domingo, 30 de junio de 2019

Una Copa América muy igualada, pocos goles y un par de sorpresas esperando las semifinales con dos clásicos (Interia)



                                                       Desde Río de Janeiro



Acaban de terminar los cuartos de final, y de los ocho equipos participantes, apenas uno marcó goles en los noventa minutos (Argentina, que le ganó 2-0 a Venezuela en el mítico estadio Maracaná). Los otros tres partidos, finalizados sin tantos, terminaron en penales, con las sorpresivas eliminaciones de dos de los mejores conjuntos de una Copa América muy igualada, Uruguay y Colombia.

Cuando la paridad entre los equipos es tan grande, los resultados pueden ser inesperados, como viene ocurriendo en esta edición de la Copa América de Brasil. De hecho, el local, amplio favorito al título y con un grupo inicial muy accesible (le tocó enfrentar a Bolivia, Perú y Venezuela), no pudo pasar del empate sin goles al terminar el primer tiempo en tres de los cuatro partidos que jugó hasta ahora, y ante su público. Ante Paraguay, en cuartos, le pasó lo mismo y debió pasar en la angustiosa tanda de penales.

Tal vez esto explique las dificultades que todos los equipos tienen para llegar al arco rival. Brasil es el equipo que más pases hizo, pero sin Neymar (lesionado) y sin Marcelo (no convocado), el talento para dar aquel pase filtrado que haga definir los partidos, cuesta encontrarlo.

Es cierto que Brasil tiene muy buenos jugadores en todos los puestos, pero el problema reside en quién se hace cargo de llevar el peso del juego. Para Philippe Coutinho esto por ahora parece demasiada exigencia, y termina ocurriendo que los defensores se adelantan mucho (no tienen muchos delanteros para marcar porque todos se le colocan muy atrás para aguantar el cero), y resultan ser decisivos Dani Alves por la derecha o Willian desbordando por un costado o Everton por el otro.

El otro problema de Brasil es que sus dos centrodelanteros, Roberto Firmino y Gabriel Jesús, no han estado finos en las definiciones, mientras que la defensa es una incógnita: no tiene goles en contra pero tampoco nadie la exigió hasta ahora, y acaso la gran prueba va a ser el próximo martes en el estadio Mineirao (donde Alemania le ganó 7-1 en el Mundial 2014) cuando enfrente a la Argentina con Lionel Messi, Sergio Agüero y Lautaro Martínez.

Argentina llega al partido ante Brasil sabiendo que no es favorita, que el local está obligado a ganar en tu propia Copa y eso operará para que vaya perdiendo aquella presión inicial de tener que pasar la fase de grupos y ya se notó ante Venezuela en cuartos en Río de Janeiro, cuando se impuso bien 2-0.

Hay una frase que se usa mucho en la Argentina que es muy aplicable en este caso. Dice que a veces los melones (fruta de gran tamaño, algo ovalada) se suelen acomodar con el movimiento de los camiones. Algo así como que las cosas se acomodan solas, a veces, con el paso del tiempo. Y esto es lo que le ocurrió al equipo albiceleste: comenzó a la deriva, perdiendo muy mal ante Colombia, con un esquema 4-4-2 que no le funcionó, y entonces su inexperto entrenador Lionel Scaloni decidió reforzar la marca en el mediocampo quitando a Giovani Lo Celso para incorporar en las bandas a Rodrigo De Paul (derecha) y Marcos Acuña (izquierda). Quitó a Ángel Di María, completamente aislado en el extremo, para colocar a un jugador ágil, dinámico y técnico como Lautaro Martínez al lado de Sergio Agüero y por delante de Lionel Messi, para un 4-3-1-2 mucho mejor.

Lo extraño de Argentina es que Messi casi que no ha jugado en ninguno de los cuatro partidos. La explicación la ensayó el propio jugador del Barcelona, aduciendo que el césped está siempre en mal estado y la pelota pica mal, pero dijo también que se sintió respaldado por el conjunto, algo poco usual en la selección argentina.

En los otros dos partidos de cuartos hubo sorpresas. Un poco menor en el Colombia-Chile de San Pablo porque se trataba de un partido parejo. Chile, con el colombiano Reinaldo Rueda de entrenador, viene recuperando a jugadores que estaban en muy bajo nivel, como Gary Medel o Alexis Sánchez, y la llegada de Gabriel Arias al arco en lugar de Claudio Bravo parece un acierto. El bicampeón de América actual parece ir recuperando la memoria y venció por penales a una Colombia, que con la dirección técnica del portugués Carlos Queiroz juega unos metros más adelantada que antes y conserva su estilo técnico y su fino toque.

Chile fue siempre superior, e incluso convirtió dos goles que a mi criterio fueron mal anulados por el VAR y tuvo que definirse por penales.

En el último partido llegó la sorpresa mayor. Perú había caído 5-0 ante Brasil, se clasificó como uno de los dos mejores terceros de grupo porque tuvo la suerte de que Japón y Ecuador empataron, pero el partido ante Uruguay en Salvador fue muy parejo, no se sacaron grandes ventajas y luego pudo pasar a semifinales (por tercera vez en las últimas cuatro ediciones de la Copa) y ahora enfrentará en San Pablo a Chile que aparece como gran candidato a jugar la tercera final consecutiva.

Uruguay, el equipo más sólido, con más tiempo de trabajo en una continuidad envidiable, no pudo superar en cuartos el escollo peruano, pagó caro el haber fallado varios goles (más tres anulados, esta vez bien, por el VAR) y luego, extrañamente, Luis Suárez perdió el único penal que no fue gol de toda la definición, y así quedó eliminado cuando muchos habíamos aventurado que la final de la Copa sería Brasil-Uruguay. Pero ya no habrá otro “Maracanazo”. Al menos, no esta vez.


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