En diciembre de
1975, el presidente de Boca Juniors, Alberto J. Armando, se encontraba en una
particular disyuntiva. River Plate, el acérrimo rival de siempre, había
conseguido, por fin, ganar un campeonato tras dieciocho años de sequía, y no
sólo eso: había logrado el bicampeonato (Metropolitano y Nacional) de la mano
de un DT de mucha historia en el club, que agrandaba su condición de ídolo,
Ángel Amadeo Labruna.
Los hinchas de
River cantaban en cada una de las canchas a las que visitaban “Y vamos, vamos,
vamos River, vamos vamos a ganar, que este año no paramos, hasta ser campeón
mundial” y como solía ocurrir con el buen ojo de los hinchas de aquella época,
no estaban muy errados. Ese equipo tenía proyección internacional y de hecho,
en 1976 llegaría a la final de la Copa Libertadores tras dejar en el camino a
Independiente en una dramática definición en semifinales después de que los
rojos ganaran cuatro Copas consecutivas entre 1972 y 1975.
River sólo
perdería la final ante Cruzeiro en un tercer partido en Santiago de Chile, y
con su equipo diezmado por lesiones y expulsiones.
Boca, en cambio,
venía de años para nada malos en cuanto al juego, pero sin conseguir títulos.
Con su director técnico de entonces, el ex arquero internacional Rogelio Domínguez,
practicaba un fútbol por momentos excelso (llegó a marcar 18 goles seguidos en
tres partidos) pero cuando se acercaban las definiciones, siempre quedaba cerca
de la conquista.
Así fue que
Armando llegó a la conclusión, luego de un año en el que Boca se había llegado
a colocar a apenas tres puntos de River a poco del final pero nuevamente
sucumbió ante los de Labruna, de que había que provocar un movimiento
importante, y que pese a que muchos jugadores del plantel poseían una técnica
notable, había que cambiar, que barajar y dar de nuevo.
Boca, analizó,
necesitaba un revulsivo, un cambio profundo. Y decidió ir por una gran apuesta.
Contrató, para 1976, a un director técnico meticuloso, de gran personalidad, al
punto de poder absorber solo casi toda la presión, y que ya había ganado
títulos, especialmente un bicampeonato con San Lorenzo de Almagro en 1972 y con
experiencia europea (Lazio, Mallorca, Atlético Madrid).
Así es que
Armando prefirió terminar con el contrato de Domínguez e ir a buscar a Juan Carlos
“Toto” Lorenzo, quien había conseguido realizar una gran campaña con el recién
ascendido Unión de Santa Fe, y quien sugirió varios nombres de ese equipo para
ser contratados, entre ellos el arquero
Hugo Orlando Gatti y el delantero Eber Mastrángelo, aunque sumó a otros
jugadores veteranos como Rubén Suñé (que regresaba al club como volante luego
de haberse ido como marcador de punta), Carlos Veglio, Francisco Sá y Jorge Ribolzi.
Incluso, Lorenzo
tomó medidas muy discutidas en su momento, como la salida de un jugador
talentoso como Osvaldo Potente y le fue quitando lugar a otro valor surgido del
club, el volante central Marcelo Trobbiani, para colocar a “su” gente.
Lorenzo fue
discutido también por buena parte de la prensa porque se lo comenzó a
contraponer a César Luis Menotti, el entonces joven entrenador de la selección
nacional que se preparaba para el Mundial 1978,al punto de que luego, cuando Boca
ya había conseguido varios títulos, apenas Alberto Tarantini formó parte del
equipo nacional y ya en condición de libre.
Se criticaba a
Lorenzo, en aquellos años setenta, porque se lo consideraba un director técnico
“defensivo” en un Boca que jugaba con un claro 4-3-3, con dos punteros y un
nueve retrasado, un ocho como Jorge Benítez, que era de equilibrio, y ya desde
el Nacional, un creativo como Mario Zanabria.
Y pese a un
comienzo dubitativo, y apoyado en un torneo Metropolitano diseñado en dos
grupos de once equipos de los primeros seis se clasificaban a una fase final y
recién allí se definía al campeón, Lorenzo entendió que eso le daba tiempo para
organizar bien al equipo para ir con todo en los últimos metros, y aún siendo
Huracán el que mejor jugó, Boca acabó llevándose el Metropolitano y luego, el
Nacional venciendo a River en lo que hasta 2018 fue la única final oficial que
jugaron en la historia.
Luego, Boca se
proyectaría a la Copa Libertadores (superando incluso a River en la fase de
grupos) y la ganaría por primera vez ante Cruzeiro, el mismo rival que un año
antes había vencido a River, repetiría la Copa en 1978 y llegaría a la final de
1979, y hasta obtendría la Copa Intercontinental en 1978 ante el Borussia
Möchengladbach (en 1977 no se disputó).
¿Cómo es que
Lorenzo consiguió no sólo alcanzar los muy complicados objetivos de ganar el
mismo bicampeonato que River había conseguido un año antes e incluso lo pudo
superar en su proyección internacional? A partir de un total y absoluto
convencimiento, y también, rompiendo con esquemas preestablecidos, y cambiando
una importante cantidad de jugadores que psicológicamente no respondían al perfil
de la historia de Boca aunque técnicamente fueran, a veces, más dotados que los
que vinieron.
Se trataba de un
cambio de paradigma, al punto de que la llegada posterior de otro jugador,
Carlos Salinas, se produjo luego de que éste tuviera un duro encontronazo fuera
de la cancha, luego de un partido entre Chacarita (su equipo) y Boca, con Suñé.
“El Chapa” se fue de allí directamente al domicilio de Armando para decirle “tengo
un jugador para Boca”, es decir, ya había desarrollado una idea (luego discutible)
de lo que se buscaba para el club, respetando cierta idiosincrasia.
El Boca de 2019
se parece a aquel de enero de 1976. La situación no es la misma y hasta en
cierto modo, podría decirse que la actual es superior, porque si bien viene de
perder una dura final de Copa Libertadores ante River, es el actual bicampeón
argentino y quedó a un solo escalón de ganarlo todo.
Pero las
sucesivas derrotas ante River, y los títulos que este club viene obteniendo en
el panorama internacional hacen de este tiempo un cierto parecido a lo que
ocurría con Labruna aunque en el plano local.
River había
ganado títulos que Boca pretendía y siempre se encontraba a pasos de conseguir,
hasta que un DT cambió los esquemas, fue un revulsivo y se animó a lanzarse a
un paradigma nuevo.
¿Es Alfaro un
posible Lorenzo de este tiempo? Todo indica que lo puede ser. Tiene las
condiciones y las posibilidades de fichajes para conseguirlo, y acaso una base
más sólida que la de 1976.
La conferencia
de prensa de su presentación fue, acaso, un primer esbozo de que puede bancarse
solo la presión y que está dispuesto a plantarse ante el desafío, aceptando,
por ejemplo, que fue traído especialmente para ganar la Copa Libertadores y
habló de “éxitos” y de “ganar”, sin miramientos.
Es que, en
verdad, Alfaro tiene cuatro grandes desafíos en Boca: 1) Ganar la Copa
Libertadores, 2) Ganar el tricampeonato local (algo que Boca nunca pudo lograr
en el profesionalismo), 3) Terminar con la racha ganadora de River, 4) Llegar a
la final del Mundial de Clubes y ganarlo.
Suena a mucho,
pero es Boca y como dijo Alfaro, la exigencia es máxima. ¿Podrá? En todo caso,
esta situación tiene muchos parecidos a la de 43 años atrás.
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