lunes, 9 de diciembre de 2019

Riquelme se quedó con uno de los últimos bastiones del macrismo: nada menos que con Boca




El macrismo perdió uno de sus últimos bastiones. No es la Argentina ni tampoco la provincia de Buenos Aires pero sí es Boca Juniors, lo que prácticamente equivale a un territorio con gran influencia política. Y no cayó en manos de desconocidos sino en las de Juan Román Riquelme, acaso el ex jugador más idolatrado por los hinchas, que se decidió a meterse en el barro electoral y consiguió salir victorioso.

El macrismo se va de Boca tras 24 años en el poder, desde que, rechazado por Antonio Alegre y Carlos Heller –quienes, en un trabajo monumental, levantaron a Boca de una situación terminal y en pocos años en los años ochenta-, el ingeniero Mauricio Macri, que les propuso unírseles con la idea de dar luego el salto a la política nacional, se postuló desde la oposición para ganarles el poder en diciembre de 1995.

Aquel día, el Boca de Silvio Marzolini y de los veteranos Claudio Caniggia y Diego Maradona, caía ante Racing en la Bombonera, por la sorpresa, 4-6 y de esta manera decía las chances de ser campeón al Vélez de Carlos Bianchi. Luego, ya con Macri en el poder, vino aquel remate de los palcos en la Bombonera en otro desastre en la cancha (0-6 ante el Gimnasia de Carlos Griguol, Alberto Márcico y los mellizos Barros Schelotto), las contrataciones de Carlos Bilardo y Héctor Veira como DT hasta desembocar en Carlos Bianchi y el imperio que el club construyó entre 1998 y 2005.

Macri generó un Boca “fashion”, con concesiones de todo tipo, negocios por todos lados, y una venta exitosa de jugadores al exterior que lo fue separando económicamente de un River que iba derrapando hasta descender en 2011.

Efectivamente, las discusiones y peleas de Macri contra Diego Maradona (que lo llamó “Cartonero Báez”), o Juan Román Riquelme, que le dedicó un Topo Gigio en un gol ante River, habían tenido sentido y en 2007, el presidente del club decidió no presentarse para postularse como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, tal como les comentó a Alegre y Heller doce años antes. Pero el macrismo siguió con Pedro Pompilio (fallecido un año más tarde) y Jorge Amor Ameal, cuando un tesorero rebelde, llamado Daniel Angelici, se opuso, y utilizó como lema de campaña, a que Riquelme, convertido ya en el máximo ídolo de Boca, tuviera una renovación de contrato por cuatro años.

Angelici ganó en 2011 pero tuvo que lidiar con Riquelme primero, y el regreso de Bianchi después, aunque sin éxito (en especial, cuando Boca se quedó a las puertas de la Copa Libertadores 2012 ante el Corinthians, con Julio César Falcioni aún en el banco, cuando el ídolo estuvo a punto de irse del club aunque al final se quedara hasta 2015, cuando ya la relación con el presidente se tornó imposible y decidió finalizar su carrera en Argentinos Juniors, al que ayudó a ascender a Primera A.

Parecía, cuando en 2015 Angelici fue reelecto justo cuando Macri ganó las elecciones para presidente argentino, que serían los mejores años en Boca. ¿Qué mejor que tener a un ex presidente del club en el poder del país y a Angelici, un influyente amigo suyo, como titular de la entidad xeneize?

Y sin embargo, aquella promesa de los inicios de Angelici en 2011 para que los hinchas prepararan sus pasaportes porque él se dedicaría del resto, quedó en la nada pero además, tras cinco eliminaciones ante nada menos que River, cuatro de ellas en torneos internacionales. Y lo peor, con entrenadores sin una gran idea de fútbol, a los que Marcelo Gallardo, desde la otra costa, se los fue deglutiendo.

Ni Carlos Tévez, y su regreso, primero con gloria desde la Juventus en 2015 y luego sin ella, al volver cabizbajo desde China, pudo salvarse del incendio y cuando ya no parecía haber nada demasiado motivante, apareció Riquelme a los 41 años, propuso primero la unidad y luego se volcó a las filas de Ameal y el conductor mediático Mario Pergolini, para quedarse con todo.

Tras 24 años de macrismo, Riquelme parecía y es el encargado de cerrar un círculo perfecto. Ahora el desafío es enorme: recuperar a Boca en lo deportivo, darle entidad al juego del equipo, y abrir las puertas de su gran condición de club popular.

Riquelme deberá jugar ahora sin la pelota. Con ella, nadie duda de lo que fue capaz.

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