domingo, 9 de diciembre de 2018

River y Boca van por todo desde el otro lado del océano y el fútbol argentino pone en juego su prestigio en una Copa deshilachada (Jornadaonline)




                                                Desde Madrid

Ahora sí, ya no hay más vueltas. Tras un proceso de un mes para definir al campeón de esta edición de la Copa Libertadores en dos finales, lo que ya podría describirse como el partido más largo de la historia, y ante la mirada atónita de los españoles que ni se esperaban un Superclásico de tamaña importancia, River Plate y Boca Juniors se jugarán todo en un tremendo duelo con un escenario extraño y de gala, el Santiago Bernabeu del Real Madrid, desde las 16,30 (20,30 hora europea).

En la ida, el domingo 11 de noviembre,  y tras postergarse un día por la lluvia, habían empatado 2-2 en un muy buen partido, que estuvo a la altura de la gran historia de los dos equipos más populares de la Argentina, pero no se pudo jugar nunca la vuelta en el Monumental, prevista para el sábado 24 de ese mismo mes, porque el autobús de los jugadores de Boca fue atacado por un grupo de hinchas de River que encontraron demasiada facilidad para acercarse al automóvil.

Boca argumentó entonces que varios de sus jugadores fueron afectados, al punto de que su capitán, Pablo Pérez, y el joven Gonzalo Lamardo, debieron ser atendidos en un sanatorio externo al Monumental aunque la Confederación Sudamericana (Conmebol) nunca lo aceptó y consideró que la situación igualmente permitía jugar el partido, y fue entonces River, el que, mediante su presidente Rodolfo D’Onofrio, concedió postergarlo al domingo 25, en el mismo escenario y con público.

Sin embargo, el presidente Daniel Angelici cambió de postura horas más tarde, cuando por la noche en el hotel fue abordado por los jugadores de mayor peso (Pérez, Fernando Gago y Carlos Tévez, entre otros) y por algunos dirigentes, quienes le hicieron saber su deseo de que se procure ganar el partido por la vía del reclamo de la descalificación de River, a partir de utilizar el mismo argumento de su adversario en 2015, cuando sus jugadores recibieron gas pimienta en su vestuario arrojado por un hincha de Boca.

La situación entre los dos clubes se fue tensando con las horas, hasta que en otra escena rocambolesca y con muchos hinchas de River otra vez apostados en la misma tribuna en la que en el día anterior esperaron hasta seis horas un desenlace, la Conmebol, ahora sí, aceptaba que no estaban dadas las condiciones para jugarlo y lo postergaba sine die, citando a los dos presidentes a su sede de Luque, en Paraguay.

Si D’Onofrio repetía que Angelici lo había traicionado al ceder ante la presión de los jugadores y dirigentes al no querer jugar el partido pese a haber firmado un documento en el que se comprometía a hacerlo, el titular de Boca decía que lo había considerado mejor y que a su club le correspondía ganarlo por descalificación de River, aplicando el mismo caso de 2015 y decidió reclamar ante el Tribunal de Disciplina de la Conmebol, aunque éste no aceptó el recurso y a su vez, el titular del organismo sudamericano, el paraguayo Alejandro Domínguez Wilson, se anticipó insólitamente al fallo al afirmar que la segunda final se jugará y fuera de la Argentina.

Mientras Boca apelaba la resolución emanada del Tribunal, que ratificó a Domínguez (como era de esperar), el titular de la Conmebol decidió, en un día frenético de versiones de ciudades que se postulaban como sede, que lo mejor era ir a Madrid, para lo cual, informó, se comunicó con el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, “su amigo”, quien aceptó gustoso que la final se jugara en el Santiago Bernabeu, aunque Boca continuará su reclamo ante el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) de Lausana, Suiza, que a su vez puede tardar meses en resolver.

Por todo esto, incluso, esta final podría tener un resultado que más allá de los festejos de unos y la tristeza de otros, podría no ser válida si el TAS decidiera lo contrario en unas semanas, o acaso meses.

Llegados a este punto de fricción, y con la renuncia del titular de la Seguridad de la ciudad de Buenos Aires, Martín Ocampo, comenzó el operativo para llevar una final de Copa Libertadores, un torneo de estirpe sudamericana que ya lleva 59 ediciones desde 1960, a Madrid, lo cual significó que miles de aficionados y socios de River perdieran la chance de ver la segunda final en el Monumental, mientras que los prohibitivos precios de viajes en avión y entradas, determinaron que de las cinco mil disponibles para los hinchas que residen en la Argentina, apenas se haya vendido la mitad y el resto serán para los que viven en Europa o españoles que tengan la curiosidad de observar una final impensada.

Boca llega algo mejor en lo físico porque la demora en jugarse permitió la recuperación del veloz delantero Cristian Pavón, descartado para el Monumental, mientras que en River no parece que haya corrido la misma suerte Ignacio Scocco, y sumado a que Rodrigo Mora no se encuentra en su mejor forma y que el colombiano Santos Borré está suspendido, sólo cuenta en el ataque con Lucas Pratto o el prometedor joven Julián Álvarez, de muy escasa experiencia en Primera.

River, con Marcelo Gallardo como entrenador (no podrá sentarse en el banco de suplentes pero sí podrá acceder al Bernabeu), se fue transformando en un equipo copero desde mediados de 2014, mientras que Boca es el actual bicampeón argentino, si bien su juego no termina de conformar desde que Guillermo Barros Schelotto es su director técnico, pero tiene un gran poder de gol.

Si en Boca las dudas pasan por los dos laterales (Julio Buffarini o Leonardo Jara por la derecha, y Lucas Olaza o Emmanuel Mas por la izquierda), y por el acompañante de los dos delanteros (Carlos Tévez, Edwin Cardona, Sebastián Villa y en menor medida, Mauro Zárate), en River, Galardo piensa si reforzar el medio con un quinto volante en vez de otro delantero, y si el mediocampista debe ser defensivo (Lucas Martinez Quarta) o de equilibrio (Ignacio Fernández) u ofensivo (Juanfer Quintero).

El Santiago Bernabeu abrirá sus puertas a las 17,30 (hora española), y se espera la presencia de los dos mejores jugadores del siglo, Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, de los 77 jugadores sudamericanos que participan en la Liga Española, invitados por la Conmebol, y del presidente del gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, además del titular de la FIFA, Gianni Infantino.

En medio de un gran operativo policial con cuatro mil efectivos, y con una gran expectación y cierto temor de los madrileños en que se repitan los hechos violentos de Buenos Aires, llegó el momento de los hechos, por fin, y se acaban las palabras. River y Boca salen a escena para demostrar, más allá del campeón de América, que como dice la promoción del banco español que no casualmente es el principal auspiciante del torneo, “nosotros no jugamos football, nosotros jugamos al fútbol”.

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