miércoles, 19 de enero de 2022

El último viaje de Jesús


 

Cuando era pequeño, Jesús Ferro solía tener en su cuarto un mapamundi, que estudiaba de manera detallada, complementándolo con la compra del Almanaque Universal, una publicación anual que traía todos los datos políticos de cada uno de los países del planeta. Esa pasión se transformó en un inmenso deseo por viajar, algo que no sólo pudo concretar de adulto, sino que fue mucho más allá. Jesús fue un hombre libre, un viajero, con toda la amplitud del significado de esta palabra.

JF, como él se autodenominaba, así, con las siglas de sus nombres, solía hacerme en cada caminata por cualquier ciudad del mundo (preferentemente Madrid o Buenos Aires, aunque pudo ser en Goiania, Montevideo, Río de Janeiro, Seúl, Barcelona o Nüremberg) la distinción precisa entre “viajero” y “turista”: el segundo tiene pasaje de regreso, un plan concreto, una fecha estimada de ida y regreso, uno o varios objetivos. El primero parte con libertad, con pasaje abierto, con el ánimo de aventura, de que sea el destino, o el lugar, y sus características, los que lo abracen a uno o lo dejen iniciar otro camino. No hay tiempos ni condicionamientos previos”, siguiendo la idea sobre el tema del escritor Paul Bowles.

 Pero Jesús fue mucho más que un viajero que conoció alrededor de un centenar y medio de países en todos los continentes e hizo todo tipo de recorridos, como el Camino de Santiago, o haber dado La Vuelta al Mundo en ochenta días, tal como el libro de Julio Verne (que leyó con admiración), sino que tomó brillantes apuntes de cada detalle, que recordaba siempre con una memoria prodigiosa, pero también asociada a su gran poder de observación tanto de lo geográfico como de lo social.

Jesús solía decir que usó en su vida todo tipo de transportes: colectivo, ómnibus, trolley, tranvía, tren, tren bala, metro, barco, transatlántico, lancha, sulky, moto, bicicleta, autocar, coche, helicóptero. Fue trasladado a caballo o sobre un elefante. Y sacaba fotos fenomenales, que luego las ampliaba en el regreso y las mostraba con orgullo.

Si nos perdimos decenas de libros de todas sus aventuras se debe fundamentalmente a dos hechos: nunca se adaptó a los cambios cibernéticos y le costó mucho siempre conectarse desde allí, ni siquiera escribiendo en una computadora, y apenas en los últimos tiempos manejó el whatsapp y antes, aunque muy tarde, los correos electrónicos y a disgusto, unas mínimas redes sociales, que no consultaba salvo en lo imprescindible. Por otro lado, eran tantos los proyectos, tanta su imaginación, que unos duraban poco y pasaban a otros, aún más motivantes, aunque el mayor de todos lo pudo llevar a cabo y que fue su gran sueño, montar un bar temático deportivo, que terminó funcionando por un corto tiempo en la calle del Ángel, en Madrid, y en el que reunió decenas de camisetas firmadas que con distintos marcos, adornaban las orgullosas paredes del local.

Para montar ese bar temático, Jesús trajo ideas de muchos países, sacando fotos, estudiando arquitecturas, formatos, mesas, indumentaria para los camareros, fotos, hasta el menú,  aunque jamás le interesó como negocio. Para Jesús, la actividad debía servir para charlar con amigos, pasar ratos agradables, hacer sentir bien a la gente con otra de sus enormes pasiones como centro de atención, el fútbol.

Porque Jesús fue un grandísimo periodista, un titulador inigualable, algo de lo que recordábamos días pasados con un amigo en común con el que pasamos deliciosas horas en la capital española, el querido Alejandro “Comequechu” Villalba. No por nada, tuvo largas columnas en el diario deportivo “Marca” y fue fundamental en la conducción de programas en “Radio Marca” y Radio “Intercontinental” de Madrid en la década de los noventa.



Las coberturas deportivas le permitieron aunar sus dos pasiones: viajes y deportes. Estuvo en los Mundiales de España 1982, Italia 1990, Alemania 2006 y Brasil 2014, en la Copa América de Brasil 1989, en la Copa Intercontinental de su amado Boca Juniors contra el Real Madrid en Japón en 2000, en la Eurocopa de Suecia 1992, en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 y Barcelona 1992 e infinidad de acontecimientos deportivos.

Siempre pensando en el bar temático, comenzó a convertirse en un gran coleccionista de objetos firmados, lo que conseguía con profesionalismo, porque estudiaba meticulosamente, y desde días antes, al personaje que iba a abordar: por qué puerta entraría, cómo es de carácter, qué frase decirle, cuánto tiempo antes llegar al lugar, dónde guardar el objeto a ser autografiado y algo poco común que muestra un aspecto importante de su personalidad: qué darle a cambio, porque, siempre decía, “a ellos siempre se les pide pero nadie les da. Yo también pienso en darles algo”.

Pero si JF consiguió decenas de camisetas y objetos firmados, lo máximo ha sido la pelota que comenzó a autografiar con el Mundial de Italia 1990 con las principales estrellas de todos los tiempos como Alfredo Di Stréfabo, Pelé, Johan Cruyff, Franz Beckenbauer, Diego Maradona, Kopa, Eusebio, Zinedine Zidane o Lionel Messi, con la idea de regalársela a su sobrino Germán Fernández, en aquel momento un niño y hoy, un muy destacado cardiólogo que reside en Alemania.



Con el paso de los años, aquella pelota se transformó en la más valiosa del mundo. Él lo definía como único, “porque no hay en el mundo ningún otro igual y entonces no hay manera de tasarlo, y es histórico, porque reúne toda la historia del fútbol en sus gajos. Además,  tiene miles de kilómetros rodando por todo el mundo en el bolso de su dueño”. Tal como le ocurría a él con el fútbol, su relación con esa pelota era muy especial y advertía que había que tratarla con cariño “como una madre a su hijo, o como un novio a su amada”.



El bar temático fue, de innumerables, su gran proyecto. No se conformó siquiera con haber puesto un local pequeño en la Calle del Ángel. En la zona céntrica de Noviciado, en Madrid, que era su zona, donde realizaba cada día un circuito de caminata desde avanzada la tarde hasta el regreso muy tarde en las madrugadas, cuando no le quedaba más remedio que irse a dormir, alrededor de las siete de la mañana,. Luego de saludar infinidad de amigos y vecinos, siempre sin tiempos que lo condicionaran.

Pero mucho antes que todo ello, primero JF estudió de joven en el Círculo de Periodistas Deportivos de Buenos Aires mientras se mantenía como empleado en una casa de indumentaria masculina, y al egresar en 1977 se vinculó enseguida con el equipo periodístico de coberturas automovilísticas “Campeones”, que lideraba Carlos Legnani. Sus padrinos fueron nada menos que Luis Elías Sojit y Bernardino Veiga y en una oportunidad, cuando Sojit le consiguió a Juan Manuel Fangio un álbum de fotos en blanco y negro de sus primeros tiempos como piloto, el “Quíntuple” se recostó para ordenarlas en el enviado del periodista, que no era otro que Ferro, con quien estrechó tanto su amistad que terminó convirtiéndolo en su ahijado.

Los vínculos en la Fórmula Uno lo fueron llevando am residir en el exterior. Primero, tres años en Brasil, donde alternó con distintos oficios (entre otros, la peluquería), luego otros tres en los Estados Unidos, hasta recalar en Madrid, donde se quedó por más de tres décadas e hizo grandes amistades con su marca tan particular y son enorme don de gentes.

Aún en las coberturas más importantes, siempre preponderó su espíritu libre, de lo que quien esto escribe fue amplio testigo, como cuando en el lanzamiento del Mundial de Francia 1998 durante el de Italia 1990 en un lujoso hotel en Roma, los periodistas recibimos de regalo una pelota número tres y Jesús la quitó de la bolsa, la hizo picar en la alfombra y se lanzó a recorrerla con sus zapatos aún vestido de traje, para ser seguido por más de un centenar de colegas de todo el mundo, en un partidito improvisado. El show finalizó a la salida en el bus, cuando imitó a Bernardino Veiga relatando un gol imaginario de su amado Boca Juniors, con una potente “ooooo” larga, que motivó el aplauso general desde todas las butacas, chofer incluido.

Es que JF era una suma de posibilidades: un sorprendente análisis de un jugador, un increíble recuerdo de un partido jugado hace seis décadas, una frase dicha por alguien del fútbol, la música o la política, un título perfecto para un artículo, un apunte brillante (siempre con birome y papel, jamás con la PC) sobre algún viaje por el mundo, un esbozo de una nueva idea de libro o de programa radial. Siempre en movimiento. Lo suyo no era la quietud, tampoco la dependencia o la opinión como iba la corriente.

Este periodista atesorará por siempre las horas y horas de muy placenteras conversaciones sobre periodismo, política, fútbol, historia, literatura o cine, o las caminatas por el circuito madrileño, antes o después de su trabajo como maitre en el restaurante uruguayo “La Carreta” en Callao, a donde concurrían las principales estrellas deportivas o del espectáculo, y que iban especialmente porque Jesús estaba allí, porque sabían que les conseguiría la mejor mesa, porque velaría por su comodidad, por el mejor plato, porque les alegraría la noche con su simpatía, conversación  o sus recuerdos y anécdotas.

Este artículo podría extenderse hasta convertirse en ríos de letras pero podría sintetizarse en que Jesús fue un gran amigo, una joya de esas que no se consiguen con facilidad. Allá por 2005, viviendo quien esto escribe en el barrio de Prosperidad, en Madrid, y sin salir de una larga gripe, tuvo una conversación con JF en el que le comentaba la dificultad para salir a comprar un remedio recetado por el médico. Del otro lado de la línea, JF comenzó a preguntar con insistencia por el nombre del medicamento. Cansado, el interlocutor dejó unos segundos el teléfono para ir a buscar la receta y darle el nombre exacto, para que se quitara la duda y poder pasar a otro de los tantos temas que siempre tenían en común hasta que la comunicación finalizó. Una hora más tarde, sonó el portero de la casa de la avenida López de Hoyos y Cartagena aunque no esperaba a nadie. Al abrir la puerta del departamento, apareció Jesús Ferro, con su estampa de siempre, a pasos acelerados, dejó el remedio en la mesa y volvió a partir, raudamente. Había viajado casi una hora en el metro sólo para traerle al amigo lo que necesitaba. “No puedo hablar porque estoy apurado y tengo que volver al centro. Mañana hablamos. Chau”.

Algo tan sencillo como eso, no se puede olvidar, como las charlas y tantas anécdotas, como aquel interminable viaje en coche entre Río de Janeiro y Belo Horizonte durante el Mundial 2014, cuando se quedó despierto, noctámbulo como era, para darle charla de horas al conductor, el gran periodista rosarino Claudio Giglioni, para que no se durmiera al volante. O cuando junto a Fabián Galdi, otro notable colega, visitamos juntos los tribunales de Nüremberg, durante Alemania 2006, o en aquellas caminatas por Goiania durante la Copa América 1989, o en las mesas de la confitería “La Ópera” de Callao y Corrientes, donde todos los mozos lo conocían y trataban, generosísimo con las propinas.



En 2005 también se dio el lujo de estar presente en el festejo del Centenario de Boca en la Bombonera, cuando se acercó para ser testigo del acontecimiento desde cerca, aunque desde la calle, pero gracias a sus amistades, fue reconocido por un antiguo amigo, en ese entonces dirigente del club, quien no sólo permitió su ingreso al estadio sino que terminó accediendo al césped, junto a Diego Maradona, entre los flashes y las ovaciones.

Jesús fue el gran coleccionista de diarios y revistas con artículos de valor, el imitador perfecto de Mick Jagger (al punto de generar voluntarios escándalos para reírnos un rato cuando balbuceaba alguna canción y se ponía anteojos oscuros en cualquier bar de Madrid, o cuando fue contratado para reemplazar al verdadero Keith Richards en “Crónicas Marcianas”, por Tele 5 de Madrid, uno de los programas más populares de la historia), que fue seguido por dos millones de televidentes, o cuando formó parte de la agencia de parecidos de famosos británica “Look a Likes” por el mismo motivo.

JF fue todo eso y mucho más en sus riquísimos 68 años de vida. Con el ancla en su familia en Lomas de Zamora, con todo lo que enseñó y dio, fue mucho más aún la suma que las partes y fue, más que todo, un gran amigo que emprendió su último viaje, por alguna galaxia interesante, de la que seguro estará tratando de fotografiar y tomar apuntes con su eterna birome y su cuaderno. Espero encontrarlo en un futuro en algún bar, donde quiera que sea.

 

 

 


2 comentarios:

Unknown dijo...

Bellas palabras..

Unknown dijo...

Bellas palabras..!!!