miércoles, 8 de septiembre de 2021

Pedro Marchetta, sus frases ocurrentes, sus anécdotas insólitas con el fútbol y el poder político, sus grandes polémicas y el día que lo salvó “La Mona” Jiménez (Infobae)


 

Inefable, con miles de anécdotas y frases célebres, Jorge Pedro Marchetta, ex jugador y director técnico, es uno de los más recordados personajes del fútbol argentino, además de haber estado vinculado a otras actividades comerciales, haber frecuentado a los más importantes dirigentes políticos y de haber atravesado un duro momento durante la última dictadura militar.

Identificado con Racing de Avellaneda, club en el que debutó como futbolista y del que es hincha fanático, posteriormente también estableció un vínculo afectivo con Rosario Central, al que ascendió a Primera División como entrenador, y con Racing de Córdoba, provincia en la que terminó de establecerse para residir una vez que decidió abandonar su etapa de director técnico luego de haber sufrido un ACV en 2006.

Marchetta nació el 13 de abril de 1942 en Lomas de Zamora, en el seno de una familia humilde. “De chico, no tenía ni para viajar en tren hasta Quilmes”, admitió en el gran libro autobiográfico “El Negro”, para el que conversó con los periodistas Hugo Caric y Gustavo Gutiérrez. También allí relató que su amor por el fútbol “nació cuando yo tenía ocho o nueve años. A la vuelta de mi casa había un club que se llamaba ‘Sociedad de Fomento Lomas Sur’ y me pasaba casi todo el día jugando en el potrero. Al poco tiempo me vino a buscar un señor del barrio para llevarme a San Lorenzo. Hice una prueba y quedé, pero después no volví más. Le dije a mi vieja ¿si no juego en Racing, no juego en ningún lado’. Ya era fanático de ‘La Academia a tal punto, que de chico a mis padres siempre les pedía de regalo una pelota y una camiseta de La Academia”.

Su amor por Racing no nació de sus padres. “Mi mamá, Ana Amelia Salinas, era hincha de Independiente, y mi papá, Pedro, al que no le gustaba mucho el fútbol, era simpatizante de Boca. Fue un vecino, Osvaldo Lacana, quien me hizo racinguista. Después empecé a ir a la cancha con un tío, Domingo Rositano, que también era muy hincha del club. Nos íbamos en tren hasta Avellaneda los domingos a la mañana y veíamos las tres divisiones: Tercera, Reserva y Primera. Mis ídolos eran Norberto ‘Tucho’ Méndez, Orestes Omar Corbatta y Federico Sacchi, con los que luego tuve el gusto de jugar y a los que al principio les alcanzaba la pelota. Nos pagaban para eso diez pesos por partido, que era buena plata, y cuando podía, iba con la barra”.

A Racing ingresó cuando apenas tenía diez años y debutó en primera el 15 de abril de 1962 contra River en el Monumental. “Yo tenía veinte años- contó a Caric y a Gutiérrez para su libro- y la noche anterior había ido al cine ‘Gran Lomas’ con mi novia, Mirtha Mena –con quien luego me casé y es la madre de mis hijos- y estando ya en nuestras butacas veía a los acomodadores alumbrando con las linternas hacia nuestro lado. Vi un movimiento que me pareció extraño hasta que uno me señaló y dijo ‘¡ahí está!’. Me buscaban a mí. Ahí nomás me sacaron del cine y me estaban esperando afuera cuatro dirigentes que me dijeron ‘mañana jugás’. (Juan José) Pizzuti se había peleado con  el presidente (Sisfredo Sisco, que tenía una verdulería que perdió por el club) por un tema de plata y me habían elegido para reemplazarlo. River llevaba tres fechas invicto y nosotros todavía no habíamos podido ganar en el campeonato. Les ganamos 2-1 y en el vestuario me dieron treinta mil pesos de premio, que era una fortuna. Eran dirigentes de alma, hinchas que aportaban de su propio patrimonio. Ahora es totalmente distinto”.

Marchetta guarda algunos recuerdos imborrables de su paso por Racing como jugador.  “En 1963 fuimos al Monumental y ganábamos 2-0 faltando quince minutos. El “Negro” Belén me dio una pelota y me la dejó muerta atrás. Entonces la enganché con los dos tacos por encima de mi cabeza y del ‘Nicha’ Sanz, la famosa marianela. La pelota pasó por arriba de ambos, seguí y vino el “Negro” Ramos Delgado y me dio un bife. Pero un bife, ¿eh? El árbitro, Roberto Goicoechea, me amonestó a mí ¿por burlarse del rival’, me dijo, y ahí vinieron mis compañeros a defenderme. Era un baile espantoso, pero se ve que les toqué el amor propio. En vez del tercer gol hice esa boludez y nos terminaron ganando 4-2 con tres goles de Luis Artime, uno de ellos con la mano. Me gustaba hacer esas cositas con la pelota. Me puteaban todos”.

En Racing estuvo dos temporadas hasta 1963 y llegó a jugar la Copa Libertadores de 1962. Era un exquisito mediocampista que jugaba “como (Andrés) D’Alessandro, pero derecho”, según se describió. “Era un ocho que corría como un esclavo y tenía mucha habilidad”, describió.

Fue en Racing que pasó a ser definitivamente Pedro Marchetta. “Todos me llamaban Jorge hasta que (Alfio) Basile empezó a llamarme ‘Pedro’ en las divisiones inferiores, y así quedó. Él estaba una categoría debajo de la mía”. También le quedó “Negro” como apodo. “En este país dicen que no hay racismo, pero hay. Cuando era pibe, en los años cincuenta, lo sentía. Por ahí venía uno y se cruzaba de verada al verme. Yo me sentía seguro adentro de la cancha pero afuera me sentía mal por la discriminación. Me costó. Después, ya de grande, no. Igualmente, nunca lo traté con mi psicóloga”.

Otro gran recuerdo de sus tempos de jugador de Racing fue el amistoso ante el Santos de Pelé. “Fue un triangular en el Monumental en el que también participó River y con el estadio a reventar. Perdíamos 4-0 y Pelé estaba imparable. Varios de los nuestros empezaron a levantar la mano. El técnico era Saúl Ongaro. Cuando Pizzuti levantó la mano para irse, dije ‘Ay, mamá’ y ahí nomás, Ongaro me hace una seña y grita ‘Marchettaaaaa’. Ay, ay. Entramos con el Chango Cárdenas. Nos pusimos 4-3 pero el Negro se calentó, entró a cagar a pedos a sus compañeros y en un rato sacó todo el repertorio y lo tiró ahí adentro. Nos ganaron 8-3. ¡¡¡Mamma mía!!!”.

Se fue a Gimnasia y Esgrima La Plata, donde jugó en 1964 y 1965, cuando lo echó de Racing Néstor “Pipo” Rossi, el entrenador del equipo. “Discutí con él porque no me puso en un partido contra River que yo quería jugar sí o sí por más que tenía a la miseria el tobillo derecho, y no me habló nunca más. Me ignoraba en la charla técnica y no me ponía nunca. Un día le fui a decir que no me quería ir de Racing, que para mí eso era como que me arrancaran las vísceras, y él me dijo ‘Vos me defraudaste por esto, esto y esto’ (me acusó de jugarme la guita en el hipódromo mientras mi vieja hacía todo por mí y me hago cargo porque toda la vida me gustaron los burros aunque a entrenarme iba siempre, mi vieja me despertaba dos horas antes con el café con leche y me tomaba dos colectivos y luego caminaba ocho cuadras hasta la cancha, no faltaba nunca). Al tipo no le tembló la mano a la hora de marginar a una figurita que asomaba y la verdad es que hizo bien. Hizo muy bien. Cuando me retiré como jugador, fui a su casa, le toqué el timbre y cuando me abrió la puerta le dije ´Maestro, usted tenía razón, me echó muy bien de Racing, le pido disculpas’. Pipo me dejó una gran enseñanza: siempre hay que ser sincero con el futbolista, aunque le duela”.  Recién al pasar a Gimnasia se pudo comprar su primer coche, un Fiat 1500.

Marchetta pudo haber sido jugador de la selección que participó en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964. “Bernardo Gandulla y René Pontoni me convocaron. Estuvimos casi un año preparándonos entrenando unas veces en la cancha de Boca, otras en la de River y al final me quedé con las ganas de viajar porque justo falleció mi padre a los cuarenta años y en esa época el luto era muy riguroso. Para colmo, yo era hijo único y mis tíos me decían ‘No podés ir, Pedrito, tenés que acompañar a tu vieja’. Eso fue tremendo. Mi viejo murió de un derrame cerebral, que es lo mismo que me pasó a mí después, aunque ahora se le dice ACV. Mi vieja se vino abajo. Mi papá tenía dos trabajos: a la mañana en Obras Sanitarias y a la tarde arreglaba zapatos en casa. Se había comprado una máquina bárbara”.

Pese a sus habilidades para jugar, Marchetta había podido estudiar. “Un caso raro –le dijo a la revista “El Gráfico”- porque en esa época no estudiaba nadie de los que jugaban al fútbol. Me recibí de tenedor de libros, una carrera intermedia antes de contador público. Con ese título llevé  la contabilidad en una casa de electrodomésticos de Avellaneda y después. En una mueblería”.


Tras su paso por Gimnasia, jugó en Los Andes (1966), Santiago Morning de Chile (1969), Deportivo Quito (1970) para terminar en el Ever Ready de Dolores (1971). Todavía no había cumplido los treinta años y ya había decidido colgar los botines. “Me compré un Rastrojero y me puse a vender garrafas en Florencio Varela”, comentó.

Tras la decisión de colgar los botines, comenzó a administrar la concesión de los hoteles de Embalse Río Tercero, uno de los muchos emprendimientos extra futbolísticos que generaron una holgada situación económica más allá del fútbol.

La gran amistad que había hecho con Basile como jugador de Racing hizo que  éste lo convocara para integrar su cuerpo técnico como ayudante de campo. “Fue mi maestro, con quien aprendí el manejo de un plantel y los secretos técnicos. Fue una escuela tremenda. En 1981 estábamos en Instituto de Córdoba y teníamos que enfrentar por cuarta vez en el año al Boca de Diego Maradona, que no nos había podido ganar. La charla fue sobre cómo marcar a Diego y teníamos el plan aceitado. Bastó que pisara la cancha, verlo cómo estaba de enchufado, saludando a la gente, haciendo jueguito, que Coco se incorporó del banco y me dijo ‘Hoy nos comemos cuatro’ y así fue. 4-1, con tres de Maradona.”. En una oportunidad, cuando lo acompañó a Basile en Nacional de Montevideo, un día su amigo le dijo sin anestesia, “dejás de trabajar conmigo. Te llegó la hora de empezar solo”.

Así comenzó su dilatada carrera de director técnico, reconocido por sus charlas técnicas que mezclaban chispa, táctica, humor y sentencias para el recuerdo. Sostiene que hasta los años noventa, sus equipos practicaban un juego “más cercano a la línea de (César) Menotti” pero que luego “me crucé de vereda” hacia un fútbol más pragmático.

Su primera experiencia fue en Los Andes en 1983. Los “Mil Rayitas” venían teniendo una floja campaña en la vieja Primera B pero logró enderezar la situación y lo colocó en la final del octogonal por el segundo ascenso, y cayeron en la final ante Chacarita Juniors.

Esta campaña le valió ser tenido en cuenta por Racing de Córdoba, que lo contrató para 1984 y a partir de allí y de los buenos resultados –consiguió un meritorio cuarto lugar en el Metropolitano, la mejor campaña histórica luego del subtítulo del Nacional 1980 dirigido por su amigo Basile--, comenzó a establecer una muy buena relación con la provincia, al punto de que terminó viviendo allí y dirigiendo a muchos de sus equipos.

Mientras dirigía a Racing de Córdoba –donde hizo amistad con el cantante Horacio Guarany-, su plantel ganó el PRODE. “El Pato (Roberto) Gasparini fue el ideólogo de jugar una tarjeta. Y dio la casualidad de que ese día nuestro partido era el último de la fecha, el televisado, contra el Ferro de (Carlos) Griguol. Cuando llegó el momento del partido, todos sabíamos que sumábamos doce puntos. ¿Qué charla técnica iba a dar? Les dije que tenemos que ganar, vamos, juguemos, ganemos y chau. Ganamos 2-1 con doblete del Pato sobre la hora, pero hubo otras cien boletas que acertaron los trece puntos. Y sólo nos alcanzó para una cena”.

La campaña con el Racing cordobés atrajo el interés de Rosario Central, que se encontraba en la primera B y pretendía regresar pronto a la máxima categoría, y lo consiguió en 1985 con una gran producción, con una ventaja de once puntos sobre el segundo y con once victorias consecutivas entre las fechas 12 y 23. “Puedo decir que Rosario Central fue el club de mi vida”, llegó a decir.

 “El día de los partidos es cuando el técnico descansa –sostiene-, porque por más que uno lo intente y haga todo posible dando indicaciones, el que la mete o no en el arco es el jugador. Y él es el verdadero protagonista de los triunfos y los fracasos. Siempre digo que cuando se logra un campeonato, el técnico sólo tiene el 30 por ciento de responsabilidad; el resto es mérito del plantel”.

En esos tiempos de DT de Rosario Central pudo trabar una amistad con el humorista Roberto Fontanarrosa, con quien no sólo se reunía para mantener largas charlas sino que solían verse para jugar al fútbol. “Era un monstruo”–recuerda Marchetta-  Lo llamaba y le preguntaba ¿Del 1 al 10 ¿cómo estás físicamente?’ y me respondía ‘Hoy estoy espectacular, 2 puntos y medio’. Un genio el Negro. Jugaba para el orto, eso sí”.

Más allá del éxito del ascenso, cree que cometió un error importante. “Era de tomar decisiones en caliente y me equivoqué al dejar a Central porque llegó Ángel Tulio Zof y salió campeón de Primera División. Me alegré por los muchachos y los hinchas, pero yo debí estar en ese banco”. De hecho, la única vuelta olímpica que dio como entrenador fue aquella de la B.

Tras su paso por Rosario Central llegó la chance de dirigir a Vélez en 1986 pero su paso fue breve. “Hicimos una gira por Colombia y los dirigentes le sacaron dos mil dólares de premio al plantel para poder volver en primera en el avión. Me calenté y me fui”. Ese mismo año tuvo otra breve experiencia en Talleres de Córdoba y fue contratado por Belgrano para 1986/87 con la idea de ascender desde el Nacional B, pero cayeron ante Bánfield en la final. “Esa fue mi tarde más triste –confesó-. Yo le quería ganar a (Eduardo) Duhalde (con el que venía rivalizando desde sus primeros tiempos en Los Andes) pero se me lesionó un jugador y m equivoqué en un cambio. Me fui muy mal ese día”.

Volvió a Racing de Córdoba  para 1987/88, donde logró mantener la categoría tras una durísima final ante Unión de Santa Fe. Fue 5-4 por penales luego de un 1-1 en la Bombonera. En 1989 dirigió a Racing de Avellaneda,, y en 1991/92, a Platense, donde dejó una enorme cantidad de anécdotas –como hacerle cantar ”Garúa” una noche a Roberto Goyeneche-  y su paso es muy recordado, aunque fue allí cuando tuvo su primer aviso de problemas de salud. “Estábamos en un entrenamiento y empecé a sentirme mal. No dije nada y viajé a Córdoba a ver a mi médico, que es el Maradona de los cirujanos del corazón. En cuanto me vio, me metió en un  quirófano y me hizo dos by pass, a los que yo bauticé Erbín e Irusta, por el defensor y el arquero que tenía y que me hacían sufrir como loco. Se abrazaban cuando venían los contrarios al grito de ¡ahí venen! Los quiero a los dos con el alma, pero fueron responsables del problema cardíaco”, contó con su clásico sentido del humor.

En ese tiempo estuvo cerca de integrar el cuerpo técnico con su amigo Basile, pero algo desvió su camino. “Grondona le preguntó a Coco con quién iba a trabajar y entre sus colaboradores, me mencionó. Pero Don Julio le dijo ‘elegí otro, al que vos quieras, pero Marchetta, no’. Basile me lo planteó y le contesté ‘está bien, no hay problemas. No te vas a perder esto por mí’. Yo no sabía cuál era la jugada de Julio, hasta que en la previa de un partido entre Argentina y Uruguay, estando yo en el Victoria Plaza de Montevideo, cruzó todo el hall del hotel, me encaró y me dijo ‘Yo no te hice integrar el cuerpo técnico de Basile porque vas a tener algo mejor. Un ayudante de campo de la Selección gana dos mangos y yo creo que vos tenés capacidad para grandes cosas. Ya vas a tener noticias mías’. Al tiempo, me llevó a Independiente para la temporada 1992/93. En esa época llegué a ser uno de los cinco técnicos mejores pagos de la Argentina junto con Griguol, Menotti, (Carlos) Bianchi y Basile. La verdad es que gané mucha plata ¡y siendo negro! Si hubiera sido rubio de ojos celestes, seguro habría sido millonario”. Llegó a estar 22 partidos invicto, pero luego llegaron los malos resultados, se lo vinculó afectivamente a Racing y se fue.

“Cuando me fui, el equipo estaba segundo y faltaban cuatro fechas. Dejé un plantel  armado y cuando (Miguel) Brindisi asumió, puso a Gustavo López, quien se recuperó de una lesión y asi, con un esquema que yo armé, terminó ganando todo: Supercopa y campeonato”, recordó.

En 1994 volvió a Rosario Central para u segundo ciclo en el club, aunque esta vez con el propósito de salvarlo del descenso. Para eso volvió a confiar en los jóvenes como Roberto “Nuno” Molina, Cristian “Kily” González y pablo “Vitamina” Sánchez que se sumaron a los más experimentados Omar Palma, Marcelo Delgado y Darío Scotto, al que ya conocía de los tiempos de Platense. Meses más tarde, en 1995, volvió a Racing, también para su segundo ciclo. Pero no se olvida de un dirigente, Daniel Lalín. “En cuatro meses armamos el mejor Racing de los últimos años pero en siete minutos acordé mi desvinculación porque a Lalín le encanta jugar al entrenador. No sabía cómo era la pelota y a los cuatro meses ya opinaba de táctica y de técnica. Invadió mi trabajo y me fui. Lo que nunc se debe perder es la dignidad y el orgullo.  Un dirigente puede opinar pero no, imponer jugadores. Porque el técnico pasa a ser un títere, un boludo que ya no puede mirar a nadie a la cara. Me tuvo que poner 1.100.000 dólares sobre la mesa. Al principio me quisieron meter la deuda en la quiebra, pero intercedió Duhalde, que en ese momento era gobernador de Buenos Aires y le dijo que pusieran esa deuda como post concursal o no hay un mango más para Racing de parte de la provincia”.

“No tengo dudas de que con ese equipo yo era campeón, tocaba el cielo con las manos –señaló en el libro “El Negro”-. Me tenían que hacer un monumento. Dejé al equipo en el segundo puesto, a seis puntos del primero, pero me dolió mucho irme. Los directivos habían decidido no comprarle el pase a Claudio ‘Piojo’ López, y finalmente se quedó bajo mi responsabilidad- ¡Y pensar que después lo vendieron por una fortuna!. Después vino Brindisi y estuvo cerca de coronar, lo mismo que años antes en Independiente. A Miguel siempre le digo ‘vos me vas a acompañar hasta el cementerio, pero entrá conmigo”.

Dirigiendo a Racing, ante San Lorenzo, se le ocurrió decirle a su delantero Silvio Carrario, sobre su marcador, un veterano Oscar Ruggeri, “apuntale y tirale la pelota larga, que él es una cabina telefónica: pasás, ponés una ficha, hablás y seguís”, pero el ex capitán de la selección argentina se enteró del consejo de la boca de su rival y terminó festejando el triunfo en la cara del DT, aunque la relación entre ellos era de simpatía: habían compartido varios momentos en el Babson College, durante la concentración en el Mundial 1994, en Boston, cuando Marchetta visitaba asiduamente a Basile.

Para 1996/97 volvió a dirigir a Belgrano, que terminó descendiendo al Nacional B y en 1997/98 regresó a Los Andes en esa categoría, mientras que no pudo evitar el descenso de Platense al Nacional B- En 2001 siguió en el ascenso, dirigiendo a Independiente Rivadavia de Mendoza.

“Para mí, Mendoza es una clínica de descanso después de los problemas de salud que tuve –reconoció-. Es una ciudad espectacular para vivir. Si hubiera sido por lo económico, Independiente nunca podría haber cubierto lo que yo valgo. En este momento, sus dirigentes están bailando con Alejandra Pradón y están pagando como si se tratara de una viejita de ochenta años. Pero me gusta este equipo y tengo ganas de quedarme”.

En el primer semestre de 2002 volvió otra vez a Racing de Córdoba para tratar de evitar su descenso desde el Nacional B al Argentino A pero en la última fecha empataron 2-2 con Platense y los dos perdieron la categoría.

Luego dirigió al Deportivo Quito (2002/03) –llegó al hexagonal final en 2002-, en 2004, otra vez a Belgrano en el Nacional B, aunque se fue peleado con la barra brava, y en 2004/05 al Barcelona de Guayaquil. Después se alejó de la actividad por problemas de salud y sólo reapareció para ser asesor de Instituto en un breve lapso, hasta que tuvo una última experiencia en General Paz Juniors, de Córdoba, en 2006/07. “Era un desafío personal .admitió-. Me sirvió para probarme a mí mismo que podía seguir dirigiendo tras una larga rehabilitación en una clínica de Tanti”.

Asegura que “no soy un versero. Conseguí un lugar y un nombre en el fútbol, por eso sigo siendo un ganador”, y si tuvo muchas peleas en su carrera, dice que “no soy de guardar rencor. Me caliento rápido y también hay gente a la que no le gusta que le digan las cosas en la cara”.

Tuvo encontronazos con Antonio Mohamed –“un personaje pintoresco”-,  con Ricardo Bochini –“con él me equivoqué. Juro que lo que dije fue sin mala intención aunque no estuve bien. Ël fue un ídolo, un grande y fue una polémica inútil. Me metí con la moral de un tipo que le dio mucho al fútbol argentino y cuando lo vea le pediré disculpas”- y con César Luis Menotti –“nunca fuimos amigos pero sí tuvimos una afinidad. Se enojó por el título de una nota en la que yo dije que cambié aunque a él no le gustara. Esa fue otra polémica estúpida”-. “En el fútbol se hacen pocos amigos –afirmó- de los que están en las buenas y en las malas. Por eso, desde hace cuarenta años, mi amigo del alma es el Coco Basile”.

A pesar de ser de la vieja guardia, Marchetta cree en la psicología. “Me analicé porque eso te ayuda a crecer. Empecé por un problema personal, para saber dónde estaba parado y después de cuatro o cinco años me di cuenta de que fui un pelotudo toda mi vida. La psicóloga me arregló la cabeza. Le tengo prohibido que me dé el alta porque ante cualquier kilombo recurro a ella. Muchos dicen que los locos van al psicólogo pero son los cuerdos los que van. Empecé a ir en los ochenta tras mi primera separación, y a la cuarta sesión la invité a salir. ‘Usted tiene un kilombo bárbaro en su vida, tiene dos mujeres ¿y quiere una tercera?, me dijo. Un fenómeno, una mina excepcional- El día que los dirigentes entiendan que vale la pena tener un psicólogo dentro del cuerpo técnico, se podrán solucionar varios problemas. La hija de mi esposa y mi hija son psicólogas, así que estoy acostumbrado, y el jugador a veces necesita algo de eso”.

En cuanto a sus parejas, afirma que “siempre tuve barbies, morochas o rubias, pero siempre de ocho puntos para arriba. Mi arma de seducción es el chamuyo, porque la pinta no es. Vos dejame hablar diez minutos y ya está, te liquido” y es tajante cuando le consultan si es borracho. “Es falso. Preguntale a Basile, que cuando nos juntábamos, entre él y (Roberto) Perfumo se bajaban todo el whisky mientras yo tomaba gaseosa, pero con esa carita, ¿quién me va a creer? Si me ven tomando agua dirán ‘mirá el vodka que se baja’” y también asegura que “en mis peores épocas, llegué a fumar ochenta cigarrillos diarios, una locura. Un día me hinché todo, me vi en el espejo, me asusté y decidí dejar”. Otra de sus pasiones es el turf. Llegó a pasarse horas con Ángel Labruna (otro fanático de “los burros”) en el Jockey Club de Córdoba.

Lector de todo tipo de libros, desde Perón a García Márquez, de Maquiavelo a históricos, sostiene que el mejor que tuvo en sus manos “me lo recomendó Víctor Hugo Morales, lo cual parece una incongruencia, ya que no tenemos ninguna relación. Se llama ¿El poder y la gloria’, de Graham Greene. Fue cuando él hacía el programa de TV ‘El Espejo’ y nos encontramos en un hotel de Rosario y recuerdo que me dijo que Central iba a ser campeón de Primera B. Después, algunas opiniones y otras boludeces nos fueron alejando, pero hay que reconocer que es un tipo que sabe un montón de cultura y es un relator de fútbol inigualable”.

A Marchetta no le es indiferente la política y se emociona al recordar cuando estuvo de visita en la Quinta de Olivos y fue recibido por el entonces presidente Juan Domingo Perón. “El general me dio la mano y estuve varios meses sin lavármela” pero recuerda que no siempre sus contactos con el poder fueron felices, porque permaneció seis meses detenido durante la pasada dictadura militar. "El dueño de la empresa en la que trabajaba era muy peronista, como yo, y caímos todos", recuerda y detalla que estuvo detenido primero en Río Cuarto y más tarde en Buenos Aires. En ese lapso pasó un mes incomunicado, bajó cerca de 20 kilos y recibió alguna que otra paliza en los interrogatorios sobre si tenía algún vínculo con las organizaciones armadas.

 

Marchetta cuenta que a mediados de 1976 lo vinieron a buscar al hotel de Embalse, donde trabajaba. “El tema comenzó porque él le había ganado la licitación a Ibérico Saint Jean, que se la tenía jurada. A mi socio lo detuvieron un tiempo antes. La mano venía complicada, a tal punto que Perfumo, amigo desde la adolescencia  y concentrado en ese momento para jugar con River la final de la Libertadores contra Cruzeiro, me avisó que me fuera del país porque me iban a ir a buscar. ¿A dónde me iba a ir con dos hijos chicos? Pensé que no iba a salir vivo de ahí”.

Marchetta reconoce que “pude haber sido boleta tranquilamente, porque ahí dentro te volvés medio loco y más, con mi personalidad. Invité a pelear a un principal de apellido Patané, que me amenazaba con una pistola en la cintura. Me salvó la vida Anselmo Flores Jouvet, un militar que revisó mi legajo y se dio cuenta de que estaba ahí por error. Tuve que comenzar de cero porque nos sacaron la concesión”.

En esa dura situación económica apareció la solidaridad del cantante Carlos “La Mona” Jiménez. “Conmigo tuvo un gesto enorme y lo amo –afirma Marchetta- Había que pagarles dos meses de sueldos atrasados a los empleados y no teníamos el dinero, así que mi cuñado, Raúl Erroz, fue a verlo a su departamento de la calle Chacabuco. Cuando se enteró, suspendió todas las funciones que tenía programadas junto a “Coquito” Ramaló y se fue a actuar a Embalse para darme una mano. Fue el 21 de septiembre de 1976. Estuvo desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana. ¡Cantó 134 temas! El baile se hizo en el salón de una hostería que yo administraba, “La Cabaña del Tío Tom” y pasaron por el lugar, en 24 horas, cerca de diez mil personas. Con esa recaudación les pagué a los empleados. “La Mona” es un tipo gaucho, que ayuda a la gente y que no lo hace para figurar sino porque tiene “el bobo” grande. Un tipo bárbaro”.

Con esa concesión había sido testigo de un hecho insólito un año antes, en tiempos de María Estela Martínez de Perón, en Chapadmalal. “Era verano de 1975 y estaba ahí cuando se produjo una situación que nos paralizó. Tras un intercambio de palabras, (José) López Rega le pegó una cachetada a la Presidente e inmediatamente el edecán le apoyó su pistola en la sien. El clima era tremendo y ella calmó los ánimos”.

Gracias a otra concesión, de comedores de hoteles, pero en Embalse, conoció a Menem en 1974. “Un día me llama un amigo y me dice que va a venir el gobernador de La Rioja. El tipo cayo tarde, cerca de la medianoche. Tenía un bungaló frente a mi casa y él mismo me golpeó la puerta para avisar que había llegado con su comitiva, unas veinte personas.  Me pidió disculpas por la hora, y me preguntó cómo me llamaba y me dijo ‘mire, Pedrito, la tropa tiene hambre’. En esa época se había firmado una ley de contrato de trabajo, la 20.744, que si hacías laburar a un tipo media hora extra te sacaban un riñón, pero lo mismo hice levantar a todo el personal y les dimos de comer. Siempre me caía así y yo le decía ‘escuchame Carlos, ¿no pueden venir más temprano?”.

La relación con la política siguió con el paso del tiempo. “Antes del Mundial 1994, Duhalde me llamó por teléfono para que Basile y algunos jugadores de la selección fueran a jugar un picadito a su casa-quinta de Ezeiza. El Coco era peronista pero hasta ahí, y dudaba. Al final lo convencí. Después, Menem se enteró de ese partido y se hizo llevar en helicóptero.”.

Si hay algo que marcó los últimos años de Marchetta fue el ACV que tuvo en 2006, en momentos en que se encontraba dirigiendo en Ecuador pero había llegado a la Argentina porque operaban a uno de sus nietos. Estuvo internado por ocho meses, sin caminar ni hablar. “Me entró a agarrar como un pánico, miedos y de golpe se me durmió una pierna. Me pellizcaba y no la sentía”. Estuvo internado en una clínica de Tanti, cerca de Villa Carlos Paz. Caminaba con un andador y tuvo que aprender a hablar otra vez. “Zafé. ¿Sabés quién me salvó? Que se reunieron Dios y el Diablo y empezaron a discutir ‘Agarralo vos al Negro, no agárralo vos’ y no me quiso agarrar nadie”.

“La verdad es que el fútbol no me debe nada. Yo le debo. No soy de los tipos que consideran que el fin justifica los medios, al contrario. Más bien fui un bohemio que no le dio tanta importancia a los logros. Quizá le quedé debiendo al fútbol una mayor contracción al trabajo. Con un poquito más de interés quizá hubiera ganado más partidos o más campeonatos, pero desde el comienzo tuve claro que el fútbol no era algo absoluto para mí. Me gustaba hacerme tiempo para la familia, para las salidas, para el turf, y atender diversas cosas al mismo tiempo. Así y todo, me di el gran gusto de trabajar siempre donde me sentía realmente bien”, afirmó en el libro “El Negro”, casi como un balance de vida.

 

 

 

 

 


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