viernes, 19 de julio de 2019

19 de julio de 1994




El Mundial de los Estados Unidos llegaba a su fin. El calor era agobiante en Pasadena, la final entre Brasil e Italia había sido un fiasco, y me quedaba aquella emocionante imagen del codo derecho de las tribunas del estadio Rose Bowl, que cuando se produjo un silencio de descanso en el entretiempo, mostró el revoleo de camisetas y la hinchada argentina cantando “Oh, Argentinaaaa, es un sentimientoooo, no puedo paraaaar”, aunque el equipo ya estuviera eliminado hace rato.

Durante los últimos días del Mundial, me alojaba con el colega y amigo indio Rupak Saha, quien me había contratado para su diario Ananda Bazar Patricka de Calcuta, y como quería precisiones sobre las posibles alineaciones (la principal duda estaba centrada en Franco Baresi, que parecía haber quedado afuera cuando se lesionó al principio del torneo, pero las crecientes versiones sostenían que regresaría para la final), le insistí en que sólo con el alquiler de un auto y yendo por nuestra cuenta, podríamos trabajar al mejor nivel, y acaso, obtener algo.

Me la jugué y le dije que tanto Roberto Baggio (el otro en duda) como Baresi, estarían en la definición, pero llegamos al centro de prensa ese domingo 17 de julio, y un diario italiano, que se imprimía en USA, titulaba “Una final sin Baresi y sin Baggio”. La cara del indio resulta inolvidable. No sabía dónde meterme, y me acomodé en mi pupitre palpitando la final. Cuando por los altavoces daban a conocer los equipos, era como una nueva tortura, pero me fui transformando cuando en la pantalla apareció Baresi como titular…y ya más adelante, Baggio. Desde lejos, el indio, sonriente, me levantaba los dos pulgares.

El problema no era la final sino cómo organizarme para después. Me había anotado para asistir a un Congreso Mundial de Sociología en la ciudad de Bielefeld, cerca del límite con Polonia, y que comenzaba el lunes 18, pero resultaba imposible llegar a tiempo. Recién podría hacerlo el martes a la tarde. La idea era que ni bien terminara la final, ir lo antes posible al aeropuerto, viajar desde Los Angeles a Chicago y luego, tomar otro avión desde Chicago a Francfurt y una vez allí, el tren hacia Bielefeld.

Fue lo que hice bajo un insoportable calor. Llegué a Bielefeld, entré lo antes que pude al hotel, me cambié y a mitad de la tarde, ya estaba para inscribirme en la ventanilla del Congreso. Para mi suerte, quien me atendió era un argentino, de Mendoza. Me comentó que había otra argentina en una comisión que no era la mía, pero que se trataba de una mujer muy interesante y que valía la pena conocerla. Decidí esperarla hasta que por fin me la presentó en compatriota en común.

Tras los saludos de rigor, inmediatamente la mujer me dijo algo así como “qué terrible lo de Argentina, ¿no?”, con una cara de mucha preocupación. Yo, que venía del Mundial y del doping de Maradona, que por lo que me comentaron había causado una gran tristeza popular, atiné a decirle “sí, claro, lo de Maradona fue durísimo”. Noté, enseguida, una cara mezcla de asombro y repulsa, como si pensara que estaba hablando con un idiota (que vendría a ser yo). Algo no funcionaba bien. La socióloga acotó, como aclarando lo obvio “No, yo me refiero a lo de AMIA”.  Me di cuenta de que había hecho uno de los mayores papelones de mi vida, al enterarme, así que traté de aclararle lo sucedido: había estado en el aire, sin noticias (y en tiempos sin internet) todo ese lunes 18 y hasta la tarde del martes 19, y salí corriendo al hotel, para ver si podía captar algo por la TV y llamé inmediatamente a Buenos Aires. 

Las imágenes de la TV alemana eran tremendas pero sumado a eso, recuerdo la desesperación porque de fondo se escuchaba el castellano, pero tapado por la traducción alemana. Así fue que me enteré del mayor atentado de la historia argentina. Todo lo relatado puede ser encontrado en mi libro “Maradona, rebelde con causa”.

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