martes, 1 de octubre de 2019

River no debe creérsela y Boca no debe ilusionarse por el empate anterior (Jornada)




El fútbol es así. La revancha, aunque no sea exactamente igual, puede estar a la vuelta de la esquina. River y Boca saben que jamás será lo mismo que una final como la de 2018 pero que se tengan que encontrar a dos partidos en apenas una instancia menos, en semifinales de Copa Libertadores apenas nueve meses y medio después, suena a que todo es muy veloz.

Para el River de Marcelo Gallardo, es la oportunidad de la ratificación del imperio que fue construyendo en el plano internacional desde 2014, aunque con algunas dudas en cuanto a importantes fallos arbitrales y decisiones polémicas desde la dirigencia sudamericana tanto en aquel partido no terminado en los octavos de final en 2015, como en tantas circunstancias de 2018, pero también es indudable que se trata del equipo que mejor juega en la Argentina, y ganarle a Boca otra vez sería ya dejar una enorme huella en los enfrentamientos entre ambos en los últimos tiempos.

Para Boca, se trata de revertir una historia complicada en los últimos años y la última chance de su presidente, Daniel Angelici y de su comisión directiva, de ganar un torneo internacional que proyecte al equipo porque no le alcanzó con haber sido el claro dominador de los torneos locales (de los últimos cuatro de los largos, ganó tres y va puntero en esta Superliga).

Angelici finaliza su mandato en diciembre y sabe que tuvo la Copa muy cerca de sus manos en diciembre pasado, cuando Boca estuvo tres veces arriba en la final, pero River siempre logró emparejarla hasta darla vuelta en el alargue de Madrid con aquellos recordados goles de Juanfer Quintero y Gonzalo “Pity” Martínez.

Si Boca no pudo con River en estos años ni con el “Vasco” Rodolfo Arruabarrena ni con el “Mellizo” Guillermo Barros Schelotto, dos ex jugadores del club que no tuvieron como directores técnicos el nivel o la sapiencia necesaria, la tercera oportunidad es para Gustavo Alfaro, un entrenador de mucha experiencia, aunque casi siempre en equipos humildes, mucho más conservador, y que a principios de temporada llegó con la idea de cambiar el chip derrotista de un plantel que venía de una derrota muy dura, y comenzó con la idea de que los equipos se arman de atrás para adelante.

Entonces Boca fue cambiando figuritas y nueve meses más tarde, son muy pocos los que quedan de aquella final de Madrid. Apenas el arquero Esteban Andrada, los defensores Julio Buffarini, Carlos Izquierdoz y Emmanuel Mas, dos creativos que tienen poca continuidad, como Mauro Zárate y Carlos Tévez, el colombiano Sebastián Villa y Ramón “Wanchope” Ábila. Muy pocos son titulares y Alfaro fue generando un equipo duro, rocoso, muy molesto a la hora de marcar y no dejar jugar, aunque en el debe es claro que tiene el ataque, porque llega poco y con escasa cantidad de jugadores.

A Alfaro, el esquema le resultó y en general, llegó con justicia tanto a la punta de la tabla en la Superliga como a semifinales de la Copa, pero el alerta rojo está dado en que el DT pueda confiarse en el 0-0 que consiguió hace pocos días en el Monumental por el torneo local, cuando Boca no se pareció a sus equipos históricos y más bien estuvo cerca de otros conjuntos dirigidos en el pasado por Alfaro. Se dedicó a bloquear a River sin optar por jugar y se fue conforme por no haber perdido y, según el entrenador, por haber puesto “de pie” al club en el primer Superclásico después de la final de Madrid.

Pero en la Copa Libertadores, el gol de visitante vale doble. Y aquel 0-0 puede llegar a generar una vana ilusión en este caso. Porque si bien Boca es un equipo sólido al que casi no le marcan goles (apenas 2 en 13 partidos en la temporada, y uno solo a Andrada), River es el más ofensivo de todos, al punto de que en la Superliga, aún con una campaña irregular, es uno de los pocos que marcó tres goles o más en tres partidos del torneo local (3 a Lanús, 4 a Huracán y 6 a Racing), y las dos goleadas más fuertes ocurrieron fuera del Monumental.

Entonces, si sumamos que hace dos años que River no pierde un partido de visitante en la Copa (el último fue ante Lanús en la semifinal de 2017), se puede concluir que un 0-0 en el Monumental de ninguna manera garantiza la clasificación y ni siquiera una cierta comodidad en la vuelta en la Bombonera.

Pero por el otro lado, los muy buenos resultados de River ante Boca en las Copas internacionales con Gallardo desde 2014 y la final de la Supercopa Argentina en 2018, tampoco son ninguna garantía para que Gallardo, que cuenta con un equipo superior, más trabajado, más completo y más ofensivo, crea que tiene todo cocinado, porque Alfaro ha demostrado ya sus conocimientos tácticos y que al menos para anular el juego, parece estar hecho a la medida. Su desafío es el ataque propio.

Alguna vez, al comenzar la temporada, escribimos que lo que Boca necesitaba, tras la dura derrota en Madrid, era una especie de “Toto” Lorenzo como DT, alguien que, como en 1975 cuando el River de Ángel Labruna ganaba todo y se proyectaba al nivel internacional, pusiera un freno inmediato.

En aquel tiempo (verano de 1976), Lorenzo lo consiguió cambiando a casi todo el plantel y comenzando a parar a su equipo mucho más atrás que lo que jugaba hasta 1975 con Rogelio Domínguez. La gran diferencia es que aunque al DT de aquel tiempo lo tildaban de conservador, contaba con un “diez” como Mario Zanabria, dos extremos como Heber Mastrángelo y Darío Felman, y un nueve que se retrasaba como Carlos Veglio.

El Boca de hoy tiene mucho menos ambición y esa es su gran deuda y puede ser su talón de Aquiles. El de River, el exceso de confianza y la falta de gol de sus delanteros en condición de local.

Serán dos partidos de una enorme tensión. Esperemos que eso no sea un obstáculo para que ambos equipos brinden un gran espectáculo.


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