lunes, 26 de agosto de 2019

Cuando Tévez fue Martínez en All Boys, y fue a buscar a Maradona a su casa (Infobae)




Hubo un tiempo en el que Carlos Tévez fue Carlos Alberto Martínez, o “El Manchado” (por la enorme cicatriz que tiene en su cuello desde los diez meses de vida), hasta que en 1997, a sus trece años, pasó de All Boys a Boca Juniors.

Aunque no lo mencione mucho, a Tévez lo descubrió, antes que nadie, el “Tano” Propatto, quien trabajaba con los juveniles de All Boys y fue quien se tomaba el trabajo de ir con una Estanciera modelo 1975 a buscar chicos que pudiera llevar al club y para eso, solía meterse en los barrios más difíciles, como siempre fue el “Ejército de los Andes”, más conocido como “Fuerte Apache”.

Carlos Norberto Propatto tenía entonces 43 años y ganaba un buen sueldo en All Boys, entre 2500 y 3000 pesos/dólares aún en la época de la Convertibilidad. Wing derecho truncado por una lesión, e hincha de Argentinos Juniors, también había sido bombero de la Policía Federal, repartidor de vinos finos, y a los 35 años comenzó a dirigir a chicos en el Círculo Penacho Azul de Villa Urquiza, para pasar por Reconquista, Brisas del Plata y All Boys. Luego, su carrera seguiría en El Alba, Racing, Sportivo Buenos Aires, comunicaciones, Independiente, América del Sud, Arg Jrs y Jorge Newbery.

Aquel día que se metió en el Nudo 1, su idea era ingresar a la canchita pero sin apagar el motor pudo divisar a un chico morrudito, que parecía tener menos edad de los que jugaban, y que pateaba, descalzo, una piedra a un costado. Creyó que vio “algo” en ese pibe y se acercó para preguntarle cómo se llamaba, pero Carlos, temeroso, no quiso hablarle, aunque pidió que le dieran una pelota (“jugaba bien en serio”, recordó) y gracias a los datos aportados por otros chicos (“no sabés cómo juega el pendejito”, le insistían), fue hasta la casa en el primer piso del Nudo 1, pero el padre no estaba y la madre, sin abrirle del todo la puerta, le dijo que regresara cuando volviera su marido.

Lo cierto es que Tévez tenía allí cinco años, aunque jugaba con chicos de catorce, y Propatto se llevó ese día de Fuerte Apache al “Chueco” Almada, al paraguayo Brizuela y a “Cabañas” Coronel.

Tras dos intentos fallidos, al tercero lo atendió Segundo Tévez, albañil, quien se hizo cargo de la crianza de Carlos junto a su esposa Adriana (hermana de la madre natural, Fabiana), quien le dijo que no se lo podía mandar porque no tenía zapatillas, a lo que el ojeador y entrenador  le dijo que le podía conseguir algunas prestadas. “Dejámelo llevar, yo vengo todos los días a buscar a los chicos para llevarlos a All Boys, y te lo vuelvo a traer”, le pidió. Lo único que no le gustaba para nada a Segundo es eso de las zapatillas. Se sentía herido en su orgullo porque las quería comprar él, con su trabajo. 

“No fue fácil. Tuve que convencerlo. Pero finalmente me lo dio. De todos modos, con quien más trato tuve fue con Adriana, su mamá. Generamos una buena relación. El Gordo (Segundo) era introvertido, no daba mucha bola. Pese a eso, nos respetábamos mucho”, cuenta Propatto en “Tévez, la verdadera historia”, el libro de Diego “Chavo” Fucks.

Hasta ese momento, Carlos Martínez, que así se llamaba, utilizando el apellido de su tía, jugaba en el Santa Clara los domingos  y la mayoría de sus conocidos jugaba los sábados en el Villa Real (club en el que también se inició Carlos Bianchi) pero él allí jugó unos pocos partidos no oficiales. Los sábados eran los días indicados para jugar en All Boys, en el caso de que aceptara jugar allí.

El Santa Clara es un club que se había fundado con la Iglesia del Fuerte Apache y una radio comunitaria. En ese equipo, que era imbatible, jugaba también su amigo Darío “Cabañas” Coronel, de trágico y prematuro final.

En 1992, Santa Clara debía enfrentar en la final al poderoso Parque, que era dirigido por el prestigioso detector de talentos Ramón Maddoni, pero el temor de los padres de los chicos era el de una goleada y le pidieron a los dirigentes no jugar para no bajonear a los chicos. El DT era Roger “Didi” (sobrenombre que le pusieron en referencia al brasileño Valdir Pereira, campeón mundial en 1958 y 1962, que luego dirigió a River a principios de los Setenta) Ruiz. “Nosotros no tenemos miedo, Didi. Le vamos a jugar igual”, le dijo Martínez, con apenas ocho años. A ese partido lo vieron cerca de 600 personas, y ganó Santa Clara 6-4 y Carlitos no sólo fue la figura, sino que ese partido lo elevó a la categoría de muy buscado por All Boys porque le veían cosas que pocos tenían.

No se trataba sólo de talento, de cuestiones técnicas, sino cómo protegía la pelota, cómo poner el cuerpo, su enjundia, su fuerza mental, su carácter ganador. La categoría 1984 de All Boys se había convertido en sensación por cómo jugaba. Propatto traía y llevaba a todos los pibes casa por casa con su camioneta llevaba a todo el plantel, cuerpo técnico y algunos padres, y dejaba para el final a los que vivían en Fuerte Apache. Sabía que estos chicos  no comían bien así que solía parar la camioneta sobre un almacén de la avenida Lope de Vega y Lescano y compraba pan, salchichón, queso, y se metía en el Fuerte.

Al poco tiempo que Carlos jugó en All Boys ya empezó a ser tanteado por el poderoso Parque (en la serie se ve cómo Diego Pérez, que hace de Maddoni, se sienta en la tribuna al lado de Carlitos y de Alberto Ajaka  (Segundo) para ir tomando contacto con ellos, de manera informal primero., pero el chico, decidido,  le dice que sólo quiere jugar en Boca).

Pese a las ofertas, Martínez se mantuvo dos años en All Boys y llegó a debutar ante Almagro en cancha de once, con la categoría 1983, aunque ya lo hacía desde los siete años en categorías más recreativas que competitivas (“Todos me preguntaban “¿de dónde sacaste a este pibe?, porque era un disparate lo que jugaba”, le contó Propatto a Diego “Chavo” Fucks en su libro). Ese partido tiene algunas copias de VHS y se ve a un joven de gran carácter, que se pone el equipo al hombro pero al mismo tiempo, un diez sacrificado, que se tira atrás cuando es necesario. All Boys ganó 6-2 con dos goles suyos, ambos desde fuera del área. Era común que  jugara con gente mayor que él, y a veces se ponía mal porque lo dejaban en el banco pero cuando los partidos parecían imposibles de remontar, el DT le decía “entrá y salvanos”.

Fue en ese tiempo, cuando jugaba en All Boys y ya experimentaba en cancha de once, que tuvo una ocurrencia poco común. Sebastián Varela del Río cuenta en su libro “Tévez, corazón apache” lo que aconteció tras el domingo 7 de octubre de 1995, el día de la vuelta de Diego Maradona a Boca tras casi catorce años en Europa con la victoria 1-0 ante Colón con el gol de Darío Scotto.

Un Maradona con el mechón rubio por su rabia contra la decisión de Daniel Passarella de que los jugadores de la selección argentina se cortaran el pelo, había discutido muy fuerte con su entonces rival (Luego compañero dos años más tarde) Julio César Toresani, a quien citó a su casa: “Segurola y Habana 4310 séptimo piso. Y vamos a ver si me dura 30 segundos”. Al día siguiente, alguien en el entrenamiento de All Boys repitió esa dirección, que vio por la TV o escuchó por la radio, y a Carlos se le ocurrió irle a tocar el timbre a la casa.

Era un fanático de los autógrafos y le solía pedir a su tío Segundo que lo llevara a los entrenamientos para pedirlos. Así fue que junto con Leo, El Rulo y el Colorado se subieron al colectivo 85 y se fueron al barrio de Villa Devoto, caminaron seis cuadras, tocaron el portero y ante la voz de Claudia Villafañe, Carlos dijo tímidamente “¿Está Maradona? Queremos hablar con Maradona”. Claudia los amenazó con llamar a la Policía por lo que Carlos optó por decir la verdad, que eran chicos que jugaban en All Boys, que lo tienen como ídolo. Pero Claudia les dijo que no estaba, que se había ido a la casa de un amigo. Esta frustrada pero decidida visita tendría sus frutos muchos años más tarde.

Carlos Martínez llevaba dos años en All Boys, que parecen poco pero eran demasiados en ese contexto. Propatto (tal como se muestra en la serie de Netflix) buscaba retenerlo por todos los medios posibles, pero sabía que la historia tendría un final muy corto. 

“Honestamente, pensé que Carlos se iba a ir más rápido de lo que se fue. Aunque nuestro equipo era invencible, Carlos no era para All Boys. Siempre estuvo claro que estaba para algo mucho más grande”, admitió más tarde el entrenador.

Ramón Maddoni insistía en llevarse a Tévez ante la negativa de éste, pero las cosas cambiaron cuando se supo que Mauricio Macri, entonces presidente de Boca, había comprado Parque, que estaba ligado a Argentinos Juniors, y ya se conocía que Boca se había llevado a Juan Román Riquelme y a Cesar La Paglia un año antes, pero al prestigioso ojeador le había resultado difícil convencerlo y hasta fue ninguneado más de una vez.

Incluso desde All Boys le decían a Carlos que no se dejara engañar, que cuando necesitó zapatillas, fue este club el que se las dio, y tantas otras cosas. Algo que pudo haber terminado con todo fue cuando All Boys enfrentó a Boca y en los festejos de los goles, Tévez imitó a un perro que orinaba el banco de suplentes xeneize. Pero con el tiempo, Maddoni terminó convenciéndolos a él y su familia (hinchas de Boca desde siempre), y ante la rotunda negativa de los de Floresta, Boca sugirió cambiarle el apellido para la ficha nueva, para que no hubiera problemas, y pasó a llamarse Carlos Tévez, utilizando el apellido de su tío Segundo. En 1997, cuando Tévez llegó a Boca, contaba con 13 años y fue entonces que Propatto perdió su contacto.

Jorge Bernardo Griffa, que coordinaba las divisiones inferiores de Boca, definió de esta forma al Tévez adolescente: “Me dijeron que había un pibe que jugaba como Maradona, que lo fuera a ver. Pero era mentira, cuando fui y lo vi, ese chico era mejor que Maradona”, y Maddoni dio más precisiones sobre cómo jugaba: “Lo más llamativo era su técnica y la agresividad que le agregaba a esa técnica. Era único en eso”.

All Boys lo terminó dejando libre porque de todos modos, Boca amagaba con usar los derechos por la Patria Potestad y al club de Floresta le quedaron al final diez mil dólares por derechos federativos. Era eso, o nada.

“Cuando llegamos a Boca no teníamos para morfar. Una vez, mi viejo volvió con huevos e hizo huevo duro para todos. Eso me quedó grabado”, dijo Tévez en 2003, en una declaración al programa “El Sello”, de TyC Sports. Ayudaba a Segundo con los ladrillos al sol en los veranos, cuando no se entrenaba. Ya en Séptima, Bianchi lo llevó con la Primera en 2001, aunque alcanzó a jugar en Reserva.

Boca le alquiló a Tévez una casa en Versalles y así comenzó a cambiar su vida. La mudanza de barrio había sido una experiencia complicada. Tanto, que dijo que no se iría a vivir al exterior, en 2004, por miedo a que sus padres se deprimieran.

Su debut en la Reserva fue ante Unión en Santa Fe en agosto de 2001, Boca ganó 4-0 y Tévez jugó de entrada y fue reemplazado por  ArielCarreño en el ST. Dos meses más tarde ya se entrenaba con la Primera y el Sunderland había hecho una oferta que fue desestimada. En ese Apertura 2001, Bianchi dio las últimas indicaciones antes de jugar ante Rosario Central. Tévez se dirigía, tímido, al mingitorio en el vestuario y el Virrey se puso a su lado: “Mirá que el domingo que viene jugás vos”. Debutó en el Chateau Carreras el 21 de octubre en el Chateau Carreras (hoy estadio Mario Kempes) de Córdoba ante Talleres, Boca perdió 1-0 y coincidencias de la vida, volvió a ser reemplazado por Carreño a los 16 minutos del segundo tiempo.








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