Con 63 años recién cumplidos, Omar Raúl Labruna,
además de asumir recientemente como entrenador de Nueva Chicago, con el
propósito de evitar el descenso a Primera B –ahora, con trabajo interrumpido
por la pandemia del coronavirus-, es nada menos que el hijo de Ángel Amadeo,
símbolo absoluto de la historia de River Plate, y a quien tuvo como director
técnico durante el gran ciclo de los “millonarios” entre 1976 y 1981.
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¿Cómo
va llevando esta cuarentena?
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Estoy
todo el día en mi casa y disfruto de lo que puedo, en una situación nueva. Limpio habitaciones, baldeo el balcón, estoy
hecho un amo de casa (risas). Tengo a dos de mis cuatro hijos conmigo. Los
otros dos ya son independientes y cada uno está en su casa. La señora que viene
a limpiar se ofreció a venir desde Pilar a Olivos, donde estoy, con un permiso,
pero le dije que se quedara en su casa. Es lo mejor para todos.
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Acaba
de asumir como director técnico de Nueva Chicago, cuando quedan muy pocos
partidos para terminar la temporada en el Nacional B y el equipo está en una
situación muy comprometida, aunque ahora todo se interrumpió por la pandemia
del coronavirus…
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Sí,
asumí en Nueva Chicago, que atraviesa una situación delicada, pero es un club
por el que tengo un gran cariño, porque allí logramos el ascenso desde Primera
B al Nacional B en 2015 y vine a darle una mano. Ya sacamos un empate como
visitantes ante Ferro y soy optimista pero no pude volver a ver a los muchachos
del plantel y lo que podemos hacer son trabajos de mantenimiento con el
preparador físico, pero por supuesto que nada es lo mismo.
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¿Y
cómo se maneja una situación como ésta con el plantel?
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Cuando
dejamos de entrenar, apelé al profesionalismo de cada uno, a que se cuiden, a
no subir de peso. Pero después, está en cada jugador y sobre todo, en la toma
de consciencia de lo que se están jugando.
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Más
allá de lo que usted es en el medio, con su propia carrera de futbolista y de director
técnico, lleva un apellido ilustre, como futbolista (uno de los dos máximos
goleadores de la historia del fútbol argentino, además de crack) y como
entrenador, como es Labruna. ¿Qué cosas pudo tomar de él para ejercer en esta
profesión?
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El
mejor espejo que pude tener es el de mi padre, a quien tuve como entrenador en
River nada menos que entre 1976 y 1981, cuando se ganaron cuatro títulos (y dos
más en 1975). Él era un gran formador. Tenía un muy buen ojo para elegir
jugadores, pero además, era un gran psicólogo para tener contento a todo el
plantel, cosa nada fácil. Tomé cosas de él pero igualar lo que él hizo, es muy
difícil, pero es cuestión de mentalizarse y seguir creciendo y uno trata de
impulsar el buen fútbol, ofensivo pero a la vez, equilibrado. Como ayudante de
Ramón Díaz, en los Noventa, ganamos así siete títulos.
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Mencionó
a Ramón Díaz, a quien tuvo de compañero como jugador y director técnico. ¿Puede
decirse que de todos los DT es el más parecido a su padre?
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Sí,
creo que es lo más parecido. Yo, además, lo tuve como compañero de habitación.
Él es un muy buen motivador, un tipo práctico, que transmite cosas sencillas a
los jugadores y que los hace sentirse ganadores. En los Noventa, los dos
asumimos jóvenes en aquel plantel que ganó tantas cosas. Yo tenía 37 años y él,
35. Él hizo una gran experiencia jugando muchos años en la selección argentina
y en Europa y tomó cosas de (César) Menotti, (Arrigo) Sacchi, o (Giovanni)
Trappatoni, y además, a la hora de las declaraciones es pícaro con sus jueguitos,
o haciendo chicanas, como lo que en aquel momento hacía cuando Mauricio Macri
era presidente de Boca, aunque siempre con respeto.
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Tanto
su padre como Ramón, cada uno en su época de DT, hicieron cambios tácticos
fundamentales, como en los Setenta, colocar a Emilio Commisso como cuatro
volante por Oscar Ortiz, o en los Noventa, el ingreso de Juan Pablo Sorín como
volante en la Copa Libertadores.
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Así
es. En los Setenta, se jugaba 4-3-3 pero Merlo se volvía loco en el medio para
marcar solo, y en un partido ante Independiente, sabiendo que estaría enfrente
Ricardo Bochini, mi papá decidió jugar con un cuarto volante “ventilador” para
ayudar en la contención y así liberar a J.J. López y a Alonso. Fue para
equilibrar porque a mi papá siempre le interesó el fútbol ofensivo. No fue un
cambio defensivo sino de equilibrio. En los Noventa, nosotros hicimos eso de
colocar a Sorín por delante de Diego Placente en los partidos de visitantes en
el exterior pero de local jugábamos distinto.
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¿En
qué nota más el cambio en el fútbol desde aquellos años Setenta, cuando usted
jugaba, a la actualidad?
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Uh,
en aquellos años Setenta, cuando mi papá era DT de River, era un equipazo, con
grandes jugadores. Me costaba entrar porque en mi puesto estaban Norberto
Alonso, Alejandro Sabella, luego vino el uruguayo Juan Ramón Carrasco. Mi papá
tenía una frase de cabecera, “De River no hay que irse nunca”. En esos tiempos,
los planteles duraban mucho y el nuestro era la base de la selección campeona
del mundo de 1978. Los únicos que se fueron al exterior fueron Daniel
Passarella o Ramón, pero el resto jugaba años con la misma camiseta. Ya en los
Noventa, los equipos tenían menos espacio para desplazarse, y también hubo un
mayor desarrollo físico. En las relaciones sociales, cuando yo era jugador,
nosotros casi no hablábamos, lo hacían los referentes. Después, eso se fue
perdiendo o reconvirtiendo, porque supongo que en River hoy deben pesar más
Leonardo Ponzio o Javier Pinola.
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¿Y
en cuanto a la función de DT?
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Yo
creo que hoy los DT tenemos más facilidades. Si usted observa los cuerpos
técnicos, hoy lo componen, al menos en River, unas 15 a 17 personas. En la
época de mi papá eran él y el ayudante de campo y el preparador físico, 2-3
personas y ya en los Noventa éramos unos 6, apareció la función de entrenador
de arqueros, por ejemplo. Hoy, Marcelo Gallardo dispone de tecnología, una
neurocientífica, etc.
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Ya
que estamos con Gallardo, ¿cómo lo ve?
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A
pesar de su juventud, tiene una clara base riverplatense. Él tiene muy claro lo
que significa River porque se formó en el club: ser protagonista, laterales que
pasen al ataque, vocación ofensiva, y si se fija, mantiene ese triángulo atrás
que ya formaba mi papá con Reinaldo Merlo y los dos centrales, nosotros en los
Noventa con Ramón Díaz lo hacíamos con Celso Ayala, Eduardo Berizzo y Leonardo
Astrada y ahora lo hacen Lucas Martínez Quarta, Javier Pinola y Enzo Pérez, o
antes lo hacían Jonatan Maidana, Ramiro Funes Mori y Leonardo Ponzio. Ahora, el
juego se asemeja mucho: vertical y en este caso, muy acentuado en la parte
física, la recuperación de la pelota. Nosotros éramos más vistosos y una de
nuestras características era la tenencia de la pelota, pero hoy se ve un
estilo, una clara conducción y un eficiente cuerpo técnico.
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Siendo
usted tan riverplatense, ¿cómo lo tomó el descenso en 2011?
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Estaba
dirigiendo en Chile al Colo Colo y por supuesto, con dolor, con lágrimas.
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¿Y
qué hubiera dicho su padre? ¿Lo llegó a pensar?
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Él
no lo habría podido creer, porque para él River era la Casa Blanca, un
monstruo. Pero el descenso no fue por la última temporada, sino el resultado de
un proceso, de una mala elaboración de los planteles. Lo que seguro que hubiese
pasado es que mi papá habría estado al pie del cañón para ayudar, como en ese
año lo hizo Matías Almeyda o la hinchada de River, que en el Nacional B reventó
todas las canchas con pasión para acompañar al equipo.
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Siguiendo
con Ángel Labruna y lo que usted decía antes acerca de que él sostenía que de
River no había que irse. ¿Tuvo la chance de emigrar en esos casi 21 años en la
Primera millonaria?
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Claro
muchas veces. Por ejemplo, en los Cincuenta, la Juventus lo vino a buscar y
como no quiso, terminó yéndose Enrique Omar Sívori, que fue una gran estrella
en Italia y con el dinero de esa transferencia, River cerró la “Herradura” del
Monumental y construyó la parte baja. También tuvo otras ofertas de Italia, del
Elche de España, del América de Cali. Pero River fue su vida, su casa, su
pasión. Hoy es distinto, y lo entiendo. Los jugadores priorizan su futuro y
hoy, con 15-20 partidos, se van al exterior.
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Su
padre integró acaso el mejor equipo de la historia del fútbol argentino y del
mundo, “La Máquina” de los años Cuarenta. ¿Qué le contaba de esos tiempos?
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Además
de ser un enorme equipo, eran como una familia. Hace nos días nos dejó Amadeo
Carrizo, que era un hermano para él. En esos tiempos, iban todos a veranear
juntos a Mar del Plata. Hoy hay compañerismo y habrá quienes comparten momentos
fuera del fútbol pero después, al cambiar de equipo o irse al exterior, se
pierden por el camino. Lo que mi papá decía es que en “La Máquina” se entendía
de memoria con los dos wines (se jugaba con extremos bien abiertos), como Juan
Carlos Muñoz y Félix Loustau, aunque siempre dijo que para él, José Manuel
Moreno fue el mejor jugador que vio, el más completo. Un “ocho” de gran técnica
y de un físico extraordinario, aunque también halagaba mucho a Pelé (coincidió
menos con Diego Maradona). A Pelé lo enfrentó cuando el brasileño era muy
jovencito.
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Siempre
se dijo que su padre era muy cabulero
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Sí,
así fue. Por ejemplo, en una oportunidad viajábamos en micro a Santa Fe y él se
había encariñado con una corbata que le había regalado el modelo croata Ante
Garmaz (que era fanático de Boca). Lo que pasó es que esa corbata originalmente
era azul y mi papá le dijo “azul no”…y Garmaz le agregó en el medio una franja
roja con fondo blanco y usándola , River fue bicampeón en 1975 luego de 18 años
sin conseguir un título, y no se la sacaba nunca. Y en ese viaje en micro, allá
por 1979-1980, guardó la corbata en el valijero y a alguno se le ocurrió la
idea de sacarla de ahí y tirarla por la ventana. Al llegar al hotel, mi papá
estaba desesperado porque no la encontraba y entonces entre (Ubaldo) Fillol,
Merlo y “Jota Jota” López le dijeron la verdad de lo que había ocurrido, y nos
hicieron volver a todos con el micro a la ruta, y más o menos a la altura de
donde tiraron la corbata, bajamos todos a la banquina a buscarla, y hasta que
no la encontraron, no regresamos a Santa Fe.
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Muy
gracioso…
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Yo
la cedí al Museo de River.
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¿Alguna
otra cábala que se acuerde?
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Muchas,
pero una clásica era esa de meter un gol con el arco vacío antes de los
partidos, porque cuando estuvo en una racha sin marcar, su DT de entonces, José
María Minella, le recomendó que se hiciera amigo del gol pateando sin arquero,
y así volvió a meter goles. Y siempre le
gustaba caminar las cuatro cuadras desde la avenida Quinteros, donde vivíamos,
hasta el Monumental, en la mañana de los partidos. Iba a la casa de su mamá a tomar
mate y afeitarse y luego hacía esa caminata pensando en el partido, en lo que
podía pasar. Era un rato que él necesitaba. Decía “así me distraigo y de paso,
camino”.
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También
era muy burrero.
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Muy.
Le gustaban mucho los caballos. Era amigo de Irineo Leguizamo y de otro jockey,
el chileno Eduardo Jara. Allí, en el mundo del turf, se la pasaba firmando
autógrafos.
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Decían
que en la cancha era un gran cascarrabias
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Lo
era, especialmente con los árbitros, aunque en mi casa era todo lo contrario.
Un tipo tranquilo, simple, amigo. De todos modos, casi nunca lo expulsaron. En
la cancha entregó todo. Lo echaron mucho más como DT. “Detrás de la línea, uno
se transforma”, decía.
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Usted
tuvo un hermano que falleció
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Así
es, Ángel Daniel, que era un gran jugador. A él lo hizo debutar en River el
“Toto” Juan Carlos Lorenzo. Él era de la categoría 1948 y tenía una técnica
extraordinaria pero se tuvo que operar de los meniscos y en la operación
notaron que tenía temperatura y le descubrieron una leucemia. Yo era muy chico.
Mi papá nunca lo pudo superar. Mi hermano tenía 20 años.
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Su
padre fue el hacedor de grandes equipos, aunque en general lo primero que surge
es el River entre 1975 y 1981…
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Claro,
por ejemplo, el Rosario Central campeón del Nacional de 1971, un gran equipo
que dejó un excelente recuerdo, al punto de que cada vez que fui como director
técnico rival al Gigante de Arroyito e iba a ocupar el banco, siempre me
aplaudían. Aquel torneo fue el de la famosa palomita de Aldo Poy ante Newell’s
Old Boys. Rosario Central nunca había
sido campeón argentino en el profesionalismo hasta aquella vez.
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¿Y
nunca dijo nada su padre sobre el hecho de no haber podido dirigir nunca a la
Selección?
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No
tengo dudas de que le habría gustado, pero cuando le preguntaban, él solía decir
“yo ya dirijo la Selección, que es River”. Tal vez pudo serlo después de que
River fue bicampeón en 1975, pero Menotti ya había asumido en 1974.
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¿Tuvo
algún jugador preferido como DT?
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Dirigió
a grandes jugadores, pero tenía gran debilidad por el “Beto” Alonso. Lo dirigió
en 1975, el año del bicampeonato. Un jugador extraordinario, con más de diez
años en la Primera de River, además de número diez, zurdo, con cabezazo, tiros
libres. Creo que hoy si lo vinieran a buscar para llevárselo, no tendría precio.
También le encantaban otros como J.J.
López, Passarella o Fillol, pero Alonso era lo máximo.
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En
el final de su carrera, también dirigió y tuvo éxito en Talleres de Córdoba y
Argentinos Juniors.
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Sí,
al equipo de Argentinos que luego ganó dos torneos seguidos (1984 y 1985) y la
Copa Libertadores y que hizo gran papel en aquel partido de la Copa
Intercontinental en Tokio ante la Juventus, lo comenzó a armar él. En 1983, en
un octogonal, eliminó a Boca en el Monumental, y luego a River. Esa vez, en el
José Amalfitani, pasó por un túnel que había detrás del arco donde estaba la
hinchada visitante y lo ovacionaron, ¡Y River había quedado eliminado! Ahí sí,
me dijo que de la emoción, le temblaron las piernas. Él se llevó a Argentinos
Juniors a Fillol y a Juan José López. Pero murió en septiembre de 1983, luego
vino Roberto Saporiti y terminó de armar ese equipo que luego ganó muchas
cosas, también luego con José Yudica.
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¿Llevar
ese apellido atentó contra usted como jugador?
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Era
una mochila enorme a través del tiempo, porque las comparaciones no ayudaron,
pero lo importante es que la gente me reconoce, y especialmente a través de mí,
lo que fue mi papá y que tenemos la comunión y la sangre riverplatense. Que el
Día del Hincha de River sea el día que era su cumpleaños (28 de septiembre),
tenga una estatua en la puerta del club o que el puente de la zona del
Monumental lleve su nombre, es un gran honor.
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Aún
siendo tan riverplatense, nunca tuvo problemas con los rivales.
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Por
supuesto, siempre hizo todo con mucho respeto. Lo de él era sacar ventaja en el
juego, en la cancha.
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Cuando
debutó Antonio Rattín, en un Superclásico, y al poco tiempo de comenzar, le
hizo una falta dura, se levantó y le dijo “tranquilo, pibe, que vas a jugar
muchos partidos así en tu carrera”.
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Es
que él era así. Todo por River, pero con respeto al adversario.
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