Todo estaba
preparado en Heysel, el estadio belga de Bruselas, para otra fiesta del fútbol
europeo y mundial: Liverpool y Juventus iban a enfrentarse por la final de la
Copa de Campeones de Europa (hoy Liga de Campeones), cuando una hora antes de
iniciarse el partido, los hooligans ingleses comenzaron a atacar a los tifosi
italianos, que quedaron apretujados contra las vallas y el muro en el final de
las gradas en su tribuna, tratando de escapar, con un luctuoso saldo de 39
muertos (32 de ellos, italianos).
Esa tragedia,
ocurrida el 29 de mayo de 1985, marcaría, para gran parte del fútbol del mundo,
un antes y un después. Los equipos ingleses serían descalificados por años para
participar de competencias europeas, pero las autoridades decidieron, por fin,
no quedarse sólo con las sanciones y por una vez en la vida, apostaron a la
investigación social para tratar de averiguar qué sucedía, por lo que acordaron
con la Universidad belga de Lovaina, y algunos de los resultados fueron
sorprendentes.
En esa final, en
la que la victoria de la Juventus sobre el Liverpool (con gol de Michel
Platini) fue sólo anecdótica, se llegaron a contar 600 heridos de gravedad, al
borde de la asfixia, que fue la principal causa de los 39 fallecimientos.
Se trataba, a
priori, de un gran acontecimiento deportivo porque esa final lo tenía todo: dos
clubes de renombre como Liverpool y Juventus, y grandes cracks como Michel
Platini, el polaco Zbigniew Boniek, el danés Michael Laudrup o los italianos
Paolo Rossi, Gaetano Scirea y Antonio Cabrini para los blanquinegros, así como
Kenny Dalglish (una gloria “red”) o el temible goleador Ian Rush para los
ingleses, que iban por el doblete consecutivo en Europa, y que habían caído en
Japón, ante Independiente, por la Copa Intercontinental en diciembre de 1984. A
fines de 1985, la “Vecchia Signora” le ganaría a Argentinos Juniors una
memorable final intercontinental en Tokio, por la vía de los penales.
La cuestión es
que tratando de escapar del acoso de hooligans en estado de ebriedad y con
palos, no sólo generaron que muchos hinchas italianos saltaran al césped, sino
que enardecieron a otros desde distintos sectores de la cancha que también
ingresaron al campo de juego, munidos de lo que podían encontrar para
enfrentarse, hasta que las fuerzas del orden fueron apaciguando una situación
completamente irregular.
Sin embargo,
hubo otro problema adicional: se determinó el cierre de los accesos a las
tribunas para evitar que ingresaran más agentes, por lo cual éstas acabaron
siendo jaulas en las que muchos, desesperados, quedaron atrapados y el
resultado no pudo ser peor y la TV se encontró con imágenes que jamás había
previsto, con cadáveres tendidos en el césped y que recorrieron el mundo.-
Parecía
imposible que se jugara en esas condiciones y el acuerdo entre los clubes y los
futbolistas era muy claro: se negaban a jugar pero todos entendieron que la
situación se complicaría más aún de no hacerlo, con tanta gente enardecida que
había viajado muchos kilómetros para asistir a la final, que, entonces, comenzó
una hora y media después del horario convenido.
Tras esa
tragedia, los clubes ingleses fueron condenados por la UEFA a no disputar por
cinco años las competencias europeas, y el Liverpool, a diez (aunque luego la
sanción quedó fija en seis), aunque la violencia no paró en Inglaterra y apenas
cuatro años más tarde, el fútbol de ese país estremeció otra vez a la sociedad
con otro hecho terrible, la masacre de Hillsborrough, con 96 muertos y 766
heridos en 1989, en el contexto del enfrentamiento entre Nottingham Forest y el
Liverpool, a partido único, por la semifinal de la Copa, en el estadio de
Sheffield Wednesday, y que dio lugar al llamado “Informe Taylor”, en 1990, por
el cual, el juez Taylor hizo caso al informe que recibió y llegó a la
conclusión de que la historia que justificaba la violencia, acerca de la
supuesta embriaguez de los hinchas del Liverpool eran falsas y que la
Federación Inglesa (FA) no verificó la validez del certificado de seguridad del
estadio sede de aquel partido, y consideró que el accionar de la Policía fue
“la causa fundamental” del desastre.
Ese informe de
174 páginas terminaba con algunas recomendaciones que coincidirían con lo
investigado por la Universidad Lovaina tras los trágicos episodios de Heysel:
1) Todos los espectadores deben estar sentados, 2) Remodelación de estadios sin
rejas entre tribunas para evitar asfixias, 3) los clubes deben ser responsables
de la seguridad y de la recepción de los aficionados, por lo cual deben contar
con personal de orientación (stewards), 4) establecimiento de una unidad de
coordinación para comunicaciones e informaciones referidas a los hooligans, e
instalación de cámaras de vigilancia en circuitos cerrados, 5) Debe haber un
registro nacional del perfil del aficionado, 6) establecer una coordinación de
los servicios de asistencia médica y de emergencia, 7) Generar un marco de
sanciones para todo tipo de agresión u ofensa en espectáculos deportivos.
La tragedia de
Heysel, entonces, fue un antes y un después para la violencia en el fútbol
europeo. Por lo pronto, significó el final de una era futbolística porque
impedidos de jugar por sanción, los clubes ingleses perdieron aquella
preponderancia que venía de los finales de los años Setenta cundo desde 1978
ganaron seis de las siete Copas de Campeones hasta 1984, y el hooliganismo fue
aprovechado por el thatcherismo neoliberal en el gobierno británico entre 1979
y 1990 para cambiar muchas de las reglas de asistencia a los estadios, y el
fútbol pasó a ser un espectáculo de clase media, elevando demasiado el precio
de entradas y abonos anuales a plateas hasta convertirlo en un show de élite,
especialmente desde el inicio de la Premier League en 1992.
Pero lejos de
allí, del otro lado del Océano Atlántico, el fútbol argentino no parece haber
aprendido la lección, sin investigar el fenómeno de la violencia en los
estadios ni desde los organismos estatales ni demasiado seriamente desde las
universidades y mucho menos la AFA, al punto de que como en tantos otros
órdenes fue una ONG, Salvemos Al Fútbol, conducida por el ex juez Mariano
Bergés, la que lleva la delantera en todos los datos estadísticos y en las
principales denuncias de los casos.
Por otra parte,
no se suele hacer demasiado distingo entre “hooliganismo” y “barrabravismo”,
como si todo fuera lo mismo, cuando hay notables diferencias entre unos y
otros. Por empezar, los ingleses se caracterizan por ser violentos “par time”,
y los argentinos, “full time”, es decir que hasta pueden ser contratados, en
sus momentos “ociosos” por dirigencias de otros clubes, o ligadas a la política
o hasta de las agrupaciones universitarias, con el propósito de pintadas en
paredes callejeras, represión en manifestaciones, o hasta delitos que cuentan
con la vista gorda de supuestas fuerzas del orden público.
En una
oportunidad, a principios de este siglo, funcionarios argentinos de seguridad
pagaron la visita a Buenos Aires de un investigador inglés con la supuesta
voluntad de tratar de solucionar, por fin, el problema de la violencia en el
fútbol argentino. A los pocos días de estadía, el británico fue crudo y sostuvo
que no podía hacer nada. Les explicó que era imposible pensar en un cambio de
situación cuando no encontraba el principal motivo para trabajar: voluntad
real. Y se marchó con las manos vacías, con escepticismo total.
La ONG “Salvemos
Al Fútbol” detalla que en el fútbol argentino hay contabilizadas hasta el
momento 334 víctimas fatales (http://salvemosalfutbol.org/lista-de-victimas-de-incidentes-de-violencia-en-el-futbol/),
de las cuales 232 lo
fueron desde que Julio Grondona asumiera como presidente de la AFA en 1979.
También la ONG sostiene en sus últimos informes, con
lo que coincidimos, que en los últimos años apareció en la Argentina un nuevo
fenómeno, la llamada “Violencia intra-barras” que suplantó en gran medida a la
“Violencia Inter-Barras”, es decir, hechos de violencia ocurridos en el seno de
una misma barra brava de un equipo, a partir de distintas facciones que pelean
por el botín de los distintos negocios del fútbol (droga, reventa de entradas,
viajes con el equipo y a los torneos internacionales con la selección
argentina, estacionamiento con trapitos, etc). Pese a este fenómeno, siguen sin
estar permitidos, en muchos casos y desde 2013, el ingreso de los hinchas
visitantes a los estadios, o en la mayoría de ellos se constituyeron “pulmones”
entre las tribunas, que es lo mismo que tratar de tapar el cielo con un
pañuelo.
Y cuando por fin apareció algún dirigente valiente
que enfrentó a los violentos, como el ex presidente de Independiente, Javier
Cantero, no tuvo el apoyo que necesitaba y más bien al contrario, el propio
sistema lo fue separando, avergonzado por quedar señalado ante su inacción,
sino complicidad.
Ya se lo resume muy bien el líder de la barra brava
de Boca, “Rafa” Di Zeo, al asombrado periodista de Canal Plus de España, Jon
Sistiaga, enviado a la Argentina para un documental sobre la violencia en el
fútbol (https://www.youtube.com/watch?v=VXg4_7eR2_c&t=16s),
cuando marca el
teléfono de un conocido fiscal, que estaba a cargo de la seguridad del club, y
que había sido invitado a su casamiento: “Es que tener poder, es tener el
teléfono de los que tienen poder”.
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