Los juveniles argentinos ganan lo que los grandes no pueden
Por Sergio Levinsky
27-7-07
En la columna de la semana pasada planteábamos la extraña situación que vive la selección argentina, que desde 1993 no ha logrado ganar ningún título internacional, y se sumó ahora la paradoja de que prácticamente en el mismo período, los equipos de jugadores menores de 20 años han logrado cinco de los últimos siete mundiales de la categoría, sumando el conseguido el pasado domingo en Toronto, Canadá.
Cabe preguntarse entonces, por qué tanta diferencia entre juveniles, que muchas veces son ya profesionales en sus equipos, con mayores que en muchos casos hasta son compañeros de estos jóvenes, y algo más trascendente aún: ¿por qué estos mismos juveniles en muchos casos luego no llegan a ganar algo en el paso siguiente, o tan siquiera llegan a integrar la selección mayor?
Una explicación al éxito de los distintos seleccionados argentinos juveniles (ya había ganado el Mundial de 1979 en Japón con una generación dorada con Diego Maradona, Ramón Diaz, Gabriel Calderón, Juan Barbas o Juan Simón), que ganaron los torneos de Qatar (1995), Malasia (1997), Argentina (2001), Holanda (2005) y la reciente de Canadá (2007) puede ser la de que a diferencia de los conjuntos de los otros continentes, los sudamericanos, pero en especial los argentinos, llegan y rápidamente a jugar en primera división por tratarse de un país netamente exportador de jugadores.
La diferencia entre el valor del peso (la moneda nacional argentina) y el dólar o el euro determina que la mayoría de los jugadores con cierta capacidad prefiera emigrar para hacer una diferencia económica y salvar a sus familiar y salvarse individualmente, regresando ya en el final de sus carreras, cuando sobrepasan los treinta años, o a veces retornan unos meses al país con la única idea de jugar en los mejores equipos para volverse a mostrar y ser ahora vendidos a clubes europeos de mayor importancia. Es decir que cuando regresan a la Argentina en una edad entre los veinte y los treinta años, es sólo un puente para volver a emigrar. Es por eso que se dice que los torneos argentinos de primera división son casi sub-20 o plus-30.
Entonces sucede que cuando los jugadores argentinos llegan a un Mundial de la categoría sub-20, muchos de ellos ya han jugado partidos de torneos oficiales con mucha presión, amenazas de los hinchas violentos en la semana, la prensa buscándolos para entrevistarlos, mientras que por lo general sus rivales aún no han debutado en primera división y no conocen a fondo estas presiones. Casi podría decirse que los mundiales sub-20 enfrentan a profesionales contra jóvenes, y allí se establece un desequilibrio, que por ejemplo pudo comprobarse en la final de Canadá.
Siendo los jugadores checos más altos y fornidos que los argentinos, por lo general de contextura pequeña, en los últimos veinte minutos pudo verse en la final cómo muchos jugadores checos eran atendidos por su cuerpo médico debido a calambres por no resistir el embate rival. Es decir que la fuerza y la propia tensión del juego les obró en contra por falta de experiencia. Por contrario, el equipo argentino aprovechó el pico de presión para dar vuelta el arcador y consagrarse campeón.
Por el lado de los jugadores europeos o asiáticos puede decirse lo contrario, que al tratarse de países importadores de jugadores (en especial los europeos), sus jugadores jóvenes no suelen tener lugar en sus equipos al ser tapados por estrellas provenientes del exterior, y tardan demasiado en subir a la primera división, y es uno de los motivos por el que en un Mundial sub-20, son demasiado inexpertos para enfrentar a jugadores con mucho rodaje.
Más allá de esta circunstancia está el trabajo en sí del cuerpo técnico argentino desde que en 1995, y cansada de los problemas de relación entre las categorías mayores y juveniles, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) decidió cambiar de raiz y terminar con la etapa anterior, por la cual el entrenador de la selección mayor decidía la contratación del de la juvenil. La AFA decidió generar un departamento distinto para los juveniles y llamó por primera vez a concurso de antecedentes, y fue allí que ganó el entonces casi ignoto José Pekerman, ex jugador en los años setenta quien por entonces había desarrollado un excelente trabajo con los juveniles de Colo Colo en Chile y antes de eso, manejaba un taxi por falta de trabajo.
Pekerman desarrolló una idea cabal para los jóvenes, no sólo regresando a las fuentes futbolísticas, con un juego de pelota al ras del piso que caracterizó siempre a los argentinos, sino generando fuera del campo un comportamiento ejemplar que hizo que hasta 2005, los equipos argentinos ganaran también el premio Fair Play. Es decir, generó una ética al servicio de los equipos juveniles. Parte de su anterior cuerpo técnico luego, ya sin él, ganó también mundiales, como Francisco Ferraro en 2005 o Hugo Tocalli en 2007.
Sin embargo, muchos de esos jóvenes ganadores de tantos mundiales (Argentina también fue semifinalista en Emiratos Arabes en 2003), fueron postergando su llegada a la selección mayor, porque la generación de futbolistas que comenzaron con la dirección técnica de Daniel Passarella en 1995, taponaron su llegada, al jugar en los principales clubes europeos. Es decir, el proceso de renovación no fue a la velocidad que debió ir. Siendo Pekerman el entrenador de la selección mayor en Alemania 2006, intentó el primer cambio apelando a muchos de sus jugadores en tiempos de los mundiales sub-20, pero todo indica que ante el fracaso de esta Copa América de Venezuela, el actual entrenador argentino, Alfio Basile, terminará de profundizar este proceso que parece irreversible.
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