martes, 18 de diciembre de 2018

Duro golpe para River y para el fútbol sudamericano (Jornada)



                                                   Desde Al Ain



Y de repente, todo lo que parecía camino a la gloria eterna se desbarrancó definitivamente con el penal fallado por Enzo Pérez, atajado por el muy buen arquero (también de la selección de su país), Khalid Eisa.

De una manera absolutamente inesperada, River Plate, el reciente campeón de la Copa Libertadores de América en una durísima y prolongada final ante Boca Juniors, caía por penales (5-4), luego de empatar 2-2 en los 120 minutos, ante el Al Ain local, que apenas si llegó al Mundial de Clubes por invitación, sin haberse ganado el derecho por haber conseguido un título continental como el resto de los participantes del torneo.

River, en la muy fresca noche de Al Ain, quedaba eliminado de la final del Mundial de Clubes, siendo la primera vez en la historia, desde que se comenzó a disputar en 2005, que un equipo argentino no llega a la máxima instancia y justo cuando miles de hinchas “millonarios” se ilusionaban con presenciar la final ante el Real Madrid, que de todos modos debe sortear su partido semifinal de hoy ante los japoneses de Kashima Antlers en Abu Dhabi.

Más allá de que el partido fue parejo y que todos acertaron sus penales menos Enzo Pérez, quien justamente ejecutó el último de la serie, hay muchos elementos para analizar desde la actuación de River ante un equipo árabe que a diferencia del argentino, había disputado ya dos partidos en el torneo y en apenas una semana (debutó en octavos de final el 12 ante el Wellington neocelandés, al que le remontó un 3-0 para ganarle por penales, y el 15, por los cuartos, venció nada menos que por 3-0 al Esperance de Túnez, campeón africano).

River llegaba descansado, y entrenándose sin ninguna clase de molestias desde el pasado martes, es decir, una semana entera en tierras emiratíes y sin embargo, dio la sensación de ser ampliamente superado en lo físico por su rival, y en lo futbolístico, salvo el alargue, cuando dominó territorialmente, siempre padeció los ataques locales, especialmente por el lado izquierdo con el brasileño Caio, que tuvo a maltraer al chico Gonzalo Montiel.

¿Qué fue lo que le ocurrió a River? Más allá de la posible autocrítica que pueda hacer su director técnico, Marcelo Gallardo, hubo varios problemas que se sumaron o se superpusieron: una cierta desidia inicial, que le costó el primer gol casi al minuto y desde un córner, una exasperante lentitud general por el desacostumbramiento a los equipos que aprietan el acelerador y aumentan su intensidad en el juego, y fallas extrañas del entrenador desde lo puramente táctico.

Anoche en Al Ain y ante el equipo local, quedó en evidencia que una cosa es participar en torneos entre equipos sudamericanos, y otra diferente es cuando hay que cotejar contra conjuntos con otras características con mayor potencia física y movilidad. Ya le había pasado a Boca Juniors (bicampeón argentino y finalista de la Copa Libertadores) cuando en agosto visitó tierras catalanas para jugar ante el Barcelona por la Copa Joan Gamper, y ahora le ocurrió a River en el momento en que ya proyectaba una final de Mundial de Clubes ante el Real Madrid.

Quedó muy claro también que desde 2019, Gallardo deberá reconvertir su plantel ante las probables salidas de Juanfer Quintero (a China), Gonzalo Martinez (a la MLS de los Estados Unidos) y probablemente Santos Borré (debería regresar al Atlético Madrid), pero River tiene, más aún, un problema en su triángulo final, porque de ninguna manera parece que en un partido exigente pueden jugar juntos los dos centrales (Jonathan Maidana y Javier Pinola), y delante de ellos, Leonardo Ponzio. El juego termina siendo demasiado lento y ya padeció en la final contra Boca por esos sectores.

Finalmente, un gran estratega como Gallardo también se equivocó y varias veces en la noche. En el alargue, la entrada de Ignacio Scocco pudo sonar a salir a buscar con todo el partido y evitar los penales, pero nunca como en esos treinta minutos River se pareció tanto al Boca de Guillermo Barros Schelotto, con un equipo partido del medio hacia adelante, con un extraño 4-3-3 con tres “nueves” en la línea de la definición (Scocco, Borré y Lucas Pratto –quien al quedar sobre la izquierda se fue limitando en sus movimientos), mientras que la salida de Gonzalo Martínez le quitó conexión entre las líneas, más allá del penal errado y que varias veces perdió pelotas recostado a la derecha. Tampoco pareció lógico el ingreso de Pérez, quien no se encontraba bien físicamente, y menos que se decidiera por él para el último penal.

El fútbol, una vez más, demostró que puede brindar total felicidad pero la puede quitar muy pronto y ser muy cruel. En pocos días, River pasó de campeón que va a quedar en la historia para sus hinchas por lo ocurrido en el Santiago Bernabeu, a equipo que no estaba para mucho más y que será el primero de la Argentina en no haber podido llegar a la final del Mundial de Clubes. Y aún podría tocarle el Real Madrid por el tercer puesto.

Como la vida, como las máscaras del teatro griego, River conoció las dos caras en demasiado poco tiempo y de manera muy vertiginosa. Una lección para aprender pensando en el futuro del club y del fútbol argentino, que está más lejos del Primer Mundo, con los jugadores que dispone hoy, por una lógica económica, que lo que se pensaba.

No es que todo el fútbol argentino lo esté, pero sí el fútbol local, el de los planteos mezquinos, el de los jugadores que se van al exterior sin madurar, sin saber controlare bien la pelota en algunos casos, o sin el manejo de los tiempos en otros, o con jugadores demasiado lentos por estar de regreso tras haber hecho la diferencia en el exterior.

Esto se paga demasiado caro, y vaya si River lo acaba de notar.


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