Por suerte, nosotros no tenemos que andar diciendo "yo se los advertí" porque quien puede seguirnos en el blog, basta con leer la nota anterior, "No todo lo que reluce es oro" y sacará sus conclusiones. Simplemente, y con el resultado puesto tras largos días de ausencia (primero, por haber viajado a Venezuela por medios europeos, luego, ya de regreso, por nanas de salud como consecuencia quizá del stress), no es nuestra intención caerle a la selección argentina por un mal resultado en la final ante Brasil, acaso el peor escenario imaginado, un 3-0 ante nuestros tradicionales adversarios y ellos con su equipo B, tal como en 2004 aunque en este caso, con menos fútbol para ofrecer que tres años atrás.
Creo que debemos centrarnos - al revés que la mayoría de los medios, absolutamente mediocres que buscan culpables "sólo" en los Zanetti, Ayala, el "no trabajo" de Alfio Basile, o las pavadas de los peudo intelectuales como la nota central de Clarín de hoy que basa todo en la falta de un supuesto líder "a la Obdulio Varela" en tiempos muy diferentes a los años cincuenta- en lo estructural.
Y el problema de la selección argentina, que es el problema del fútbol argentino como tal, es mucho mayor que los Zanetti o los Ayala, o una generación perdedora que misteriosamente ha convivido una década y media justo con muchas generaciones de campeones juveniles, paradojicamente postergados en sus ascensos por estos jugadores que son los más ricos, economicamente hablando, de la historia de nuestro fútbol, con bolsillos llenos y hambres disminuidos o directamente nulos.
El problema del fútbol argentino, lo venimos diciendo hasta el hartazgo aunque ni siquiera pretendemos ya que se nos escuche, y tan sólo lo decimos para que conste que no somos cómplices de todo el desastre organizativo (o "des"organizativo) que está matando nada menos que la gallina de los huevos de oro, mientras todo el ambiente sigue mirando impertérrito, es cómo la estructura se viene abajo y cada día se coloca un nuevo palo en la rueda.
El fútbol argentino lleva cuarenta años buscando la forma de autodestruirse porque dejó de ser el faro al que intentaban seguir todos hasta que el maldito Mundial de Suecia 1958 nos llevó a otra realidad, sin analizarse nunca que si se llevaba el mejor equipo posible (el de los Carasucias que ganaron brillantemente elSudamericano de Perú en 1957) otro hubiera sido el resultado. En cambio, al ir con jugadores más lentos, y sin competencia internacional porque el mundo era otro, se perdió de manera dura y al regreso los factores de poder impusieron un sistema mercantilista, tanto en el orden deportivo como institucional. Ya la creatividad, el libre albedrío y los jugadores rebeldes, dieron lugar a la férrea disciplina, jugadores obedientes y la figura pasó a ser el DT, "el Gran DT", y así nos comenzó a ir. Se justificó la viveza, se aplaudió jugar al límite del reglamento, la trampa comenzó a ser vista con buenos ojos, se desnaturalizaron primero los wines, después los número 10, al punto de llegar a la locura de querer retirar la camiseta de Diego Maradona sólo por seguir la costumbre de la NBA (nos preguntamos, en 2007, ¿qué camiseta pidió Sergio Agüero para llevar en el Mundial sub-20?), luego se comenzó a jugar sin marcadores de punta para pasar a los "laterales" que ni atacan, ni defienden. Luego, ante la falta de gente con oficio y bajita (necesaria porque para cerrar cerca de la raya hay que tirarse mucho al piso), se recurrió a colocar en la punta a los marcadores centrales, que desde ya, no logran cubrir ese hueco. No contentos con esto, ahora en el fútbol argentino se juega con doble y hasta triple "cinco" (en la selección, Mascherano, Verón, Cambiasso y a veces hasta Gago), para que entre dos o tres cumplan la función que antes cumplía, y con creces, uno solo (desde Néstor Rossi, o Angel Peruca, hasta Rattín, Marangoni, Raimondo y hasta Mosyaza Merlo). ¿No era que antes se corría menos y se tenía peor estado físico?, ¿cómo se explica, entonces, que lo que antes hacía uno solo ahora lo tienen que hacer dos o tres?. Si sacamos la conclusión de lo que venimos planteando, el fútbol argentino, sobre once posiciones originales que nos hicieron brillar en el mundo, perdió los dos marcadores de punta, los dos wines, y un delantero para jugar como "doble cinco", además de irse quedando sin número 10 tradicional, el reggista, el que manejaba el equipo. Es decir, practicamente seis posiciones cambiadas. ¿Cómo no vamos a perder identidad?
Otra cuestión que no hemos leído que se tratara en los medios es la siguiente. Si tomamos el caso de alguien que ha sido figura en el reciente Mundial juvenil como el Kun Agüero, y leemos las críticas que recibiera de su temporada en el Atlético Madrid, veremos que hay disconformidad con sus desempeños, mientras que apenas un par de meses después, no sólo era galardonado como la mejor figura del Mundial sub-20, sino que también fue el goleador y desde ya, campeón por segunda vez consecutiva. ¿Qué milagro ocurrió para que este mismo jugador ahora rinda lo que antes en España no? ¿no será que con el equipo juvenil argentino volvió a desligarse de los tacticismos inútiles de los europeos para retomar el recuerdo del remanente de la técnica argentina? es decir, ampliando los horizontes a los jugadores de la selección mayor. ¿No será también que, además de perder puestos claves en nuestro diseño de juego, nuestros jugadores se europeizan cada vez más y van perdiendo calidad? hay que recordar que para ganar el Mundial de 1986, más allá de que Carlos Bilardo contó con el mejor Maradona, tuvo a sus jugadores 40 días antes de la competencia, tiempo más que suficiente para "argentinizarlos".
Y luego llegamos a Basile. Se trata, indudablemente de un buen técnico. No por nada, con tiempo, construyó en Boca Juniors en la temporada 2005/06 un imperio que hubiera seguido con el tricampeonato si la comisión directiva no hubiera traído el terremoto de Ricardo La Volpe. Pero no nos parece cierto que se diga con tanto simplismo que Basile "representa el gusto de los argentinos" con su fútbol, porque este mismo Basile jugó esta Copa América con doble cinco, a veces hasta con tres cincos, y para eso dejó en el banco a Carlos Tévez. ¿Para marcar a quién? ¿no era que nuestra tradición era la del fútbol bonito, de ataque? la prensa barata argentina celebró el "gran" éxito de golear 4-1 a Estados Unidos B, o un 4-2 ante una flojísima Colombia, o un 4-0 ante un débil Perú. ¿Fue para tanto? creímos siempre que nunca se jugó tan bien. Es cierto que Brasil tampoco, y hasta menos que Argentina, pero planteó bien la final, y van tres partidos consecutivos en los que Brasil vence a la Argentina por tres goles de diferencia. Si bien Brasil también va por la vía de la argentinización, es decir, perdiendo alarmantemente posiciones clásicas en su esquema, al menos va más lento y sigue respetando cierta creatividad. Argentina, cada vez menos, y nos contentamos con pases horizontales de fulbito, con los que no progresamos en el terreno de juego. Hasta el propio Maradona lo dijo.
En síntesis. No descubrimos nada, pero no nos podemos sumar a la ola triunfalista antes, ni a la de los fracasos ahora. El problema no es ganar o no una final. El problema es mentirnos a nosotros mismos diciendo que esta selección es brillante y que juegan todos los que deben jugar. Mientras no volvamos EN SERIO a las fuentes, nos va a seguir pasando esto. Un día quizá no y ganemos y nos seguiremos mintiendo, pero por lo general, nos segurá pasando. El ejemplo son los juveniles, que juegan con la frescura que nos gusta, desafiando incluso los pésimos trabajos de inferiores y la falta de espejos en donde mirarse. Ya lo dijo sabiamente Hugo Tocalli luego de haber ganado el Mundial de Canadá (lo que le da aún más credibilidad): "Yo no quiero ser DT sólo para ir a un Mundial y ganarlo. Yo quiero un proyecto de trabajo, de crecimiento". ¿Esta AFA, este fútbol argentino, y estos medios exitistas de hoy, podrían ser el contexto de ese trabajo? Lamentablemente, creemos que no. Se gane o se pierda. Pero de fondo, siempre se pierde.
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