miércoles, 30 de julio de 2014

Pasó de todo, ¿todo pasó? (Jornada)


Lo que tantas veces se proyectó, se conversó en infinidad de circuitos sobre el futuro del fútbol argentino, por fin se concretó ayer. Julio Grondona, el mandamás de la AFA, el hombre fuerte del Balompié nacional durante nada menos que 35 años, falleció generando un enorme impacto en las estructuras del deporte más popular del país y el futuro llegó demasiado pronto, sin avisar y llegó el momento en el que todo cambiará, por fin, aunque el tiempo para que eso ocurra es la gran cuestión.

Como no podía ser de otra manera, Grondona no se fue de este mundo en cualquier momento, sino en uno de los más polémicos. Justo cuando la AFA tenía que decidir un nuevo director técnico para la selección nacional, el día en el que Alejandro Sabella iba a comunicar su alejamiento, tras una buena posición final en el Mundial de Brasil, cuando este fin de semana justo comenzaba un extraño torneo de transición hacia otro mamotreto de treinta equipos para 2015, que iba a ser el año en el que el “vicepresidente del mundo” (como él mismo se autodenominaba) supuestamente iba a dejar su cargo para dedicarse enteramente a la FIFA, y justo cuando apareció un extraño artificio por el que un Vélez Sársfield ya clasificado para la Copa Libertadores, tenía que sortear ahora un nuevo obstáculo para jugar contra Boca Juniors para acceder a esa instancia.

Cuesta pensar cuál es el verdadero legado de Grondona al fútbol argentino. Para algunos, son los títulos mundiales de mayores (el de México 1986) y los seis juveniles, o las dos medallas doradas en los Juegos Olímpicos de Atlanta y Pekín, pero al mismo tiempo, se puede enumerar en más de cien (y sin estadísticas confiables reales ni estatales ni afistas) los muertos por violencia del fútbol, y lo peor, su condescendencia con los violentos, a los que cobijó, aceptó y hasta recibió formalmente, sin haber tenido esa suerte los familiares de las víctimas.

Tampoco se encuentra en el haber final el balance sobre la organización de los torneos o la federalización de la entidad, o su relación con los medios de comunicación, ya sea primero con años y años emparentado al monopolio Clarín-TyC, para darse vuelta como una media y recalar en el Estado desde 2009, rompiendo el contrato anterior, para ingresar en el polémico “Fútbol Para Todos”, mucho más aún por no saberse hacia dónde fueron los fondos que el Estado giró a la AFA para que ésta distribuyera entre los clubes, que cada vez deben más dinero, aún cuando pasaron a cobrar muchas veces lo que percibían durante la etapa del monopolio.

Grondona proviene de Sarandí pero puede decirse que fue un caudillo de Avellaneda, a la usanza de Barceló y Ruggierito. Como hermano mayor de una familia que perdió a su padre muy joven, no pudo ser ingeniero, tal como era su pretensión, pero su capacidad para entender la realidad como pocos, siempre estuvo.

Grondona tuvo la capacidad de sumar la intuición a una enorme rapidez y a una tremenda picardía, y como resultado de todo esto pudo llegar de ser fundador de Arsenal a Independiente, y de éste a la AFA, y de la AFA a la vicepresidencia de la FIFA.

Si bien es cierto que siempre tuvo algún palenque, desde Ricardo Bochini en Independiente hasta Diego Maradona primero y Lionel Messi después en la selección argentina, es también cierto que Grondona resistió el embate de la dictadura militar, especialmente del contraalmirante Carlos Lacoste, luego de los intentos del alfonsinismo por entrometer el Estado en la AFA, después cuando Carlos Menem intentó colocar en su lugar a Juan Destéfano, y ya en el final tuvo que lidiar con Néstor Kirchner aunque su voltereta contra el monopolio derivó en una asociación con mucho rédito y mucho más fondos, que siempre iban a saco roto y terminaban siendo poco para tanto gasto sin control.

Grondona fue controlando todo hasta manejar la AFA de taquito. Llegó a hacerlo casi por teléfono desde el hotel Bar Au Lac, en Zurich, a donde viajaba regularmente para distintas reuniones con la FIFA. Fue quien levantó el brazo de Sepp Blatter cuando éste fue designado presidente de la entidad mayor del fútbol mundial y manejó sus finanzas sin saber hablar inglés.

Todo pasaba por él y nadie, en el fútbol argentino, movía un dedo sin su aprobación hasta crear el modelo del dirigente grondonista, un modelo que amenaza con continuar si no aparece una generación joven con ideas completamente distintas.

Grondona fue el autor del “Todo pasa”, que acuñó en su anillo, y que simbolizaba muchas cosas en una. Lo principal es que nada importaba demasiado. Todo podía cambiarse de un día para el otro de acuerdo a las conveniencias si eso respondía al interesado de turno. Ya luego, eso fue modificado por el obsceno “Algo queda”, en la medalla de otro dirigente amigo.

Cambió los dos torneos del año (Nacional y Metropolitano) por uno anual pero con el calendario europeo, estableció el sistema de los promedios para el descenso con la aceptable explicación de que “el que desciende así es el club, no el equipo”, pero lo hizo coincidir con torneos cortos con la idea de que hubiera muchos campeones y todos felices, aunque con la idea de esa felicidad corta, que conforma a tantos. Y nunca hubo tantos campeones, aunque efímeros en su mayoría.

Porque también Grondona significó impunidad. Para negociar con los poderosos, para exprimir a los clubes hasta empobrecerlos en pleno tiempo de una AFA rica desde su selección nacional (lo que verdaderamente importaba, la cara externa y en moneda de más valor), o para amparar a los violentos.

De fondo, todo fue lo mismo: un tiempo en el que la AFA se aggiornó para reconvertirse al sistema de funcionamiento del capitalismo en el fútbol: un sistema que formara jugadores para ser transferidos pronto al Primer Mundo, por unos morlacos de más que conformaran a los exportadores de turno.
Para eso, hubo que conformar un sistema unitario, centralista, con una entidad vaciada de contenido, con los medios de comunicación haciendo el juego, con los violentos reprimiendo a quien osara rebelarse, y al final, con el Estado como asociado, amparando las operaciones. Todo un modelo de principio a fin, que ahora comienza a ponerse a prueba.

¿Qué pasara de ahora en más? Parece haber tres vías posibles: El grondonismo, tal como está, sin Grondona, que parece lo más probable hasta octubre de 2015 al menos, el grondonismo del siglo XXI a través de quien podría ser su principal sucesor, asociado al show, Marcelo Tinelli, o el inicio de una nueva etapa con una generación nueva de dirigentes que comprenda la necesidad de democratizar, federalizar, pacificar y repensar un modelo más amigable de fútbol, más asociado con el retorno al juego que con la globalización del negocio.


Es el gran desafío que se plantea para el fútbol argentino cuando, de repente, llegó su Día D.

domingo, 27 de julio de 2014

¿Qué hay después de Messi en el fútbol argentino? (Yahoo)


De a poco, el fútbol argentino va saliendo del letargo post-mundialista y van apareciendo algunas preguntas de fondo, mientras de forma la AFA busca por todos los medios renovarle el contrato al entrenador de la selección nacional, Alejandro Sabella, luego de haber llegado a la final y de haberla perdido por poco ante Alemania en Brasil.

El presidente de la AFA, Julio Grondona, también vicepresidente senior de la FIFA, repite constantemente que “no hay Plan B”, aunque Sabella no da indicios de seguir debido a un supuesto “agotamiento”, palabra usada anteriormente por Marcelo Bielsa cuando dejó el cargo en 2004, y que también ya sabrían los jugadores del equipo albiceleste, que desean que siga en el cargo.

Aparecen, entonces, algunos candidatos como Gerardo Martino (el vicepresidente de la Federación Paraguaya dice que le ofrecieron ser seleccionador pero que respondió que ya le dio la palabra a la AFA), Diego Simeone (pretende seguir en Europa, por ahora), y se auto postuló Ramón Díaz, luego de  irse de River Plate, donde volvió a ser campeón como hace una década, mientras que sorpresivamente, Diego Maradona –muy duro con el juego del equipo albiceleste en el Mundial- apareció respaldando al veterano César Luis Menotti, sin chances reales de asumir.

De fondo, comienzan a aparecer los primeros nubarrones de cara al futuro. Es claro que hay una generación que terminó con este Mundial de Brasil y que a lo sumo puede llegar bien a la Copa América de Chile 2015, o si acaso, a la Copa América Extra de los  Estados Unidos 2016, pero que ya no llega con una edad competitiva al Mundial de Rusia 2018.

Martín Demichelis, Javier Mascherano, Maxi Rodríguez y hasta eventualmente Carlos Tévez, no citado para Brasil, superarán los 34 años en 2018 y todo indica que será costoso que lleguen a la máxima cita, sumados a Rodrigo Palacio.

Si bien es cierto que el fútbol argentino siempre se destacó por la formación de jugadores, no hay que descuidar aquellas palabras del entrenador José Pekerman, actualmente en Colombia, cuando al finalizar la participación de la selección argentina en el Mundial de Alemania 2006 y renunció al cargo, dijo que “abajo no hay nada” al referirse a los juveniles y al futuro.

Por el momento, la selección argentina tuvo en Lionel Messi al estandarte para aspirar a los mejores lugares en los dos últimos Mundiales, y tampoco contó demasiado con él, siendo muy joven, en Alemania 2006. Para Rusia 2018 estará cumpliendo 31 años en pleno torneo y podría decirse que será su último en plenitud, aunque todo indica que la gran oportunidad era la de Brasil, que lo tomaba con frescos 27 y en territorio cercano.

Tal como señaló Pekerman con preocupación, el último torneo juvenil ganado por una selección argentina fue el Mundial sub20 de Canadá, en 2007, con una generación que llegará a Rusia rondando los 30 años (Romero, Agüero, Banega, Mercado, Mauro Zárate),  y con un cuerpo técnico afín al ahora entrenador de Colombia.

En la selección absoluta, el último título oficial proviene de la Copa América de Ecuador en 1993, hace 21 años, y en el medio sólo pueden destacarse las dos medallas doradas consecutivas en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y Pekín 2008. No parece casualidad que esos años hayan sido los últimos con algún éxito.

Es a partir de allí que Pekerman venía señalando desde 2006 que más allá en el tiempo las cosas se irían complicando, por la falta de nuevos valores, y a lo que tampoco ayudó la AFA con una falta de proyectos y de continuidad en el trabajo, sin una coherencia en lo que se busca.

Es que salvo períodos específicos, como el de Marcelo Bielsa (1998-2004) por lo general, el fútbol argentino siempre navegó en los últimos años, desde hace tres décadas, en la dependencia de algún supercrack, como Diego Maradona primero, o Lionel Messi después.

La gran pregunta es qué habrá luego, cuando Messi comience una lógica declinación en su carrera. Qué respuestas institucionales habrá, qué proyectos son los que seguirán, y con qué jugadores.

Por el momento, por ejemplo, no está nada claro el panorama de los juveniles. No se vislumbra un proyecto concreto sobre filosofía de juego. A qué se quiere jugar, qué tipo de jugador se busca para el futuro, cómo se va a trabajar para ello.

Más bien son espasmos, momentos, nombres que aparecen por alguna buena campaña, pero no es lo mismo una idea de Simeone que otra de Martino. No es lo mismo Jorge Theiler, quien viene trabajando en los juveniles de Newell’s Old Boys siguiendo los lineamientos de Martino, que Humberto Grondona, el hijo del presidente de la AFA, que sería bueno preguntarse si estaría en condiciones de tomar este lugar si no fuera por esta razón familiar.


El fútbol argentino sigue sin debatir lo importante, para resolver rápido el vacío de un cargo, y de esta manera viene eludiendo la posibilidad de preguntarse qué le pasa y cómo cambiarlo, si es necesario modificarlo. Mientras esto sucede, el tiempo sigue pasando, y los títulos van quedando, borrosos, en el pasado.

lunes, 21 de julio de 2014

Un Mundial de cambio de paradigma (Yahoo)



El primer triunfo de un seleccionado europeo en el continente americano en ocho Mundiales, no parece ser casualidad sino la consecuencia de un cambio de paradigma en el fútbol.

Por primera vez queda evidenciado, y en territorio sudamericano, que ahora hay equipos europeos, como Alemania (cuando justo comienza a apagarse la luz de España, aunque no haya desaparecido), que son los que ejercen el dominio futbolístico, los que juegan mejor a la pelota, mientras que son sus rivales de siempre, los que anteriormente eran considerados los “maestros”, los que corren detrás de ella, sin poderla dominar.

Algo sorprendente de este Mundial de Brasil, ya antes de su inicio, es que ninguna de las consideradas tres potencias sudamericanas tuvieron un número diez de peso en sus listas de veintitrés jugadores.

Ni Brasil, el local y que estaba obligado a salir a ganar el torneo, ni Argentina, que no lo ganaba desde 1986, ni Uruguay, tuvieron un armador de juego de estas características, antes tan habitual y por loi que adquirían una identidad especial.

A lo sumo puede decirse que en Brasil ocupaba un lugar en el banco de suplentes, aunque sin ninguna trascendencia, un jugador como Hernanes, el más cercano a esa función, pero el entrenador Luiz Felipe Scolari decidió no convocar a jugadores de la talla de Ronaldinho o Kaká, por citar dos (otro pudo ser Ganso), como para tener al menos alguna alternativa si no se podía ejercer un dominio en determinado partido.

Un caso parecido es el de Argentina, que pudo haber llevado a Javier Pastore o Andrés D’Alessandro, por citar a dos, o más atrás, por edad y continuidad en el juego, al veterano Juan Román Riquelme, aunque sea como alternativa, pero el entrenador Alejandro Sabella tuvo otras prioridades y finalmente hizo un Mundial aceptable, aunque cabe la pregunta de qué habría ocurrido de cambiar el sistema y optar por tener más el balón.

Lo que se nota, más allá de las decisiones tácticas de los entrenadores, es que este Mundial es el final de una consecuencia de años de un sistema perverso por el que las grandes potencias “fabrican” jugadores en determinados puestos sólo pensando en vendérselos al Primer Mundo (es decir, Europa) y por lo tanto, pierden identidad.

En otras palabras: si en Argentina, Brasil o Uruguay siempre fue el sueño de cualquier joven ser número diez (como Pelé, Maradona, Zico, Rivelino, Riquelme, Bochini, Rubén Paz, Francéscoli),  y es lo que caracterízó a estos equipos del lado Atlántico de Sudamérica, hoy van desapareciendo, no sólo del esquema de una selección sino de la propia liga local, en pos de fabricar jugadores que los europeos necesitan para que luego puedan adaptarse a estos esquemas.

Este periodista recuerda una visita del entrenador Ricardo La Volpe (de más que cuestionables resultados en su labor) a un importante programa de TV que se ve en todo el continente americano, y renegaba de Riquelme, en ese momento en Boca Juniors, porque según él, significaba un “atraso táctico” porque “hoy en Europa se juega sin número diez”. Es decir, ¿para qué formar números diez si en Europa no los quieren?

La pregunta podría ser, para los sudamericanos del Atlántico, si les va mejor ahora, con estos jugadores, o les fue mejor antes, con aquellos. No sólo en resultados, sino en juego, en aprecio de los demás por su calidad y hasta, si se quiere, en el temor reverencial de los adversarios en el pasado.

El caso de Brasil en este Mundial fue el más patético. Dependiente en absoluto de Neymar, que tampoco es un armador de juego pero sí un muy buen definidor en los metros finales y un buen pasador desde su punta izquierda, pocas veces se vio a un conjunto con los colores verde-amarillo tan pobre en la elaboración, tan basado en hechos externos, desde el himno a capella, las quejas por los arbitrajes, las riñas, las arengas, los llantos. Nada de fútbol, porque de fútbol no hay mucho que decir, poco que aportar.

La selección argentina, en cambio, se encontró con aquella pregunta que nos hemos formulado tanto desde esta columna en la previa al Mundial: qué pasaría el día que se enfrentara a un equipo con mayor dominio de pelota, que se equivocara poco. Y allí, por más buenos delanteros que tuviera (que además se lesionaron y condicionaron al equipo) tuvo mucha mayor dificultad futbolística y física.

Al revés, el panorama se plantea en Alemania, justo campeón, porque fue el que mejor jugó pero además, por haber apostado a una característica que correspondía antes a los sudamericanos. Pasar la pelota al mejor ubicado, hacer correr más la pelota que el jugador, con simpleza, y tratar de colocar en el campo a la mayoría de los protagonistas con “buen pie”.

Entonces, llegamos al cambio total de paradigma de que en un Alemania-Brasil, o en un Alemania-Argentina (salvando las enormes diferencias defensivas entre los dos sudamericanos), eran los europeos los protagonistas, y los rivales, los que corrían tras ellos tratando de recuperar la pelota. El mundo al revés.

Si observamos a Colombia con James Rodríguez, o la labor de Costa Rica, entenderemos parte de los cambios ocurridos en este tiempo. James, un diez clásico, no sólo se lució y fue el goleador del certamen, sino que ahora está a punto de saltar al Real Madrid. ¿Es negocio, finalmente, fabricar números diez?

El mayor cambio puede que aparezca en los próximos años, cuando muchos europeos quieran copiar a los alemanes, y busquen otra vez los números diez, pero desde el Atlántico sudamericano se les responda “lo sentimos, ya no fabricamos más, es que ustedes antes no querían”.


Puro mercado, poco fútbol. ¿Y si tal vez el lema fuera “más fútbol y menos mercado?”.

martes, 15 de julio de 2014

Alemania fue el mejor equipo (Yahoo)


       

                                            Desde San Pablo

Conmovió el llanto de Javier Mascherano cuando el árbitro italiano Rizzoli dio por terminada la final del Mundial en el estadio Maracaná. Porque el gran volante argentino entendió que el sueño de una generación había terminado y que por tercera vez consecutiva, esta vez ya para ser campeón mundial, Alemania eliminaba a su equipo.

En el Mundial 2006 fue ajustadamente. Argentina tenía el partido de cuartos dominado, cuando un error final en los cambios permitió el empate de los germanos y la definición por penales. Cuatro años más tarde, otra vez los mismos rivales, pero no hubo partido: a los diez minutos estaba definido y fue 4-0 para los europeos. Ahora en el Maracaná fue otra cosa, pero tampoco alcanzó a los albicelestes.

Es que hoy, una final de un Mundial puede definirse por pequeños detalles. Los sistemas tácticos son muy avanzados y entonces, un mal cambio, o un cambio hecho a destiempo, pueden ser consecuencias de una derrota o una victoria.

La selección argentina, que fue mutando durante el Mundial, de un gran ataque y una defensa endeble, a una muy cerrada defensa pero un ataque ineficaz, llegó a la final contra un rival con gran posesión de pelota, con un día más de descanso y además, con una semifinal ante Brasil que fue casi un entrenamiento con público y el resultado tal vez más impactante de la historia del torneo: 1-7.

Entonces, para ganarle a esta selección alemana, con tantos elementos en contra y la lesión de un jugador fundamental como Angel Di María, el entrenador de la selección argentina, Alejandro Sabella, no podía fallar en nada. Así como él mismo dijo que su equipo tenía que realizar “el partido perfecto”, también él partía con un margen demasiado corto de error en las decisiones.

Y el partido fue como se esperaba, con los alemanes dominando, pero sin poder llegar al arco argentino, cerrado como desde octavos de final ante Suiza, aunque lo extraño fue que los europeos sí se equivocaran lo suficiente como para que los de Sabella pudieran haber convertido. Lo que también fue raro es que Gonzalo Higuaín primero, y Rodrigo Palacio después, fallaron claras situaciones de gol y eso hizo que se llegara al alargue tan temido por los albicelestes. Por esa misma razón, Sabella había hecho entrar a Sergio Agüero por Ezequiel Lavezzi, tal como él mismo explicó en la conferencia de prensa posterior, con el objeto de rematar el partido antes de llegar al tiempo extra, sabedor de que cuanto más tiempo de juego, mayor necesidad de resistencia física y mayor chance para los alemanes.

Esos cambios pudieron ser en otro tiempo y acaso, en otra oportunidad. Lavezzi estaba jugando un gran partido cuando fue cambiado, y no sólo fue apartado del encuentro sino que así, la selección argentina quedó con la chance de un cambio menos. Por esta razón, menos se entiende el de Fernando Gago por Enzo Pérez, que es más luchador, aunque parecía agotado, y aún menos, en el tiempo, el de Palacio por Higuaín.

Así fue que al rato, Lucas Biglia tuvo un tirón que lo afectó y de esta forma, Argentina jugaba el alargue con diez jugadores “y medio” contra once de una Alemania no sólo más resistente sino más técnica, que hizo correr la pelota y obligó a su rival a correr el triple para recuperarla y por si faltaba poco, aún quedaba el cambio de Mario Götze por un insípido Miroslav Klose, que da la sensación de que vino a Brasil a marcar los dos goles que lo dejaran como máximo anotador de la historia y poco más.

Y cuando Argentina ya luchaba y corría pensando en que podía llegar a los penales, llegó el tanto de Götze, a menos de diez minutos para el final, con el que prácticamente todo quedaba definido.

Alemania es el campeón mundial en Brasil más por el trayecto durante todo el torneo (tal vez con la excepción de algunos pasajes ante Argelia en octavos de final) que por la final, en la que Argentina tuvo sus oportunidades y estuvo cerca, pero “estar cerca” no significa merecer ganar.

Desde hace rato que el fútbol alemán está en ascenso y pudo aprehender lo mejor del toque español, agregándole su dinámica, potencia y explosión propias, y eso desgasta a los rivales, como le sucedió el domingo en el Maracaná a la selección argentina, en lo que parecía un fútbol invertido de lo que fue durante más de medio siglo: los sudamericanos con un excelso toque de balón, y los europeos de “cintura dura” corriendo tras ellos. Hoy, son los alemanes los que tocan y los argentinos, los que corren.

Punto aparte para Lionel Messi. Era el partido más trascendente de cuantos ha jugado en once años en el profesionalismo, y si bien no jugó mal y hasta lo hizo aceptablemente, sorprendió por esa falta de plus que se le suele pedir a los grandes cracks. Habrá que saber por qué, pero la sensación de que nunca se sabrá, y que dejó pasar una oportunidad única, por edad, por jugarse en Sudamérica y por trayectoria.

Alemania campeón mundial, un acto de estricta justicia para los que defienden que aún la pelota es lo más importante en un deporte que se convirtió en un fenómeno de masas y en el que el juego parece muchas veces quedar de lado. 

lunes, 14 de julio de 2014

Messi se va del Mundial con un signo de pregunta (Jornada)



                                                Desde Río de Janeiro

Está por comenzar la final del Mundial y los periodistas argentinos comentamos, expectantes, que ahora sí vendrá lo mejor de Lionel Messi porque es el partido decisivo, tal vez el más importante de su vida y cuánto más que esto puede motivarlo, que las grandes estrellas de la historia del fútbol se destacaron en esta clase de finales.

Y no es que Messi haya jugado mal. No. Nada de eso. Jugó bien una vez más. Por momentos, hasta tuvo el principio de esa aceleración que lo caracterizaba en el Barcelona en su carrera, salvo en la última temporada, aunque muchas veces le quitaron la pelota cuando ya había pasado a dos jugadores, o se la rechazaron, o algún jugador alemán puso el cuerpo y rebotó en él.

Argentina no gana, pero tampoco es fácil de vulnerar. Los minutos pasan y los alemanes se van apoderando de la pelota, aunque les cuesta llegar con peligro. Messi trata de bajar para participar, pero no consigue entrar mucho en juego. Quiere cambiar la velocidad pero levanta la cabeza y no ve jugadores libres. A veces tiene que abrir a los costados para que la tome un lateral y se la devuelva unos metros más adelantado.

No puede. El entrenador Alejandro Sabella busca entonces nuevas fórmulas. Sabe que el equipo argentino partía en inferioridad física por haber jugado la semifinal un día más tarde y además, alargue y penales ante Holanda, cuando Alemania definió la suya ante Brasil en menos de medio tiempo. Y por eso, coloca a Sergio Agüero en lugar de Ezequiel Lavezzi para definir el partido en los noventa minutos, para no forzar un alargue de treinta minutos más que consuman las pìernas de sus jugadores.

Pero no lo consigue. Hay alargue. Messi tiene la misma expresión de siempre, gane o pierda. Trata de que sus emociones no se conozcan. Nadie sabe, por ejemplo, que antes de salir por el túnel para comenzar la final, volvió a vomitar. Hará uno de sus slaloms frente a Neuer, pero la pelota se irá desviada. Abrirá con precisión, una vez más, hacia su compañero mejor colocado o admirará, a una distancia de metros, cómo se prodiga su compañero del Barcelona, Javier Mascherano.

Pero los minutos pasan y llega el gol de Götze para Alemania. Demasiado cerca del final como para intentar algo más, pero hay una, ya en el final del alargue. Los argentinos suspiran y los alemanes rezan. Va Messi…pero la pelota sale por encima del travesaño.

Termina el partido, con el festejo de los alemanes aunque con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo para Messi, que recibirá con cara de póker. Alguien como él, acostumbrado a los Balones de Oro al mejor jugador del mundo, sabe que esto no calma su frustración, y atraviesa la zona mixta sin hablar, con velocidad. Es evidente que se quiere ir a su casa, con los suyos.

¿Qué le pasó a Messi en este Mundial? Es difícil de saberlo. Todos pensaron que tras la temporada en el Barcelona, éste sería “su” Mundial, por edad, por continente, por experiencia, por su situación de líder en la selección argentina, pero Messi hizo apenas un buen torneo.

Fue decisivo en la primera fase, con goles y asistencias pero algo le pasó luego.  Algunos creen que su problema es físico, otros, anímico, unos terceros, futbolísticos. De su técnica nadie duda, pero ya, ni los tiros librtes con barrera son garantías de gol, algo sumamente extraño.


Messi se va de otro Mundial, su tercero ya, lleno de preguntas y escasas respuestas.  Sólo él sabe si le pasa algo, y qué le pasa. Para los demás, es un misterio insondable, al menos por ahora.

domingo, 13 de julio de 2014

Tan cerca y tan lejos (Jornada)



                                                    Desde Río de Janeiro

A menos de diez minutos de los penales y tan cerca de la gloria, la selección argentina perdió una gran ocasión para reivindicarse como potencia y dejó el plato servido para que un gran equipo alemán, el mejor del torneo, se quedara con un título que mereció en lo general mucho más que por lo de ayer en el Maracaná.

Que se entienda bien: Argentina no fue más que Alemania, pero no fue menos tampoco.

Supo aguantar, se fue adelantando de a poco y por momentos hasta pensó en cambios ofensivos para ganar en los noventa minutos, pero no dio porque este equipo de Alejandro Sabella fue cambiando durante el Mundial y pasó de tener como virtud el poder de fuego y como defecto la endeblez defensiva, a lo contrario.

Y entonces los delanteros que antes convertían lo que les tocaba, ahora no definen. Y los defensores que antes tenían serios problemas para pararse en el fondo, ahora rechazaban todo, ayudados por un mediocampo que antes estaba desequilibrado, pensando en el ataque, y ahora se cerraba para ayudar en la contención.

Si Argentina no ganó, y lo dijo luego el propio Sabella en la conferencia de prensa, fue más porque falló las que no podía fallar, que por el gol final de Götze, de excelente factura técnica, apareciendo como cambio que le dio frescura al ataque alemán a poco del final.

Es que Alemania es un equipo completo, que jugó en Brasil el mejor fútbol, el de posesión de pelota, con toques y tranquilidad, sin matarse corriendo, buscando siempre al compañero libre, algo que la aleja de otros tiempos de la “cintura dura” de los europeos.

Alemania fue evolucionando con los años hasta que sofisticó el toque de los españoles con algo más de dinámica, y la base del Bayern Munich que va imponiéndose en Europa, derivó en la actual selección, y para ganarle había que jugar el “partido perfecto”.

¿Cuál era el partido perfecto? Para esta Argentina de hoy, era cerrarse, hacer un enorme esfuerzo físico, resistir y no fallar en las oportunidades que se tuvieran. Pero eso no ocurrió.

Tampoco, y será la duda eterna, tal vez, que Lionel Messi jugara en una final de un Mundial el partido de su vida. Jugó bien, qué duda cabe, porque nunca juega mal, o casi, pero de él se esperaba que jugara un partido excepcional, y eso es lo que no pasó.

 El tiempo dirá si se podrá saber qué fue lo que pasó por su interior (más allá de que sepamos que vomitó como tantas veces anres del inicio).

Messi recibió el premio al mejor jugador del torneo, y aunque es el mejor del planeta, no lo fue en Brasil. Jugó bien, pero “bien”, para Messi, es por debajo de su propio listón, y no alcanzó. Tampoco fue demasiado más que el último del Barcelona. Apenas un par de escalones arriba, y por debajo de otros jugadores como James Rodríguez (Colombia), Tomas Müller (Alemania) o Arje Robben (Holanda).

También es cierto que Messi no tuvo tanta compañía desde su línea en adelante, y que varios de los delanteros argentinos, aquellos que eran el fuerte del equipo, tuvieron demasiados problemas físicos.  Gonzalo Higuaín y Rodrigo Palacio llegaron con dificultades al Mundial, Sergio Agüero se lesionó al poco tiempo, y Angel Di María, al final. Demasiado para un plantel corto.

También es cierto que esta vez, Sabella se equivocó en los cambios. No el de Agüero por Ezequiel Lavezzi pero tal vez sí en los minutos, y sí en los otros dos. Fernando Gago no estaba para un partido de tan alto nivel, y Rodrigo Palacio no suele estar en los partidos decisivos. Muy buen jugador, pero para crack, le falta esa puntilla, y el gol que perdió, por encima de Neuer, posiblemente habría sido en un Inter-Catania.

Así las cosas, Alemania es más campeón por el total que por la final, y merecido lo tiene. Para Argentina, la pena de perder una chance inmejorable, en Sudamérica (donde por primera vez en la historia ganan los europeos), con Messi en su plenitud, por edad y trayectoria, y por un grupo de jugadores que venían acumulando títulos desde juveniles y llegaban a la madurez en este torneo.

Ahora vendrán tiempos de reflexión. Algunos se centrarán en la continuidad o no de Alejandro Sabella, pero no es todo. El punto que el fútbol argentino sigue sin tocar es el del bendito juego. ¿A qué queremos jugar?

En esta final, ocurrió lo que se venía advirtiendo desde hace meses en esta columna, y que en los partidos previos no apareció. ¿Qué pasaría cuando la selección argentina se encontrara con una que se equivoca poco y de la que no puede aprovechar sus errores? O tiene que acertar con alto grado de eficacia, o tiene que hacer un enorme esfuerzo por correr y correr detrás de la pelota.

¿No suele ser mejor tenerla y que corran los otros? Tal vez, sin querer, Alemania hoy nos volvió a mostrar un camino perdido. No sólo por Argentina, también (y hoy con menos recursos) por Brasil. El perder la idea de un juego que nos de identidad. De hecho, la selección argentina comenzó de una manera y terminó de otra.

De matador arriba, a un equipo estructurado como en Italia 1990. Y como en aquella vez, aunque con más recursos ofensivos y Messi, ganaron los alemanes.

Es el momento de parar la pelota y reflexionar sobre el futuro, pero cuesta demasiado ahora.  Se acaba de ir un sueño, a tan poco de alcanzarlo.

Es tiempo de respetar un trabajo bien hecho por el entrenador y su cuerpo técnico, hacer un balance de un Mundial positivo para Argentina, pero con la sensación de que daba para mucho más. Tal vez pensando más en la pelota, el camino para volver a ganar una Copa sea más corto.

La fiesta se acabó, se cerró el telón del Mundial, y llega el tiempo de ir apagando grabadores, cerrando computadoras y guardando la libreta de apuntes.

Pocas veces Argentina estuvo tan cerca en estos últimos veintiocho años. De allí, la tristeza. Pero para que haya una nueva oportunidad, no vendría mal pensar primero a qué jugamos, tener un proyecto que pase también por disfrutar, por dejar de apretar los dientes, correr y marcar solamente.


Alemania campeona del mundo, Argentina subcampeón en Brasil. Así las cosas. Así es el fútbol.

sábado, 12 de julio de 2014

Anatomía de una derrota



                                              Desde Río de Janeiro

A pocas horas de la final del Mundial en el Maracaná, Brasil entera sigue sin salir de su asombro. Es un proceso en el que hubo impacto por el durísimo golpe sufrido, indignación, llanto y protesta, y ahora mismo, un tremendo estado deliberativo sobre qué hacer para el futuro, al mismo tiempo que una disputa política sobre cómo aprovechar mejor el desenlace del torneo.

Para los brasileños, sin dudas este Mundial habrá sido ya muy movilizante. La humillación por la histórica derrota ante Alemania por 1-7 dejará marcas al punto tal de que el que fue llamado desde hace tantos años como “El país del fútbol”, ahora clama, en casi todas sus capas sociales, por un entrenador extranjero para el próximo período y el apuntado no es otro que quien ya estuvo a punto de llegar y fue vetado por esas cuestiones de nacionalismo: Josep Guardiola.

No es casualidad: Guardiola representa para los brasileños la sensación de volver a las fuentes por un lado, pero la modernización por el otro. En estos días aciagos para ellos, muchos recuerdan que el ahora director técnico del Bayern Munich alemán, ya se había apiadado del Santos de Neymar en la final del Mundial de Clubes 2011 en Japón, cuando con el Barcelona le ganó 4-0 en un partido definido en el primer tiempo.

Ese ya fue el primer antecedente entre el “sistema Guardiola” y el “fútbol brasileño”. Dos años y medio más tarde, otra vez el sistema de Guardiola, aunque ahora de la mano de Joakim Low, destrozaba al brasileño que para muchos parece atrasado, lo mismo que su entrenador Luiz Felipe Scolari, que como el manager Carlos Parreiram, se resiste a una mínima autocrítica.

“Haría todo exactamente igual”, dijo Scolari, con soberbia, más allá de que el 7-1 sea un resultado de esos que ocurren una vez en la vida. Algo mal debió haber hecho, algún error debió haber cometido.

Es cierto que se trata de una generación mediocre, con la excepción de Neymar y Thiago Silva. El resto, quedó como jugadores que apelaron, mucho debido al propio Scolari, como gritadores del himno con las venas hinchadas u las mandíbulas a punto de dislocarse, apelando al juego fuerte, la apelación con los brazos a que la gente aliente, y declaraciones subidas de tono, pero de fútbol, ni hablar.

Muchos se preguntan sin el hecho histórico de jugar como local y con la deuda pendiente de lo ocurrido en 1950 no daba lugar a reservarse al menos un crack que tuviera una técnica que garantizara alguna clase de magia en momentos sin creatividad, como Robinho, Ronaldinho, Kaká, Pato.

Scolari apeló, en cambio, a sus jugadores, de los que salen en serie. El típico brasileño que sale a Europa pero queda a mitad de camino sin trascender por esa falta de brillo que pocos tienen. El entrenador prefirió, una vez más, el armado de una “familia” a la que poder conducir con su sabiduría “gauchesca”, pero se trataba de un Mundial, el nivel de exigencia iba a ser más alto, y no pudo vencer como local ni a México ni a Chile, y tuvo que necesitar ayuda arbitral para superar a Croacia en el partido inaugural.

El 7-1 ante Alemania termina dejando una enorme herida en el sentimiento futbolero de los brasileños, acostumbrados a hacer patria con estas cosas, porque sienten el fútbol en el alma y cualquier taxista puede escribir un tratado de táctica sin  equivocarse demasiado, a veces hasta con insólitas puntualizaciones de esquema.

Este Mundial enterró el de 1950. Logró lo que ninguno. Nunca, en 64 años, alguien pudo imaginar que Barbosa y sus vejados compañeros de aquel partido perdido ante Uruguay con aquel gol de Alcides Chiggia quedarían atrás de sus compatriotas actuales que fueron derrotados por Alemania por esta tremenda goleada.

Aquello, si se quiere, fue un accidente, un descuido, un error en el momento menos oportuno pero por parte de un equipo que venía goleando a sus adversarios y que necesitaba un empate para coronarse. Éste fue mucho peor: recibió una paliza táctica, ya perdía desde los 10 minutos y con un remate en el área tras un córner. Ya perdía 0-5 en el primer tiempo, y tampoco había hecho buenos partidos antes, en la fase de grupos y en los octavos de final.-

En el gran libro “Anatomia de una derrota”, Paulo Perdigao sueña con que intenta alertar a Barbosa de que Chiggia va a rematar hacia ese lugar, para que se estire y por fin, redima al pueblo brasileño y rechace la pelota, pero el arquero se distrae por darse vuelta a mirarlo y de todos modos sufre el tanto. Pelé siempre dijo que era un niño y aquel resultado lo marcó para toda la vida, pero acaso gran parte de su rebeldía y necesidad futboleras hayan nacido ese día. ¿Habrá otro niño hoy con esas mismas inquietudes, crack del futuro?

Brasil se debate también hoy sobre qué hacer con ese futuro. Por el lado de la política, está claro que la presidente Dilma Rousseff, que ya pagará muy caro con su imagen si debe entregar la Copa a Lionel Messi, porque Argentina es el gran rival y la propia mandataria había manifestado que si ganaba esta selección iba a ser “una pesadilla” a los corresponsales extranjeros.

Pero Rousseff quiere pasar página enseguida y para no quedar pegada, ya está refiriéndose a una cierta “kirchnerización” del fútbol brasileño. Es decir, mayor injerencia del Estado, pero supuestamente controlando los destinos de los fondos y caminando de puntitas por la cornisa porque en pleno Mundial y con la FIFA en Río de Janeiro, sabe que al organismo del fútbol no le gusta nada escuchar la palabra “Estado”.

En la CBF saben que Rousseff va más allá y que cuando habla junto a su comunista ministro de Deportes, Aldo Rebelo, de “renovación”, está diciendo que la CBF no puede continuar así y de esta forma no hace más que escuchar las críticas de los medios y de la calle sobre que el tema es estructural y comienza en la formación de los jugadores: cada vez más orientada a lo físico y lo táctico y cada vez menos, a la pelota.

A su vez, el trabajo de los juveniles y la presencia de los agentes apunta al exterior, a otros mercados, a hacer dinero. Una vez más, el capitalismo se lleva la fiesta del gran fútbol brasileño que tanto gozamos los amantes de este deporte y que hoy, parece un cuento o parte del pasado.

Mientras esto dice el gobierno, el candidato opositor a las elecciones de octubre, Aécio Neves, intenta atacar a Rousseff sacando partido del mal desempeño de la selección y buscando por todos los medios que el domingo, el Maracaná exprese su bronca contra ella como nunca.

“Son gajes del oficio” dijo Dilma, afectada por los gritos en el Arena Corinthians en el partido inaugural, pero no pudo dar su discurso de bienvenida. Tras la final tal vez la espere Messi, la peor pesadilla.

La mayoría de los brasileños prefería que ganara Alemania, pero un par de hechos fueron cambiando la idea: el 7-1, que torna difícil manifestarse a favor del victimario, y una gran declaración de una estrella humilde y bien plantada como Neymar, con muchos seguidores y limpio por no haber podido jugar el día de la goleada histórica.

El crack del Barcelona dijo que prefiere que gane Argentina por sus compañeros en el club catalán, Javier Mascherano y Lionel Messi, y porque Argentina es una selección sudamericana.

Ya a las pocas horas, las opiniones estaban algo más divididas, aunque los germanos corren con ventaja. De todos modos, el Maracaná parecerá la Bombonera, este domingo. Más de cien mil argentinos llegaron para apoderarse de muchos tickets que desilusionados brasileños intentarán sacarse de encima.

La fiesta será de los otros, aunque preparada para los de casa. La ñata contra el vidrio.

“Que pierdan los dos”, tituló Olé en la mañana de la final de Brasil-Alemania en Japón 2002. Más o menos parece ser lo que piensan los de aquí, a horas de la final menos pensada y que aún reserva, tal vez,  una mayor pesadilla.

La bala de plata de Messi (Volkskrant)



                                         
                                                Desde Río de Janeiro

¿Qué soñará Lionel Messi, en estas horas previas a la final de su vida? Seguramente quedará en su más estricta intimidad, como casi siempre, aunque seguro que atraviesa una semana rara, de las más extrañas de su carrera.

Es extraño ser el jugador estandarte de una selección con la tradición de la argentina, al que todas las miradas apuntan desde el primer minuto de este Mundial, que llamaba a ser el suyo, que se dijera que por edad, trayectoria, experiencia y por jugarse en Sudamérica, era éste el Mundial en el que tenía que lucir, y efectivamente ha rendido. ¿Pero ha sido el mejor?

La sensación que se tiene es que ha contribuido, que ha hecho todo para el conjunto, que ha hecho un gran esfuerzo (el miércoles llegó a correr para marcar en línea a toda la defensa holandesa en una oportunidad, aunque sólo pudiera molestar y la pelota siguió en poder de los naranjas), que no está desganado y que hasta en alguna oportunidad, ha sido decisivo con goles o asistencias.

Pero no queda tan claro que éste, por ahora y a sólo un partido del final, haya sido “el Mundial de Messi” porque algo le pasa. Hay algo imperceptible, diferente a otros tiempos, con la pelota. Tal vez sea que tras la gran lesión de 2013 su cuerpo y su mente necesiten más tiempo para readaptarse, o que haya perdido, o le cueste recuperar, la “quinta velocidad”.

Pero hoy, aún siendo un jugador desequilibrante, debe compartir el lugar de privilegio en el afecto de los argentinos con su amigo y compañero del Barcelona, Javier Mascherano, al que muchos vieron batirse ante los holandeses cual si fuera una batalla de aquellas épicas de la independencia argentina a principios del siglo XIX.

Por eso, a la mañana siguiente aparecieron los pósters en todo el país con Mascherano con vestimenta de los tiempos de la independencia o con la famosa boina, la pipa y la inscripción “Mas-CHE-rano”. Porque en él y en el arquero Sergio Romero, quien atajó dos de los cuatro penales ejecutados por Holanda, ven aquello que desde hace 24 años se busca: el compromiso, la cercanía con la gente.

Mascherano no podía hablar al terminar el partido contra Holanda. Cada tres palabras, en la zona mixta, su voz se entrecortaba y sus ojos se enrojecían y lo explicó con claridad: “Vengo luchando desde 2003 con la selección y hemos pasado por muchas etapas junto a Messi y a Maxi Rodríguez” (los tres van por su tercer Mundial).

Pero Messi no es como Mascherano. No sale tan fácil a hablar con la prensa aunque eso no significa que no haya llorado. Messi lloró cuando terminó el partido ante Holanda por dos razones: porque siempre soñó con estar en la final de un Mundial y porque sintió que, por una vez, un triunfo o no, no dependía de sí mismo, sino de lo que tal vez hicieran otros, y por una vez fue frágil, o más frágil que otras veces.

Es extraño que en el Mundial que todos pensaban para Messi, éste haya jugado aceptablemente, haya marcado goles, pero no fue lo decisivo, por ahora, que la mayoría esperaba. No fue, por ejemplo, como Diego Maradona en 1986 o Mario Kempes en 1978.


Messi sabe que le queda un partido, nada menos que la final y ante Alemania, para revertir esta situación, para darlo todo. Tiene una bala sola, pero es la bala de plata. ¿Podrá usarla a tiempo?

viernes, 11 de julio de 2014

Jornada presenta un libro de Messi (Jornada)



                                               
                                                    Desde Rio de Janeiro

Sergio Levinsky, enviado especial de Jornada al Mundial de Brasil, entrevistará hoy a las 10,30 al periodista catalán  Guillem Balagué, autor del libro “Messi”, que se presentará en el Fuerte de Leme, frente a la playa de Río de Janeiro.

“Messi” acaba de aparecer en la Argentina luego de su sensacional éxito en España y Gran Bretaña, en la que está nominado a mejor libro deportivo del año, y cuenta con el aval de la familia del crack de la selección argentina.

Balagué es uno de los periodistas especializados en fútbol más respetados de Iberoamérica, especialmente luego de la publicación en 2013 de su libro “Guardiola, la otra forma de ganar”, y es el corresponsal del diario deportivo “As” en Londres, y comentarista de la Liga española en Sky TV de Inglaterra.


Levinsky participó en la edición y producción del libro “Messi”.

miércoles, 9 de julio de 2014

Alemania a la vista, Argentina en la final (Jornada)



                         
                                            Desde Sao Paulo

El llanto de Javier Mascherano y de Lionel Messi acaso explique desde lo emocional mucho de lo que ocurrió en la tarde-noche de ayer en el Arena Corinthians.

La selección argentina sufrió la clasificación a la final del Mundial porque en los ciento veinte minutos empató sin goles ante Holanda y entonces dependió en buena parte de Sergio Romero en los penales, pero desde el inicio de los cuartos de final, es un equipo duro, rocoso, sólido, al que es muy difícil crearle situaciones de gol.

Es un equipo que se fue armando en el correr del Mundial. No es el mismo que cuando viajó a Brasil a disputar el torneo. Aquél, aunque eso pareciera que fue hace dos años o más aún, ofrecía más dudas, era más desequilibrado y la famosa “manta corta” de la que hablaba el brasileño Tim protegía mucho más al ataque y dejaba demasiado desangelada a la defensa, que tenía que lidiar sola, con poca gente colaborando.

El propio entrenador argentino, Alejandro Sabella, repetía hasta días antes de comenzar el Mundial y ya en Brasil, que así eran las cosas, que todos debían colaborar para no sufrir tanto atrás, mientras que el arquero Romero llegaba con polémicas, por su discontinuidad en el Mónaco y porque no convencía a la opinión pública.

Puede decirse que ese equipo fue el de la fase de grupos, pero todo cambió cuando en los octavos de final, no pudo vencer a Suiza hasta el alargue, por un providencial gol de Angel Di María, cuando parecía que ya iban a los penales.

Allí, la “rebelión” de los jugadores para seguir con el 4-3-3 que se manifestó tras el demasiado conservador inicio ante Bosnia, con aquellos cinco defensores, tuvo que ceder. Ya no hubo más chances de justificarlo y Sabella aprovechó la ocasión y leyó bien lo que ocurría, pero con otra virtud aún mayor: tuvo apertura mental.

Sabella, en silencio, optó por hacer los cambios que había que hacer. Determinó el final de un insípido y lento Fernando Gago, que siguió siendo el de Boca Juniors pese al trabajo diferenciado de Ezeiza en la previa, y en su lugar hizo ingresar a un más ordenado y distributivo Lucas Biglia, que constituyó una sólida pareja central con el gran Javier Mascherano, estandarte y líder natural de este equipo.

Y quitó a un jugador “suyo”, como Federico Fernández (fuerte en el juego aéreo pero demasiado limitado por abajo) y en su lugar hizo ingresar al más dúctil Martín Demichelis, que de no estar en la lista, pasó a ingresar entre los probables, luego entre los posibles, luego entre los viajantes y finalmente, entre los titulares inamovibles.

Todo esto redundó en el  arco invicto en los últimos tres partidos, los más importantes y tampoco ayer fue la excepción, porque Holanda fue controlada en todo momento, y si alguien se asomó por el partido y no conocía los antecedentes de Arje Robben y Robbin Van Persie sería difícil convencerlo de que se trata de una de las mejores duplas ofensivas del mundo.

Apenas tuvieron una, en la que Mascherano tuvo que estirarse para quitarle el gol a Robben con la punta del pie y casi se desgarra, pero es demasiado poco para ciento veinte minutos.

Argentina controló siempre el partido, lo cual no significa que haya sido superior con la pelota. Sí consiguió algo fundamental para los dichos de Sabella: fue un equipo equilibrado siempre, aunque con alguna merma ofensiva que habrá que ver si hay tiempo para corregir.

Justamente porque tampoco en ataque es lo que parecía que sería, un equipo demoledor, ahora se encuentra con que retrasándose, genera espacios para contragolpear pero sus ejecutantes no son tan certeros porque salvo Messi, los otros tres titulares inamovibles, Higuaín, Agüero y Di María, sufrieron o padecen lesiones y no están al cien por ciento de sus posibilidades.

Para Higuaín, tanto trecho sin compañía es demasiado para un jugador de cierto porte, Agüero está falto de rodaje, Di María, ausente, y entonces entró a tallar Lavezzi, de muy buen partido hasta que se fundió, mientras que Palacio es un gran delantero, pero siempre tiene algún problema en los partidos importantes y esta vez tuvo un cabezazo a pedir de una semifinal, para definirla, y sin embargo no pudo más que entregarle la pelota al arquero Cillessen.

Tal vez se atrasó demasiado en la cancha el equipo argentino desde el segundo tiempo, y dejó que Holanda dispusiera de la pelota (aunque no llegara), y no deja de ser un buen ensayo para la final, que puede que sea parecida, aunque con mucho más poder de fuego en los alemanes.

Por eso, Argentina también tendrá que ser efectiva en las situaciones de que disponga, si no quiere volver a sufrir y depender de los penales para ser campeona del mundo por tercera vez en su historia.

No podría ser mejor este Mundial hasta aquí: con Brasil eliminado, espera el gran escenario del Maracaná, en Río de Janeiro para una tercera final en 28 años ante Alemania. Es una oportunidad para no desperdiciarla. Argentina está demasiado cerca del cielo.