Aunque más corta
en el tiempo, puede decirse que la historia de Darío “Cabañas” Coronel, que
duró muy poco, hasta su adolescencia, cuando decidió suicidarse antes de que lo
atrapara la Policía, es la contracara de la de su amigo Carlos Tévez,
futbolista reconocido en el mundo y que tuvo cerca a su familia para contenerlo
y permitirle triunfar en su carrera.
“Cabañas” era el
mejor amigo de Tévez desde niños, con una vida llena de dificultades como la
que siempre rodeó al Nudo 1 del barrio Ejército de los Andes, más conocido como
“Fuerte Apache”, en un clima de tensión permanente y acaso con el fútbol como
única vía de salida para el ascenso social.
Así como alguna
vez Tévez se declaró “cien por ciento villero” y reconoció que de no haber sido
futbolista, “me habría dedicado al crimen y seguramente habría terminado muerto
o en la cárcel”, “Cabañas” no pudo evitar su destino aunque para la gran
mayoría de los testigos de su participación en los partidos de fútbol, jugaba
mejor que el actual delantero de Boca, con la diferencia de que éste siempre
estaba rodeado de su familia. Sus tíos Segundo y Adriana Martínez resultaron
fundamentales para darle un marco afectivo (“Segundo, maestro mayor de obra, me
insistía con que había que estudiar”, destacó siempre “El Apache”).
Tévez, conocido
en el barrio como “El Manchado”, y “Cabañas” fueron juntos a la Escuela 50, de
Fuerte Apache. Carlos solía invitar a su
amigo a su casa, pero resultaba muy difícil sostenerlo entre tantos
inconvenientes. A los 11 años, fue
abandonado por la madre, que al verlo regresar de uno de los tantos hechos
delictivos, se fue al Paraguay y se llevó a sus hermanos, y el chico quedó
solo, viviendo con su padrastro, que era golpeador. Allí, su mundo se derrumbó.
Comenzó entonces
a acercarse a los llamados “Back Street Boys” (BSB), un grupo de fanáticos del
rapero estadounidense Vanilla Ice. Cometían distintos delitos, y casi nadie de
esa banda sobrevivió. Algunos integrantes fueron asesinados por la Policía y
otros, por otras bandas rivales. Se los llamaba “Los Guachos” y se dice que de
alrededor de 24 integrantes, 20 terminaron muertos o presos.
Usaban
pantalones anchos, gorras con visera, cadenas de oro, y como la famosa banda
musical de Orlando, Florida, grafiteaban sus nombres y practicaban coreografías
en las terrazas de los edificios derruidos de la zona, y realizaban piruetas o
acrobacias sobre las bicicletas que robaban en Devoto o Villa del Parque.
También se llevaban autos, a los que les encantaba manejar sin reparar en
posibilidad de choques, los que les generaba lesiones y accidentes graves que a
veces los derivaba a los hospitales de la zona, y copaban los departamentos de los vecinos inmigrantes,
a los que acechaban hasta quedarse con sus viviendas, aprovechando que pocas,
en Fuerte Apache, cuentan con escrituras.
También viajaban
a Córdoba y Tucumán para robar bancos (su líder era buscado por la Policía por
una fuga) y hasta se dice que llegaron a tirotear una comisaría, todos juntos,
para vengar la muerte de uno de sus capos). Una vez que los más grandes de los
BSB quedaron presos o muertos, los más chicos, entre ellos “Cabañas”, fueron
ascendiendo en la estructura.
En la serie
recién estrenada de Netflix, Matías Recalt hace magníficamente el papel de “El
Uruguayo” Danilo, una referencia a Darío “Cabañas” Coronel. Como Tévez, había nacido en 1984 y a los 10 años, a
ambos, al igual que a varios de sus compañeros del baby, los llevaron a una
prueba en Vélez de la que sólo quedó Cabañas, aunque en la versión de la ficción
hay una primera etapa en la que ambos pasan un primer tamiz aunque los entrenadores
se olvidan de mencionar al “Uruguayo” y él, muy seguro de su condición de
crack, les insiste en que se fijen porque no puede ser y efectivamente, se les
había traspapelado. “Yo represento al mejor amigo de Carlitos, pero no es el
mismo Cabañas por temas de respeto a la familia. Es un tema muy delicado”, le
había manifestado Recalt al Canal de Boca, cuando se estaba filmando.
Pese a su
condición de crack, algo que el propio “Cabañas” intuía, no le era posible
tener una constancia en el fútbol y terminaba yéndose de todos los equipos,
especialmente cuando comenzó a aspirar pegamento (el paco de los años Noventa).
Su vida transcurría entre algún entrenamiento, el consumo y luego, la adicción,
los delitos, y algunas entradas en institutos de menores, aunque insistía en
tratar de jugar. De nada sirvió que lo ficharan luego en Bánfield y en
Argentinos Juniors (allí llegó a pintar con corrector sus botines negros,
porque siempre soñó con tener un par de blancos, aunque luego se los cambió a
un colombiano que a los pocos remates se dio cuenta de que la pintura se salía
con facilidad).
Solía ayudar a
grupos de pibes a los que veía solos. Los acompañaba a un kiosco y les compraba
lo que quisieran con una parte del botín de los robos, algo que también habían
con él los de la banda BSB, al principio, cuando era muy chico y necesitaba
protección. Aparecía, por momentos, como un Robin Hood moderno, según describe
en su libro “Tévez, la verdadera historia”, Diego “Chavo” Fucks. Con otra parte
de la plata que robaba, se solía comprar zapatillas caras, joyas de oro o ropa.
Le decían “El
Guacho Cabañas” por su parecido a Roberto Cabañas, el paraguayo jugador de
Boca. Jugaba de “ocho” y era morocho y robusto. Con Tévez, habían compartido
equipo en Santa Clara y en el Baby de All Boys, donde se dice que formaron
parte de uno de los mejores equipos de la historia de la categoría. “El Guacho”
de diez, “El Manchado”, de nueve.
Con Tévez,
cuentan los que jugaron con ellos o contra ellos, se insultaban en la cancha, y
más de una vez discutieron afuera. Iban a los entrenamientos con guardapolvo
para pagar el boleto escolar.
En su libro
“Tévez, corazón apache”, Sebastián Varela del Río cuenta que todos en Ciudadela
sabían que “Cabañas” era el chico con mayor futuro, que nadie le podía sacar la
pelota cuando entraba a gambetear. “Tiene picardía, clase y sacrificio. Es, sin
dudas, el mejor producto futbolístico que el barrio alumbró en mucho tiempo.
Todo el que haya visto un partido de Estrella del Uno sabe que en este pibe
habitan las condiciones deportivas que garantizan un futuro promisorio en la
élite del campeonato argentino…Mientras, a cinco metros de sus gambetas, su
mejor amigo, Carlitos, lo insulta por morfón y le pide la pelota. El diez sale
gambeteando entre los insultos de Tévez y remata cruzado. A esa altura de la
década del 90, Darío Coronel es la joyita del potrero. Es el jugador por el que
se piensa que pagaran millones”. Darío con la 10, Carlitos con la 9. Iban
juntos en la camioneta del “Tano” Norberto Propato, que los llevaba a
entrenarse.
Eduardo “Pino”
Hernández, ex jugador de Vélez y San
Lorenzo, que estaba vinculado al Villa Real, club también cercano a Fuerte
Apache, cree que “El Guacho” era el mejor de aquel grupo de pibes que llegaron
a jugar allí, como David Alaniz (marcador central), Gonzalo Escobar (por la izquierda), Yair
Rodríguez (llegó a jugar en la Primera de Independiente), Gerardo Rodríguez,
Ariel Galeano y el arquero Jorge “Patu” Cardozo. Todos eran de Fuerte Apache y
jugaban en el Santa Clara, que estaba a dos o tres categorías abajo del Villa
Real, la más alta del Baby.
“Pino” Hernández
los convenció para que fueran al Villa Real cuando aún estaban en el Santa
Clara y les dijo que pasarían a una liga más competitiva, y tampoco quedaba
lejos de sus casas. Los llevaba el padre de Escobar con la chata, tanto para
entrenarse como para jugar. Otro gancho de ir al Villa Real era que Vélez
miraba a muchos chicos de allí. Por eso los llevó a probarse en marzo de 1994,
pero para jugar en cancha de once y eso lo padeció Tévez. Pino cree que eso fue
perjudicial para el actual jugador de Boca porque “El Guacho” “tenía otro porte
y Carlos era chiquito”. Sólo quedaron Darío y, por un tiempo, Alaniz. Carlos
apenas si jugó algunos amistosos en Villa Real y un torneo que ganaron en
Córdoba, pero no quiso participar en los torneos de Baby.
De todos modos,
“Cabañas” quedó libre a los 15 años, en la Octava División. “Era un buen proyecto de jugador. Pintaba
bien para la Primera. No sólo jugaba bien con la pelota en los pies, sino que
era muy luchador”, lo recuerda Hernández. Lo querían Boca y River, pero se
decía que él prefirió Vélez porque es un club en el que desde las divisiones
inferiores es más probable llegar a Primera. También se dice que, una vez robó
un bolso en el club y ya no lo buscaron más, se cansaron.
En 2001,
mientras Tévez ya jugaba en las divisiones inferiores de Boca y había formado
parte de la selección argentina sub-15 y se encontraba en Arequipa, Perú, para
afrontar el Sudamericano sub-17, Cabañas aparecía sentado en el cordón de la
vereda con una foto de Carlitos con la selección argentina en una mano y una
bolsa con pegamento en la otra. Didí Ruiz lo vio llorar y se sentó a su lado.
“Cómo puede ser,
explicame. Yo no puedo entender cómo ese pelotudo llegó a Primera y a mí me
está buscando toda la Policía…me quieren matar, Didí. Si yo jugaba mejor que
él. Vos sabés cómo jugaba yo, no hace falta que te lo cuente. Y mirame como
estoy ahora. Todo el día con esta mierda”, según relata el libro de “Chavo”
Fucks.
El Viejo Propato,
quien lo tuvo en All Boys junto a Tévez. Y el mismo que los llevaba en la
camioneta a los entrenamientos, se lo encontró una vez en Comunicaciones,
después de que en Vélez se cansaron de ir a buscarlo por los monoblocks y de
abandonar también Bánfield y Argentinos Juniors. “¿Qué hacés acá, con tantas
chances de ir a clubes más grandes?”, le preguntó. “Llevaba mucho tiempo sin
verlo. Sabía que no jugaba más, que afanaba, que se había peleado con todo el
mundo y que estaba mal.
Yo estaba dirigiendo a Comunicaciones y una mañana se
me apareció. No lo podía creer. Ya tenía 15 años. Era la temporada 1999/2000.
Carlitos llevaba dos años jugando en Boca y las cosas le iban muy bien, según
sabía. Pero a Darío no, todo lo contrario. ‘Tano, el único que me puede salvar,
sos vos’, me dijo. ¿Qué podía hacer yo más que llevarlo y traerlo?...lo miré
desconcertado. Darío podía jugar donde quisiera. Su nivel de juego era
demasiado alto para el promedio de los pibes que yo tenía en Comunicaciones. Le
ofrecí llevarlo a Argentinos, a Boca mismo con Maddoni, a River con Gabriel
Rodríguez, pero insistió en fichar por Comu. Debe haber jugado dos meses y en
esa categoría era como tener el as de espadas en todas las manos, Jugaba de
todo…En ese momento, tal vez haya sido mejor que Carlitos, pero el contexto en
el que se desenvolvió Tévez fue mejor. Y eso lo ayudó. Después, nos encontramos
dos o tres veces más, charlamos de cualquier cosa. Yo veía que no estaba bien.
Me enteré de que había muerto unos días después, cuando me lo contaron los chicos
de El Fuerte”, relata en “Tévez, la verdadera historia”.
Propato se
enteró de que se había suicidado luego de matar a un policía y regresar a
Fuerte Apache con un disparo en la nariz. Estaba sentenciado y se sabía que
tenía “Carta Blanca” de la Policía para lo que fuera.
Habían robado en
el bingo de Ciudadela, pero habían logrado escapar. Faltaba una cuadra para
llegar a Fuerte Apache y “Cabañas” sabía que una vez allí, ya no lo iban a
poder atrapar. Llegaron entonces a la calle Besares y doblaron. Cabañas ayudó a
varios a trepar una pared pero se escuchó el ulular de las patrullas de la
Policía. Cuando vio que giraba hacia su lado, se dio cuenta de que no había
chances, que estaba rodeado y que le había llegado el momento.
Meses antes,
cuando se despedía de él porque se iba al Mundial sub-17 de Trinidad y Tobago
con la selección argentina, Tévez le había prometido traerle la camiseta que
usara en el debut. Los dos tenían,
entonces, 17 años. El equipo nacional fue cuarto en ese torneo. Al regresar, su
tío Segundo le dio la noticia de que “Cabañas” se había suicidado de un disparo
en la sien, al estar rodeado tras una persecución policial y él siempre había
dicho en Fuerte Apache que antes que entregarse a la Policía o que ésta matara
“a un chorro”, prefería suicidarse.
“Estábamos todo
el día juntos. Íbamos al club, a la canchita de barrio, al colegio, a todos
lados. Fue un golpe muy duro para mí. La última vez que lo vi, presentí que era
nuestra despedida”, le confesó una vez a Susana Giménez en su programa de
televisión.
Los BSB le
escribieron una canción, “Cuando un amigo se va”. Ese videoclip está en su
tumba y también pueden contemplarse varios homenajes del barrio.
“Siempre me decías que ningún
policía/ te quitaría la vida/ siempre en tu rostro convivía una sonrisa/ pero
con picardía/ porque en todo momento sabías lo que hacías/ recuerdo a tu
hermano recibiendo la noticia/ guacho Cabañas se ha quitado la vida/ terminaron
las buenas jugadas/ sólo nos has dejado/ una lluvia de balas/ cuando un amigo
se va/ tu corazón va a guardar/ esos recuerdos que en el alma/ para siempre van
a quedar”.
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