lunes, 23 de diciembre de 2019

El malestar en Europa: cuando se quiebra la idea de progreso (Jornada)




Caminar por las calles de Barcelona, especialmente por las céntricas, tiene un encanto especial porque se mezcla el glamour con lo antiguo, la moda con la historia. Pero cuesta observar, después de tantas visitas, la cantidad de baches, producto de los frecuentes enfrentamientos de movimientos independentistas con las fuerzas del orden.

O que muchos policías no sepan cómo llegar al destino que buscamos porque no son de allí sino de otras ciudades españolas, enviados para resguardar “el orden”, o que haya que llegar cinco horas antes al aeropuerto de El Prat para un vuelo local sólo porque puede haber piquetes que no permitan llegar a la zona.

Sin querer emitir un juicio de valor sobre cada conflicto, por lo general Europa occidental atraviesa en los últimos años, y de manera creciente, una etapa de turbulencia ante situaciones diferentes o que parecen serlo, pero que sin embargo tienen algunos interesantes puntos en común, aunque el que nos parece más destacado es el del quiebre de la idea de progreso, de aquella idea del Estado de Bienestar que cumplía con el requisito básico de que la generación siguiente pueda alcanzar una vida superior a la anterior.

Europa, con conflictos diferentes y cada uno a su modo, viene descubriendo desde hace años, atónita, la destrucción del Estado de Bienestar que la caracterizaba, con el iluminismo como educación como aliado al progreso económico y social.

Aquella frase de Alfonso Guerra, número dos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) cuando en 1982 asumió el gobierno Felipe González acerca de que a España “no la va a reconocer ni la madre que la parió” hoy parece muy lejana, cuando el ganador de las elecciones, el también socialista Pedro Sánchez (cultor del lema “No es no”), se alió en tiempo récord con el líder de Unidas Podemos (izquierda), Pablo Iglesias, y ambos buscan cerrar pronto un acuerdo con la Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) para conseguir los escaños necesarios para formar gobierno ante el inminente ascenso de la ultraderecha franquista de Vox, una dura novedad para el sistema político español.

Aunque se trate de otro tipo de ultraderecha, más ligada a una España medieval que a cuestiones inmigratorias como en países vecinos (los propios españoles suelen decir con sorna que “Spain is different”), lo cierto es que Europa asiste a un creciente fenómeno basado en la aparición de movimientos ultras a partir de enormes frustraciones sociales, políticas y económicas pero fundamentalmente, ante la falta de respuesta a problemas acuciantes que ya tocaron a las clases medias, no ya a las más bajas, que pese a contar aún con una ayuda a la baja de los Estados, se fueron “latinoamericanizando”.

El trabajo ya no otorga seguridad de su estabilidad, los salarios ya no cubren todas las necesidades, la inmigración, en muchos casos, se observa como un peligro por algunas competencias o por generar un cambio cultural y la inestabilidad económica y laboral, cuando además el promedio de vida aumentó significativamente, han puesto sobre el tapete la cuestión de la jubilación y la posibilidad de que las cajas no den abasto en un futuro cercano.

En este contexto, no puede sorprender el movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia contra Emmanuel Macrón, o la aparición de “Las Sardinas” en Roma contra el ultraderechista antiinmigración Matteo Salvini, el crecimiento de los ultras alemanes justo cuando luego de muchos años está a punto de dejar el poder Angela Merkel y especialmente, el triunfo reciente en las elecciones de Boris Johnson, lo que significará que los ingleses abandonen Europa hartos de la situación de indefinición y de no tener ninguna otra respuesta del sistema, especialmente por parte del laborista Jeremy Corbyn, que ha fracasado rotundamente con una de las cifras más bajas para su partido.

En tiempos en los que todo indica que Europa debería actuar como bloque para fortificar sus posiciones política, económica, social y si se quiere, militar, ahora que con Donald Trump, Estados Unidos parece retirarse de una alianza estratégica de más de medio siglo, Escocia se propone llamar a otro plebiscito para abandonar en Reino Unido, las Irlandas no descartan unirse y los catalanes, separarse del territorio español.

Pero estos movimientos, además de expresar un rechazo a distintas situaciones particulares de cada región, tienen otro punto en común: el crecimiento de las redes sociales han ayudado a rápidas y sólidas manifestaciones y han generado una especie de doble influencia al ver que en otros puntos del mundo ocurren protestas similares, y han animado a imitarlas, aunque cada una con sus propias características.

La resolución  este conflicto puede ser complicado si se trata de analizarlo cada uno a través de sus propias motivaciones, aunque también aparecieron brotes verdes desde lo teórico como lo es el enorme pensador  francés Thomas Piketty, quien luego de su notable éxito con su libro “El Capital en el Siglo XXI” (vendió 2.5 millones de ejemplares), ahora regresa con “Capital e Ideología”.

Piketty, considerado el Carlos Marx del Siglo XXI, y obsesionado con “La Desigualdad”,  con algunas propuestas como granar el 90 por ciento del impuesto a la herencia (“con el 10 por ciento ya cualquiera está bien, no necesita más”), o que con la mayoría de edad, cada ciudadano de cualquier país cobre por derecho un dinero importante para que haya igualdad real de oportunidades, ahora nos introduce a una nueva polémica: le habla a las ideologías desde la derecha y les dice que si no quieren debatir más sobre la lucha de clases, que se olviden y que nos retrotraigamos entonces hacia la Declaración Universal de los Derechos Humanos, documento adoptado por la Asamblea de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948.

Piketty se pregunta si esta Declaración, mucho más sencilla y que consta de treinta artículos y con consenso general, se cumplió en su totalidad hasta el día de hoy, en el Siglo XXI. Como respuesta, hasta el momento, silencio de radio.

Acaso desde estas preguntas, Europa, América (también inestable con su problemática propia) y el resto del mundo, pueden comenzar a andar un nuevo camino, si las clases dirigentes estuvieran a la altura y, muy posiblemente, si leyeran a Piketty y si le hicieran un poco de caso.

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