domingo, 23 de enero de 2022

La Tablada: A 33 años de un delirio mayúsculo (escrito originalmente en 2009)



Un día muy caluroso del verano de 1989, hace ya veinte años, llegaba muy temprano a cubrir mi turno en la sección de Información General en la agencia DYN, y siendo el primero en arribar entre mis compañeros, me tocó atender una llamada telefónica en la que, desde el regimiento de La Tablada (provincia de Buenos Aires), uno de los integrantes me decía con una voz intrigante que muchos de ellos “no respondemos a los mandos naturales”. Cuando le pregunté quiénes eran y qué significaba aquello, me cortó la comunicación por toda respuesta. Comentado con mi jefe de entonces, Florentino Fernández, vino la orden esperable: “decile al Turco que tienen que ir ya mismo para allá”. Eso significaba que el querido Turco, murguista y fanático de San Lorenzo, uno de los choferes del electo estable, tenía que poner en marcha el coche, este cronista tenía que bajar los siete pisos hasta el garaje, y partir raudamente hacia la zona del desastre.
En verdad, no sabíamos bien a lo que íbamos. En el viaje, charlábamos con el intrépido Turco sobre que posiblemente se trataba de una de las tantas puestas en escena carapintadas de entonces, en una democracia aún incipiente aunque en el último año del mandato presidencial de Raúl Alfonsín, pero ya cuando pasamos la avenida Crovara y vimos caer a una chica que caminaba por la zona, nos dimos cuenta de que estábamos ante un suceso extraño, que se corroboró en apenas minutos con el despliegue policial que vimos y el humo impresionante que se desprendía del cuartel y toda la zona a la redonda con sus comercios cerrados.
Enseguida hay que contextualizar que se trata de una época en la que recién comenzaban los llamados “Movicom”, unos aparatos muy parecidos al zapato del superagente 86, y que, desde ya, DYN no me había suministrado. Pero aún peor, tampoco el coche tenía ningún cartel que dijera “Prensa”.
Al poco rato de llegar, y pudiendo dialogar con algunos protagonistas en medio del fuego y del humo, nos fuimos enterando del disparate impensable: no se trataba de carapintadas sino que un grupo de izquierda había “comprado” una versión, supuestamente lanzada desde dentro de la UCR (partido de gobierno entonces) sobre que se preparaba un golpe de Estado. Y este grupo, llamado “Movimiento Todos por la Patria” (MTP), que ya venía evaluando cierto retorno a la lucha armada, quiso establecer allí un sonado bautismo de fuego con el ex guerrillero del ERP, Gorriarán Merlo, a la cabeza, y con quien hasta pudimos llegar a dialogar, desde la calle que daba a la puerta del cuartel, nosotros en ella, y Gorriarán…en las torres de agua de las casas de enfrente, hasta que la charla se interrumpió con dureza cuando el ex guerrillero nos dejó con la palabra en la boca y se fue escapando cual serie norteamericana de TV.
Nos tocó ver a una mujer llorando desconsolada luego de que su hijo perdiera la vida en el cuartel siendo apenas un “colimba” (“corre, limpia, barre” en la jerga del servicio militar obligatorio, entonces) cuando ya había perdido a su otro hijo en la misma situación en la Guerra de Malvinas siete años atrás. El tema que se nos planteaba, profesionalmente, a partir de ver los negocios cerrados por el lógico temor de los comerciantes de la zona, era cómo comunicarnos con nuestra agencia para pasar la información telefónica, cuando entre tanto golpear puertas sin resultado, encontramos una insólita vinería con la puerta entreabierta y un teléfono fijo viejo, y colgando de un hilo. De nada sirvió que pidiéramos y rogáramos por una llamada. La negativa era total hasta que una idea recorrió nuestra cansada neurona: le propondríamos al resistente dueño del local un canje publicitario (a todas luces falso, para nosotros, que trabajamos para una agencia de noticias) por el uso del teléfono. Contra nuestro propio pronóstico, la fórmula resultó y así fue que nuestro interlocutor llamó a su familia para que contemplara, orgullosa, nuestra difusión de la vinería al llamar por teléfono. Cuando del otro lado nos atendió la jefa del turno, la recordada Carmen Coiro, no nos quedó otra que decirle, ante la atenta mirada de la familia del local, que antes de comentarle lo sucedido en el cuartel, nos auspiciaba la vinería, ante la risa de nuestra compañera y la pregunta de si habíamos enloquecido, mientras, orgullosos, se codeaban y levantaban su pulgar de aprobación los comerciantes, a nuestro lado.
Una vez afuera, y creyendo que todo iba camino a la solución y cercanos a los 40 grados y hechos literalmente sopa por el calor de enero, otra vez aparecieron los nubarrones de la duda: al presidente Alfonsín se le había ocurrido la idea, nada menos, que llegar al cuartel con su helicóptero, exponiéndose a la balacera de las casas de enfrente. Los periodistas nos miramos atónitos y sólo atinamos a regresar a nuestros respectivos coches. Este cronista no recuerda ahora a quién más alojó dentro del mismo, mientras el Turco hacía lo que podía, pero la escena de pánico era digna de una película de acción, aunque se puso en juego nuestra propia vida. La idea era salir pronto de la zona, con el coche, que arrasaba con cualquier bulto que vía por el camino con tal de salir, y en medio de esta aceleración, una bala perdida dio en una de las ruedas, que también fue arrastrada con tal de salir del foco.
Cuando cerca de la tarde nos vino a reemplazar una compañera (si no me equivoco era Patricia Grimberg, de quien guardo un grato recuerdo), por fin pudimos desplazarnos al centro de Buenos Aires y nos pudimos dar cuenta de la gravedad de lo que ocurriía: al subir a la agencia, nos comentaban la cantidad de llamados de familiares y amigos queriendo saber si estábamos bien. Ya a la hora de la merienda, y por fin en nuestra casa y fuera de la hora de trabajo, venía la esperada ducha y el merecido descanso.
El 24 de enero, cuando llegamos al día siguiente ya más tranquilos, nuestro jefe, Florentino Fernández, nos decía que teníamos que volver a La Tablada……no lo podíamos creer. Fue aún peor, y hasta tuvimos que llegar a hacer cuerpo a tierra, unos sobre otros, los periodistas metidos en una casa, en la que llovían las balas en un techo de aluminio y otra sentimos que pegó en el poste que se encontraba a milímetros de nuestra presencia.
Cuando ya en nuestra casa escuchábamos la radio por la tarde y nos enterábamos que el episodio había acabado, trágicamente, respiramos hondo y por momentos, sentimos que habíamos vivido una pesadilla, o bien que la habían vivido otros y que nosotros apenas lo soñamos. Y ahora que pasaron veinte años, ni siquiera creemos que, de verdad, nosotros estuvimos allí mismo, y los dos días consecutivos.

4 comentarios:

Carlos Paredes Leví dijo...

Presenciar de cerca, con caracter de excepcionalidad y privilegio, acontecimientos decisivos en la historia de una Nación, tiene sus riesgos y es el precio que uno ha de pagar. En su caso, la minuta fue módica y hoy tiene algo anecdótico para contarnos. Gracias por compartirlo con quienes no estuvimos en La Tablada y nos enteramos de todo en diferido.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Sergio:
Lo bueno de haber nacido en el mismo 1963 me permite disfrutar de tus cronicas como si fueses mi biografo oficial.

Muy buenos tus relatos !

SVauda dijo...

Sergio, qué días aquellos en la Agencia. El Gallego Fernández, Carmen, el Turco. Hermosos recuerdo, querido... en medio de aquella pesadilla, con sangre y tufo COTIllón

Unknown dijo...

Muy bien relato de un hechonsocial muy doloroso vivido en primera persona.
Abrazo!