lunes, 3 de febrero de 2020

La economía determina un fútbol argentino más pobre (Jornada)




Al cierre del libro de pases, el fútbol argentino apenas si puede destacar los regresos de los veteranos Javier Mascherano, Marcos Rojo y Martín Cauteruccio a Estudiantes de La Plata (que rápidamente fue ascendiendo en la tabla de la Superliga), las contrataciones de Alejandro Donatti y Diego Rodríguez (ambos, mayores de treinta años) en San Lorenzo, el retorno de Guillermo Pol Fernández (suplente en México) y la incorporación del peruano Carlos Zambrano (casi dos años inactivo) en Boca, o que Vélez haya contratado a Ricardo Centurión, luego de haber atravesado problemas en varios clubes.

En la masa monetaria que circuló en el total de libro de pases, el porcentaje de dinero contante y sonante que se utilizó es demasiado bajo, y se resalta que River, el equipo con más posibilidades de ganar la Superliga, a falta de cinco fechas y con tres puntos de ventaja sobre Boca, haya logrado mantener a casi todo su plantel y “apenas” transfirió a Exequiel Palacios al Bayer Leverkussen. San Lorenzo no pudo hacer lo propio con su prometedor delantero Adolfo Gaich al Brujas de Bélgica y Boca no pudo retener siquiera por seis meses más a Patricio Mac Allister, quien no se fue al Real Madrid o a la Juventus o al Manchester United sino al Brighton, que podría descender a la First Division inglesa cuando acabe la actual Premier League.

Tal vez esto pueda dar un indicio de la pobreza que rodeó a un mercado futbolístico argentino deprimido por las circunstancias económicas generales, por las que el peso argentino se depreció demasiado respecto al dólar y al euro, y entonces, con los clubes necesitados de divisas porque además muchos de ellos están muy mal administrados, los poderosos europeos llegan con un puñado de billetes de mayor valor, y arrasan con todo.

Si el fútbol argentino fue siempre exportador, al menos en forma masiva desde fines de los años cuarenta tras aquella famosa huelga que paralizó el torneo de 1948 finalmente ganado por Independiente aunque Racing lo tenía a tiro, cuando decenas de jugadores emigraron a Colombia y México buscando mejores horizontes, ahora ya parece agotado, con promesas que se van cuando todavía no terminaron siquiera su formación y su maduración se produce lejos, en equipos en los que, en muchos casos, siquiera tienen un lugar, y tras ser prestados a otros de menor nivel, o regresan al país para tomar envión o pueden recalar en mercados secundarios en los que, de todos modos, siempre se pagará mejor (México, Rusia, Japón, China, Estados Unidos, países árabes).

Si ya con una enorme sangría, el fútbol argentino aceptaba desprenderse de sus juveniles que con menos de veinte años ya participaban en equipos de primera división, al punto de que en cada Sudamericano sub-20 se habilitaba un palco para que los agentes de los clubes europeos anotaran los nombres de las figuras emergentes y merodearan los hoteles de las concentraciones albicelestes, ahora ya ni hace falta: la edad para emigrar se trasladó a los sub-17 y sin necesidad de esperar a los grandes torneos: durante este mismo mercado, varios chicos abandonaron sus clubes para irse al Viejo Continente apelando a la Patria Potestad, y con edad de cuarta o quinta división.

Así es como se va desplumando un fútbol argentino que ya no espera a sus grandes cracks del futuro porque sabe que con la globalización y los detectores de talentos desperdigados por el mundo, emigrarán de cualquier forma y entonces sólo cabe cubrir esos huecos apelando a importar a aquellos extranjeros sudamericanos que no hayan podido llegar más lejos, o que acepten pasar por la aduana argentina antes de cruzar el océano.

Por eso, un fútbol argentino pobre de recursos acepta que sus jugadores se vayan por un puñado de dólares cuando aún no acumularon muchos partidos en Primera en vez de esperarlos, darles tiempo y experiencia, y cotizarlos más caro. La urgencia puede más y la Superliga se transforma en un torneo de jóvenes que no lograron irse, o veteranos que ya regresan con la cuenta bancaria cubierta y simplemente, para retirarse cerca de su gente.

Sería interesante, en este contexto, preguntarse por qué una industria como la del fútbol, que genera tantos recursos, que exporta en millones de dólares o de euros y produce y gasta en pesos, resulta tan deficitaria, cuando podría ser la envidia del resto de las actividades económicas nacionales, que ya quisieran encontrarse en este esquema.

Pero no todo pasa por los pases. La Superliga, que nació para corregir los históricos vicios de organización de los torneos por la AFA, no consiguió que no se pospongan las fechas de los partidos, que el césped de los estadios se encuentre en las mejores condiciones, que los hinchas visitantes puedan ingresar a ver a sus equipos y que dos hinchadas distintas puedan compartir un espacio social (un enorme fracaso como sociedad), o que una licitación por los derechos de TV no tenga siempre ribetes sospechosos.

Que en este contexto, que a falta de cinco fechas, River sea el líder y Boca, el segundo y acaso el único que todavía le pueda pelear el título, es una obviedad, mucho más que una consecuencia futbolera.

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