Haber nacido y
ser inmediatamente entregado a sus tíos porque su padre moriría en una balacera
y su madre no estaba en condiciones de criarlo, vivir entre los tiroteos de los
delincuentes como si fuera algo natural, o que su mejor amigo haya muerto a los
17 años siendo parte de una banda que robaba y que escapaba permanentemente de
la policía, forman parte del contexto de la vida inicial de Carlos Tévez, quien
gracias a una contención especial de su familia pudo ser una de las escasas
excepciones para salir adelante y convertirse luego en una estrella mundial,
gracias al poder del fútbol en el mecanismo de ascenso social entre los más
pobres en los alrededores de Buenos Aires, la capital argentina.
Tévez sigue
reconociendo hoy, incluso en sus visitas a los programas de TV más glamorosos,
que sigue siendo “cien por ciento villero”, reivindicando sus terribles
orígenes, cuando se crió hasta su avanzada adolescencia en el llamado Nudo 1
del barrio Ejército de Los Andes, más conocido como “Fuerte Apache” y uno de
los lugares de mayor carencia entre sus habitantes por el acceso oeste a la
ciudad de Buenos Aires, donde las construcciones son muy precarias y los que
tienen la suerte de encontrar trabajos, en su mayoría son “changas”, pequeños
recursos para cobrar algo para sobrevivir.
Tévez se
destacaba jugando al fútbol, y pudo tener estudios básicos gracias a que su
tío, Segundo, de quien tomó su apellido (el original era Cabral), pudo ayudarlo
gracias a su trabajo de maestro mayor de obras y contenerlo afectivamente, cosa
que no ocurrió con su mejor amigo, conocido como “Cabañas”, por el parecido
físico a un jugador paraguayo de Boca Juniors, que fue internacional con su
selección, Roberto Cabañas.
Darío “Cabañas”
Coronel, de la misma edad que Tévez (ambos nacidos en 1984) era un crack. Para
la mayoría de quienes los vieron jugar, primero en los infantiles del Santa
Clara, luego ya de adolescentes en los juveniles de All Boys (club que ahora
milita en la Segunda División), “Cabañas” era superior, con más categoría, y
además, por su físico morrudo, ancho, tenía más fuerza física y soportaba más
tiempo de juego, y así fue que ambos se fueron a probar al Vélez Sársfield
(club que llegó a ser campeón mundial en 1994 ante el Milan en Japón), pero el
actual jugador de Boca Juniors no quedó entre los elegidos, y en cambio su
amigo fue seleccionado para continuar.
Paradojas de la
vida, “Cabañas” abandonó pronto los entrenamientos de la Octava División, muy
lejos aún de llegar a la Primera, porque ya le habían ganado la delincuencia y
la droga. Con un padre pegador (se cuenta que su madre recibía tremendas
palizas), comenzó a frecuentar a los llamados “Back Street Boys” (BSB), una
grupo que imitaba a la banda musical de Orlando, en los Estados Unidos, tanto
en grafittis como en pruebas artísticas en las terrazas de los derruidos
edificios de la zona, pero que también se dedicaban a los asaltos.
Los BSB cuidaron
de “Cabañas”, que era uno de los más pequeños, y ya había comenzado a drogarse
aspirando pegamento, y tras uno de los primeros asaltos en los que el chico
participó, su madre se llevó a sus hermanos y se fue de “Fuerte Apache” para no
regresar nunca más.
En Vélez creían
que Cabañas estaba para llegar a ser una estrella, y cada tanto se tomaban el
trabajo de ir a buscarlo a los monoblocks, los edificios de cemento, todos
iguales, y sin ninguna estética, de la “Villa Miseria”. Sabían cómo era su vida
y pensaban que lo podían reconducir en su vida, pero una vez que faltaron
bolsos en los entrenamientos, se dieron cuenta de que era imposible y así fue
que el chico alternó delincuencia con intentos de regenerarse en el fútbol y de
formas intermitente, volvía a probarse a otros clubes como Bánfield o
Argentinos Juniors, pero siempre sin regularidad.
En enero de
2001, cuando ya Tévez había ingresado a los juveniles de Boca Juniors, había
viajado con la selección argentina sub-17 al Sudamericano de Perú y se lo vio a
“Cabañas” sentado solo, en el cordón de la vereda, hablando con uno de sus
amigos, llorando. “¿Por qué, si yo soy mejor que él, no tengo esas
posibilidades?”, se preguntaba, amargamente.
Cuando “Cabañas”
veía a un grupo de chicos solos, en “Fuerte Apache”, iba hacia a ellos para
acompañarlos a un kiosco y comprarles bebidas y golosinas, o con parte del
botín robado, le encantaba comprarse zapatillas de marcas caras, o cadenas de
oro.
A los pocos
meses, Tévez fue convocado para jugar el Mundial sub-17 en Trinidad y Tobago, y
antes de partir, le prometió a “Cabañas” que le traería como recuerdo su
camiseta del partido debut en el torneo, pero no se la llegó a dar. Cuando
regresó, fue su tío-padre Segundo el que le tuvo que dar la triste noticia:
“Cabañas” se había disparado en la sien, perseguido y rodeado por la policía
tras un asalto. En la jerga, los BSB repetían que antes de morir en manos de un
policía, preferían suicidarse.
Netflix, a
través del reconocido director de cine Israel Adrián Caetano, vio atractiva la
posibilidad de ficcionar esta historia de las dos caras de la moneda de la
pobreza y el fútbol. Los que pudieron ser estrellas mundiales y no pudieron
llegar, porque las condiciones no los ayudaron, y los que fueron la excepción,
como Tévez, que sí alcanzaron un mundo que no imaginaban ni en sueños. De allí
surgió “Apache”, la exitosa serie que puede verse en todo el mundo.
Con Tévez,
luego, vino lo conocido. Sus éxitos en Boca Juniors, Corinthians (en tiempos en
los que el presidente brasileño, Lula, era fanático de este equipo, que
consiguió el título nacional justo en ese año, 2005), la Premier League en el
Manchester United y luego, en el Manchester City, su paso por la Juventus y su
impactante regreso a Boca, cuando sesenta mil personas asistieron a la
Bombonera, el mítico estadio del club, solo para recibirlo, sin ningún partido
que se jugara, y televisado a todo el continente americano.
El mismo Tévez
que para estupor de los hinchas de Boca, a los dos años abandonó el club y se
fue a la Superliga china siendo el jugador que más cobraba en el mundo, pero al
año, había regresado, sin éxito, al club de sus amores, donde todo indica que
se retirará.
Lejos está hoy a
los 35 años, y con tres hijos, de aquel Carlitos al que le decían “El
Manchado”, en su “Fuerte Apache” original, porque por un descuido, cuando
apenas tenía diez meses, su familia tomaba mate (infusión con yerba) y se le
cayó agua hervida en el cuerpo, tuvo quemaduras de tercer grado, y le quedó una
importante cicatriz que no se quiere operar, como signo de identidad.
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