Al cierre del
libro de pases, el fútbol argentino apenas si puede destacar los regresos de
los veteranos Javier Mascherano, Marcos Rojo y Martín Cauteruccio a Estudiantes
de La Plata (que rápidamente fue ascendiendo en la tabla de la Superliga), las
contrataciones de Alejandro Donatti y Diego Rodríguez (ambos, mayores de
treinta años) en San Lorenzo, el retorno de Guillermo Pol Fernández (suplente
en México) y la incorporación del peruano Carlos Zambrano (casi dos años
inactivo) en Boca, o que Vélez haya contratado a Ricardo Centurión, luego de
haber atravesado problemas en varios clubes.
En la masa
monetaria que circuló en el total de libro de pases, el porcentaje de dinero
contante y sonante que se utilizó es demasiado bajo, y se resalta que River, el
equipo con más posibilidades de ganar la Superliga, a falta de cinco fechas y
con tres puntos de ventaja sobre Boca, haya logrado mantener a casi todo su
plantel y “apenas” transfirió a Exequiel Palacios al Bayer Leverkussen. San
Lorenzo no pudo hacer lo propio con su prometedor delantero Adolfo Gaich al
Brujas de Bélgica y Boca no pudo retener siquiera por seis meses más a Patricio
Mac Allister, quien no se fue al Real Madrid o a la Juventus o al Manchester
United sino al Brighton, que podría descender a la First Division inglesa
cuando acabe la actual Premier League.
Tal vez esto
pueda dar un indicio de la pobreza que rodeó a un mercado futbolístico
argentino deprimido por las circunstancias económicas generales, por las que el
peso argentino se depreció demasiado respecto al dólar y al euro, y entonces,
con los clubes necesitados de divisas porque además muchos de ellos están muy
mal administrados, los poderosos europeos llegan con un puñado de billetes de
mayor valor, y arrasan con todo.
Si el fútbol
argentino fue siempre exportador, al menos en forma masiva desde fines de los
años cuarenta tras aquella famosa huelga que paralizó el torneo de 1948
finalmente ganado por Independiente aunque Racing lo tenía a tiro, cuando
decenas de jugadores emigraron a Colombia y México buscando mejores horizontes,
ahora ya parece agotado, con promesas que se van cuando todavía no terminaron
siquiera su formación y su maduración se produce lejos, en equipos en los que,
en muchos casos, siquiera tienen un lugar, y tras ser prestados a otros de
menor nivel, o regresan al país para tomar envión o pueden recalar en mercados
secundarios en los que, de todos modos, siempre se pagará mejor (México, Rusia,
Japón, China, Estados Unidos, países árabes).
Si ya con una
enorme sangría, el fútbol argentino aceptaba desprenderse de sus juveniles que
con menos de veinte años ya participaban en equipos de primera división, al
punto de que en cada Sudamericano sub-20 se habilitaba un palco para que los
agentes de los clubes europeos anotaran los nombres de las figuras emergentes y
merodearan los hoteles de las concentraciones albicelestes, ahora ya ni hace
falta: la edad para emigrar se trasladó a los sub-17 y sin necesidad de esperar
a los grandes torneos: durante este mismo mercado, varios chicos abandonaron
sus clubes para irse al Viejo Continente apelando a la Patria Potestad, y con
edad de cuarta o quinta división.
Así es como se
va desplumando un fútbol argentino que ya no espera a sus grandes cracks del
futuro porque sabe que con la globalización y los detectores de talentos
desperdigados por el mundo, emigrarán de cualquier forma y entonces sólo cabe
cubrir esos huecos apelando a importar a aquellos extranjeros sudamericanos que
no hayan podido llegar más lejos, o que acepten pasar por la aduana argentina
antes de cruzar el océano.
Por eso, un
fútbol argentino pobre de recursos acepta que sus jugadores se vayan por un
puñado de dólares cuando aún no acumularon muchos partidos en Primera en vez de
esperarlos, darles tiempo y experiencia, y cotizarlos más caro. La urgencia
puede más y la Superliga se transforma en un torneo de jóvenes que no lograron
irse, o veteranos que ya regresan con la cuenta bancaria cubierta y simplemente,
para retirarse cerca de su gente.
Sería
interesante, en este contexto, preguntarse por qué una industria como la del
fútbol, que genera tantos recursos, que exporta en millones de dólares o de
euros y produce y gasta en pesos, resulta tan deficitaria, cuando podría ser la
envidia del resto de las actividades económicas nacionales, que ya quisieran
encontrarse en este esquema.
Pero no todo
pasa por los pases. La Superliga, que nació para corregir los históricos vicios
de organización de los torneos por la AFA, no consiguió que no se pospongan las
fechas de los partidos, que el césped de los estadios se encuentre en las
mejores condiciones, que los hinchas visitantes puedan ingresar a ver a sus
equipos y que dos hinchadas distintas puedan compartir un espacio social (un
enorme fracaso como sociedad), o que una licitación por los derechos de TV no
tenga siempre ribetes sospechosos.
Que en este
contexto, que a falta de cinco fechas, River sea el líder y Boca, el segundo y
acaso el único que todavía le pueda pelear el título, es una obviedad, mucho
más que una consecuencia futbolera.
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