lunes, 22 de julio de 2019

AFA-Superliga, la canción es la misma (Jornada)




A días de comenzar la nueva Superliga, otra vez el fútbol argentino se encuentra ante los mismos vicios, con dirigentes acostumbrados a lo mismo porque pese a que recibieron el maquillaje de un nuevo organismo que los rige, se trata, en el fondo, apenas de un cambio de edificio, desde la vieja sede de la calle Viamonte, en la zona de Tribunales de Buenos Aires, al renovado Puerto Madero, bordeando el Río de la Plata.

Tras el desquicio de los tiempos grondonianos de llevar, por razones políticas (abrir el juego a los equipos provinciales a poco de unas elecciones generales a presidente de la Nación) y económicas (más partidos televisados por fecha, más dinero a las arcas), de llegar a los 30 equipos en la Primera División, muerto el sempiterno ocupante del Sillón de Viamonte se decidió regresar paulatinamente a la cordura de los 20 equipos, para lo cual, como era lógico, se apostó a ir reduciendo de a dos por temporada.
Esto significaba que desde entonces habría cuatro descensos y dos ascensos desde el Torneo Nacional B (otro engendro creado a las apuradas cuando los dirigentes de los clubes de casi todo el país se habían nucleado en la Unión de Clubes Argentinos y Grondona, en 1985, vislumbró una movida importante que le podía traer consecuencias).

Pero como suele suceder cada año a poco de comenzar un nuevo torneo, los clubes que se encuentran en los peores lugares del promedio, en este caso, además, muchos de más peso e historia que en el pasado (Rosario Central, Newell’s Old Boys, Estudiantes y Gimnasia y Esgrima de La Plata, Bánfield, Lanús, Colón, Patronato de Entre Ríos, Argentinos Juniors, y los recientemente ascendidos Arsenal y Central Córdoba de Santiago del Estero), decidieron plantarse y no dar quórum en la reunión del Comité Ejecutivo de la Superliga, salvados por la ausencia de Aldosivi de Mar del Plata (de lo contrario habrían perdido 13-11), para presionar para que baje la cantidad de descensos a dos o tres, o bien los cuatro se determinen por otra confusa fórmula, la de dos por el viejo sistema de promedios y dos por puntos.

El problema mayor no pasa tanto por lo técnico sino por la vieja costumbre de que todos aquellos que se encuentran en una situación molesta, quieren cambiarlo todo sobre la marcha para verse favorecidos, con la extraña pero clásica idea de que eso, en la Argentina, es posible de modificar, y de hecho, esos dirigentes de los clubes mencionados se encontraban en la confitería de la esquina, pero decidieron no entrar, a modo de presión.

Esto no es nuevo ni es exclusivo de estos dirigentes sino patrimonio del fútbol argentino. El propio presidente de la AFA, Claudio Tapia, llegó a modificar el torneo de la Primera B Metropolitana en el medio de su desarrollo, e intentó, junto a sus amigos provenientes de esa categoría y otras del ascenso, modificar la estructura del ahora llamado “Torneo Nacional” (como si quitarle la letra “B” disimulara que se trata de un campeonato de ascenso) en dos grupos pero no como ahora, que están mezclados los equipos del conurbano bonaerense con el resto de las provincias, sino que los de la Provincia de Buenos Aires estuvieran todos juntos, y el resto, que se arreglara si tuviera que viajar de Jujuy a Tierra del Fuego o de Mendoza a Misiones.

La resistencia a esta idea fue, aunque con unos decibeles menos, en la misma dirección que en 1985 enfrentó a la UCA con Grondona, la prensa se encargó de amplificarlo, y el proyecto rebotó, pero la idea allí estuvo.

Tapia, quien intentó ejecutar esta idea, es el mismo que envió una incendiaria carta a la Conmebol exigiendo la renuncia del presidente del Comité Arbitral, el brasileño Wilson Seneme, después de las evidentes injusticias en el partido Brasil-Argentina de la pasada Copa América y de la exagerada expulsión de Lionel Messi ante Chile, y quien también fogoneó que al día siguiente de su misiva, el titular de la Escuela de Árbitros de la AFA, Federico Beligoy, enviara otra preguntando qué ocurría que no había respuesta.

Resultó entonces que esa misma AFA que modifica torneos en el medio, que alberga clubes que se sienten en condiciones de piquetear el inicio de la temporada, que perdió la memoria sobre las condiciones dadas en el 6-0 a Perú en el Mundial 1978, o La Mano de Dios en el de 1986, o el Bidón de Branco en el de 1990, o incluso del penal (que fue pero que nadie vio) ante Paraguay en la primera fase de la misma Copa América, ahora se siente estafada y debe terminar reculando el próximo martes en Luque ante el cuestionado presidente de la Conmebol, el paraguayo Alejandro Domínguez, para que no lo sancionen a Lionel Messi o le den la menor suspensión posible para no perderlo en la clasificación mundialista que comienza en marzo de 2020 o en la Copa América de junio de ese año, cuando la selección argentina organizará el certamen junto a Colombia.

La misma AFA que nada dice sobre una nueva utilización política cuando desde la provincia de Buenos Aires, sin que nada lo mediara, se anuncia que los partidos jugados allí sí aceptarán público visitante (lo mismo que ocurrió en el mismo territorio y por otra fuerza política para las elecciones de 2015), y la misma que por ahora no abrió ninguna investigación tras las acusaciones que avanzan en la Justicia sobre el supuesto desfalco a Independiente por parte de sus propias autoridades (casualmente, familiares del presidente de la AFA), en el sentido de saber si se trata o no de un modus operandi de más cantidad de clubes de todas las categorías.-

Cuando los clubes firmaron el consentimiento para la conformación de la Superliga, el único que votó en contra (entre 71 sufragios) fue el presidente de la Liga Rosarina, Mario Giammaría, quien calificó la nueva etapa como “un suicidio” y recalcó que como tantas otras veces “los dirigentes firmaron sin mirar lo que hacían”, y sentenció: “hemos elegido como referencia el peor modelo de todos, el español”.

Lo cierto es que la Superliga, que se anunció en su momento con bombos y platillos como el cambio que “ahora sí” iba a revolucionarlo todo, los partidos no cambiarían ni de fecha ni de hora hasta hacerse previsibles como en España, los reglamentos se cumplirían a rajatabla y nada los modificaría, se encontró con que lo único que la diferencia de la vieja AFA es que se mudó de edificio, y entonces las reuniones de los mismos dirigentes de siempre, que actúan igual que toda la vida, tienen un paisaje más moderno en Puerto Madero.

Pero la canción sigue siendo la misma.

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