Suele suceder
casi siempre en los partidos de la fase de grupos, o en instancias posteriores
cuando las selecciones juveniles argentinas juegan por torneos sudamericanos o
mundiales desde hace décadas. Los distintos directores técnicos de turno salen
con un esquema táctico con muchas complejidades, con pizarrones o con ideas
demasiado enrevesadas que suelen dejar afuera, con excusas varias, a los
mejores jugadores, y luego, ante la imposibilidad de ponerse en ventaja o ante
la desesperación de la desventaja, cuando todo se viene abajo y el tiempo
apremia, apelan al “todo por el todo” haciendo ingresar a quienes claramente
eran los mejores para esa ocasión, y toda gente con vocación ofensiva.
En otras
palabras más sencillas, cuando las papas queman, los DT (distintos entre ellos
pero con pánico a perder y manchar sus nombres, casi siempre) apelan al fútbol
simple, ofensivo, con los mejores exponentes y se acaban los versos tácticos
porque, en el fondo, terminan reconociendo que el fútbol es un deporte sencillo
al que el negocio fue complicando para involucrar cada vez a más actores y
porque el continente que tiene todo el peso económico (algo que podría cambiar
en los próximos años), Europa, fue imponiendo sus condiciones al resto y
entonces todos responden al mismo canon.
La selección
argentina puede ganar o perder. El resultado (más allá de que creemos que
jugando así tiene más chances de caer derrotada que de vencer) no es lo que
importa en este análisis, sino cómo se llega a esta definición.
Y el problema
mayor es haber perdido la matriz, como tantas veces, en esta década, se ha
insistido desde estos artículos de este blog. El fútbol argentino lleva no
menos de tres décadas inserto en un esquema de negocios que le hizo perder
paulatinamente su poderío, el respeto internacional casi reverencial que tuvo
en el pasado, porque el sistema económico impone ciertas reglas que al
cumplirlas, le hizo perder identidad hasta caer en un pozo oscuro del que no
puede salir.
No se trata,
como se lee en análisis demasiado superficiales y facilistas, de la pérdida de
valores individuales porque jugadores siguen saliendo, y la prueba está en que
pase lo que pase en este Sudamericano Sub-20 de Chile, la mayoría de los chicos
argentinos emigrará a los clubes europeos de primer nivel. El problema es que el fútbol argentino dejó
de fabricar jugadores en puestos claves de la cancha, por la sencilla razón de
que los que compran, los que pagan por esos fichajes, pretenden jugadores que
ocupen determinadas posiciones y no otras, que ya no usan, lo cual no significa
que no sirvan, sino que ellos (los que pagan, los que “mandan”) determinan que
ya no sirven, que no les son útiles.
¿Por qué el
fútbol argentino, que generó tanto respeto, que tiene tantos admiradores por lo
que fue en un pasado no tan lejano, decidió con tanta liviandad dejar de
producir aquellos elegantes números diez, los wines, los nueves con juego desde
atrás, los ocho que llegaban al gol (y no los tristes carrileros o volantes
mixtos de hoy), los marcadores centrales que levantaban la cabeza y salían
jugando, los arqueros embolsadores de pelotas que sacaban con precisión desde
los pies y las manos?
Porque no hubo
rebeldía para resistir los embates del poder económico y hasta se llegó al
sincericidio de regresar a los torneos de agosto a mayo “para poder venderles”
a los europeos, como dijo hace meses el presidente de Boca Juniors, Daniel
Angelici, de enorme influencia en la AFA.
Entonces, aunque
se quiera vestir a la mona de seda….imposible, mona queda. El fútbol argentino puede
llegar a ganar algún torneo aislado alguna vez, pero mientras se siga alejando
de sus fuentes, de su juego tradicional, mientras siga perdiendo identidad, más
difícil será.
Mientras el
periodismo siga insistiendo en la “falta de trabajo” para justificar los muy
malos partidos y la falta de ideas como parte de un sistema que sólo trae
perjuicios, en vez de hablar de “falta de proyectos”, todo seguirá igual o
peor.
Un hecho más
para puntualizar sobre el torneo sub-20 de Chile y que no sólo refiere a la
selección argentina: muchos chicos de menos de veinte años ya fueron
transferidos a clubes europeos. Hasta hace pocos años, era tradicional que
muchos agentes se sentaran en los palcos para estudiar a qué estrellas
representar para llevarlas a Europa. Hoy, eso ocurre como máximo en los sub-17
porque a los 19, ya muchos emigraron.
Una vez más, la lógica económica: para
gastar menos, los europeos se los llevan cuando aún no tienen un alto valor,
cuando aún no están maduros, y los meten dentro de su sistema “táctico y
disciplinario” a partir de la técnica sudamericana. Una vez más, lógica
económica pura.
El problema es
la matriz. Mientras se siga hablando de “línea de 3”, de carrileros,
interiores, volantes por derecha e izquierda, y no se respeten las tradiciones
que llevaron al fútbol argentino a lo más alto en el respeto internacional, el
verso será en vano.
Y los DT,
desesperados, luego de desgañitarse por horas dando indicaciones tácticas a
chicos muy jóvenes, echarán toda la carne en el asador con siete delanteros
cuando vayan perdiendo. ¿Qué hubiese pasado si todo eso se hacía de entrada,
con posiciones fijas, y por muchos años?
El problema es
la matriz, no hay vuelta que darle, aunque nos la quieran seguir complicando.