y contenta ciclista dialogara sobre su éxito en la conferencia de prensa posterior a aganar la medalla dorada, la pregunta acerca de qué consejo le daría a los jóvenes que se inician en el deporte, apareció una respuesta firma, contundente e inesperada. “No confíes demasiado en la autoridad –advirtió, acaso encarnando como pocas veces en este tiempo un encarnizado espíritu amateur-. Yo manejo todo por mi cuenta, soy autodidacta y mi plan de acción para Tokio, desde la nutrición, el equipamiento, hasta los entrenamientos ya las tácticas, son de mi autoría”. Y dio un drástico ejemplo: “ni siquiera creí en el tablero de la competencia que mostraba las brechas de tiempo entre las competidoras. No estaba segura de que podía confiar en él”.

Kiesenfofer se mostró entonces tal cual era, aún con timidez. Una autodidacta. Sin equipo, sin compañeros, sin federación, viniendo de abajo, enfrentando a equipos poderosos, profesionales y experimentados, pero no se amilanó y sentó su posición. “No soy el tipo de ciclista que sólo empuja los pedales. También soy la mente maestra detrás de mi actuación y estoy orgullosa de eso”.

La campeona austríaca, entonces, desplegó todos sus sentimientos sobre lo que le tocó vivir y lo que es hoy como resultado de aquellas vivencias. “Siempre existe el peligro y yo misma fui víctima de él. Que eres joven, que no sabes demasiado…luego tienes un entrenador o alguien que dice ‘yo sé de esto y tienes que hacer esto y eso’ o ‘trabajaré para ti’. Yo estaba en ese lugar y le creía a la gente. Ahora soy vieja, tengo treinta años –describió- y comencé a darme cuenta de que todas las personas que dicen saber, en realidad no saben, porque los que saben, muchas veces dicen que no saben”.

“Empecé a darme cuenta –siguió, ante una sala en silencio sepulcral- de que no hay atajos, no hay milagros. Así que ese es realmente mi consejo para los jóvenes: no necesariamente creer en tu entrenador. Quiero decir: necesitas confiar en algunas personas, necesitas gente a tu alrededor y no puedes hacer todo por tu cuenta, pero debes tener mucho cuidado en quién confías y para mí, esa gente ahora es mi familia y amigos cercanos porque muchos amigos no son amigos de verdad y luego hablan mal de ti por atrás”.

Acaso cuando le preguntaron cómo se definiría deportivamente, pudo sintetizar como nunca el ideario olímpico como opuesto a la gran mayoría de los atletas de la actualidad, envueltos en equipos poderosos, profesionales, y con ganancias suculentas.

“En los papeles, soy amateur. No gano dinero…quiero decir que no mucho. Mis ingresos provienen de un trabajo normal, pero el ciclismo ocupa un  espacio enorme en mi vida. Durante el último año y medio estuve completamente concentrada en lo que debía hacer hoy. Y gané”, finalizó.

 

 

 

 

 


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