El sexto lugar
conseguido por la Argentina en el medallero panamericano de Lima puede ser
considerado como un gran paso adelante en cuanto a las representaciones
deportivas nacionales en su máxima posición histórica fuera del país, pero ni
las autoridades nacionales ni el pueblo deberían engañarse y sin una política
pública clara, todo quedará en meros datos estadísticos.
Observando el
cuadro final de medallas, la delegación argentina terminó apenas a un paso de
Cuba (que pese a sus innumerables problemas de bloqueo por parte de los Estados
Unidos sigue milagrosamente entre las potencias americanas), y por encima de
Colombia, por un margen algo mayor que el del que el país socialista estableció
con el albiceleste, y sin embargo, hay que ponderar la política deportiva de
los cafeteros, que consiguió acercarse en los resultados al cuarto y al quinto
en las posiciones finales.
La gran pregunta
es cuánto de política deportiva argentina hay en estos resultados, en algunos
casos magníficos, obtenidos por la delegación argentina, con 101 medallas (32
doradas, 35 plateadas y 34 de bronce. Y más allá de algunos casos por trabajos
en el contexto del ENARD, muchos otros obedecen más a esfuerzos personales o de
equipos o de federaciones nacionales que a cuestiones estatales.
Hay que recordar
que justamente en los últimos meses, la política deportiva nacional se rigió
por los mismos preceptos que en otros órdenes, una tendencia a achicar los
gastos del Estado para que los números cerraran, que no se condice con la idea
de expansión sino, al contrario, con un presupuesto menor para el futuro, que
acaso repercuta en los resultados en los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, más
allá de que allí se sumarán a la competencia los países asiáticos, los
europeos, y las potencias americanas que en muchas disciplinas no le dieron a
estos Panamericanos el lugar que merecían, en pos de buscar otros objetivos.
Lo que cabe
afirmar es que más allá de cierta euforia, lógica, desde estos impensados
resultados positivos de la delegación nacional en Lima, lo que se requiere es
una política deportiva concreta, que apunte hacia algunos ejes que el estado
debería definir, como responderse, por fin, cómo interpreta la función del
deporte. ¿Es formación o resultado? Ya en 1974, en el maravilloso libro
“Burguesía y Gangsterismo en el Deporte”, el periodista Dante Panzeri ya se
preguntaba en qué área debe ubicarse al Deporte en las políticas públicas, si
en la de Salud o Acción Social (resultado) o en la de Educación (formación).
Por el momento,
el deporte escolar y el que se practica posteriormente o incluso el de alto
rendimiento, siguen siendo compartimentos estancos y hay poca o nula relación
entre las partes en vez de trabajar en una conexión.
Desde otro punto
de vista, sería interesante definir desde el Estado qué es prioritario en la
pirámide, si ensanchar la base de quienes practican deportes en el país, o si
interesan más las medallas y la figuración de los representativos, el vértice.
O si se puede trabajar con los dos al mismo tiempo, asignando para ello un
presupuesto acorde.
En Cataluña, por
ejemplo, aunque sea con la excusa de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992,
los cientistas sociales (que en la Argentina no suelen ser considerados por la
política deportiva), el Estado se puso a investigar cómo hacer que los adultos
mayores comenzaran a practicar deportes. Buscaron integrarlos por todos los
medios, y ante los escasos resultados, decidieron irlos a buscar casa por casa,
hasta conseguir réditos. Pero más allá de todo, hubo una clara política
deportiva.
Y el no tener
una política deportiva clara es, también, una política, que es la de no tener
política porque el deporte, cuando se busca reducir los gastos del Estado, no
parece ser prioritario en plena crisis general. Y acaso eso explica que de
alguna chance de haber podido saltar de Secretaría a Ministerio, haya terminado
en Agencia con un presupuesto cada vez más reducido.
Por todo esto, y
aún con tan buenas noticias desde Lima (siempre poniendo todo en su contexto),
no todo es oro lo que reluce en el deporte argentino, que sigue esperando
políticas públicas serias y con continuidad en el tiempo. Cuando eso ocurra,
los buenos resultados llegarán como consecuencia lógica y no como producto, en
muchísimos casos, de esfuerzos personales o de grupos de personas asociadas
para un fin, luchando contra insólitas adversidades y en muchos casos, contra
mafias internas que sólo les ponen obstáculos.
Argentina es el
quinto país en el medallero panamericano, muchas veces, reponiéndose a mil
problemas propios, lo que demuestra, también, el enorme talento de nuestros
atletas, ganen o no.
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