Carlos Alejandro
Alfaro Moreno, a los 55 años (nació el 18 de octubre de 1964) se inició en Platense, fue campeón con
Independiente, jugó en España y México y terminó su carrera en Ecuador, donde
llegó a ser presidente del Barcelona de Guayaquil, una historia singular para
quien fuera un jugador de mucho suceso en los años ochenta.
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El
suyo es un caso extraño. Presidente de un club grande de Ecuador siendo
argentino. Se conoce el caso de Jorge Valdano, que llegó a ser el director
deportivo del Real Madrid, pero no creo
que haya muchos casos de un presidente argentino de un club extranjero.
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Aclaro
que si llegué a ser el presidente del Barcelona es porque me naturalicé
ecuatoriano, porque mi esposa y mis hijos lo son. De lo contrario, habría sido
imposible porque el estatuto del club no lo permite. Todo esto fue siempre
después de haber jugado en el club, y siempre ocupando un cupo de extranjero.
En estos días se cumplen 26 años de mi llegada a vivir aquí.
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De
todos modos, es un gran mérito haber llegado a presidente siendo antes jugador.
No es para cualquiera.
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No
sé si es un mérito pero sí logré una afinidad muy importante con el hincha y si
hubo una virtud de mi parte, es haber tomado siempre decisiones correctas:
jugar como extranjero, retirarme a tiempo, cuando todos querían que siguiera
jugando.
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Aún
así, ¿cuál es la clave para llegar tan lejos?
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Me
preparé. Estudié Administración de Empresas en la Universidad de Morón (soy de
Castelar y sigo teniendo a mi familia allí), luego cursé Tecnología Deportiva
en la Universidad de Guayaquil y más adelante, licenciatura en Comunicación
cuando dejé de jugar en 2002 y trabajé 17 años en noticieros, programas
deportivos, en TV y en radio. Creo que eso me permitió mantener una imagen
viva, fresca y de gran comunicación con la gente. Me apasiona la dirigencia
deportiva, al punto que una vez que me retiré, también trabajé en un proyecto
de escuelas de fútbol por todo el país.
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¿Y
dónde queda hoy aquella etapa de jugador? ¿Qué cosas le aportó para su misión
de dirigente?
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Yo
guardo la etapa de jugador en mi corazón, pero también la de comunicador.
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Y
desde su actual lugar de dirigente de un importante club sudamericano, ¿cómo se
observa al fútbol de este continente?
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Hemos
retrocedido respecto de Europa y las distancias quedaron expuestas durante los
últimos Mundiales. Seguimos siendo la cantera que exporta jugadores a Europa
pero las diferencias nacen desde la situación económica y todos nuestros
movimientos son en círculos que dan vuelta y los grandes jugadores emigran y
cada vez más jóvenes. La distancia es abismal en este aspecto. Le doy un
ejemplo: ya en la final de la Supercopa de 1989 ante Boca, el entonces
presidente de Independiente, donde yo jugaba, me dijo “Alfarito, hoy te vienen
a ver del Real Madrid”, aunque terminaron llevándose a Juan Esnaider, que era
mucho más joven. Esto es así desde hace mucho tiempo. Hoy, mi hijo tiene
pasaporte portugués, por mi madre, y ya lleva un año jugando en España. Las
distancias se van profundizando.
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Se
van mucho antes…
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Es
que hay muchas más oportunidades por la globalización y expansión del fútbol.
Yo me fui al Espanyol de Barcelona con 200 goles convertidos y tras haber
participado en una Copa América y un Juego Olímpico. Era distinto a estos
tiempos. Hoy, la búsqueda de identidad y de pertenencia es muy compleja.
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¿Cómo
se puede trabajar hoy en eso?
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Es
muy difícil. Tengo la suerte de ser muy amigo de Ricardo Bochini, de quien fui
compañero en Independiente y campeón en 1989 y cuando voy para Buenos Aires nos
solemos ver hasta el día de hoy y me pregunto cuánto valdría hoy el “Bocha”, y
jugó veinte años en el mismo club, pero las cosas fueron cambiando con el
tiempo. Recuerdo una nota que nos hizo “El Gráfico”. Nos juntó a Bochini
conmigo, Daniel Bertoni, y Jorge
Burruchaga, y era sobre los que se beneficiaron de los pases de Bochini. Hoy,
no sé si hubiera podido aguantar. Tal vez nos podemos ver reflejado en lo que
le pasó a Sergio Agüero, al que los hinchas de Independiente pudieron disfrutar muy poco.
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¿Cómo
anda el fútbol ecuatoriano?
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Sigue
creciendo. Cuando yo llegué a vivir en febrero de 1994, había un solo jugador
de referencia en el exterior, uno de los mejores de todos los tiempos en el
país, Alex Aguinaga. Hoy hay 30, 50, 100 jugadores fuera del país. Un chico
como Leonardo Campana, salido de la academia, integrante del seleccionado
sub-20 que fue tercero en el Mundial de Polonia en 2019, firmó por el
Wolverhampton de la Premier League inglesa, con 19 años. Es un trabajo en
conjunto, que puso a los juveniles en la vidriera, pero también con referentes
como Antonio Valencia, que llegó a ser el capitán del Manchester United y hoy
participa del torneo ecuatoriano jugando para Liga Deportiva de Quito. Desde
hace un año tenemos la Liga Pro, independiente de la Federación Ecuatoriana
(FEF) y el sueño de codearse con los mejores del continente ya no está tan
lejos.
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¿Y
la selección? Será justamente el primer rival de la argentina camino al Mundial
2022 y ya en el debut para Rusia 2018 sorprendió ganando en el Monumental.
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Estamos
en una etapa de un importante recambio luego de no haber ido al Mundial de
Rusia 2018 tras años de ser asiduos concurrentes a los torneos, cosa que antes
no ocurría. Ahora llegó un catalán, Jordi Cruyff, el hijo de Johan, que trae un
estilo estético interesante.
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El
fútbol sudamericano tiene ahora el problema del cierre de los europeos, que
organizan torneos en los que juegan ellos mismos, como la Liga de las Naciones,
la Eurocopa, y ya hay menos chances de cotejar en amistosos. ¿Cómo lleva esto
el fútbol ecuatoriano?
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Para
nosotros, cualquier cosa que nos vincule al fútbol europeo, a tomar nuevas
experiencias, nos sirve. Hemos hecho vínculos con el Manchester City, y todo lo
que sea intercambiar, nos jerarquiza. No sólo a nosotros sino a todo el fútbol
del continente. También fuimos invitados a recorrer La Masía del Barcelona en
diciembre por la buena relación que tengo con los dirigentes del club, Ramón
Blanes y el ex jugador Josep Mari Bakero.
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Como
jugador, usted marcó etapas muy importantes desde sus inicios en Platense.
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Todos
los días doy gracias a Dios por haber jugado en Platense, donde pasé momentos
muy lindos, y en Independiente, un club maravilloso en el que salí campeón con
un gran equipo, aunque también perdimos aquella final de la Supercopa ante
Boca, por penales, en 1989, pero pude volver al club al regresar de España y
volví a salir campeón con Miguel Brindisi de entrenador y compañeros como
Daniel Garnero, Ricardo Gareca, Pablo Rotchen, y estábamos muy identificados
con el hincha.
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Eso
lo proyectó a la selección argentina.
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Tuve
la suerte de haber jugado con Diego Maradona entre 1988 y 1990, en tiempos de
Carlos Bilardo, y luego entré en las primeras convocatorias de Alfio Basile.
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Qué
experiencia debe haber sido compartir equipo con Maradona.
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Tremendo.
Recuerdo siempre el intento de sacarnos fotos con él. Yo formaba parte del
grupo de los “pibes” que llegábamos para renovar el plantel de los campeones
del mundo junto con Diego Simeone, José Basualdo, Roberto Sensini, Pedro
Troglio y Claudio Caniggia. A Diego lo veíamos por la TV y lo esperábamos
ansiosos, y resulta que llegaba y se sentaba con nosotros, en nuestra mesa, y
así se rompía el hielo. Siempre me llamó la atención su hambre de gloria.
Siendo quien era ya, se infiltraba la espalda, el tobillo, con tal de ponerse
la camiseta argentina. Era un orgullo para nosotros, un ejemplo.
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Volviendo
a Platense, a sus orígenes, usted fue el primer jugador que en los festejos de
un gol se sacó la camiseta.
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Es
que me volví loco, ni lo pensé. Fue en el desempate ante Témperley para
salvarse del descenso, en la cancha de Huracán, y nosotros en Platense
estábamos siempre en la cornisa y nos terminábamos salvando en el último
suspiro. Aquella vez, en 1987, nosotros llegamos a la última fecha necesitando
ganar. Perdíamos 2-0 con River en el Monumental y lo dimos vuelta y lo
terminamos ganando 3-2 con un triplete del “Pampa” Miguel Angel Gambier, y eso nos permitió ir a
un desempate contra Témperley y lo que usted cuenta sucedió con el segundo gol
y tras los festejos, Ricardo Calabria me expulsó. Después, lloré mucho en el
vestuario, de la emoción. Platense era un equipo con carácter, luchador, que
conseguía milagros con tal de permanecer en Primera. Es un club que me forjó y
es al día de hoy que sigo aquella idea de “perseverar en la fe”. Soy muy
cristiano, practicante.
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Luego
de Independiente, tuvo un paso por el Espanyol de Barcelona, en el fútbol
europeo.
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Sí,
en ese momento era un sueño cumplido. Pensaba que la iba a romper y que en
pocos meses estaría en el Real Madrid, en el Atlético o en el Barcelona, pero
no me fue como esperaba. Yo solía adaptarme a todos los equipos, en cualquier
contexto, pero allí, las cosas no me salieron. Me tocaron directores técnicos
como Javier Clemente o Ljubomir Petrovic y no me fue sencillo, pero fue una
linda experiencia personal, hice muchos amigos allí, a algunos de los cuales
sigo visitando cuando viajo, y siempre se pueden sacar cosas positivas.
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Volviendo
a su actual etapa de dirigente, ¿cuáles son los principales objetivos con el
Barcelona?
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Nosotros
tenemos objetivos a cuatro años como administración. Ahora tenemos que ganar un
campeonato, el financiero, porque tenemos un déficit importante, y lo vamos a
lograr, y después, siempre con los pies en la tierra, tenemos que ir a la
búsqueda de lo que nos falta, un título internacional.
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Usted
que jugó en la selección argentina en tiempos de títulos, ¿qué cree que le
falta?
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La
Argentina es una cantera inagotable y el problema es sostener un proyecto. Si
nos pasamos cambiando y arrancamos siempre de nuevo, es complicado. Estamos en
una élite con Brasil, Italia y Alemania entre los mejores del mundo. Por
ejemplo, todos fuimos hinchas de la Selección en Brasil 2014, cuando estuvo tan
cerca, con un extraordinario entrenador como Alejandro Sabella y siempre
soñamos con recuperar el título, pero hay que trabajar mucho.
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¿Está
de acuerdo con la designación de Lionel Scaloni?
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Me
sorprendió, pero no acostumbro a hablar a la distancia porque no me parece
coherente, pero creo que en esta época, el director técnico es más
seleccionador que nunca porque no hay mucho tiempo para trabajar en cada
convocatoria y creo que entonces el secreto está en el compromiso.
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Usted
tuvo a Bilardo como DT.
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Así
es, y esa Selección, en general, me permitió crecer en lo personal. Fui
goleador en los Juegos Olímpicos de Seúl y el cuerpo técnico estaba en cada
detalle. Aprendí que no hay que poner excusas y ponerse a trabajar.
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Debe
tener mil anécdotas…
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Ufff…sí….Bilardo
aconsejaba a nuestras esposas cómo hacer el amor para no cansarnos, ensayábamos
los festejos en los goles. Les decía a mis compañeros que como yo tenía
tendencia a ir hacia los ángulos de córner, que nadie me viniera a saludar para
no desgastarse.
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Hablando
de festejos, usted hizo también el avioncito, como “Pascualito” Sebastián
Rambert…
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Sí,
pero él estaba en el banco. El primero que hizo el avioncito fui yo, ¿eh?
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