En los últimos
días crecieron las muestras de simpatía para dos grandes jugadores que, de
todos modos, habían pasado a ser discutidos por muchos aficionados al fútbol.
Nada menos que Carlos Tévez y Fernando Gago. El primero de ellos, por la
empatía que produjo la serie de Netflix que muestra su complicadísima vida
rodeada de carencias en el barrio bonaerense de Fuerte Apache, y el segundo,
por haber regresado, una vez más, a las canchas, luego de una enésima lesión,
en la pasada final de Copa Libertadores de Madrid entre Boca y River, en
diciembre de 2018.
La vida de Tévez
en el Nudo 1 del Barrio Ejército de Los Andes, más conocido como “Fuerte
Apache”, parece, efectivamente, una novela. El propio jugador de Boca, nacido
en 1984, suele reconocer que de no haber sido por la contención familiar de sus
tíos Segundo y Adriana, quienes se hicieron cargo de él desde su nacimiento,
probablemente habría terminado en la cárcel, como tantos chicos con talentos
varios pero que no encuentran un mínimo apoyo del sistema para sobrevivir y
desarrollarse.
Así como la
historia de vida de Tévez nos muestra a un triunfador, no sólo desde lo
económico sino por todos los logros conseguidos en lo deportivo en los clubes
de más alto nivel mundial, también es cierto que constituye una excepción a la
regla, y la contracara es la de su amigo desde la infancia y la adolescencia,
Darío “Cabañas” Coronel, quien para muchos, era mucho mejor jugador, incluso,
que “El Apache” (hasta fue aceptado en una prueba en Vélez Sársfield mientras
que el actual jugador de Boca fue rechazado), pero que acabó suicidándose con
apenas 17 años cuando ya estaba rodeado por la Policía luego de protagonizar
varios delitos que lo alejaron del fútbol.
Lo de “Cabañas”
no fue casualidad sino, al contrario, causalidad. Abandonado por su madre, que
se llevó a sus hermanos para no regresar nunca más, y con un padre golpeador,
al chico sólo le quedó apoyarse en un grupo cercano, los llamados “Back Street
Boys” (BSB), que además de imitar a los
verdaderos, artistas de Orlando, Estados Unidos, cometían delitos varios pero
en especial, robos de distinto tipo.
Los BSB
adoptaron a “Cabañas”, quien fue creciendo en la estructura en la medida que
sus jefes fueron encarcelados o asesinados, y los vecinos cuentan que con buena
parte del botín, ayudaba a su vez a niños a los que veía vulnerables.
El círculo
pareció cerrarse de manera perfecta en 2001. Tévez había prometido traerle la
camiseta argentina de su debut en el Mundial sub-17 de Trinidad y Tobago, pero
al regresar, su tío Segundo le contó lo ocurrido apenas días antes con su
amigo, y su suicidio para no ser entregado a la Policía.
En los últimos
años, en especial cuando tras ser recibido de manera impactante por los hinchas
de Boca en una Bombonera repleta y en un día sin partidos, cuando decidió dejar
la Juventus para regresar al club de sus amores para luego partir hacia China
ante una irresistible oferta, Tévez había perdido buena parte de la simpatía
que siempre generó desde el exterior hasta ser reconocido como “El Jugador del
Pueblo”.
Muchos creyeron
que todo aquello que Tévez representaba cuando regresó desde la Juventus en
2015, se había desmoronado. Ya no era creíble en aquella imagen de que el
cariño de la gente estaba por encima de cualquier otro interés, y tras un año
en Asia, a su regreso fue mirado de reojo. Gran parte de los hinchas lo
aplaudieron respetuosamente pero ya el idilio parecía terminado.
Sin embargo, la
crudísima serie de Netflix dirigida por Israel Adrián Caetano, que en su
primera temporada muestra la dificilísima vida del “Apache” en su infancia y
adolescencia hasta ser rescatado por el fútbol, volvió a reconciliarlo con
buena parte de la gente y ya el recibimiento en los últimos partidos fue muy
superior a la de los meses anteriores.
Algo similar,
aunque por otras causas, fue lo de Gago, que arrastra una vida futbolística de
lesiones durísimas, pero también de una formidable capacidad de resiliencia. Su
regreso a las canchas para jugar (por segunda vez en su carrera) en Vélez,
dirigido por su amigo Gabriel Heinze, ante Newell’s Old Boys, es visto con una enorme simpatía porque tras
su cuarta larga recuperación tras la final de la Copa Libertadores de Madrid,
muchos lo dieron por terminado, al punto de que él mismo se puso de acuerdo con
su ex club, Boca, para rescindir el contrato, a sus 33 años.
Ya en el Real
Madrid, una serie de desgarros lo fueron marginando de la titularidad en los
tiempos del portugués José Mourinho como director técnico, especialmente a
partir de un esguince severo del ligamento lateral de la rodilla izquierda.
Terminó en la Roma de Gianfranco Totti, donde a los pocos meses, sufrió una
torcedura de su rodilla derecha.
Volvió al fútbol
argentino en 2013 para jugar en Vélez pero sólo pudo estar presente en nueve
partidos de los 29 que jugó el equipo en el semestre por distintos desgarros y
problemas musculares, y al regreso a Boca se rompió dos veces el tendón de
Aquiles, aunque antes, en abril de 2014, había sufrido una distensión de
ligamento en su rodilla izquierda que casi lo deja afuera del Mundial de
Brasil.
A su regreso del
Mundial, ya en noviembre y por el Superclásico de la Copa Sudamericana, tuvo
que salir a los 41 minutos del primer tiempo de la revancha, cuando Boca quedó
eliminado, por una distensión en el aductor derecho, lo que le impidió jugar
hasta 2015. Cuando ya parecía regresar sin problemas y recuperaba su nivel, en
setiembre y ante River y otra vez en el Monumental, tenía que retirarse a los
28 segundos por la rotura de su tendón de Aquiles izquierdo. Debió ser operado
y necesitó otros cinco meses de recuperación.
Sin embargo, en
abril de 2016, y otra vez ante River, tras un forcejeo con Lucas Alario, se
confirmó que se había vuelto a romper el tendón de Aquiles izquierdo. Gago
volvió a operarse, estuvo otros seis meses sin jugar en noviembre y a los pocos
meses, en 2017, se había convertido en figura, al punto de que Jorge Sampaoli
lo convocó para los partidos finales de la clasificación para Rusia 2018. Entró
en el decisivo partido ante Perú en el mejor escenario posible para él, la
Bombonera, pero a los pocos minutos, intentó girar y quedó en el suelo, y
alcanzó a decirle a Lionel Messi “me rompí los cruzados”. Otra vez al
quirófano, afuera de otro Mundial, pero regresó a los cuatro meses y medio.
Volvió a los entrenamientos el 1 de marzo de 2018, pero cinco días más tarde
tuvo un desprendimiento en las adherencias del ligamento operado. Volvió a las
canchas en mayo.
Sin embargo, no
logró demasiada continuidad y aún así, viajó a Madrid para jugar la decisiva
final de la Copa Libertadores ante River, pero duró pocos minutos cuando
ingresó como suplente. Volvió a romperse el tendón de Aquiles, y ante la
imposibilidad de realizar más cambios y con su equipo en desventaja, nada pudo
hacer. Pareció que allí sí, casi con 33 años, todo se terminaba, pero Gago
persiste. Su amigo Heinze lo convenció de regresar, con tiempo, y con la
camiseta de Vélez y allí está, Fernando Gago, otra vez den las canchas, contra
viento y marea, desafiando todas las reglas de resistencia al dolor. Un enorme
ejemplo de amor al fútbol y de fuerza interior.
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