miércoles, 12 de diciembre de 2018

La sideral diferencia entre los DT, la clave del nuevo éxito de River (Jornada)




                                               
                                                Desde Madrid

Ya todo terminó. Tras un mes de tironeos, quejas, reclamos, golpes bajos, apelaciones, recursos y documentos, River Plate volvió a imponerse a Boca Juniors en una final, la más trascendente de todas las que jugaron entre sí, nada menos que por la Copa Libertadores, y ya se encuentra en Emiratos Árabes Unidos para tratar de ganar el Mundial de Clubes mientras que los derrotados ya regresaron a Buenos Aires y comenzaron su licencia veraniega.

Si Marcelo Gallardo va convirtiéndose en ídolo absoluto para los hinchas millonarios, la dupla de los hermanos Barros Schelotto, Guillermo y Gustavo, parece tener destino de salida y hacia el exterior, luego del fracaso que significó, mucho más que una derrota en una final tan importante, la sensación transmitida de falta absoluta de ideas y de conceptos para responder desde lo táctico a un planteo demasiado superior del rival.

Más allá de todos los títulos internacionales y las dos Copas Argentinas ganadas por Gallardo (el torneo local se le resiste en cinco años), la gran diferencia establecida por el director técnico de River sobre sus pares de Boca (no sólo Guillermo Barros Schelotto sino también su antecesor Rodolfo Arruabarrena) pasó por tener siempre en claros los objetivos y una idea madre de juego.

Más de una vez se dijo que cuando las cosas no salen, cuando el día no es el más propicio para un equipo, lo que muchas veces lo salva es la estructura, el saber hacia dónde se va, a qué se quiere jugar. Y River siempre lo tuvo claro de fondo, mientras que Boca lleva más de un lustro sin claridad en este aspecto.

Y en esta final insólitamente jugada en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid, la diferencia entre los dos equipos quedó demasiado expuesta. Porque Boca reúne un plantel superior al de River en individualidades y en cantidad, pero nunca supo sacar partido de la situación.

De hecho, “Bebelo” Reynoso desapareció tras sus magras actuaciones, el colombiano Edwin Cardona (probablemente devuelto ahora a los Rayados de Monterrey), un día perdió su lugar al punto de no ir siquiera al banco en Madrid cuando se trata del jugador más fino, el que aporta pausa y pegada, porque Mauro Zárate, tironeado a Vélez Sársfield hasta provocarle un conflicto, se fue diluyendo, y porque Fernando Gago (quien ocupó un lugar entre los suplentes cuando era evidente que no se encontraba en buena forma) está más cerca del retiro que de la alta competencia.

Si Boca llegó a la final con innumerables opciones, River lo hizo con apenas un delantero en condiciones (Lucas Pratto) ante las lesiones de Ignacio Scocco y Rodrigo Mora, y la suspensión de Santos Borré. A sabiendas de eso, Gallardo comenzó a trabajar con el joven Julián Álvarez, de muy buen potencial, con miras a que pudiera entrar en la final en el caso de ser necesario como segunda punta, y así como en la Bombonera sorprendió con el quinto defensor al colocar a Lucas Martínez Quarta, en Madrid se decidió por un esquema 4-4-1-1, con cuatro volantes de marca y despliegue (Ignacio Fernández, Enzo Pérez, Leonardo Ponzio y Exequiel Palacios) , Gonzalo “Pity” Martínez de media punta y Lucas Pratto como única punta. Y con eso le alcanzó.

Cuando tras un inicio nervioso e impreciso de los dos, su equipo no aparecía bien y llegó sobre la hora del primer tiempo el gol de Darío Benedetto (Boca se vino salvando durante todo el ciclo con muchos goles que convirtieron los de arriba, sin estar respaldados por ninguna clara estructura de equipo), entonces Gallardo se la jugó con una carambola a dos puntas: sacrificó a su lugarteniente en la cancha, Ponzio, ya con tarjeta amarilla y con riesgo de expulsión, y puso en su lugar al colombiano Juan Fernando Quintero, a la postre la figura del partido.

En cambio, Barros Schelotto fue lento para reaccionar y no movió ficha cuando el volante Wilmar Barrios también tenía tarjeta amarilla. Prefirió el anodino “nueve por nueve”, quitando a Darío Benedetto para colocar a Ramón Wanchope Ábila, que en toda la semana se había cuidado porque no estaba bien físicamente. ¿No hubiera sido mejor al revés? En una final que podía tener alargue, ¿no hubiese sido mejor, acaso, que Benedetto ingresara más tarde para tener la mayor capacidad de definición en el momento más caliente?

Claro que además, los mellizos Barros Schelotto nunca pudieron trabajar el problema de Pablo Pérez con las tarjetas amarillas, que terminó generando un daño irreparable al equipo al tener que salir (ahí sí) pero ante la confusión táctica y los compromisos personales, acabó saliendo reemplazado por un Gago que volvió a lesionarse solo por cuarta vez en su carrera en un partido trascendente.

Sin Pérez ni Barrios (expulsado), lo que fue el punto más fuerte del equipo en el año, el mediocampo, quedó sin dos de sus tres titulares justo en el alargue de la final de la Copa Libertadores y si ya River siempre fue superior a Boca en el juego en este tiempo, eso se profundizó con un jugador de más y ya Boca no pudo resistir, aunque haya opuesto un heroico despliegue final.

El otro punto fundamental para una final de esta naturaleza es el aspecto defensivo. Si bien Boca cuenta con delanteros con una enorme capacidad de definición, es extraño que con tantos valores y tanta inversión monetaria, haya estado, a lo largo de las dos finales, tres veces en ventaja, y no sólo River pudo emparejar la serie y hasta ganarla, sino que en ninguna de las tres ocasiones necesitó más de veinte minutos para ponerse a tiro.

Boca tuvo, finalmente, demasiadas ventajas en esta final: jugó con su público en los dos partidos (River, no), fue ganando tres veces, tuvo un plantel mucho más completo (por calidad y por lesiones rivales), pudo disponer de su DT en el campo, mientras Gallardo estuvo suspendido en ambos partidos, y sin embargo, nada de eso le alcanzó. River pudo usufructuar, en cambio, la diferencia obtenida en el alargue.

Por todo esto es que hoy, Gallardo disfrutav de las mieles del éxito y apunta a llegar a la final de Abu Dhabi ante el Real Madrid el próximo 22 por el Mundial de Clubes, mientras que Boca sigue en silencio y meditando por su futuro cuando a su presidente, Daniel Angelici, le queda una sola bala en la recámara, y debe prestar especial atención al nuevo DT si no quiere acabar jugando con fuego.

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