Un gran periodista, amigo, contó hace años lo que
ocurrió en la fiesta del traspaso de manos empresarias de la revista “El
Gráfico” desde Editorial Atlántida a Torneos y Competencias. Con un videowall
de fondo, en el que se emitían imágenes de la historia del deporte argentino,
Carlos Avila, entonces CEO de TyC, no podía disimular su rostro alegre mientras
que todo lo contrario sucedía con Constancio Vigil, el dueño saliente.
Llegado el momento final de la presentación ante
unos quinientos periodistas, Marcelo Araujo, el maestro de ceremonia, anunció
que quien quisiera hacer alguna pregunta, levantara la mano. Sin embargo, se
hizo un gran silencio, y ante la falta de interesados, se pasó al lunch.
El periodista amigo me dijo como conclusión: “¿Y qué
querés? Los250 que están en la empresa, no se quieren ir, y los 250 que no
están, quieren entrar. Entonces, ¿quién se va a atrever a preguntar?”.
Mucho de eso que ocurrió en aquella fiesta fue
prolegómeno de lo que ocurriría luego, en los años siguientes hasta arribar a
nuestros días. “El Gráfico”, la revista ícono de la literatura deportiva
argentina, la que ayudo a la construcción de la masculinidad argentina durante
el siglo XX, la que fue testigo de las grandes proezas deportivas nacionales,
la que bautizó a cientos de jugadores, la que impulsó el fútbol-pibe, cayó en
las peores garras empresariales posibles, en el símbolo de lo que fue y es el
concepto más rancio de monopolio informativo.
Porque TyC, o Torneos ahora, que soñó siempre con implementar
aquella idea original de Valentín Suárez en los cincuenta y que luego retomó Julio Grondona en los noventa
acerca de que el periodismo tenía que ser subsumido en la “familia” del fútbol
y dejar de ser crítico para pasar a ser un integrante más del show, no
argumenta porque sí, porque los hechos se desencadenaron naturalmente, que el
cierre se deba a cuestiones ligadas a este tiempo de caída de los medios de
papel para entrar en una etapa internética.
Porque el que puede gastarse 112 millones de dólares
en pagar una fianza porque su ex (¿ex?) CEO, Alejandro Burzaco, iba a prisión
en Nueva York por el FIFA-Gate, porque su empresa estuvo comprobadamente ligada
al soborno de dirigentes de la Conmebol para comprar a bajo costo los derechos
de TV de Copas América y Mundiales hasta 2030, nos está diciendo que justo a
poco más de un año de cumplirse el Centenario de una revista sin igual, la más
importante del deporte del continente sudamericano en su historia, no puede
hacerse cargo de un plantel joven (y de muy buen nivel, de reconocidos profesionales).
Como tantas veces, los argumentos son políticos,
pero no en el sentido de lo público, del manejo de la res pública, sino
políticos en el sentido de tomar una decisión sobre qué se privilegia hacer y
qué es lo que se queda debajo de la pila de las prioridades. Y en este caso, la
continuidad de “El Gráfico” quedó muy atrás, muy lejos y en el momento justo
(año mundialista, a punto de cumplir cien años) casi como una reiteración del
discurso capitalista del “yo hago lo que se me da la gana y te desmoralizo de
la forma que puedo para que no oses intentarlo otra vez”.
El argumento de que se trata de un tiempo en el que
se compran menos medios de papel no es que no sea cierto, sino que choca contra
todas aquellas revistas en el mundo que sí funcionan, y ya no sólo mensuales
(como las españolas “Panenka” y “Líbero”, que partiendo de mucho esfuerzo de
los colegas que las realizan, han encontrado un nicho de mercado), sino hasta
semanales o de mayor asiduidad, como “Four Four Two” (Inglaterra), “Kicker”
(Alemania, que sale no una vez sino dos veces por semana), “France Football” y
tantas otras.
Uno de los problemas con los que, creemos, se
encontró “El Gráfico” en esta etapa es la imposibilidad de tocar los resortes
del poder, por el hecho de ser parte integrante de ese poder y de allí el
problema insoluble con el que se encontraría desde el primer día de su existencia
bajo la órbita de TyC (luego Torneos). Y
entonces sí, claro, ante la imposibilidad de hablar de ciertas cosas, sólo
quedaron otras, muy leves, que allí sí chocaron contra esta realidad del papel
y que para hablar de lo que sí se podía hablar (por más calidad que tuvieran
los colegas), chocaba contra los diarios deportivos y la inmediatez de la TV en
mayor medida, y de la radio en menor proporción.
Esto no significa, claro, que en la época de
Editorial Atlántida, la anterior, “El Gráfico” haya sido el adalid de la
libertad y las investigaciones más profundas. Y la falseada carta de Ruud Krol
a su hija durante el Mundial 1978, en la que le comentaba que la Argentina era “tierra
de paz” y que los soldados “disparaban flores por la calle”, que generó un
escándalo desde el embajador holandés que derivó en que al autor de la misma
acabara como corresponsal en el exterior, es acaso una prueba contundente de lo
que se plantea.
Lo que sucedía era que en aquellos años, “El Gráfico”
aún contaba , además de plumas brillantes, con una Argentina deportivamente muy
superior a la actual, con decenas de ídolos peleando por aparecer en cada tapa
semanal, y sin la problemática actual de los cambios culturales y de consumo.
Hemos formado parte de aquella redacción entre 1984
y 1985, cuando la democracia argentina era incipiente tras siete años de
dictadura, y hemos sido testigos de muchos momentos interesantes para relatar
en este blog, como cuando fuimos convocados a un juicio a la revista por un bajo
puntaje que le pusimos a un arquero en el torneo de Primera B, en el que el
abogado de la acusación jugó su baza en nuestra imposibilidad de ver bien la
jugada.
También de algunos temas ligados al Mundial 1978 por
algunas casualidades de la vida, y no nos arrepentimos de habernos ido aquel
día que llegamos a buscar una acreditación para el fin de semana y nos
propusieron quedarnos a ayudar en el cierre de un número especial, a cargo del
gran colega Jorge Barraza, y pasadas unas horas, explicamos que nos teníamos
que retirar por un examen en la Facultad.
“Esto es El Gráfico y entonces no puede haber dudas.
Es o El Gráfico o la Facultad”. Dijimos que lo teníamos claro ante la presencia
inquisidora del gran Osvaldo Ricardo Orcasitas el ya fallecido ORO). Entonces,
se nos dijo “OK, a trabajar” pero nuestra aclaración fue “La Facultad”. Tras
unos segundos de silencio, nuestro interlocutor se dio media vuelta y se
retiró, pero ya no figuramos ante los acreditados para los partidos siguientes
y tras un tiempo de espera, nos fuimos en un acuerdo de caballeros con la
editorial.
Años más tarde, nos reivindicamos aceptando ceder a
la revista, desde otra que dirigíamos (“Orsai, una posición adelantada”, mucho
antes que otras publicaciones y programas que se llamaron igual), un puesto
para fotógrafo para acreditarse para el Mundial de Italia en 1990, con
gestiones hechas por el propio ORO.
Es probable que los fríos empresarios de Torneos,
los que decidieron el cierre de “El Gráfico” no se hayan puesto a reflexionar
sobre lo que significa ese archivo fotográfico, que por muchos años no sólo
sirvió para acabar con cualquier discusión sobre si fue penal, córner, fuera de
juego o si la pelota entró al arco, sino que esos profesionales eran
referencias hasta en los reklatos radiales (“la pelota se fue desviada y pegó
en Ricardo Alfieri”, decía José María Muñoz, en Radio Rivadavia).
Tampoco, en lo que significaba salir en la tapa de “El
Gráfico”. Era, en ese entonces, la consagración para cualquier deportista. No
se era estrella sin estar en esa tapa, y era muy complicado llegar a esa
instancia.
“El Gráfico” fue mucho más que la cara del deporte,
como decía el jingle que nos decía que “el martes es el día del deporte porque
en cada rincón de la Argentina, El
Gráfico en el kiosco de la esquina, se juega su verdad”. Fue el imaginario y la
ilusión de tanto purrete por ser el crack del mañana, de otros por seguir a su
equipo o deportista preferido, y con algunas plumas inolvidables (Panzeri,
Ardizzone, Borocotó, Frascara, Vega Onesime, Cherquis Bialo –Robinson-) y de
tantos que cada semana y luego mes, la coleccionaban con devoción.
Es cierto que los tiempos cambian, pero no nos
vengan con esta vana excusa para un
cierre en el momento menos indicado. La decisión pasa por otros carriles, de
los que unos pocos se sirvieron para cortar la ilusión de tantos.
Nos queda la memoria porque es inútil, ellos
nunca nos la arrancarán. “El Gráfico” seguirá de mano en mano, números de tiempos
distintos, circulando mientras haya un pibe con ilusión y gente
que peina canas con ganas de recordar.
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