Cuando era
pequeño, Jesús Ferro solía tener en su cuarto un mapamundi, que estudiaba de
manera detallada, complementándolo con la compra del Almanaque Universal, una
publicación anual que traía todos los datos políticos de cada uno de los países
del planeta. Esa pasión se transformó en un inmenso deseo por viajar, algo que
no sólo pudo concretar de adulto, sino que fue mucho más allá. Jesús fue un
hombre libre, un viajero, con toda la amplitud del significado de esta palabra.
JF, como él se
autodenominaba, así, con las siglas de sus nombres, solía hacerme en cada
caminata por cualquier ciudad del mundo (preferentemente Madrid o Buenos Aires,
aunque pudo ser en Goiania, Montevideo, Río de Janeiro, Seúl, Barcelona o
Nüremberg) la distinción precisa entre “viajero” y “turista”: el segundo tiene
pasaje de regreso, un plan concreto, una fecha estimada de ida y regreso, uno o
varios objetivos. El primero parte con libertad, con pasaje abierto, con el
ánimo de aventura, de que sea el destino, o el lugar, y sus características,
los que lo abracen a uno o lo dejen iniciar otro camino. No hay tiempos ni
condicionamientos previos”, siguiendo la idea sobre el tema del escritor Paul
Bowles.
Pero Jesús fue mucho más que un viajero que
conoció alrededor de un centenar y medio de países en todos los continentes e
hizo todo tipo de recorridos, como el Camino de Santiago, o haber dado La
Vuelta al Mundo en ochenta días, tal como el libro de Julio Verne (que leyó con
admiración), sino que tomó brillantes apuntes de cada detalle, que recordaba
siempre con una memoria prodigiosa, pero también asociada a su gran poder de
observación tanto de lo geográfico como de lo social.
Jesús solía
decir que usó en su vida todo tipo de transportes: colectivo, ómnibus, trolley,
tranvía, tren, tren bala, metro, barco, transatlántico, lancha, sulky, moto,
bicicleta, autocar, coche, helicóptero. Fue trasladado a caballo o sobre un
elefante. Y sacaba fotos fenomenales, que luego las ampliaba en el regreso y
las mostraba con orgullo.
Si nos perdimos
decenas de libros de todas sus aventuras se debe fundamentalmente a dos hechos:
nunca se adaptó a los cambios cibernéticos y le costó mucho siempre conectarse
desde allí, ni siquiera escribiendo en una computadora, y apenas en los últimos
tiempos manejó el whatsapp y antes, aunque muy tarde, los correos electrónicos
y a disgusto, unas mínimas redes sociales, que no consultaba salvo en lo
imprescindible. Por otro lado, eran tantos los proyectos, tanta su imaginación,
que unos duraban poco y pasaban a otros, aún más motivantes, aunque el mayor de
todos lo pudo llevar a cabo y que fue su gran sueño, montar un bar temático
deportivo, que terminó funcionando por un corto tiempo en la calle del Ángel,
en Madrid, y en el que reunió decenas de camisetas firmadas que con distintos
marcos, adornaban las orgullosas paredes del local.
Para montar ese
bar temático, Jesús trajo ideas de muchos países, sacando fotos, estudiando
arquitecturas, formatos, mesas, indumentaria para los camareros, fotos, hasta
el menú, aunque jamás le interesó como
negocio. Para Jesús, la actividad debía servir para charlar con amigos, pasar
ratos agradables, hacer sentir bien a la gente con otra de sus enormes pasiones
como centro de atención, el fútbol.
Porque Jesús fue
un grandísimo periodista, un titulador inigualable, algo de lo que recordábamos
días pasados con un amigo en común con el que pasamos deliciosas horas en la
capital española, el querido Alejandro “Comequechu” Villalba. No por nada, tuvo
largas columnas en el diario deportivo “Marca” y fue fundamental en la
conducción de programas en “Radio Marca” y Radio “Intercontinental” de Madrid
en la década de los noventa.
Las coberturas
deportivas le permitieron aunar sus dos pasiones: viajes y deportes. Estuvo en
los Mundiales de España 1982, Italia 1990, Alemania 2006 y Brasil 2014, en la
Copa América de Brasil 1989, en la Copa Intercontinental de su amado Boca
Juniors contra el Real Madrid en Japón en 2000, en la Eurocopa de Suecia 1992,
en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 y Barcelona 1992 e infinidad de
acontecimientos deportivos.
Siempre pensando
en el bar temático, comenzó a convertirse en un gran coleccionista de objetos
firmados, lo que conseguía con profesionalismo, porque estudiaba
meticulosamente, y desde días antes, al personaje que iba a abordar: por qué
puerta entraría, cómo es de carácter, qué frase decirle, cuánto tiempo antes
llegar al lugar, dónde guardar el objeto a ser autografiado y algo poco común
que muestra un aspecto importante de su personalidad: qué darle a cambio,
porque, siempre decía, “a ellos siempre se les pide pero nadie les da. Yo
también pienso en darles algo”.
Pero si JF
consiguió decenas de camisetas y objetos firmados, lo máximo ha sido la pelota
que comenzó a autografiar con el Mundial de Italia 1990 con las principales
estrellas de todos los tiempos como Alfredo Di Stréfabo, Pelé, Johan Cruyff,
Franz Beckenbauer, Diego Maradona, Kopa, Eusebio, Zinedine Zidane o Lionel
Messi, con la idea de regalársela a su sobrino Germán Fernández, en aquel
momento un niño y hoy, un muy destacado cardiólogo que reside en Alemania.
Con el paso de
los años, aquella pelota se transformó en la más valiosa del mundo. Él lo
definía como único, “porque no hay en el mundo ningún otro igual y entonces no
hay manera de tasarlo, y es histórico, porque reúne toda la historia del fútbol
en sus gajos. Además, tiene miles de
kilómetros rodando por todo el mundo en el bolso de su dueño”. Tal como le
ocurría a él con el fútbol, su relación con esa pelota era muy especial y
advertía que había que tratarla con cariño “como una madre a su hijo, o como un
novio a su amada”.
El bar temático
fue, de innumerables, su gran proyecto. No se conformó siquiera con haber puesto
un local pequeño en la Calle del Ángel. En la zona céntrica de Noviciado, en
Madrid, que era su zona, donde realizaba cada día un circuito de caminata desde
avanzada la tarde hasta el regreso muy tarde en las madrugadas, cuando no le
quedaba más remedio que irse a dormir, alrededor de las siete de la mañana,. Luego
de saludar infinidad de amigos y vecinos, siempre sin tiempos que lo
condicionaran.
Pero mucho antes
que todo ello, primero JF estudió de joven en el Círculo de Periodistas
Deportivos de Buenos Aires mientras se mantenía como empleado en una casa de
indumentaria masculina, y al egresar en 1977 se vinculó enseguida con el equipo
periodístico de coberturas automovilísticas “Campeones”, que lideraba Carlos
Legnani. Sus padrinos fueron nada menos que Luis Elías Sojit y Bernardino Veiga
y en una oportunidad, cuando Sojit le consiguió a Juan Manuel Fangio un álbum
de fotos en blanco y negro de sus primeros tiempos como piloto, el “Quíntuple”
se recostó para ordenarlas en el enviado del periodista, que no era otro que
Ferro, con quien estrechó tanto su amistad que terminó convirtiéndolo en su
ahijado.
Los vínculos en
la Fórmula Uno lo fueron llevando am residir en el exterior. Primero, tres años
en Brasil, donde alternó con distintos oficios (entre otros, la peluquería),
luego otros tres en los Estados Unidos, hasta recalar en Madrid, donde se quedó
por más de tres décadas e hizo grandes amistades con su marca tan particular y
son enorme don de gentes.
Aún en las
coberturas más importantes, siempre preponderó su espíritu libre, de lo que
quien esto escribe fue amplio testigo, como cuando en el lanzamiento del
Mundial de Francia 1998 durante el de Italia 1990 en un lujoso hotel en Roma,
los periodistas recibimos de regalo una pelota número tres y Jesús la quitó de
la bolsa, la hizo picar en la alfombra y se lanzó a recorrerla con sus zapatos
aún vestido de traje, para ser seguido por más de un centenar de colegas de
todo el mundo, en un partidito improvisado. El show finalizó a la salida en el
bus, cuando imitó a Bernardino Veiga relatando un gol imaginario de su amado
Boca Juniors, con una potente “ooooo” larga, que motivó el aplauso general
desde todas las butacas, chofer incluido.
Es que JF era
una suma de posibilidades: un sorprendente análisis de un jugador, un increíble
recuerdo de un partido jugado hace seis décadas, una frase dicha por alguien
del fútbol, la música o la política, un título perfecto para un artículo, un
apunte brillante (siempre con birome y papel, jamás con la PC) sobre algún
viaje por el mundo, un esbozo de una nueva idea de libro o de programa radial.
Siempre en movimiento. Lo suyo no era la quietud, tampoco la dependencia o la
opinión como iba la corriente.
Este periodista
atesorará por siempre las horas y horas de muy placenteras conversaciones sobre
periodismo, política, fútbol, historia, literatura o cine, o las caminatas por
el circuito madrileño, antes o después de su trabajo como maitre en el
restaurante uruguayo “La Carreta” en Callao, a donde concurrían las principales
estrellas deportivas o del espectáculo, y que iban especialmente porque Jesús
estaba allí, porque sabían que les conseguiría la mejor mesa, porque velaría
por su comodidad, por el mejor plato, porque les alegraría la noche con su
simpatía, conversación o sus recuerdos y
anécdotas.
Este artículo
podría extenderse hasta convertirse en ríos de letras pero podría sintetizarse
en que Jesús fue un gran amigo, una joya de esas que no se consiguen con
facilidad. Allá por 2005, viviendo quien esto escribe en el barrio de
Prosperidad, en Madrid, y sin salir de una larga gripe, tuvo una conversación
con JF en el que le comentaba la dificultad para salir a comprar un remedio
recetado por el médico. Del otro lado de la línea, JF comenzó a preguntar con
insistencia por el nombre del medicamento. Cansado, el interlocutor dejó unos
segundos el teléfono para ir a buscar la receta y darle el nombre exacto, para
que se quitara la duda y poder pasar a otro de los tantos temas que siempre
tenían en común hasta que la comunicación finalizó. Una hora más tarde, sonó el
portero de la casa de la avenida López de Hoyos y Cartagena aunque no esperaba
a nadie. Al abrir la puerta del departamento, apareció Jesús Ferro, con su
estampa de siempre, a pasos acelerados, dejó el remedio en la mesa y volvió a
partir, raudamente. Había viajado casi una hora en el metro sólo para traerle
al amigo lo que necesitaba. “No puedo hablar porque estoy apurado y tengo que
volver al centro. Mañana hablamos. Chau”.
Algo tan
sencillo como eso, no se puede olvidar, como las charlas y tantas anécdotas,
como aquel interminable viaje en coche entre Río de Janeiro y Belo Horizonte
durante el Mundial 2014, cuando se quedó despierto, noctámbulo como era, para
darle charla de horas al conductor, el gran periodista rosarino Claudio Giglioni,
para que no se durmiera al volante. O cuando junto a Fabián Galdi, otro notable
colega, visitamos juntos los tribunales de Nüremberg, durante Alemania 2006, o
en aquellas caminatas por Goiania durante la Copa América 1989, o en las mesas
de la confitería “La Ópera” de Callao y Corrientes, donde todos los mozos lo
conocían y trataban, generosísimo con las propinas.
En 2005 también
se dio el lujo de estar presente en el festejo del Centenario de Boca en la
Bombonera, cuando se acercó para ser testigo del acontecimiento desde cerca,
aunque desde la calle, pero gracias a sus amistades, fue reconocido por un
antiguo amigo, en ese entonces dirigente del club, quien no sólo permitió su
ingreso al estadio sino que terminó accediendo al césped, junto a Diego
Maradona, entre los flashes y las ovaciones.
Jesús fue el
gran coleccionista de diarios y revistas con artículos de valor, el imitador
perfecto de Mick Jagger (al punto de generar voluntarios escándalos para reírnos
un rato cuando balbuceaba alguna canción y se ponía anteojos oscuros en
cualquier bar de Madrid, o cuando fue contratado para reemplazar al verdadero
Keith Richards en “Crónicas Marcianas”, por Tele 5 de Madrid, uno de los
programas más populares de la historia), que fue seguido por dos millones de
televidentes, o cuando formó parte de la agencia de parecidos de famosos
británica “Look a Likes” por el mismo motivo.
JF fue todo eso
y mucho más en sus riquísimos 68 años de vida. Con el ancla en su familia en Lomas
de Zamora, con todo lo que enseñó y dio, fue mucho más aún la suma que las
partes y fue, más que todo, un gran amigo que emprendió su último viaje, por
alguna galaxia interesante, de la que seguro estará tratando de fotografiar y
tomar apuntes con su eterna birome y su cuaderno. Espero encontrarlo en un
futuro en algún bar, donde quiera que sea.
2 comentarios:
Bellas palabras..
Bellas palabras..!!!
Publicar un comentario