jueves, 3 de enero de 2019

¿Será Gustavo Alfaro el Toto Lorenzo de este tiempo?


En diciembre de 1975, el presidente de Boca Juniors, Alberto J. Armando, se encontraba en una particular disyuntiva. River Plate, el acérrimo rival de siempre, había conseguido, por fin, ganar un campeonato tras dieciocho años de sequía, y no sólo eso: había logrado el bicampeonato (Metropolitano y Nacional) de la mano de un DT de mucha historia en el club, que agrandaba su condición de ídolo, Ángel Amadeo Labruna.

Los hinchas de River cantaban en cada una de las canchas a las que visitaban “Y vamos, vamos, vamos River, vamos vamos a ganar, que este año no paramos, hasta ser campeón mundial” y como solía ocurrir con el buen ojo de los hinchas de aquella época, no estaban muy errados. Ese equipo tenía proyección internacional y de hecho, en 1976 llegaría a la final de la Copa Libertadores tras dejar en el camino a Independiente en una dramática definición en semifinales después de que los rojos ganaran cuatro Copas consecutivas entre 1972 y 1975.

River sólo perdería la final ante Cruzeiro en un tercer partido en Santiago de Chile, y con su equipo diezmado por lesiones y expulsiones.

Boca, en cambio, venía de años para nada malos en cuanto al juego, pero sin conseguir títulos. Con su director técnico de entonces, el ex arquero internacional Rogelio Domínguez, practicaba un fútbol por momentos excelso (llegó a marcar 18 goles seguidos en tres partidos) pero cuando se acercaban las definiciones, siempre quedaba cerca de la conquista.

Así fue que Armando llegó a la conclusión, luego de un año en el que Boca se había llegado a colocar a apenas tres puntos de River a poco del final pero nuevamente sucumbió ante los de Labruna, de que había que provocar un movimiento importante, y que pese a que muchos jugadores del plantel poseían una técnica notable, había que cambiar, que barajar y dar de nuevo.

Boca, analizó, necesitaba un revulsivo, un cambio profundo. Y decidió ir por una gran apuesta. Contrató, para 1976, a un director técnico meticuloso, de gran personalidad, al punto de poder absorber solo casi toda la presión, y que ya había ganado títulos, especialmente un bicampeonato con San Lorenzo de Almagro en 1972 y con experiencia europea (Lazio, Mallorca, Atlético Madrid).


Así es que Armando prefirió terminar con el contrato de Domínguez e ir a buscar a Juan Carlos “Toto” Lorenzo, quien había conseguido realizar una gran campaña con el recién ascendido Unión de Santa Fe, y quien sugirió varios nombres de ese equipo para ser contratados,  entre ellos el arquero Hugo Orlando Gatti y el delantero Eber Mastrángelo, aunque sumó a otros jugadores veteranos como Rubén Suñé (que regresaba al club como volante luego de haberse ido como marcador de punta), Carlos Veglio, Francisco Sá y Jorge Ribolzi.


Incluso, Lorenzo tomó medidas muy discutidas en su momento, como la salida de un jugador talentoso como Osvaldo Potente y le fue quitando lugar a otro valor surgido del club, el volante central Marcelo Trobbiani, para colocar a “su” gente.

Lorenzo fue discutido también por buena parte de la prensa porque se lo comenzó a contraponer a César Luis Menotti, el entonces joven entrenador de la selección nacional que se preparaba para el Mundial 1978,al punto de que luego, cuando Boca ya había conseguido varios títulos, apenas Alberto Tarantini formó parte del equipo nacional y ya en condición de libre.

Se criticaba a Lorenzo, en aquellos años setenta, porque se lo consideraba un director técnico “defensivo” en un Boca que jugaba con un claro 4-3-3, con dos punteros y un nueve retrasado, un ocho como Jorge Benítez, que era de equilibrio, y ya desde el Nacional, un creativo como Mario Zanabria.

Y pese a un comienzo dubitativo, y apoyado en un torneo Metropolitano diseñado en dos grupos de once equipos de los primeros seis se clasificaban a una fase final y recién allí se definía al campeón, Lorenzo entendió que eso le daba tiempo para organizar bien al equipo para ir con todo en los últimos metros, y aún siendo Huracán el que mejor jugó, Boca acabó llevándose el Metropolitano y luego, el Nacional venciendo a River en lo que hasta 2018 fue la única final oficial que jugaron en la historia.

Luego, Boca se proyectaría a la Copa Libertadores (superando incluso a River en la fase de grupos) y la ganaría por primera vez ante Cruzeiro, el mismo rival que un año antes había vencido a River, repetiría la Copa en 1978 y llegaría a la final de 1979, y hasta obtendría la Copa Intercontinental en 1978 ante el Borussia Möchengladbach (en 1977 no se disputó).

¿Cómo es que Lorenzo consiguió no sólo alcanzar los muy complicados objetivos de ganar el mismo bicampeonato que River había conseguido un año antes e incluso lo pudo superar en su proyección internacional? A partir de un total y absoluto convencimiento, y también, rompiendo con esquemas preestablecidos, y cambiando una importante cantidad de jugadores que psicológicamente no respondían al perfil de la historia de Boca aunque técnicamente fueran, a veces, más dotados que los que vinieron.

Se trataba de un cambio de paradigma, al punto de que la llegada posterior de otro jugador, Carlos Salinas, se produjo luego de que éste tuviera un duro encontronazo fuera de la cancha, luego de un partido entre Chacarita (su equipo) y Boca, con Suñé. “El Chapa” se fue de allí directamente al domicilio de Armando para decirle “tengo un jugador para Boca”, es decir, ya había desarrollado una idea (luego discutible) de lo que se buscaba para el club, respetando cierta idiosincrasia.

El Boca de 2019 se parece a aquel de enero de 1976. La situación no es la misma y hasta en cierto modo, podría decirse que la actual es superior, porque si bien viene de perder una dura final de Copa Libertadores ante River, es el actual bicampeón argentino y quedó a un solo escalón de ganarlo todo.

Pero las sucesivas derrotas ante River, y los títulos que este club viene obteniendo en el panorama internacional hacen de este tiempo un cierto parecido a lo que ocurría con Labruna aunque en el plano local. 

River había ganado títulos que Boca pretendía y siempre se encontraba a pasos de conseguir, hasta que un DT cambió los esquemas, fue un revulsivo y se animó a lanzarse a un paradigma nuevo.

¿Es Alfaro un posible Lorenzo de este tiempo? Todo indica que lo puede ser. Tiene las condiciones y las posibilidades de fichajes para conseguirlo, y acaso una base más sólida que la de 1976.


La conferencia de prensa de su presentación fue, acaso, un primer esbozo de que puede bancarse solo la presión y que está dispuesto a plantarse ante el desafío, aceptando, por ejemplo, que fue traído especialmente para ganar la Copa Libertadores y habló de “éxitos” y de “ganar”, sin miramientos.

Es que, en verdad, Alfaro tiene cuatro grandes desafíos en Boca: 1) Ganar la Copa Libertadores, 2) Ganar el tricampeonato local (algo que Boca nunca pudo lograr en el profesionalismo), 3) Terminar con la racha ganadora de River, 4) Llegar a la final del Mundial de Clubes y ganarlo.

Suena a mucho, pero es Boca y como dijo Alfaro, la exigencia es máxima. ¿Podrá? En todo caso, esta situación tiene muchos parecidos a la de 43 años atrás.

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