miércoles, 26 de junio de 2019

La verdadera historia del falso doping de Maradona 25 años después





No me lo contaron. Lo viví allí, en los Estados Unidos, in situ. Antes de comenzar la cobertura del que fuera mi tercer Mundial, en 1994, habíamos estado con algunos colegas en el gran espectáculo del Stardust, en Los Ángeles, en el sorteo de diciembre de 1993, y a la salida, nos encontramos con varios dirigentes del fútbol argentino, alguno de ellos, incluso, al que respetábamos mucho, ya fallecido, y que tiene un hijo que sigue su trayectoria.

Esos dirigentes nos habían dado sus tarjetas personales (en esa época ni asomaba el whatsapp) “para lo que necesiten”, pero meses después, ya en el Mundial y con el caso de doping consumado, no atendieron jamás el teléfono y brillaron por su ausencia, pese a que algunos se alojaban en nuestros mismos hoteles.

La historia del falso doping (porque fue falso, no hubo doping) de Maradona en el Mundial de 1994 es una historia que, con el paso de un cuarto de siglo, podríamos describir como de descuido y de traición.

Descuido, porque pocas veces vimos a Diego Maradona realizar la titánica tarea de preparación física para adecuar su cuerpo a la máxima competencia, luego de meses de estar parado, como aquella vez. Y en mucho había tenido que ver el doctor Daniel Lentini, uno de los mejores deportólogos de la Argentina, también traicionado un año después en un caso poco analizado, el de otro falso doping en un Platense-Gimnasia en una maniobra para sacarlo del control antidoping del CENARD ante la cercanía de los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995. Pero esa es otra historia.

Volvamos a los primeros meses de 1994, cuando se acercaba el Mundial de los Estados Unidos, y ya la selección argentina se había clasificado en un repechaje ante Australia tras el 0-5 de setiembre de 1993 ante Colombia en el Monumental en el que no estuvo Maradona, enfrentado en ese momento a Alfio Basile, el DT de la selección argentina (“El Coco se emborrachó con dos Copas América”, llegó a decir el “diez”, que prefería cruzar el Río de la Plata para ir a ver al Uruguay de su amigo Carlos “Patito” Aguilera).

Oh casualidad, como la FIFA necesitaba de la participación de la selección argentina en el Mundial para vender boletos, porque el público no era el de ahora, la figura de Maradona era clave y entonces no sólo no hubo control antidoping en el partido de ida ante Australia en Sydney (1-1) sino que ya un año antes, en una medida insólita, la FIFA había obligado al Nápoli a sentarse en una mesa con el Sevilla para que escuchara una oferta por el “diez” cuando jamás se puede obligar a un club a negociar, y el Sevilla no reunía ni siquiera los avales mínimos bancarios para la operación (esto nos fue ratificado días pasados en Barcelona por el propio José María Minguella, el empresario que participó en ese pase). Todo, para que Maradona estuviera contento y activo para el Mundial 1994.

La cuestión es que todos fuimos testigos de la preparación de Maradona en el CENARD con el doctor Lentini. Estaba hecho un violín y sin casualidades. Se había “matado” en el gimnasio, y el doctor le agregó una sustancia llamada Ripped Fast, para ayudar con los tiempos, y que no tenía nada de doping.

El problema comenzó cuando tras el Mundial de Italia 1990, un gran médico (un señor, además) como el doctor Raúl Madero, dejó la selección argentina para irse al departamento médico de la FIFA, y entonces su segundo, Ernesto Ugalde, pasó al primer lugar y como segundo fue convocado el doctor y ex arquero, Roberto Peidró, de la Fundación Favaloro.

Cuando acabó la excelente preparación de Maradona y hubo que viajar al Mundial, en vez de proponerle a Lentini que siguiera con Maradona para asegurarse el mejor rendimiento del “diez” en el Mundial, el entonces sempiterno presidente de la AFA, Julio Grondona, consideró que no hacía falta y que con Ugalde y Peidró, la delegación estaría medicamente cubierta.

¿Qué hubiera pasado si Grondona le hubiese preguntado a Lentini cuánto es el lucro cesante suyo en caso de tener que viajar al Mundial? ¿No habría sido una buena inversión tener a Maradona bien cuidado por el mismo médico que había logrado con él una excelente puesta a punto?

No fue así y comenzó a ocurrir que como Ugalde no era un hombre muy ligado al fútbol y tampoco conectó mucho con Maradona, éste no tuvo un control adecuado. Rodeado del físico-culturista Daniel Cerrini, la cosa se iba complicando. Ugalde no ingresaba en su habitación (Peidró sí, pero era el número dos), y de repente, pasando varios días, Maradona se quedó sin el Ripped Fast y lo mandó a comprar. Resultó que en los Estados Unidos, la sustancia se llama Ripped Fuel. Le dijeron a los del círculo de Maradona que “es lo mismo, acá se llama así” y en parte es verdad, porque en deportes como el basquetbol es de venta libre, pero la única diferencia es que el Riupped Fuel…contiene efedrina, cinco componentes de efedrina.

Eso fue lo que ocurrió, que no hubo control y que Maradona, entonces, dio doping de efedrina, lo cual en una situación como esa, acaso conllevaba una sanción por un partido, no más que eso. Pero era el Mundial 1994, el último del brasileño Joao Havelange como presidente, y la selección argentina había comenzado el torneo metiendo miedo y con un juego que daba para pensar en que llegaría muy lejos.

Pero no terminó allí la historia. Cuando Grondona alertó a la dirigencia argentina y al cuerpo técnico lo que estaba sucediendo, hubo que acudir rápidamente a la contraprueba en el laboratorio de Los Angeles. Se decidió entobxes que fueran cuatro personas, el abogado de la AFA, Santiago Agricol de Bianchetti, el vicepresidente de River, David Pintado, el abogado que formaba parte del equipo de agentes de Maradona, Daniel “Ojitos” Bolotnicoff, y el doctor Peidró )(lógico, porque Ugalde se quedó con el equipo, que al día siguiente debía jugar en Dallas por la última fecha de la fase de grupos ante Bulgaria).

En el avión, los miembros de la delegación pensaron en un plan, muy cansados, para alegar en el caso de que diera positiva la contraprueba. La idea era ir a descansar al hotel y al otro día, a la mañana, tener un plan preparado, pero al llegar al aeropuerto fueron sorprendidos con gente con carteles de la FIFA que ya los esperaron para conducirlos a la contraprueba, sin descansar.

Se decidió que entonces ingresaran Peidró y Bolotnicoff, muy nerviosos, y se leyó el protocolo. Pasarían primero el Frasco A y luego el B. Cuando llegó el segundo, para su sorpresa, Peidró constató que estaba semiabierto e inmediatamente dijo que el procedimiento era ilegal en esas condiciones y propuso, con inteligencia, una tregua de un día. Eso ayudaría a la selección argentina a jugar ante Bulgaria con Maradona, pero los miembros de la comisión, atónitos, resolvieron dar una sola hora. “Los cagamos, los cagamos”, codeó Bolotnicoff a Peidró, eufórico.

A la salida para el receso, ambos contaron lo ocurrido a Pintado y De Bianchetti, y decidieron, lógicamente, contarle los detalles a Grondona, a quien llamaron. Pero para sorpresa de todos, Pintado tomó la manija, se alejó, Peidró le pedía el teléfono para detallarle al presidente de la AFA las consecuencias de lo ocurrido, pero no le dejaron intervenir.

Al regreso del receso, ingresaron Peidró y Pintado, y éste, ante la mirada incrédula del doctor, dijo que la propuesta era seguir con el caso, y así se iba a castigar a Maradona pero Grondona decidió retirarlo del plantel. Peidró, entonces, pidió firmar el acta en disidencia y esa hoja, luego, fue arrancada del expediente, vaya a saberse por quién.
Al regreso con la delegación, Peidró tenía una bronca negra. Se sentía traicionado. En el hotel de la selección argentina, en un momento, se abrió la puerta del ascensor. Grondona estaba adentro. El doctor, prácticamente se le abalanzó: “Julio, usted y yo tenemos que hablar”, pero la puerta se cerró entre ellos, y no lo volvió a ver. Al regresar a la Argentina, Peidró prefirió volver a la Fundación Favaloro.

Nosotros presenciamos el partido ante Bulgaria en Dallas, en el que los jugadores argentinos salieron sin dormir ni comer, en muchos casos, con caras demacradas, y encima perdieron 2-0 en el último minuto, y eso los obligaba a ir a Los Angeles a jugar octavos de final tres días después, cuando con un empate, un triunfo y hasta una derrota por un gol, les permitía regresar a Boston, donde quedaban casi todas sus pertenencias.

En la caótica conferencia de prensa tras el partido, y mientras nos anunciaban que al mismo tiempo Maradona convocaba a una conferencia de prensa en otro hotel, alcanzamos a preguntar a Basile, al “Panadero” Rubén Díaz y a Reinaldo Merlo, qué iban a hacer con toda la ropa que quedó en Boston al tener que rumbear ahora a Los Angeles y de manera inmediata. Se miraron y Basile respondió “No sé”.

Con un colega suizo  motorizado, nos fuimos a toda velocidad al hotel en el que hablaba Maradona, a minutos de aquello de que “me cortaron las piernas”. Todo era desazón y horas más tarde, con el querido amigo de Río Cuarto, Jorge Cárdenas, pudimos divisar a lo lejos, en un puente, abatidos, a muchos jugadores argentinos, que iban y venían. Nos subimos. Le preguntamos a José Basualdo cómo veía el partido ante Rumania, y la respuesta fue “no sé ni me interesa, sólo quiero volver a casa”.

Todo era una locura. Acudimos a la conferencia de prensa convocada por Havelange y el presidente del Comité Médico de la FIFA, el doctor belga Michael D’Hooghe, quien habló de un doping “por haberse consumido un cóctel de sustancias”, una canallada. La misma FIFA que quiso primero contentar a Maradona con el pase al Sevilla o sin antidoping ante Australia, ahora lo desechaba porque el pescado ya estaba todo vendido y su presencia era un peligro para los intereses deportivos de la dirigencia, con la complicidad de la AFA.

A nuestro lado, en la quinta fila, el colega Alfredo Leuco nos miraba atónito. Al regreso a Buenos Aires, en el CENARD, Lentini demostraría, con voluntarios, que las cinco sustancias que argumentaba D’Hooghe, estaban todas en el mismo medicamento. Eran todos derivados de la efedrina, que simplemente, estaba dentro del Ripped Fuel, pero marche preso.

Al regreso al centro de prensa, escribiendo a toda velocidad, se nos acercó el entonces colega de la revista “Sólo Fútbol”, Sergio Castillo con la “Buena nueva”. “Contra Rumania nos tocó Pïerluiggi Pairetto. Estamos fritos. Nos volvemos a casa”. La venganza final de Italia 90 estaba servida.

No me lo contaron. Lo viví, y todo lo que aquí se cuenta pueden leerlo, desde hace 23 años, en el libro “Maradona, rebelde con causa”, que ya tiene ocho ediciones.




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