miércoles, 5 de junio de 2019

Las guerras y los desafíos de Infantino en la FIFA (Interia)




                                                   Desde París


Esta vez, a diferencia del 24 de febrero de 2016, no hubo tanta emoción, ni la incógnita sobre si sería el más votado, ni la esposa corriendo a abrazarlo al escenario. El ítalo suizo Gianni Infantino fue reelecto como presidente de la FIFA por otros cuatro años, por aclamación y con un  comicio en el que obtuvo 202 sufragios contra 3. Apenas lagrimeó cuando se enteró que había ganado, y dedicó su éxito “a los que me quieren y a los que me odian”.

Infantino tiene varios desafíos en su gestión pero también, por estos días, debe librar algunas guerras. Una de ellas aparece como la más dura y la otra, en cambio, circunstancial. La segunda está relacionada con las fuertes declaraciones en su contra del ex presidente de la FIFA, el suizo Josephn Blatter, y con el ex titular de la UEFA, Michel Platini, suspendido hasta octubre porque los tribunales consideraron que no pudo probar de dónde recibió un pago de 1,8 millones de euros por parte de Blatter, con fondos de la FIFA.

Platini y Blatter, en líneas generales y cada uno a su manera, coinciden en atacar a Infantino por el lado de una supuesta incapacidad para el cargo que tendrá por otros cuatro años más, y no resulta nada casual que lo hayan explicitado. Para diciembre de 2015, se produjo en Zurich una reunión trascendente entre altos dirigentes del fútbol internacional provenientes de Europa y Sudamérica. Del cónclave tenía que surgir un candidato para las elecciones de presidente de FIFA de principios de 2016 y no resultaba nada fácil decidirlo.

Desde ambos lados del Océano Atlántico sabían que no había demasiados dirigentes que reunieran el carisma, la trayectoria o el poderío para presentar su candidatura: Blatter, defenestrado políticamente, al punto de que siendo reelecto en mayo de 2015, tuvo que renunciar a los tres días al no tener el respaldo de los mandatarios más importantes de Europa a causa de la corrupción. Platini, suspendido por el dinero que había recibido de Blatter sin justificativo. Desde el lado sudamericano, la gran mayoría de los dirigentes estaba involucrada en el “FIFA-Gate”, un caso en la justicia norteamericana por haber vendido los derechos de TV a grandes consorcios por módicas cifras y por muchos años de grandes torneos como Mundiales y Copas América, a cambio de importantes sobornos.

El único que quedaba con chances era Angel María Villar, el presidente de la Real Federación Española (RFEF), de mucha fuerza en la UEFA y cuyo hijo, el joven abogado Gorka Villar, había sido funcionario de la Conmebol (la Confederación Sudamericana). Parecía todo perfecto, pero Villar tampoco quiso ser candidato. Sabía que su situación empeoraba cada día, por casos de corrupción, al punto de que pocos meses más tarde sólo saldría de la cárcel pagando una fianza.

¿Qué hacer, entonces? “De aquí no se va nadie sin que salga el nombre de nuestro candidato porque no podemos darnos el lujo de que el fútbol se vaya con los jeques”, dijo alguien muy influyente. Y fue allí que surgió el nombre de Gianni Infantino, el ex secretario general de la UEFA de Platini. El simpático hombre políglota de los sorteos de la Champions League, de repente, encontraba su lugar en el mundo a falta de otros protagonistas. El único que garantizaba la continuidad “occidental” en la FIFA.

La otra guerra que tiene Infantino, y que sin dudas llevará más tiempo y acaso se vaya agigantando con el paso de los meses, es contra la UEFA, justamente la entidad de la que proviene, porque todo ha cambiado demasiado allí. Es llamativo que un presidente como el esloveno Aleksander Ceferin, se haya consustanciado tanto con los clubes poderosos de la ECA (Asociación de Clubes Europeos), cuando la UEFA siempre estuvo enfrentada a ellos.

La ECA, que reúne a muchos clubes pero que es manejada básicamente por la élite del fútbol europeo, desde hace rato que tiene como objetivo priorizar un súper torneo continental sobre las competiciones de Liga y en este sentido, la Champions actual les quedaba pequeña. Quieren mucho más: vender un gran torneo, una “Súper Champions” desde 2024 con cuatro grupos de ocho equipos cada uno, a la que será muy difícil acceder cada año desde países periféricos europeos porque sólo habrá cuatro plazas para decenas de federaciones, mientras que en el gran torneo europeo cada equipo jugará un mínimo de 14 partidos en la fase de grupos, que podrían llegar a ser 21 si se llegara a la final. Esto implicaría jugar casi una segunda liga (además de la nacional) e iría dejando al torneo nacional en un segundo plano (sólo faltaría que la Super Champions pase a los fines de semana y las ligas, a los miércoles).

Ante esta situación, sorprendió que Infantino dejara para el final de la conferencia de prensa, una vez reelecto, cuando ya se acabaron las preguntas, una referencia a la posibilidad de una “Súper Champíons” desde 2024: “Como presidente de la FIFA, abogamos por ampliar las posibilidades de los equipos en todo el mundo. Estamos por la globalización, que es lo contrario a la elitización”.

La próxima guerra de la FIFA pasa entonces por una alianza con las federaciones nacionales europeas contra la UEFA y la ECA.

El otro foco de tormenta pasa por el Mundial de Clubes cada cuatro años, que pretende imponer la FIFA en los próximos meses, y aunque Infantino asegura que se votará, no parece tan sencillo porque la élite europea de la ECA (respaldada por esta UEFA que juega siempre a su favor)  no quiere saber nada de suspender todo a mitad de temporada (se jugaría en diciembre) para disputar una competencia que taparía de gran modo a la Super Champions de ese año.

Al margen de las guerras que enfrenta la FIFA, también hay otros desafíos, como acabar con la corrupción endémica en las confederaciones africana, asiática o Sudamericana, darle mayor preponderancia al fútbol femenino y propender a que más equipos, en todo el mundo, puedan competir con el mismo nivel que los europeos.

No será una tarea fácil.


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