miércoles, 27 de marzo de 2019

Un triunfo ante Marruecos que no disimula la confusión de este desteñido seleccionado argentino (Jornada)



Habían pasado grises 83 minutos cuando Ángel Correa, que había ingresado en el segundo tiempo, realizó una jugada individual y concretó el único gol del partido ante la batalladora pero insípida Marruecos en Tánger. El festejo, sin embargo, con los suplentes que saltaron desde la línea de cal para treparse al autor, junto al resto de los compañeros, sonó a desmedido para el contexto en el que ocurría. Al cabo, se le estaba ganando a un rival sin historia, por un gol en el final, y habiendo estado en el mismo nivel que el derrotado.

El seleccionado argentino, acaso con un partido amistoso más que podría concretar como local en junio, se encamina así a la Copa América de Brasil en un momento de absoluta confusión, sin un norte determinado, por más que la mayoría de sus integrantes, especialmente los que toman decisiones, quieran venderle peces de colores a quienes están acostumbrados, por muchos años, a otra cosa, con o sin resultados favorables.

Se entiende que Lionel Scaloni, director técnico interino, pruebe jugadores y busque en una nueva generación luego de la frustración esperada en el pasado Mundial de Rusia. De hecho, que sea éste el entrenador y no otro no es culpa suya, sino de quien lo contrató, de quien le cedió este espacio a partir de su aceptable roce internacional de sus tiempos como jugador, de su capacidad motivadora, de la llegada a Lionel Messi (posiblemente, lo que haya sido más determinante), y de su indudable optimismo.

En todo caso, la Copa América a la que ya parece que llegará al frente del equipo nacional, será la prueba más palpable de su capacidad y la gruesa raya roja que determinará su futuro en la estructura, pero hay que afirmar con claridad que sus declaraciones tras el triste partido de ayer ante Marruecos, no se condicen en absoluto con la realidad.

Con y sin Messi, es decir, ante Venezuela y luego ante Marruecos, el seleccionado argentino volvió a mostrar la misma cara. Jugadores que podrían ser, en la mayoría de los casos, aceptables en lo individual, aunque no los cracks de otrora, y en muchos casos, sobredimensionados por una prensa ávida de éxitos y a las puertas de un gran torneo, en el que se arriesga el papelón de no haber una idea madre que sostenga al conjunto.

Porque más allá de nombres, lo que desde hace mucho que perdió el fútbol argentino (y se refleja en su equipo principal, su representativo más importante) es la idea acerca de qué se pretende, a qué se quiere jugar, y con qué ejecutantes.

Venimos señalando en estas páginas, desde hace mucho tiempo, que el fútbol argentino no se debate sobre cuál es el juego que pretende, desde que en 1958 comenzó a copiar el modelo europeo y luego, el sistema global de negocios terminó imponiendo, desde el Viejo Continente hacia aquí, las normas a partir de la economía, y entonces si les queremos vender jugadores, tenemos que sacarlos en los puestos que ellos utilizan.

Entonces, se acabaron los “reggistas”, los “diez” de antes que manejaban al equipo, los marcadores centrales elegantes y tiempistas, los marcadores de punta con oficio y proyección, los “cincos” que se las arreglaban solos en el centro de la cancha, los “ochos” goleadores, los wines desbordantes y los “nueves” técnicos que iban a buscar la pelota unos metros atrás y definían adelante.

Por si faltara poco, para acoplarnos a este “nuevo orden económico”, los torneos locales se juegan en verano y con un calor intolerable y descansan en los meses del frío para ajustar el calendario a los europeos, con el solo objetivo de poderles vender jugadores en su mercado.

El fútbol argentino, en síntesis, es hoy consecuencia de todo aquello. Es lo que puede ser. Es esto. Esto que vimos ayer. Esto tan triste de quedar, por momentos y ante un rival que en otra época hubiera sido menor, sin un solo delantero de punta, y con los jugadores discutiendo y peleándose con los rivales en cada cruce, en cada falta, para luego festejar un gol en acaso la única llegada clara en noventa minutos como si fuera la final del Mundial.

Tras la merecida derrota del viernes en Madrid ante Venezuela, y con el pobre Messi, (que sigue viniendo aunque la Selección no lo merezca), tratando de divisar a lo lejos algún socio para su excelso pero solitario juego, esto de ayer, por más que haya sido un triunfo, es un evidente paso atrás, que se nos disfrazará con aquel canturreo de que “ya está casi” el equipo para la Copa América, pero esta selección tan desteñida como lo indica el diseño de su actual camiseta, sigue dependiendo de los Messi, Sergio Agüero, Ángel Di María, Nicolás Otamendi (por más que se fogonee que son “perdedores” quienes llegaron a tres finales luego de décadas de no arribar a ninguna), y por ahora, con muy pocos agregados de calidad de esta nueva generación, como Nicolás Tagliafico o Lautaro Martínez, y, tal vez, Paulo Dybala, aunque éste no tiene muchas posibilidades de mostrarse.

Pero sin un esquema madre, sin una idea general, que ahora parece que podría aportar por fin el nuevo director general de Selecciones, César Luis Menotti, con toda su experiencia, es muy difícil llegar a buen puerto.

La selección argentina se debate dentro de una AFA sin rumbo, con movimientos que generan más dudas que certezas, en un ambiente de alarmante mediocridad, y con un entrenador que hace lo que humanamente puede, con el material con que cuenta en estos tiempos, y en medio de la marea.

Sin mucho más tiempo para la Copa América de Brasil, será lo que será y a la espera de que salga justo la bolilla que estudiamos para el examen, allí vamos, a que la suerte nos acompañe y el viento, como el de ayer en Tánger, nos pueda soplar a favor. Es lo que hay.



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